martes, 30 de septiembre de 2014

HISTORIA DE LA ESTATUA DE FRANCISCO PIZARRO

.En 1934 se embarcó en el puerto de Nueva York la efigie ecuestre de Francisco Pizarro. La estatua había sido realizada por Rumsey en 1910, pero fue fundida por E. Gargani, en Brooklyn, Nueva York, con una técnica aparentemente diferente a la usada para la estatua gemela de Trujillo poco antes de su envío, luego de concluidos los arreglos del donativo entre la viuda del escultor y el representante diplomático del Perú en Washington. Se dijo entonces que la estatua medía 6.60 metros de altura y pesaba 5,850 kilogramos.La estatua de Pizarro fue inaugurada en Lima el 18 de enero de 1935, como parte de las celebraciones conmemorativas del Cuarto Centenario de la fundación española de la ciudad. En su discurso el alcalde Luis Gallo Porras no pudo menos que elevar a Pizarro a la condición de «figura preclara del héroe y del civilizador». El ministro plenipotenciario español Luis de Avilés y Tiscar pidió respetuosamente las autoridades peruanas que al costado de Pizarro se pusiese una estatua del Inca Garcilaso de la Vega hecha por el escultor Manuel Piqueras Cotolí, que había sido costeada por la colonia española. El embajador de Estados Unidos, Fred Morris Dearing, destacó «la obligación inmensa de todos nuestros pueblos hacia la Madre España, gran colonizadora del Nuevo Mundo».En 1952, siendo alcalde de Lima Luis Dibós Dammert, se efectuó el traslado de la estatua del atrio de la Catedral a la Plaza Pizarro, solar aledaño a la Plaza de Armas, en el que se demolió una de las casas más antiguas de la ciudad, sobreviviente de la época de la fundación española. No están claros los motivos del traslado, aunque se repite con frecuencia que fue una decisión del presidente de la República, el general Manuel Odría. Pero en los diarios de la época declaraban voces airadas de la oposición por el procedimiento autoritario que se había seguido para decidir el cambio, sin haberse abierto previamente un debate público. En preparación del inminente traslado, la estatua peregrina de Francisco Pizarro fue bajada de su pedestal, quedando situada a su costado, mientras que el tráfico de tranvías se detenía durante media hora y los transeúntes observaban las grúas y el desmontaje con curiosidad. Luego de permanecer descabalgada más de tres semanas, el 26 de julio la estatua del conquistador fue llevada hasta la Plaza Pizarro, ante la mirada atenta de más de un millar de personas que la acompañaron durante hora y media, en lenta procesión. El nuevo emplazamiento fue inaugurado el 28 de julio de 1952, en lo que podríamos considerar una celebración contradictoria del Día de la Independencia. En 1968 se promovió la idea de trasladar la estatua de su ubicación en la Plaza Pizarro al patio de Palacio de Gobierno, y en 1972 surgió una iniciativa para moverla al distrito del Rímac, en la margen derecha del río, aunque ninguna de ellas se llegó a cumplir.
Durante largo tiempo, el arquitecto Santiago Agurto Calvo lideró con empeño y perseverancia la corriente que buscaba quitar la estatua de su plaza. En un artículo de 1991 fijaba claramente su posición, que se puede resumir en los siguientes argumentos: el monumento era lesivo a la peruanidad; fue creado para la patria del conquistador pero no tenía cabida en la tierra de los conquistados; representaba a Pizarro el conquistador; fue motivado por la alienación, egoísmo y plutocratismo de los gobernantes y por la pasividad, desorientación y acomplejamiento de los gobernados.
Sobre esta base Agurto proponía cambiar el emplazamiento de la estatua de Pizarro como un hecho simbólico, para establecer una nueva escala de valores y gestar una nueva cultura nacional y reemplazarla por una nueva imagen del Pizarro fundador de la ciudad de Lima, en lugar de la del conquistador del Perú, a la manera del monumento que con esas características se exhibe en la ciudad de Piura. La causa de Agurto se fortalecería a partir de su elección como regidor municipal en el Concejo Provincial de Lima y en 1997 lograría obtener la sanción preceptiva para la remoción de la estatua de la Plaza Pizarro, aunque la mudanza tardaría todavía unos años en hacerse efectiva.
Un curioso acto se realizó en 2001, el 24 de junio, día del solsticio de invierno en el sur, día del Campesino y fiesta del Sol entre los Incas, cuando la estatua de Pizarro fue objeto de una intervención pública al cubrírsela con una tela estampada con motivos de la arquitectura incaica. La acción simbólica del artista Juan Javier Salazar no tuvo el impacto que muchos hubiesen esperado en la población y pasó casi desapercibida.
Por fin llegó el día del segundo traslado de la estatua. El sábado 26 de abril de 2003, al filo de la medianoche, fue retirada sorpresivamente de la Plaza Pizarro. Ese día por la tarde habían estado ahí el arquitecto Agurto y el alcalde Luis Castañeda Lossio, quien, sin duda influido por Agurto, debió percibirlo como la oportunidad para ganarse a una parte importante de la población.

