domingo, 15 de septiembre de 2013

II AVENTURAS Y DESVENTURAS DE NUESTRO AMIGO MANOLO

                                                                                   “Que terrible será cuando yo me
                                                vaya a morir sin haber vivido”

Este Oviedin que casi siempre tiene un cielo color panza de burro, aparenta ser  una ciudad triste, y “cuando el sol logra desgarrarse de las nubes y posarse sobre el mojado asfalto, toda la ciudad se esponja y se empapa de sol…”.
Pilares – como la bautizó el ovetense Pérez de Ayala, es una ciudad abúlica, donde residen muchos jubilados – de todas las edades, de todas las razas y de todos los colores-. Nuestro amigo Manolo, no puede ser una excepción, en esta ciudad azul a las faldas del Naranco. Vive solo en su casa, desde hace poco tiempo está  jubilado, y siguiendo los mandamientos del buen retirado, vive de sus rentas, y es por eso que  no tiene apuro de nada. Suele levantar todos los días a las doce y treinta y cinco de la mañana –hora exacta que es 13 la suma de los dígitos- porque para él todo tiene que  cumplirse estrictamente según  el  horario que tiene programado para todos los días.
Es el mayor de dos hermanos y pertenece a una buena familia ovetense, nació muy cerca del hospital psiquiátrico, allá por las calle de Bermúdez de Castro, llamado a su vez campo de los Reyes,  por sus calles y huertas se crio jugando con otros chicos. Aprendió a jugar al futbol  en la calle con otros muchachos de su barrio, y otras veces haciendo diabluras como todos los chicos de aquella época. De vez en cuando iban en tropel al hospital psiquiátrico, que estaba muy cerca de donde vivía, para visitar a los internos mansos, celebrando muchas veces con algarabía, las palabras incoherentes que solían decir aquellos hombres enfermos.
Como todo buen ejecutivo tiene un secretario, que comparte con su hermano José, quien le resuelve todas sus inquietudes y problemas, le acompaña a comprar sus medicinas, a ver los neumáticos nuevos para su carro; estando a  su  servicio las veinticuatro horas del día. En otras muchas ocasiones, las funciones se invierten, actuando como secretario del secretario.
Después de levantarse, tomar el desayuno, sale de su casa, observando antes que sus pantalones impecables estén con su raya bien recta y sus zapatos brillantes. Después de pasar revista a su indumentaria, sin apuro,   se dirige hasta el pequeño café “Yoraco, ubicado en  los bajos del Edificio Sedes, en la calle Yela Utrilla, antes de que lleguen los tertulianos mañaneros lee el periódico, para luego incorporarse a la mini  tertulia,  que dura aproximadamente una hora, al cumplirse este tiempo, -exactamente, porque le han enseñado desde pequeño que la puntualidad, es sinónimo de buena educación-, se levanta solemnemente de su asiento, se dirige a la barra y paga su consumición. ¡Cosa importante¡ no se deja invitar por nadie, y si esto sucediera arma un lio que mete miedo.
Por las tardes, después de la comida – que le ha enviado su hija Yolanda – su ojo derecho- en unos tapers para toda la semana – descansa un rato y luego sale a caminar, -de cuatro a seis por el centro de Oviedo- en estos largos paseos observa los establecimientos, que han cerrado, o que están por cambiar el giro de sus ventas; se encuentra con muchos amigos a los que saluda cortésmente, y en muchas ocasiones  no deja de echar una parrafada, y si tiene tiempo toma un café.
El centro está lleno de gente, bocinas, calor, mucho calor del verano, altoparlantes, autos y ruidosos niños que juegan en la calle. Cruza por el Campo de San Francisco con sus frondosos y milenarios árboles. En una acera un violinista ucraniano, interpreta una pieza, y los viandantes, que van apurados a sus quehaceres lo miran de soslayo, y alguno le echa una moneda al suelo, para ayudarlo. Un poco más adelante en la acera de enfrente,  un acordeonista toca  “La Comparsita”, los paseantes pasan sin hacerle mucho caso, no se inmuta y sigue con su trabajo, aporreando las teclas de su viejo instrumento musical. Un poco más allá, se encuentra con unos mimos  vestidos de novios, que cuando los apresurados paseantes, les dan una moneda cambian de posición, como agradeciendo el dinero, después de observarlos con mucha curiosidad, prosigue su paseo y llega hasta el café Buena Ventura, aprovecha de que es temprano, para lustrase los zapatos y tomase una cerveza. El “lustra” realiza su cometido rápidamente y con mucha destreza, Manolo observa que brillen bien, le paga y le deja  una propina. Como es la hora  programada, para  regresar a casa, abandona el local. Pasa por delante de la Caja de Ahorros, en la Plaza de la Escandalera, es en ese  momento que el reloj, con los acordes del “Asturias Patria Querida”  marca las seis de la tarde. Apura el paso,  cortando camino por el Campo de San Francisco, para llegar antes de media hora. 
