miércoles, 29 de agosto de 2012

LA BANDERA DEL IMPERIO DEL TAHUANTINSUYO


En las lecciones impartidas en las aulas escolares, en eventos públicos, en manifestaciones políticas e inclusive en ceremonias oficiales aparece la imagen de la bandera
 con los colores del arco iris como supuesto símbolo del Tahuantinsuyo o
Imperio de los Incas. Contrariando esta común creencia, lo único cierto es que el
Tahuantinsuyo no tuvo bandera alguna. Así lo confirmó la Academia de la Historia el
pasado 4 de mayo de 2003 al declarar que:
“El uso oficial de la mal llamada bandera del Tahuantinsuyo es indebido y
equívoco. En el mundo pre-hispánico andino no se vivió el concepto de bandera, que no corresponde a su contexto histórico “.
El origen de la mencionada bandera es tan sólo una invención del siglo XX.  Una
investigación publicada en el diario El Comercio   señala como su autor al ingeniero
Raúl Montesinos Espejo, dueño de la radio Tahuantinsuyo, quien en 1973 la utilizó al
conmemorar el 25 aniversario de su radioemisora ,  Luego su uso se fue extendiendo,
razón que llevó en 1978 al alcalde del Cuzco, Gilberto Muñiz Caparó, a declararla
como emblema de su ciudad.
En esta misma línea se pronuncia el propio Congreso de la República del Perú, cuando señala que los orígenes de esta falsa bandera del imperio incaico se remontan recién a las primeras décadas del siglo XX cuando algunos autores, especialmente indigenistas, la mencionan y describen como supuesto emblema del imperio de los incas. Al haberla asumido Radio Tahuantinsuyo como emblema de la radioemisora, la confusión se extendió y el error se difundió masivamente.
“El uso oficial de la mal llamada bandera del Tahuantinsuyo es indebido y equívoco. En el mundo pre-hispánico andino no se vivió el concepto de bandera, que no corresponde a su contexto histórico...”
Academia Nacional de la Historia del Perú.
El Imperio de los Incas tuvo una bandera, como todos los grandes Estados de la antigüedad. Son múltiples las informaciones en torno a esas banderas incásicas. Desde 1533 las vemos constantemente citadas en crónicas e informaciones. Esas banderas incaicas constan en obras españolas, indias y mestizas de aquel siglo. Unancha fue el término más común para designar a las banderas; figura ya en el más antiguo diccionario quechua, el Lexicón de fray Domingo de Santo Tomás, donde se lo traduce como “estandarte”.
LA BANDERA DE GUERRA
Las banderas y su utilización por las huestes de Manco Inca y Atao Huallpa impresionaron a los conquistadores españoles. Entre ellos está Francisco López de Jerez, autor de la primera versión oficial de la etapa inicial de la Conquista del Imperio de los Incas. Hablando de la emboscada de Cajamarca habría de escribir, en su famosa Chirapaq, Centro de Culturas Indígenas del Perú
“Verdadera Relación”, que los soldados incaicos “todos venían repartidos en sus escuadras con sus banderas y capitanes que los mandan, con tanto concierto como turcos”. Por su parte el funcionario y cronista Gonzálo Fernández de Oviedo remarcaría que esas insignias de guerra eran “banderas diferenciadas”  y que “en sus batallas y guerras usaban traer banderas y escuadras bien ordenadas. No era corto elogio el de Jerez para el ejército inca. Por entonces los soldados del Sultán de Turquía parecían invencibles. Turquía era, a la sazón, la primera potencia mundial. Sus ejércitos avanzaban inconteniblemente en todos los horizontes y un cuarto de Europa había caído bajo su égida. Sorprendían los turcos por su valentía y disciplina. En tierra y agua. Aquel testimonio español primigenio de un hombre que actuó como secretario de Francisco Pizarro, se confirma por esos años con otras versiones, como la que brindaría el muy culto Oviedo, quien en Santo Domingo durante la década de 1530, habló y trato con todos los conquistadores importantes que iban y venían del Perú. La crónica india de Joan Santa Cruz Pachacuti Yanque Salcamaygua nos habría de otorgar un dato todavía más preciso: “Cada mil hombres con sus unanchas”. Casi como en Europa, o de repente mejor. Estas banderas de guerra fueron vistas al tope cuando la guerra de conquista iniciada por Manco Inca en 1536. Diego de Silva y Guzmán, más conocido como “el anónimo pizarrista”, habria de anotar en forma especial el caso cuando el ataque a Lima por las huestes cuzqueñas de Quisu Yupanqui donde cargando ya en el arrabal “movieron todo el ejército con grandísimo número de banderas” (7). Pero, como siempre, el minucioso Pedro Cieza de León es quien mejor relata los detalles: “y cada capitanía llevaba una bandera y unos eran honderos y otros lanceros y otros peleaban con macana y otros con ayllo y dardos y algunos con porras (8). De flecheros no sé habló, porque eran escasos o inexistentes tales grupos de combate en el ejército incaico, salvo en el Antisuyu y en ciertas áreas septentrionales”. El mestizo Pedro Gutiérrez de Santa Clara brinda un dato más: banderas con orden y silencio: los soldados incas – expresaba – “Iban repartidos por capitanías y debaxo de banderas y con mucha orden y concierto y con gran silencio”. Y la opinión del joven mejicano mucho interesa, porque anduvo por nuestras tierras desde 1544, cuando aún reinaba Manco en Vilcabamba. Ahora bien, en distintas crónicas e informes podemos apreciar que hubo en el Imperio diversos tipos de banderas: la de los reyes Incas, que fue la del Cuzco. Las de algunas regiones. Las de distintos segmentos del ejército imperial . Las religiosas. La de los Incas, máxima insignia, lucia el Kuichi o arco iris.
LA BANDERA DEL ARCO IRIS
Entre las variadas banderas propias del imperio destacaba, por encima de todas, la del arco iris, enseña de los reyes Incas. Ella consta con detalle en la más vasta y crudita de todas las obras españolas de los tiempos coloniales, la Historia del Nuevo Mundo, escrita en el Perú por Bernabé Cobo desde 1609. Resumiendo el saber de su época al respecto, aquel minucioso jesuita anotó que “el guión o estandarte real era una banderilla cuadrada y pequeña, de diez o doce palmos de ruedo, hecha de lienzo de algodón o de lana, iba puesta en el remate de una asta larga, tendida y tiesa, sin que ondease al aire, y en ella pintaba cada rey sus armas y divisas, porque cada uno las escogía diferentes, aunque las generales de los Incas eran el arco celeste y dos culebras tendidas a lo largo paralelas con la borda que le servía de corona, a las cuales solía añadir por divisa y blasón cada rey las que le parecía, como un león, un águila y otras figuras. Tenía por borla el dicho estandarte ciertas plumas coloradas y largas puestas a trechos”. La descripción del ilustre jesuita merece algunos comentarios a darle una significación moderna. En primer lugar, queda en claro, definitivamente, que la bandera, estandarte o guión tuvo como representación principal los colores del arco iris porque tal significaba y significa la expresión castellana “arco celeste” o arco del cielo. Luego, en cuanto al tamaño, la enseña inca era ligeramente variable. Convirtiendo los “Palmos” a medidas actuales daría una bandera de aproximadamente sesenta centímetros por cada lado. Posiblemente, según regiones, era ella de algodón o de lana, ocurriéndosenos que en los Andes fuese de lana fina de vicuña blanca, previamente teñida en los colores necesarios y tejida en franjas. En la costa y en la ceja de selva las banderas serían de algodón escogido. Resulta posible que en las banderas de mayor jerarquía los colores estuvieran dados no con tintes sino con plumillas finísimas de aves de las junglas, que se bordarían delineando las franjas, al estilo de ciertos cumbis, las que tal vez fueron verticales, siguiendo el trazo de los rayos del arco iris.Tal como se deduce del texto de Cobo, el estandarte incaico se usaba un tanto al estiloromano , al extremo de una lanza grande (que tal quería decir pica) . En la misma forma que el lárbaro, enseña de los Césares de Roma, no era muy móvil sino fijo arriba y debajo de suerte que no flameaba. Era casi como un cuadro ligero colgado en la punta de la pica.
Como divisa de los Incas -precisa Cobo-, se agregaban “dos culebras” que debieron ser víboras grandes o más bien boas, aquellos gigantescos animales totémicos que figuran constantemente en la iconografía cuzqueña y que aparecen en linajes preclaros, como en el aristocrático apellido Amaru. Aparte de estos emblemas generales (arco iris y las dos boas labradas en diminuta escala) cada Inca ponía “sus armas”, esto es el símbolo de su propia estirpe, el puma o el huaman (halcón), o el anca (águila) u otros animales sagrados y quizás algún símbolo semejante al que se mostraba en los tocapus o en la orfebrería incaica destruida masivamente por los conquistadores españoles . No debe llevar a extrañeza la presencia de animales en las banderas. Los asirios tenían una paloma en su estandarte. Los persas, un águila de oro con las alas abiertas. Las banderas de Atenas, una una lechuza (símbolo de Minerva). Los romanos, águilas. Las águilas bicéfalas se multiplicarían en Europa Moderna con los Habsburgos.