También en esa ocasión se procedió al traslado sin iniciar previamente un debate público y sin convocar la opinión de la ciudadanía. Ya con el hecho consumado, los medios de comunicación publicaron numerosas notas y declaraciones de especialistas y de sectores diversos de la sociedad que reflejaban las posiciones enfrentadas e irreconciliables de quienes estaban a favor o en contra de la acción de la autoridad municipal. Sin embargo, el impacto de la polémica no llegó a movilizar significativamente a la población a pesar de la importancia del espacio público involucrado y del simbolismo del personaje. Luego de permanecer almacenada en un depósito municipal, la estatua fue instalada el 19 de octubre de 2004 en un extremo del nuevo Parque de la Muralla, en el centro histórico de Lima, a orillas de río Rímac. La efigie se ubicó casi al ras del suelo, prescindiendo de su imponente pedestal original, y sin que apareciesen las placas laterales de bronce. Esta es finalmente su ubicación actual. ¿La veremos en algún nuevo lugar pronto?. El mismo arquitecto Santiago Agurto realizo su campaña por hacer retirar la estatua del conquistador de nuestra Plaza Mayor, lo terminó logrando. Su iniciativa más reciente fue contra la estrofa del Himno Nacional que se ha venido cantando por decenios (la del largo tiempo…) que él consideraba, con justa razón, ofensiva ?a la dignidad de peruanos. Investigó y demostró su origen apócrifo, escribió Levantando la humillada cerviz ?(Norbert Wiener, 2004) y gestionó en el TC y en el Congreso para que se la proscriba, lo cual logró.

lunes, 29 de septiembre de 2014

UN DULCE DE NUESTRA LIMA DE ANTAÑO: EL RANFAÑOTE

El delicioso y rico ranfañote es un postre tradicional peruano a base de chancaca, coco, pasas, queso y pan. Sería casi imposible hablas de repostería peruana, sin dejar de mencionar, El Ranfañote, hubo dulces que tuvieron su origen, de las sobras y excesos de banquetes nobles, de los limeños de alta alcurnia y de españoles colonos,  fueron transformados en la humildad, de un fogón o de un horno improvisado.  Manos negras, esclavas, serviles, fueron capaces de dar forma, belleza y sabor a dulces como el ranfañote. 

Los platos y postres peruanos, componen la gastronomía de su país, sobreviven gracias a las personas y sus costumbres, sin embargo podrían también quedar en el tiempo y desaparecer. El Ranfañote es uno de esos postres que podría perderse en la historia, si es que no hubiera de esas personas que continúen divulgando su sabor y compartiendo su presencia que nos habla de la Lima de los Reyes.

Es uno de los dulces típicos de la gastronomía limeña, como el arroz con leche, el turrón de doña Pepa y la mazamorra morada entre otros. Muchas personas lo consideran como uno de los dulces más antiguos de nuestro querido Perú.