Al llegar a su piso, descansa un poco, y después, se prepara para salir a compartir, su tertulia de la tarde. El camarero al verlo llegar, le sirve una cerveza, con un platito de jamón y tortilla; ¡oh, lála¡ Al rato pide una copa de vino, aunque no está acostumbrado a tomar alcohol. Son las diez de la noche, hora en que normalmente  todos los tertulianos se van despidiendo, para ir de vuelta a casa. Mira su moderno reloj y se levanta solemnemente, se despide y regresa a casa. Al pasar por los otros cafés de la zona no deja de saludar ceremoniosamente y con afecto a los amigos. Había sido muy buen mozo de joven, un seductor que todavía hace suspirar a solteras y casadas.  
Al llegar a su piso, descansa un poco enciende la televisión, se acomoda en su sillón de Voltaire y después de ver las últimas noticias, hace zapping y comienza a ver una película muy bonita cuya banda original es “La sinfonía del nuevo mundo” de Beethoven, que lo emociona y le hace que le saltan las lágrimas.   
En el Bombe, la “Trattoria di Fabio”, existen varias tertulias, si nos remontamos al origen de la palabra tertulia, es una reunión informal y periódica de gente interesada en un tema o en una rama concreta del arte, la ciencia o la filosofía, para debatir e informarse o compartir ideas y opiniones. También se conversa de amores y desamores  Por lo general, la reunión tiene lugar en café o cafeterías, suelen participar en ellas personas del ámbito intelectual. Es una costumbre de origen español y se mantuvo arraigada hasta mediados del siglo XX en las colonias independizadas del imperio español. A los asistentes se los llama «contertulios» o «tertulianos».
El Bombe “la Trattoria di Fabio”, un café restaurante pequeñito, no tiene muchas mesas, y está decorado con unas fotos preciosas del Paseo del Bombe, del parque San Francisco, se encuentra en la calle Pérez de la Sala. Su propietario es un italiano, nacido en la Ciudad Luz,  y se llama Fabio. Es de constitución fuerte, es alto y con sus manos grandes, como es él, grande,  el  pelo rizado y muy revuelto, de tanto pensar. Es una excelente y muy noble persona, todo lo que tiene de grandón lo tiene de buena persona. Es el clásico relaciones públicas, que atrae a la clientela por su simpatía. El camarero, Ovidio es  de origen rumano y  muy atento con la clientela; y Luis el chef,  es de Portugal,  y cocina exquisitamente muy bien. En este pequeño bar cuya especialidad es la cerveza y el vino de todos los siglos, de todos los colores y sabores, también se sirven cafés y comidas italianas.  
Desde hace unas semanas Manolo, se queja de un dolor de pie, -que  lo tiene loco-, los tertulianos, después de un cambio de opiniones y hacerle un prueba de tacto en el pie doliente, en consenso, le dicen que vaya a ver a un fisioterapeuta,  lo acepta, pero, - dice- antes quiero ir a ver al docto, redundando, doctor Florencio, su médico de cabecera de toda la vida, y que conoce muy bien todas sus dolencias crónicas.
A las diez de la noche –hora exacta, es cuando se retira a su casa, cena una cosita ligera, que le ha preparado su hija, después ve un rato algún programa de corte político en la televisión,  toma  su pastillita, que le receto su galeno, y duerme toda la noche como un niño.