La lista de estos animales heráldicos es interminable. Quizá sean rezagos totémicos. Todavía el Perú actual tiene en su escudo una vicuña y Chile un cóndor. Los Incas usaron mucho el puma (león andino) y el amaru, la boa. La borla de la cual habla Cobo era, como dice, varias plumas rojas, seguramente de guacamayos, otra ave mítica. Nos imaginamos que esas plumas debieron estar erguidas en la parte alta, con vistosidad y sobre la varilla que sostendría horizontalmente el lienzo, porque de lo contrario ellas cubrirían los símbolos del estandarte. Ahora bien, el estandarte ¿ Tal vez. El cronista fray Martín de Murúa expresa que “era redondo”. Y realmente también debieron existir de otras formas, aunque con la misma enseña. En su fragmentaria versión, Murúa alcanza a decir, sin embargo, que era de variados colores y éstos se daban con plumas y flores. Pero el sentido es el mismo y se sujeta a la idea general de la policromía del arco iris. Nos indica asimismo que esa enseña “puesta en palo largo” la “llevaba un orejón principal en alto, señalando con él que allí iba la persona del Inga”. La presencia del arco iris se nota igualmente en uno de los escudos de Inca Roca, puesto que era – según el mismo Murúa – “un arco del cielo con un águila de dos cabezas que entre ellos se llamaba cuichicuntur”.
LOS ESTANDARTES FESTIVOS
Los reyes Incas tenían una enseña principal para los días religiosos. El cronista Pedro Gutiérrez de Santa Clara, joven aún, escribió en el Perú en los mediados del siglo XVI que: “Todas las veces que los ingas salían de la ciudad o de sus casas para ir a los templos para hacer sus sacrificios, llevaban delante de sí un guión puesto en una vara alta, hecho a manera de mitra grande y redonda, que tenían muchas plumas de diversos colores y con mucho oro fino y esmeraldas que relumbraban mucho. Otro emblema es el que describe Garcilaso, quién tal vez lo vio como reliquia durante su juventud cuzqueña. Se enarbolaba durante la festividad del Huarachicu. En aquel día partía de la “fortaleza un inca de sangre real, como mensajero del sol, ricamente vestido, ceñida su manta al cuerpo, con una lanza en la mano, guarnecida, con un listón hecho de plumas de diversos colores, de una tercia en ancho, que bajaba desde la punta de la lanza hasta el recatón, pegada a trechos con anillos de oro (la cual insignia también servía de bandera en las guerras) salían de la fortaleza y no del templo del Sol, porque decían que era mensajero de guerra y no de paz, que la fortaleza era casa del Sol para tratar en ella cosas de guerra y armas, y el templo era su morada para tratar en ella paz y amistad”. En otra oportunidad aludió también Garcilaso “una señal, como pendón o bandera”.
LAS FUENTES INDIGENAS ESCRITAS
Las banderas incaicas aparecen frecuentemente citadas e la crónica india. Kápac-Unancha fue el nombre del “estandarte real de los Incas” según el cronista quechua Joan Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua, hombre que alcanzó a ver los últimos destellos del Tahuantinsuyo, cuando aún Vilcabamba resistía. En su importante Relación de Antigüedades, él mismo se habría de referir también a “unanchas enarboladas” y a gente que se agrupaba “bajo su unancha” . En Felipe Guamán Poma hallamos también dibujos y referencias a las banderas destacando la de Manco Inca y sus capitanes, como se verá.
BANDERAS ARQUEOLOGICAS
La fragilidad del material hizo que las banderas prehispánicas desaparecieran pronto.Incluso no contamos siquiera con las del tiempo de Túpac Amaru el Grande, que fueron abundantísimas (18). Hasta las de la guerra del Pacífico resultan escasa por las razones expuestas. Para el caso de las antiguas se sumó el hecho de que las insignias incas fueron destrozadas en los combates, o quemadas y, en otros casos, remitidas a España, como botín de guerra, donde recibieron escaso cuidado, desapareciendo con la Chirapaq
polilla y la humedad. Así se perdió para siempre el símbolo de la grandeza incaica.Felizmente la arqueología nos puede dar algunas luces compensatorias, cuando menos sobre algunas otras banderas del Antiguo Perú, de los tiempos pre-incaicos. La más importante referencia es la de Alberto Casavilca, quien halló en Ica lo que llamó la bandera del Chinchaysuyu “ligeramente picada, con tres franjas verticales por tener (sic) una más de 1.50 de largo por 0.50 de ancho” (19). Un emblema de tipo de bandera pero con aspecto de escudo, sostenido en una lanza corta, fue usado por los mochicas mil años antes de Pachacute y Manco Inca. Se muestra entre las piezas del famoso Señor de Sipán y se trata de una superficie de placas de oro, cuadradas y engarzadas, con representaciones diversas, cabezas e ídolos en lo esencial. En la parte inferior luce un ídolo muchísimo mayor, que porta un collar de maníes de oro. En la parte más alta del escudo emblemático se yerguen, sobre otro ídolo, dos especies de penachos metálicos también de oro y; terminan ambos en forma de manos entreabiertas.
EN EL QUECHUA CLASICO
El quechua del siglo XVI -el que hablaban amautas, haravicus y quipucamayos- registró varios vocablos relacionados con las banderas de la época. Los linguistas los recogieron en sus vocabularios. El primer quechuista, Fray Domingo de Santo Tomás anotaría onancha como perdón, allá por 1560; más específicamente lo registró también como “estandarte, bandera generalmente” (20), como vimos al empezar estas páginas. Pero hay más: Diego González Holguín, en su monumental vocabulario de 1608 -recogido en los finales del siglo XVI- apuntó aucay unancha “bandera de guerra” y unanchay simplemente como “estandarte real” y también como “estandarte, insignia, escudo de armas”. Figuran también términos épicos como aucanaunancha y sinchiunancha y consta el vocablo mayuini que es “campear o tremolar la bandera”. Asimismo, parece que una antigua voz dialectal distinta sobrevivió hasta siglos coloniales, puesto que un quechuista de la talla de J.M. Farfán registra en su diccionario la voz “Phara” como bandera, indicando que se trata de un arcaísmo.
BANDERAS INCAICAS DIBUJADAS
En el Museo Arqueológico del Cuzco existe una colección de vasos queros en varios de los cuales se ve banderas. Estas no son necesariamente incas, sino neo-incas, algo posteriores a Manco. Fueron talladas y pintadas durante la segunda mitad del siglo XVI. Algunas son similares a varias de las cuzqueñas clásicas: largas, verticales,
franja enhebrada a un asta o lanza, amarilla para el caso. La bandera misma es cuadrada, con cuadros pequeños azules, celestes, rojos y amarillos. Hay otra, también cuadrada, con triple penacho azul, rojo y amarillo y más laterales. El asta porta lo que podría ser una cinta o vincha enrollada. Otra bandera lleva en su extremo una gran pluma celeste. Otra tiene diez cuadros en franja y son rojos y blancos, alternadamente. Hay una mucho mayor, como tablero de ajedrez, pero de cinco cuadros por lado: amarillos, verdes y rojo ocre. En la colección de diseños de queros de Manuel Chávez Ballón apreciamos un asta con tres estandartes cuadrados, uno encima del otro, cada uno es de forma parecida a la explicada por la citada crónica de Bernabé Cobo, pero no se distinguen los colores. Por otra parte en un hermosísimo lienzo del Museo del Cuzco admiramos otra, con asta y plumaje muy inca, pero con un lienzo cuadrado que en su bordado refleja una notoria influencia española. En la obra de Guaman Poma contemplamos diversas banderas, oriflamas, estandartes y lábaros, pero no siempre resulta fácil determinar cuáles corresponden al período anterior a 1544, año del asesinato de Manco y final de la conquista. La mayor parte parece corresponder al período neo-inca, en especial a la dinastía que sobrevivió en la región de Vilcabamba, de 1545 a 1572, pero el cronista quechua las ubica a todas en la etapa inca y de la conquista. Destaca en Guaman Poma aquel dibujo donde Manco luce rodeado de sus capitanes y escolta, listos para la batalla, el que reproduce la procesión de Umaraymi (octubre) agua  y la procesión de ídolos, donde se ve con claridad una banderilla tipo lábaro, similar a la descrita por Bernabé Cobo.
LAS BANDERAS TROFEO
Al igual que en otros pueblos del mundo, vemos que entre los incas se usó a veces de trofeos convertidos en banderas. Tal contemplamos cuando el yana-General Maita se enfrentó a Hernando de Soto en Vilcashuaman (1533). En esta acción, durante una de las cargas, los incaicos lograron matar un caballo, que además era blanco: “le cortaron la cola y puesta en una lanza la llevaban por delante a guisa de estandarte” .Ese Maila, héroe olvidado, que fue el primero capaz de contener ataques de caballería, por un buen lapso mantuvo equilibrado el combate. Debió estar en aquella jornada al lado de algún soldado que sostendría tan original bandera, símbolo allí de la resistencia incásica a la conquista española. Lo cuenta nadie menos que el segundo secretario que tuvo Pizarro, Pedro Sancho de la Hoz, cronista poco leído en el Perú y quien fuera el primero en tratar, brevemente
siquiera, sobre las guerras de resistencias de los Incas a los españoles. Para el caso las del primer ciclo, el librado por los yana- Generales de Atao Huallpa en 1533 y 1534, tras la ejecución de su señor y monarca. Igualmente con éstas y otras banderas, los ejércitos incas se batieron bravamente contra los españoles, por ocho años, acaudillados por Manco Inca, entre 1536 y 1544. Unos dos mil españoles cayeron ante ellas durante el todavía escasamente conocido proceso de la conquista española; son las propias fuentes castellanas las que dan las cifras de esa guerra silenciada.

Desde la más remota antigüedad clásica, los pueblos y los reyes necesitaron dotar a sus ejércitos de bandera. Cómo nació esta costumbre? Pues, en los campos de batalla. Una alta insignia señalada el sitio donde se hallaba el monarca o jefe. Allí se acudía para demandar órdenes y refuerzos y para informar. El que portaba la bandera era un destacado guerrero joven, el alférez real. Caída o tomada la bandera del rey, venía el caos porque se tornaba imposible ubicar al comando. Pero también existían otros abanderados que marchaban en vanguardia para dar a conocer los emplazamientos de los capitanes y poner las insignias en los terrenos tomados al enemigo. Poco a poco la insignia de batalla fue convirtiéndose en emblema de reyes y de estados.
.Kuichi o cuichi es el arco iris en el quechua clásico. Fue nombre de prosapia. Ninan Cuichi, “arco iris de fuego” se llamaba el joven príncipe destinado a suceder a Huaina Cápac, su muerte en la devastadora peste de viruela de 1528 abrió el camino a la crisis dinástica que culminaría en la sublevación de Atao Huallpa.

Estandarte
Según algunas crónicas habría existido una enseña o estandarte (unancha) imperial incaica, lo cual ha dado pie a que se sostenga que hubo una suerte de bandera del imperio incaico. Sin embargo, tal interpretación es incorrecta, por cuanto el estandarte no representaba al estado incaico sino al soberano, quien pintaba en éste sus armas y divisas personales. En todo caso, se conoce que esta enseña era utilizada por las huestes incaicas junto al soberano.
“El guion o estandarte real era una banderilla cuadrada y pequeña, de diez o doce palmos de ruedo, hecha de lienzo de algodón o de lana, iba puesta en el remate de una asta larga, tendida y tiesa, sin que ondease al aire, y en ella pintaba cada rey sus armas y divisas, porque cada uno las escogía diferentes, aunque los generales de los Incas eran el arco celeste y dos culebras tendidas a lo largo paralelas con la borda que le servía de corona, a las cuales solía añadir por divisa y blasón cada rey las que le parecía, como un león, un águila y otras figuras. Tenía por borla el dicho estandarte ciertas plumas coloradas y largas puestas a trechos…”
Bernabé Cobo, Historia del Nuevo Mundo (1609)
En tiempos contemporáneos, se ha llegado a confundir la existencia de este «estandarte incaico» con una bandera multicolor (con los colores del arco iris) que comúnmente suele ser atribuida al imperio incaico. Sin embargo, según la historiografía peruana, en el imperio incaico no existió el concepto de bandera, y por tanto éste nunca tuvo una. Así lo ha afirmado la historiadora e investigadora de la civilización incaica María Rostworowski, quien al ser consultada sobre esta enseña multicolor señaló tajantemente: «Les doy mi vida, los incas no tuvieron esa bandera. Esa bandera no existió, ningún cronista hace referencia a ella».

viernes, 24 de agosto de 2012

DESDE LA PULPERIA A LA TABERNA DE QUEIROLO


Queirolo es mucho más que un bar… un lugar de excepción de nuestra Lima y, por qué no, también en nuestro Perú.

Durante estos dias de mis vacaciones en Lima, en mi Lima querida, he descubierto una serie de lugares que yo no conocia y ni sabia que existian. Un buen dia me he encontrado con mis viejos amigos de la infancia, de mi barrio, Edi, Alberto, mi hermano Eloy, Pedro, Marcos, Bertha, Aida, Cristel y alguns otros me recogen y me llevan a que conociera la  Bodega y Taberna “Santiago Queirolo” alla en Pueblo Libre.

Ya, en mi epoca de estudiante en la universidad Catolica, algunas veces frecuentaba el Queirolo del Jiron Quilca en Lima, soliamos almorzar cuando teniamos clases muy juntas y no podiamos ir a casa por lo justo del tiempo. Desde siempre le tuve cierta simpatia a esta casa. Tal vez por los muchos recuerdos entranables que uno guarda a ciertas cosas que le han pasado en su vida.

Se trata más bien de un ambiente cargado de tradición y donaire, un rincón del pasado que nos muestra imágenes del Pueblo Libre que pasó, pero sobre todo un lugar propicio para degustar de los mejores vinos y piscos de la famosa bodega de los Queirolo.