A la mañana siguiente, de acuerdo a la cita que le han dado en el ambulatorio, se levanta a su hora prevista, se acicala y va al ambulatorio para que su médico le diagnostique, sobre el dolor del pie. Su amigo lo examina y le  receta unas obleas, solo para el dolor, que tiene que tomar durante  una semana. Le dice que es muy probable que tenga, la gota, -enfermedad producida por una acumulación de cristales de sales de urato (ácido úrico)  en distintas partes del cuerpo, sobre todo en las articulaciones, tejidos blandos riñones. El ataque agudo de gota típico consiste en una artritis que causa intenso dolor y enrojecimiento de inicio nocturno en la articulación del dedo gordo del pie. La gota es uno de los tipos de artritis por microcristales.
Nuestro compañero de tertulia llega al café y cuenta su aventura con el médico, diciendo que va a seguir el tratamiento los días que le han indicado, además acota aduciendo de que el galeno se ha equivocado con el diagnostico, ya que  – según cuenta- sigue al pie de la letra la dieta que le prescribieron desde hace tiempo.
Pasan dos semanas y los dolores son aún mayores, los tertulianos le siguen diciendo que vaya a un fisioterapeuta, pero el vuelve a pedir cita a su médico, para que lo vuelva a ver. El día señalado para la cita, se dirige al ambulatorio y se enfrenta a su galeno, quien lo vuelve a revisar y al tocarle el pie, este lanza unos terribles quejidos que se escuchan por todo el ambulatorio. Al observar  que efectivamente el dolor es muy agudo,  le indica que tiene que hacerse unas radiografías, y unos análisis de orina y de sangre. Le entrega un tubo de ensayo para que evacue sus orines, Manolo alega que el mismo es muy pequeño, entonces le dan un vaso de plástico para que orine en el mismo y después lo pase al tubo. Sale de allí y pide la cita para que los radiólogos le saquen la radiografía, a la hora que él quiere. Se señalan su turno para las seis de la tarde, al mismo tiempo que se prepara para los otros análisis.
Él día que lo citan va a sacarse la radiografía a las seis de la tarde llega un poco antes de la hora y enseguida el radiólogo lo llama, quien le manda sentarse en la camilla sienta en una camilla y que se descalce y ponga el pie torcido para tomarle la placa. Pero siente unos fuertes dolores de los que se queja con grandes gritos. Una vez realizada esta operación le dicen que espere un rato en la sala de espera, hasta que le digan que la lámina ha salido bien.
Pero ¡Oh sorpresa!, parece que Manolo alucina, piensa que es una reacción de la misma radiografía, Ve a una señora con el brazo escayolado, que es acompañada por una señora y un hombre vestido de “gaiteiro”. Ellos se dirigen a otra consulta y se pierden por los pasadizos del Ambulatorio.
Sale del ambulatorio con el dolor de pie es aún más agudo y piensa llegar a casa rápidamente para meter el miembro adolorido primero en el bidet y luego en la ducha con agua muy fría, al poco rato consigue que el malestar se le pase un poco, sale a la calle y enseguida se le viene a la memoria  la figura de  un amigo de otros tiempos, que lo  llama por teléfono, todas las tardes, bajo la modalidad de llamada oculta, para fastidiarlo. Pero desde hace días el móvil permaneces mudo.
Como toma una pastilla para dormir Manolo muestra su preocupación de quedarse dormido, -confiesa que no sabe programar el reloj despertador-  le ha pedido a su hija Yolanda – que es la pupila de sus ojos- que lo llame a las siete y media de la mañana para llegar a tiempo al ambulatorio y hacerse los análisis de  sangre y orina.
Al sonar el teléfono, se despierta, se lava y se dirige al garaje a buscar su coche, - un Mercedes último modelo, que cuida más que a una mejer, que solo utiliza cuando tiene que trasladarse lejos  -  para no perder tiempo y llegar a las ocho de la mañana, al Centro de Salud,  aparca encima de la acera, entrega su tubo de ensayo con la micción, y se dirige a otro consultorio para que le extraigan la sangre.
Se acerca una enfermera joven, -y muy guapa- provista de cuatro “grandes” tubos para sacar el líquido rojo. Al ver toda esa maniobra  preliminar, piensa que le van a hacer una gran sangradura.
Sentado en una mesa con el brazo derecho, y la camisa remangada, está preparado para que lo pinchen, pero se encuentra muy nervioso, - la enfermera trata de tranquilizarlo – él le dice que es muy guapa, y hasta la invita a cenar un día de estos- mientras le está diciendo todas estas bonitas palabras, aprovecha de introducirle la aguja en la vena y la sangre sale a borbotones, que llenan los tubos en menos de un segundo.