El dia que me invitan a conocer la taberna esta a tope, es vispera de ano nuevo, no hay mesas donde sentarse a conversar, nos ponemos en la barra y pedimos unos chilcanos de pisco y unos sándwiches de jamon del pais, con salsa criolla, qu son mpresionantes por su volumen. Mientras el mozo, quien enseguida me trata con sumos respeto y carino, como si fuera un cliente de toda la vida, empieza a traer lo ordenado. Nosotros hablamos y hablamos recordando cosas de nuestra infancia. Yo solo pregunto cosas que se vienen a mi cabeza de nuestro barrio, y tambien les pegunto por algunos amigos que no he vista desde hace mucho tiempo.  
Esta noche no es distinta a otras. La taberna esta llena de hombres y mujeres, de todas la edades, llegan de todos los lugares de Lima y el extranjero para disfrutar del ambiente de esta mágica taberna y degustar un añejo vino o un tradicional pisco, acompañado de algunos de los riquísimos potajes que ahí se ofrecen. La Antigua Taberna El Queirolo es el punto de encuentro obligado para todo aquel que ama el buen vivir. Veamos por qué…
Eran tiempos de Guerra para el Perú cuando los Queirolo fueron a instalarse al antiguo distrito de la Magdalena Vieja creado a mediados del siglo XVI, rebautizado en 1821 por el General Don José de San Martín con el nombre de Pueblo Libre. Es 1880 cuando se inicia la historia de El Queirolo con la fundación de la que hoy se recuerda como la Antigua Taberna Queirolo.
Le correspondió a Don Santiago Queirolo Raggio, el abuelo de “los Queirolo”, como muchos denominan a esta familia, fundarla. Se trataba de la típica pulpería de la época.
Si nos remontamos a la historia la pulpería era hasta inicios del siglo XX el establecimiento comercial típico de las distintas regiones de Hispanoamérica encontrándose ampliamente extendida desde centro América a los países del cono sur. Su origen data de mediados del siglo XVI, y proveía todo lo que entonces era indispensable para la vida cotidiana: comida, bebidas, velas (bujías o candelas), carbón, remedios y telas, entre otros.
También era el centro social de las clases humildes y medias de la población; allí se reunían los personajes típicos de cada región a conversar y enterarse de las novedades. Las pulperías eran lugares donde se podía tomar bebidas alcohólicas, se realizaban riñas de gallos, se jugaba a los dados, a los naipes, etc.
Los establecimientos eran una viva expresión de la cultura local, como en el caso rioplatense en donde solían contar con una o dos guitarras, para que los gauchos "guitarreasen" y cantasen o se organizaran payadas y bailes entre los parroquianos.
Quien la visitaba encontraba ahí diversidad de abarrotes, vinos, además de conservas, en fin… El Queirolo abastecía así a una clientela proveniente de haciendas de la zona como Maranga, Mateo Salado, San Felipe, Pando, Ayague, entre otras.
La casa con aires europeos donde se erigió la taberna de Queirolo, había sido construida tan solo pocos años antes, a mediados de la década de los 1870. Esta, que se conserva hasta la actualidad, muestra a quien la visita interiores que mantienen intacto el acogedor encanto con el que vino El Queirolo al mundo. Por ahí se puede ver y tocar uno de los primeros teléfonos que tuvo el Perú, por allá  en otro estante contemplamos un fonografo y una antigua caja registradora, en perfecto estado de conservación. Testimonio que la taberna contribuyó a su manera también con nuestra historia.
Todo teniendo como trasfondo una invalorable colección de fotografías que nos muestra como el negocio, con el paso del tiempo, creció sostenidamente. En la esquina, donde se encontraba la pulpería, funcionaría con el pasar de los años tan solo la taberna. A su costado, hacia el lado del Jr. San Martín, a pocos metros de ella, la bodega, consagrada a la elaboración y venta de vinos y piscos que hoy prestigian también a nuestro país.
Poco más de ocho décadas después de fundada la taberna, en 1963, el crecimiento del negocio impondría más cambios. Los viñedos de la bodega Santiago Queirolo serían mudados hacia tierras de la provincia de Cañete al sur de Lima. La sede original de la bodega es hoy solo el centro administrativo y de distribución. Actualmente, los Queirolo cuentan con más de 225 hectáreas de viñedos en Ica y Cañete, así como con una planta de elaboración que dispone de tecnología de punta en este campo.
Nos cuentan que en sus primeros años de existencia, su público era exclusivamente masculino. Y que, para dar con la taberna, la gente se trasladaba al principio en carretas o calesas que se estacionaban frente a ella. El tranvía que pasaba por la Avenida Brasil luego facilitaría la llegada de una clientela más nutrida y diversa. Hoy en día, la exclusividad masculina es cosa del pasado. Es más, dejando atrás la idea de que era un lugar exclusivo para el llamado sexo fuerte, este recinto, acogiendo a gente de toda edad, se ha convertido también en un lugar de encuentro familiar.
Con el transcurrir de los anos el Queirolo ha mejorado la calidad tanto en carta como en servicio, además de las mejoras llevadas a cabo dentro del propio local. El tiempo y el trabajo tesonero de esta familia señera convirtieron aquel pequeño negocio familiar en lo que hoy conocemos como la Antigua Taberna Queirolo. Un bar con personalidad propia, impregnado de una atmósfera de principios de siglo XX, donde se pueden degustar deliciosos piqueos, sánguches y, sobre todo, los vinos y piscos de Santiago Queirolo.
Así, Pueblo Libre es testigo de la singular Taberna Queirolo que desde sus inicios ha sido el bar preferido por todos aquellos que aman la buena tertulia y que pueden disfrutar de un servicio de restaurante y cafetería en un ambiente lleno de tradición. “Lo que más solicitan, por lo que yo he visto -nos decía un comensal- es el sánguche de jamón del país que hacen en casa, la patita de fiambre, la papa rellena, los choritos a la chalaca, el escabeche de pescado y los tradicionales piqueos de jamón, queso y cabanossi, todo acompañado de los infaltables vinos y piscos que dan realce a la comida”.
“Es la mejor taberna de Lima”, quien, ha sabido también cambiar, adaptándose a cada época y convirtiéndose así en un referente de la gastronomía limeña. Aunque nunca, al precio de sacrificar el ser el punto de reunión de todos aquellos que desean encontrar entre sus paredes uno de los antiguos y tradicionales bares limeños.
“Conozco de varios casos de personas que son clientes nuestros porque su abuelo o papá los trajo de chicos; ellos ahora traen a sus propios hijos… esta es la prueba además que nuestros clientes son de todas las edades y que se renuevan con el paso de cada generación. Lo que si puedo decir es que la taberna nunca está vacía, siempre tiene público… es decir una capacidad instalada para 100 personas que rotan con frecuencia durante todo el día…”.
Pero la Taberna Santiago Queirolo no es solo una casona en donde se venden riquísimos vinos y piscos, además de deliciosos platos, sino también es escenario y testigo de reencuentros, declaraciones de amor, discusiones e incluso una que otra pelea, momentos alegres, otros tristes y, sin temor a equivocarnos, en un refugio donde las personas van en búsqueda de un ambiente a fin de reconfortarse.
Alguien cuenta como aparecio en esa taberna del italiano Queirolo: “Fue una noche fría, no recuerdo de qué mes, pero creo que era el año 1994… cuando entré el local estaba casi lleno, todo era risas, se podía escuchar el sonido de los vasos, había mucha bulla… recuerdo que me senté y pedí un vino semi seco… estaba solo, por alguna razón un poco deprimido y con ganas de tomarme una copa para ahogar las penas”, nos cuenta don Felipe sobre su primer encuentro, entrañable, con la taberna.
“(Al poco rato), la bulla ya no me molestaba, todo lo contrario, me acompañaba. Solo tomé una botella esa vez, luego me fui a dormir… así empecé a venir los fines de semana, a veces solo, otras veces con algunos amigos… hago esto también cualquier día cuando tengo tiempo y dinero. Siempre es bueno darse un respiro… y de verdad la taberna te da un ambiente cómodo y agradable”, afirma este leal cliente…”
“Así como él -nos dice alguien que coincide con nosotros- hay cientos de historias de clientes fascinados por la magia de este lugar que tiene más de un siglo de existencia”. Lugar que a pesar de sus años no se ha quedado estancado en el tiempo. Una taberna que, sin temor a equivocarnos, nos permite afirmar que el Santiago Queirolo es mucho más que un bar… un lugar de excepción de nuestra Lima y, por qué no, también en nuestro Perú.
Lima, enero 2012

jueves, 23 de agosto de 2012

EL CHINO DE LA ESQUINA DE MI BARRIO



Una de las tradicionales características y costumbres de la Lima de hace algunos años es la famosa esquina del barrio, punto de reunión de los muchachos y jóvenes del barrio para conversar, hacerse bromas, poner "chapas" o sobrenombres, enterarse de lo que acontecía por el barrio y alrededores, ponerse de acuerdo sobre el próximo partido de fulbito o fútbol y también para piropear a las muchachas del barrio.

En una oportunidad, Rulli Rendo me comentó que él se preguntaba por qué había desaparecido la esquina del barrio. En su recorrido por Lima, Callao y Balnearios pudo observar que solamente tienen "esquina" los Barrios Altos, Lince y en un bajísimo porcentaje el distrito del Callao. Según lo que había conversado con un amigo, se había dado cuenta que la vieja esquina es hoy en día una "esquina virtual" que ha sido tomada por las cabinas de internet.

Aquel comentario de Rulli trajo a mi memoria la esquina de mi antiguo barrio, durante mi niñez y adolescencia, en la intersección del Jr. Ayacucho con el Jr. Ancash en los Barrios Altos de Lima. Esa esquina era nuestro punto de reunión de todos los muchachos del barrio, a toda hora, donde la pasábamos de lo mejor bromeando con los amigos y también apreciando las bellas féminas que vivían en nuestro barrio y que tenían que pasar por la esquina aquella ya que allí había una bodega, o tienda de abarrotes, de propiedad de un "chino".

Los chinos y sus descendientes siempre han tenido espíritu de comerciantes, por ello solían tener una bodega localizada, mayormente, en la esquina de los barrios. En el caso del chino de la esquina de mi antiguo barrio, éste realmente no era chino ni descendiente de algún chino, sino que era un japonés que vivía en Perú desde pequeño y como su bodega era grande y bien surtida, con él trabajaban sus hijos y otros familiares. Todos ellos eran descendientes de japoneses, a los cuales la costumbre limeña de llamar "chinos" a todos los asiáticos, les hizo conocerlos de esa manera.

Casi todos los barrios tenían su "Chino de la Esquina", llegándose a convertir en un personaje pintoresco de la Lima de hace algunos años. Las características y costumbres de todos ellos eran casi similares. Al chino de la esquina lo identificaba el tener un cigarro siempre en la boca, el lapicero en la oreja, los gatos, la libreta con los fiados, el arroz y el azúcar despachado en papel de color caqui y al que daban varias vueltas, rápidamente, sin derramar ni un granito de azúcar, y otras cosas más que eran algo típico de los chinos comerciantes. Otra característica antigua de ellos era que casi todos los chinos se llamaban José y sus esposas se llamaban María; ello parece que se debía a que habían adoptado esos nombres en reemplazo de sus nombres en idioma chino.

La tienda del "chino" de la esquina de mi antiguo barrio no fiaba, aparentemente, y tenía un letrero que decía: "Si fío, pierdo lo mío. Si doy, a la ruina voy. Si presto, al cobrar molesto. Para evitar todo esto, ni fío, ni doy, ni presto". Con ello la gente no pedía fiado, pero como eran humanos y, sobre todo, amigos de todos, fiaban a escondidas de otros no anotando lo que se debía en ninguna lista y diciendo solamente que les paguen después a ellos mismos ya que eran varios los miembros de la familia, dueña de la bodega aquella, que trabajaban allí. Recuerdo muy bien que durante unas temporadas difíciles en que la situación económica de mi familia era crítica, los de la bodega del "chino" de la esquina, conscientes de aquello, le ofrecían fiado a mi madre, por ello es difícil que uno pueda olvidarse de la parte humana que había detrás del comerciante.

Aquella bodega tenía tres puertas, dos de ellas daban al Jirón Ancash y la otra al Jirón Ayacucho. Por ser esa esquina lugar de tránsito obligado para los que vivían más arriba de los Barrios Altos, tenía mucho movimiento comercial y, a sabiendas de ello, felizmente nunca fue asaltada. En cierta forma, como esa era nuestra esquina del barrio, siempre había muchachos y jóvenes allí reunidos que, a la vez, velábamos porque nada malo le pase al barrio... éramos una especie de "serenazgo gratuito" del barrio.

Hace algunos años, cuando desde Australia viajé a Japón a encontrarme allá con una de mis hermanas quien viajaba desde Perú a participar, con una delegación peruana, en una Feria Internacional de la Moda, decidimos al final de la feria visitar a unos amigos de la infancia que sabíamos estaban viviendo en Nagoya. No los veíamos desde hacía varios años y ellos ya tenían cinco años viviendo en Japón sin haber visto, desde entonces, a ningún amigo de Perú ni a ningún familiar. Una pareja de hermanos, hombre y mujer, con quienes prácticamente crecimos como si fuésemos familia ya que vivíamos en la misma quinta de la Calle Tigre en los Barrios Altos, así que estando en Japón no podíamos irnos de allí sin verlos.

Dejamos un mensaje en el trabajo de mi amigo para que nos llamara al teléfono de la feria que se estaba desarrollando en la ciudad de Osaka y al día siguiente nos avisaron que teníamos una llamada telefónica. Era mi amigo a quien no veía por varios años y que al escuchar mi voz se quedó mudo no sabiendo que decir y, tal vez, por que pensó que el extranjero me había cambiado. Al notar su silencio y nerviosismo inicial opté por decirle: "¿cómo estás 'Cara de Buque'?... estoy con Silvia en Osaka y queremos visitarlos". Mi amigo al escuchar su "chapa" de la infancia se empezó a reír y se alegró de saber que deseábamos verlos. Dos días estuvimos con ellos recordando muchas anécdotas de nuestra infancia, contándonos también los sabores y sinsabores de nuestras vidas en los últimos años.

Mi amigo me contó que un día llamó por teléfono a una agencia, en Tokio, por intermedio de la cual podía enviar dinero a Perú. Al dar su nombre el empleado de la agencia susurró... "¿Cara de Buque?"... y mi amigo dijo que si, que se trataba de él. El empleado resultó ser un amigo nuestro de la infancia y que era hijo del "chino" de la esquina de mi barrio, por ello reconoció su nombre ya que se acordaba de todos los amigos de su antiguo barrio.

Esa bodega de la esquina de mi barrio hace muchos años que desapareció, ya no hay bodega ni ningún chino allí, pero los muchachos que viven en mi antiguo barrio todavía se reúnen en esa esquina para hacer lo mismo que solíamos hacer, años atrás, con mis hermanos y amigos.