Pero Manolo se sorprende porque nota una cosa extraña, de que en esos cuatro tubos que contienen el precioso líquido no es azulino. Se dirige  a la sanitaria, y le dice que en la operación ha hecho algo mal, ella, asombrada  le responde de por qué le hace esa observación. Se levanta solemnemente, y con voz profunda,  le manifiesta que él es noble y tiene sangre azul. La enfermera extrañada, cambia de cara, se pone seria e incrédula. Pero se da cuenta que ha sino una broma, y celebra la ocurrencia. Terminada esta operación se arregla la camisa, le vuelve a repetir los piropos e invitaciones, que le dijo al llegar, se despide cortésmente, saca su coche de encima de la acera y vuelve  a su casa para meterse nuevamente en la cama y seguir durmiendo.
En la calle hay mucho  bullicio, el rápido caminar de la gente que van a sus oficinas, otras que pasan al mercado o llevando a los niños al colegio. Algunas beatas se encaminan a la iglesia para la misa de las 12.30.  Manolo, antes de levantarse llama a su hija quejándose de que sigue con el pie muy adolorido. Se levanta, se da una ducha fría, prepara su desayuno de costumbre. Busca algo que hacer, para no aburrirse y se dedica a limpiar y dar lustre a sus muebles antiguos y a la platería heredados de sus padres, pasa la vista por los retratos que cuelgan en las paredes, observa que los libros estén bien alineados en sus estanterías, su escritorio milimétricamente ordenado, con sus cuadernos de notas  alineados, lápices y lapiceros, calculadora, informes viejos, computadora encendida y el aparato de televisión siempre puesto ¿Cómo no va a sentir nostalgia de todo esto?.
Al poco rato después de hacer estas faenas de casa, le sucede otro acontecimiento importante,  debido al polvo se le han infectado sus ojos, se mira en el espejo y se asusta de lo irritado que está, llama nuevamente a su hija, quien acude a casa rápidamente y al verlo así lo lleva con toda prisa al médico. Al llegar a la consulta, pasa de inmediato porque no hay nadie en la sala de espera. El galeno de guardia le diagnostica una conjuntivitis vírica y le explica que en esta ciudad hay una toxina que está afectando a muchas personas. Con toda la atención y cariño que se merece una persona de la nobleza ovetense, el médico le recta un colirio, que compra rápidamente al salir del ambulatorio “parece una plañidera de la casa de Bernarda Alba”. Raudo y veloz se va a casa, hace una profilaxis de todas las cosas que utiliza diariamente, se echa el colirio, para refrescar sus ojos y sale a dar su ronda rutinaria. En la esquina se encuentra con el ciego que vende la lotería, lo saluda y sigue su camino expedito, para encontrarse con los tertulianos.
Aquella tarde-noche después de conversar largamente con sus amigos, se despide, sin antes anunciarles que al día siguiente volverá al consultorio para que le digan si ha pasado el control médico, y le indiquen sobre la dolencia del pie. Aunque ha tomado su pastilla de Lormetazapan, esa noche no duerme pensando en lo que le dirá su médico.
A las trece horas llega al centro sanitario, el doctor Florencio lo recibe cariñosamente, le extiende la mano, le ofrece que se siente en una silla vacía, que tenía enfrente. El galeno, busca la historia clínica con toda tranquilidad, después de revisarla cuidadosamente le dice que se encuentra muy bien de todo, que siga así. El paciente incrédulo le vuelve a preguntar con insistencia, si no tiene nada grave. El galeno le vuelve a repetir: ni colesterol, ni los triglicéridos, ni la orina, ni la próstata, ni nada de nada. Es entonces cuando Manolo le cuenta que como el día anterior descubrió que su sangre no es azul, sino roja, es ahora cuando pienso que  me pueden venir todas las enfermedades del mundo.

Florencio su médico y amigo le celebra su ocurrencia y le enseña el historial repitiéndole que no hay nada que recetar, que se encuentra muy bien. Al salir de la consulta, como por arte de encanto todas las dolencias incluida la del pie han desaparecido. Ahora Manolo está muy mejorado, gracias a los consejos de su hija, de Florencio y de los tertulianos y ha vuelto a revivir todas sus actividades rutinarias de todos los días.