Los tiempos han cambiado y si muy bien la mayor parte ya no podemos ver, vivir y sentir ese calor de amistad, esa "palomillada" sana y pícara que experimentamos en nuestra esquina del barrio, quizás esos recuerdos y nuestro inconsciente nos ha trasladado a una "esquina virtual" en la internet, donde ahora, con los amigos, hacemos algunas de las cosas que solíamos hacer de muchachos en nuestra antigua esquina del barrio.

miércoles, 22 de agosto de 2012

La Victoria y el Hampa Limeña (y 3ª PARTE)



Eran los años 50, cuando Lima, era una ciudad  pequeña y tranquila, engendró a uno de sus más recordados delincuentes: Luis D’Unian Dulanto, alias ‘Tatán’, el buen mozo de la calle de las Carrozas en Barrios Altos.
“Tatán” había nacido  en 1925, el pequeño de color blanco-mestizo y cabello ondulado ya se hacía notar en el callejón del barrio de Las Carrozas, donde era conocido como “Niño Dios”; pero allí no quedaría; su alias, por el que siempre sería recordado, vino por su tartamudez, al no poder pronunciar correctamente Tarzán. El pequeño solo balbuceaba “ta tan ta tan”, y así se quedó.
A los 16 años ya empezaba como carterista hasta llegar a ser un experto en cajas fuertes. Uno de sus maestros fue el hampón Ernesto Jaramillo Arteaga, alias ‘Guta’. Quien lo hubiera visto, no se habría imaginado a un delincuente.
"El hombre tenía pinta de todo, pero ni por asomo la de un delincuente". "Bien parecido, de bigote finamente recortado, de suaves modales y una elegancia que sacaba de cuadro".
Con la ayuda de los periódicos de la época llegó a convertirse en leyenda popular, pues cada una de sus vicisitudes era celebrada por la prensa. Con un estilo muy particular al vestir, hablar, caminar y hasta sonreír, se llevaba a cualquiera al bolsillo, tal vez por eso se hizo famoso, querido y también odiado. Su cínica sonrisa, que dejaba brillar su diente de diamante, es lo que fugazmente se viene a la memoria de quienes alguna vez vieron a  ‘Tatán’.
Sobre él pesaba la doble denuncia de haber robado más de un millón de soles (150 mil dólares al cambio) y de haber hecho quemar vivo a otro avezado delincuente de la época. "Ya me he regenerado" -le dijo a Tamariz al final de la entrevista-, "si consigo salir libre me haré jugador de fútbol profesional". Tatán salió. Al escuchar la sentencia que lo absolvía "por falta de pruebas", esbozó una sonrisa de medio lado que hizo brillar su famoso diente. Y una vez en la calle, murió en su ley, a puñaladas.
Fue uno de los personajes favoritos de la prensa de aquellos años, derrochando tinta en sus “hazañas”, dudando a veces de sus atropellos a la ley o ensalzando, de vez en cuando, su buen corazón por ayudar a los demás. ‘Tatán’ era el blanco perfecto para las famosas “cortinas de humo” y eso a él parecía fascinarle.
Su vida fue llevada a la televisión en la miniserie protagonizada por Oscar Carillo.
‘Tatán’ carecía de rasguños o cortes que lo delatasen; todo lo contrario, era el ladrón mejor vestido de todos los tiempos, dicen que contaba con 18 ternos que una “tía acomodada” le regalaba. Fácilmente podría ser una de sus tantas amantes con dinero que mantenían sus gustos por el buen vestir.
Existe una leyenda que un día en la comisaria le preguntaron a Tatán sobre su buen vestir y él respondió que lo mantenía una amante rica, su historia no fue muy verídica, por su misma reputación de ser un ladrón, pero posteriormente se pudo comprobar que decía las verdad, ya que la supuesta amante llegó a la comisaria a abogar por él.  
Las crónicas policiales de la época contaban que siempre una guapa mujer llegaba a testiguar a favor de ‘Tatán’ en cada juicio, que por cierto eran todo un show. A las pocas horas, el “Reyezuelo del hampa”, como también lo llamaban, salía en libertad como toda una celebridad, que los fotógrafos no podían perder de vista.
Sus idas y venidas en la cárcel empezaron desde los 18 años. Era enero de 1943, cuando fue detenido por primera vez, luego volvió a caer en mayo de 1944. Al año siguiente, pasó nuevamente a la cárcel y de allí a El Frontón. Fue acusado de quemar vivo a un hampón apodado ‘La Zamba’, pero salió absuelto por falta de pruebas. Pero regresó en 1954. Dos años después, el fiscal de entonces Ibarra Samanez pidió una larga condena, pero nuevamente logro burlar la justicia y se fue a Chile.
Fue en 1956, cuando el periodista Domingo Tamaríz conoció en la Penitenciaría de Lima a ‘Tatán’, esa vez había sido detenido por el robo a la antigua Caja de Ahorros y Consignaciones (Banco de la Nación de la época).
Recuerda que se llevaron la caja fuerte con 2 millones de soles y, según el delincuente, ese sería la última vez que cometería un delito. “Ya quiero cambiar”, le aseguraba al periodista. Aquella vez fue trasladado a El Sexto, en medio de un griterío de mujeres que decían a viva voz “Niño Dios”. Como siempre, al poco tiempo, logró salir.
Fue muchas veces inquilino de las prisiones, lugar donde transcurría sus horas de amargura y las de “éxito”. Allí adquirió esa aureola que, por poco, lo lleva a las radioemisoras. Fue un gran ajedrecista, según se afirma, capaz a la vez de jugar a ciegas y conversar con sus amigos. El lugar perfecto para escribir sus memorias, las cuales iban a ser publicadas en un folletín.
En diciembre de 1959, Caretas titulaba “Otra vez inocente”. La nota acompañada con grandes fotos junto a su abogado Luis Enrique Melgar y su madre, pintaban por completo al ‘Tatán’ de siempre, el que burlaba todo lo que quería, y cuando quería.
No pasó mucho tiempo, pues en junio de 1961 fue capturado en Barranco y, nuevamente, llevado a prisión. Sería la última vez que estaría en la calle.
Al año siguiente murió en la Cárcel Central de Varones, en manos de otro delincuente, Javier “China” Peralta. Nueve puñaladas en su cuerpo fue la venganza de la “China”, pues años atrás, según cuentan las noticias de la época, ‘Tatán’ quemó vivo a su pareja, otro delincuente, Víctor Pizarro alias “La Zamba”.El inquilino favorito de la cárcel murió el 15 de junio de 1962, en manos de ese despechado colega suyo. Murió en su ley. Con su desaparición, las páginas policiales de aquella Lima dejaban en paz a uno de sus más célebres personajes, pero la leyenda que habían creado nunca murió y sigue viva hasta nuestros días.

La Victoria y el Hampa limeña (2ª PARTE)


LA HUERTA PERDIDA (SEGUNDA PARTE)

( A mi hermano Paul García)
Lima en sus primeras décadas de existencia tuvo como parte del paisaje muchas huertas y jardines. Generalmente éstas estuvieron entre las casas de la ciudad y la muralla. Su función principal era, pues, dotar de alimentos y de un ambiente de esparcimiento a sus moradores. A muchas huertas se podía ingresar por el módico precio de diez centavos y comer toda la fruta que se deseara -pero no llevársela-. En algunas también se improvisaban fiestas con guitarra y cajón. No en pocas se brindaba hospedaje a parejas ocasionales. Las huertas formaban parte de la ciudad: obligatorias para tener una vivienda completa, con todas las comodidades y recursos necesarios.
Pocos saben que este sector del Centro de Lima, que en las últimas décadas ha afrontado una gran oleada de criminalidad –reflejada en los periódicos y en las noticias policiales de la época-, tuvo antes un pasado apacible, como parte de una huerta espaciosa y de muchas hectáreas. Sus orígenes se remontan a la época colonial, cuando el Virrey José de la Serna –por cierto, el último representante personal del Rey en Perú, puesto que ya se estaba gestando la causa independentista-, por pedido de su esposa, destina un espacio de las periferias del Centro –un amplio y pacífico espacio a orillas del río Rímac- como huerta, la cual adorna de flores que autoriza traer de España. Una vez en Lima, transcurrieron días y meses hasta que las plantas empezaran a crecer y a embellecer el huerto. No es de dudar que su gran atractivo y belleza atrajo mucho la atención de la ciudad -lo que también generó la envidia de los vecinos cercanos-. Tal es así que más de uno se atrevió a robarse una a una las flores de la huerta, hasta que ésta quedó deshecha, ante la tristeza y decepción de la pareja real. Al no hacer realidad su sueño, la catalogaron como una huerta que se perdió, una ‘Huerta Perdida’.

Sin embargo, existió un considerable número de huertas en las periferias del Damero de Pizarro como las que ostentaban los descendientes españoles, órdenes religiosas y ciudadanos adinerados (la Quinta Presa y los diversos conventos para indios son una evidencia de la existencia de huertas a las afueras de las murallas de Lima) en los Barrios Altos y el Rímac. Una de ellas fue, en efecto, la ‘Huerta Perdida’, quizás la huerta más reconocida hoy en día –tal vez no por las mejores razones- pero que ha permitido volver a comentar un tema no tan investigado: el proceso de urbanización en Lima –que ocurrió de manera acelerada, por cierto, sobre todo durante el desborde popular o la incursión democrática de los migrantes en la capital.
Con el paso del tiempo la ‘Huerta Perdida’ y las demás huertas fueron “habitadas por personas a las que les gustaba vivir en las chacras para cultivar plantas y flores, como viviendas-huertas. Y también una parte de estos terrenos eran cuidados por gente mala a la que llamaban bandoleros”. Ya en la República, durante las primeras décadas del siglo XX, la ‘Huerta Perdida’ fue habitada por personas procedentes del interior –migrantes- dedicados a la agricultura (que empezaban a construir las primeras viviendas y cuartos alquilables). En los años 50, con mayor notoriedad, se emprendió un proceso de urbanización –precaria, con material noble- en sitios rurales como la ‘Huerta Perdida’: “(…) se hizo más poblado.
Sobre su peculiar nombre también existe otra explicación. Clemente Ramos, en su muy interesante libro “Barrios Altos: tradiciones orales”- comenta cómo el laberinto que era la huerta tanto para entrar como para salir era la característica que le había dado el nombre: “¿Sabes por qué su nombre de ‘Huerta Perdida’? Porque tú entrabas y no sabías por dónde salir, salías pa’ otro lado, pero no salías por donde habías entrado. Por eso le pusieron la ‘Huerta Perdida’, querías salir por donde has entrado y no podías. Si tú ibas, Amazonas se llama el otro lado, si tú te dabas cuenta salías por ahí y veías el río también, pues. Tenía un montón de salidas. Pero antiguamente sembraban flores para vender. Todo tenía dueño, era grande”.

Esto último –la venta de flores, aprovechando la cercanía de los cementerios Presbítero Matías Maestro y el Ángel- pudo haber sido el sustento de muchos pobladores de la ‘Huerta Perdida’– que habían llegado en su gran mayoría del interior del país. Se comenta que cuando “corrían los años cuarenta, la ‘Huerta Perdida’ era una huerta perteneciente a una familia chacarera de origen ruso; y en lo que hoy es la rotonda frente a la piscina municipal estaba una caña con una cruz y a su alrededor vendían flores (…) Cuando el terremoto de los cuarenta, la pared de la huerta de la familia rusa se cayó y ellos al poco tiempo se mudaron, y no se  recuerda exactamente en qué momento comenzaron a invadir gentes de no muy buena reputación, por la cual la llamaron ‘Huerta Perdida’.

Una pared de adobe sucia a medio caer, un roble en su delante junto a un poste de alumbrado público que se apaga y se prende como si estuviera sincronizado. De pronto aparecen sombras y al mismo tiempo desaparecen como rayos siniestros de oscuridad.

Entonces una mujer grita a lo lejos: “Mira”y la alarma de escape suena en la sien de cada precavido transeúnte. Y aquí hay que tener mucho cuidado le dice una madre a su hijo menor.

Se cuenta que cierto día un grupo de “huerteros” a escondidas paro un microbús, el caso es que cuando el iluso cobrador bajo para subir al supuesto pasajero siete de sus secuaces salieron de las sombras de la Iglesia Santo Cristo y raudamente se fueron sobre el cándido sujeto.

El chofer de la impotencia solo atinó, lo contaba entre risas, mientras se dirige a su humilde vivienda por el callejón Martinete en la Huerta Perdida, ahí donde un tiempo atrás se refugiaba “Tatán”.      



La Victoria y el Hampa Limeña (1ª PARTE)


EL BARRIO DE LA VICTORIA (1ª PARTE)
(A mi hermano Eloy García)
El distrito de la Victoria correspondía al fundo "La Victoria", cuya propietaria era doña Victoria Tristán, esposa del Presidente Don Rufino Echenique. Estas tierras, antes de la creación oficial del distrito, eran ampliamente conocidas como la Villa Victoria, en honor justamente a esta dama de renombre. Doña Victoria era hija del reconocido y poderoso don Pío Tristán y Moscoso, tío de la eminente escritora y luchadora social francoperuana Flora Tristán. La esposa de Don Rufino tenía en estos lares una vasta residencia con varios salones y un hermoso patio, en cuyo centro se erguía un soberbio pino australiano, que se podía avizorar desde muy lejos. Su casa-hacienda estaba situada aproximadamente en lugar que hoy ocupa el teatro La Cabaña, en el Parque de la Exposición. 

Con motivo de la elección de Don Rufino Echenique como Presidente de la República, su esposa resolvió dar un baile que marcara época. Se cuenta que en aquella fiesta hubo invitadas que lucían nobilísimas más de S/. 100.000 en joyas. Tal es así que la narra una tradición de don Ricardo Palma, quien por cierto asistió a esta inolvidable fiesta en la casona de doña Victoria, relata con exquisitos detalles la magnificencia, boato y esplendor del muy famoso baile que se desarrolló en la noche del sábado 15 de octubre de 1853.

El ilustre tradicionista describe el lujo deslumbrador e insultante de muchas damas limeñas que se habían enriquecido por los favores políticos de 'La Consolidación' (beneficiados con el pago de la deuda interna). Lucían alhajas, piedras preciosas, collares de perlas, brillantes y rubíes; mientras que la anfitriona mostraba, con modestia y buen gusto, solamente algunos sobrios adornos de plata. Desde los días anteriores al gran sarao se agotaron todas las flores de los jardines limeños. Se tendió una alfombra roja de aproximadamente cincuenta metros de extensión y, a sotavento, se colocaron unos barriles con brea para proteger, con el humo que producía, la 'toilet' de las damas de la tierra que levantaban los carruajes que conducían. Pues bien, el baile resultó impresionante y por muchos años se habló del 'Baile de la Victoria'.

El distrito recién fue creado en 1920 (en época de Leguía), pero guardaba ya desde épocas anteriores, anécdotas y relatos que contar, hechos que permitían a La Victoria apropiarla de una tradición histórica muy rica, inclusive mucho antes de su creación como distrito capitalino.

Los nuevos urbanísticos del nuevo poblado fueron realizados, por encargo del Gobierno, por el constructor Enrique Meiggs, después de haber dirigido el derrumbe de las viejas murallas que rodeaba el Cercado de Lima construidas en la Colonia. En la construcción de calles y veredas intervinieron la Compañía Urbanizadora de Mariano Felipe Paz Soldan y la Compañía Urbanizadora La Victoria. Afuera de las murallas se ubicaban algunas casas que, con esa modificación, dieron más posicionamiento al barrio de La Victoria. Una de las primeras vías establecidas en dicho barrio fue la vía que actualmente es la avenida Manco Cápac, nombrada así en honor a Manco Cápac, primer emperador inca del Tawantinsuyo.



 La Victoria ha sabido convocar en su seno, por ejemplo, a inmigrantes extranjeros, en especial, representantes de la colonia italiana, y judía en los dorados años 20.

Una de las calles más céntricas  y pulmón del  distrito es la Avenida Graú, que va desde el Monumento a Miguel Graú, hasta casi con la carretera a Chosica.

La Victoria en la actualidad, más que un distrito, es un hogar para muchas personas que intentan cada día alcanzar sus sueños de prosperidad. La ahora llamada "Rica Vicky" acoge a una gran cantidad de provincianos y otros pujantes que, en sitios como Gamarra, el emporio comercial número uno del país, y en mercados mayoristas como La Parada, tratan diariamente de conseguir el deseo de toda su vida: una mejor vida, quizás, o una educación competitiva para sus hijos. De La Victoria tradicional quedan algunos rezagos, algunas casonas y quintas, además de callejones. Lo que si es que hay que tener cuidado, lastimosamente, para caminar entre estas zonas de vistosidad arquitectónica e histórica.

A pesar de la fama de distrito peligroso, debido a los índices de criminalidad y decadencia que sufre el lugar, especialmente en la parte norte del distrito (que colinda con el Cercado de Lima, El Agustino y San Luis), tiene gran empuje comercial, como Gamarra y La Parada, y muestra en la parte sur un carácter más residencial y menos peligroso. En este último sector se halla la huaca Santa Catalina (propia de cultura ichma), lo cual evidencia que en La Victoria también se ubicaron las viviendas y lugares de culto de nuestros antepasados.

Traigo a relación un suceso que sucedió una fría, lluviosa y húmeda mañana del mes de junio del año 1959, un acaudalado comerciante se dirigía, como todos los días, muy temprano desde su casa de Santa Beatriz,  abrir su establecimiento de venta de repuestos, cuando se dio cuenta que la puerta de la entrada había sido forzada. Al entrar se dio con la gran  sorpresa que la caja fuete había desaparecido. De inmediato se llamó a la policía para hacer la denuncia correspondiente. Se pudo comprobar que los amigos de lo ajeno habían realizado un forado por el techo, bajando a un patio interior hicieron otro boquete  y lograron entra con toda libertad al establecimiento y desplazaron la gran caja hasta la calle, levantando la puerta metálica y seguramente entre los “hombres de la banda”, la subieron a una camioneta y la hicieron desaparecer.

La policía de la Victoria de inmediato puso en marcha las pesquisas y  las averiguaciones del caso, se tomó declaración a los empleados del establecimiento, y muchos sospechosos y solo se pudo llegar a la conclusión que quienes se habían lucrado de los ajeno era la banda de Tatán. Pues ellos eran especialistas en esta modalidad de robos. Así lo explica la biografía de tan singular personaje

Me cuentan que dicho comerciante no desmayo y siguió buscando durante algún tiempo  su caja de caudales con dinero y documentos de valor. Tiempo después la policía encontró la caja abierta, pero el dinero y más cosas habían desaparecido. La policía sostuvo que el robo se había realizado por la banda de Tatán..

Seguramente la caja fuerte fue escondida  y después abierta en  La 'Huerta Perdida' o 'Jardín Rosa de Santa María' 

miércoles, 15 de agosto de 2012

¿POR QUÉ NO VER A LA PESQUERÍA COMO VEMOS A LA MINERÍA?




Lo que sucede en Cusco y Cajamarca en defensa de su medioambiente y sus recursos naturales, me hace fijar la vista en lo que sucede en nuestro país con la pesquería, topándome de golpe con una realidad que debe hacernos reflexionar para levantar la cerviz desde hace tiempo inclinada a los intereses de los poderosos industriales pesqueros.
La minería es la actividad extractiva que significa el 30% del PBI de las provincias en nuestro país, pero que al mismo tiempo deja muchos pasivos que el Estado no ha podido resolver a entera satisfacción de las poblaciones en donde se explotan estos recursos mineros (especialmente en el tema ambiental), lo que le obliga a mantener celosa vigilancia sobre los efectos negativos de esta actividad y una confrontación permanente con su sociedad civil, que no claudica en la cerrada defensa de sus recursos naturales y su calidad de vida. Esa actitud enérgica de la población, es la que le ha permitido en momentos actuales mantener en jaque a todo el ejecutivo, el mismo que tiene que hacer el máximo de sus esfuerzos  para garantizar la gobernabilidad del país.
En paralelo a la acción de su sociedad civil, el trabajador minero es relativamente bien pagado con una jubilación acorde a su condición laboral de alto riesgo; y en cuanto al respeto de sus derechos, ha demostrado férrea unidad y una enorme  capacidad de organización que lo demuestra en sus compactas jornadas de lucha en las que han paralizado pueblos enteros.
¿Alguna similitud encontraremos con la actitud de nuestra sociedad civil impasible al abuso que sufre el pescador activo o al drama que vive el pescador jubilado, y ciega teniendo enfrente pestilentes aguas que cubren vergonzosas playas en las zonas donde se instalan las plantas industriales pesqueras?
En contraposición a lo que sucede con la minería, es lamentable nuestra triste realidad pesquera, entendiendo que esta actividad genera millonarias divisas a nuestro país, importancia económica a la que habría que añadir que solo el 1% de la cuota de anchoveta autorizada para ser capturada (estimada en 6 millones de toneladas), tiene un valor aproximado de 100 millones de dólares.  Y es que,  a pesar de las innegables millonarias ganancias que deja esta actividad extractiva,  el empresario pesquero paga menos de 3 dólares por tonelada de anchoveta extraída y tiene todo nuestro mar a su disposición, no tiene ninguna responsabilidad social que le exija el Estado, ni para proteger al pescador, ni para preservar el recurso que explota y por último ni para cuidar el ecosistem! a y el medioambiente. Es por eso que tenemos pescadores jubilados impagos desde hace 36 meses, pescadores activos explotados a quienes se les merma su remuneración adulterando el software de las balanzas en las descargas, la proliferación de la corrupción para dar vida a la pesca negra y depredar el recurso marino existente en sus sagradas 5 millas, la sobrexplotación de algunas especies que las conducen inexorablemente a su extinción como sucedió con  la sardina,  la falta de fiscalización sanitaria y ambiental en la industria pesquera, y la injustificable desatención a numerosas playas contaminadas a lo largo de nuestro litoral.
Contrariamente a lo que sucede en el sector minero, la naturaleza ha enriquecido nuestro mar con recursos renovables que necesitan de la participación del Estado no solo para dictar políticas pesqueras para su preservación, sino también para crear mayores obligaciones a quienes lucran con su explotación y logran millonarias ganancias a cambio de irrisorios pagos por derechos de pesca.
Es además poco o nada el aporte que  recibe el sector del capital privado,  debido al comportamiento sumiso de sucesivos gobiernos a quienes les cuesta convencerse que  estos recursos en un país con altos índices de desnutrición, se convierten en las armas perfectas para proporcionar las proteínas necesarias para combatirla y erradicarla.  Con ese norte, el empresariado pesquero debería aportar más para que el Estado pueda invertir en las infraestructuras físicas que se necesita para el mejor aprovechamiento de sus recursos destinados a la alimentación popular, como la modernización de desembarcaderos, cadenas de frío, etc. Asimismo, se debe pensar seriamente en imponer las regalías pesqueras, puesto que el empresariado pesquero le ha puesto un candado jur&ia! cute;dico al irrisorio derecho de pesca por 10 años, a través de la Primera Disposición Final contenida en su norma hecha a la medida de sus intereses, como es el polémico y funesto Decreto Legislativo 1084.
Si ponemos mayor atención a un pago justo por la extracción del recurso anchoveta, mayormente destinada a la producción industrial de harina y aceite de pescado, podremos además aprovechar mejor el canon pesquero (50% de los derechos de pesca y 50% de impuesto a la renta), que actualmente por la equivocada forma en la que se distribuye y por la pobre recaudación que se obtiene, se atomiza al momento de asignarla a los gobiernos locales y regionales.
Es necesario entonces, fijar la mirada en una de las actividades productivas que más aporta al PBI de nuestro país y al mismo tiempo una de las la que más impacto negativo produce a nuestro medioambiente, para que pescadores que quieren reivindicar para sí un mejor trato social, laboral y remunerativo, junto a su sociedad civil en defensa de los recursos y su medioambiente, establezcan una estratégica alianza siguiendo el valiente ejemplo de esa fuerza combinada del trabajador minero y su sociedad civil cuando actúan en defensa de los recursos que la naturaleza privilegió en su zona, para que así puedan participar directamente de los beneficios económicos que esta actividad genera y exigir al Estado el pleno respeto a su derecho a tener una buena calidad de vida.