En los primeros años de la ciudad de Lima, este postre se consideraba ordinario y fácil de preparar. Hoy es considerado una joya de la gastronomía peruana. Sobre su origen existen 3 teorías. La primera, sostiene que en la época del imperio incaico, no existían las comidas con sabores dulces en la dieta de sus habitantes. Por lo que recién con la llegada de los españoles, se introdujo la caña de azúcar, que rápidamente se cultivó por todo el Perú. El azúcar y la miel de caña se hicieron muy populares, siendo combinadas con muchas de sus comidas. En aquella época era costumbre consumir el pan remojado en miel de caña. Este pan con miel fue evolucionando hasta que se convirtió en el ranfañote de nuestros días. La segunda teoría, es sobre los esclavos negros, que utilizaron las sobras de comida de sus amos, como pan tostado, pedazos de queso fresco, coco, entre otros. Y que haciendo uso de su imaginación le agregaron la miel de caña. Esto originó posteriormente el ranfañote. Finalmente, la tercera teoría, explica que durante la guerra entre el Perú y Chile en el siglo XIX, el pan tostado y el queso eran parte del rancho que recibían los soldados peruanos, quienes le agregaban miel. Esto derivó luego en el ranfañote. Según algunos autores, la palabra ranfañote es calificada como un peruanismo. Es posible que la primera mención de este dulce, se diera en el cuadro costumbrista de mediados del siglo XIX llamado “ranfañote”., que forma parte del “Museo de Limeñadas” de Rojas y Cañas, el autor señala que lo preparaban en casi todas las casas, y se refiere a este dulce como un “grotesco dulce” limeño, que le sirve para dar apellido a su escrito. El famoso Ricardo Palma, nacido en 1833, que escribió sobre las costumbres en la Lima virreinal, nos hace pensar en un probable antecesor del ranfañote, con su “Pan, queso y raspadura” de sus Tradiciones Peruanas, ya que precisamente son los tres ingredientes básicos de ranfañote. Generalmente este dulce se puede conseguir en las ferias de comida o en las dulcerías tradicionales. El siguiente es parte de un poema al ranfañote: Ranfañote, ranfañote, 
dulce de nuestros abuelos, 
antes de ocupar los cielos 
nos lo dejaron en dote. 
Ojalá tenga un rebrote 
la dulcería limeña 
y escuchando esta reseña 
vuelvan los dulces de antaño, 
delicias que no hacen daño 
y el paladar no desdeña. Receta para 5 o 6 porciones.

domingo, 28 de septiembre de 2014

EL SANGUITO



El sanguito es un postre con mucha tradición en el Perú. Sin embargo, en la actualidad no es muy fácil encontrar un lugar donde podamos disfrutarlo. Al contrario de otros manjares populares como el arroz con leche, los picarones o el suspiro a la limeña, el sanguito ha perdido cierta presencia en nuestras mesas (y calles).
Hecho a base de pasta de harina de maíz, azúcar, canela, anís, clavo de olor, vainilla y aceite, con llamativos adornos de pasas y coloridas grageas, este postre tiene un origen prehispánico, producto también del mestizaje culinario. Según cuenta Sergio Zapata Acha en Diccionario de la Gastronomía Peruana Tradicional, “fue consumido desde la colonia hasta nuestros días”.
“Este alimento se consumió a lo largo de toda la costa del Perú, existiendo también variantes en otros países como Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador y Colombia, diferenciándose en cuanto a los ingredientes y modo de preparación. Sin embargo, se respeta el dulce”, comenta Zapata.
Antes de que el sanguito viera la luz existían dos tipos de sangos. “Uno andino, similar a una masa de maíz cocido con poca agua, utilizado con fines religiosos y el sango de ñaju (planta que era importada de África en el siglo pasado), parecido al anterior pero frito en manteca de ajo, cebolla, picadillo de menudencia.
Según Nathalie Otarola en su artículo “Sanguito: tradición hecha manjar”, “en el mestizaje culinario, los negros solían siempre tostar y añadir manteca de cochino a sus comidas para lograr un mayor sabor”. Así fue como nació el sanguito.
Uno de los primeros autores que hace mención al sanguito tal y como lo conocemos es Ricardo Palma, él lo describe como un “guiso popular hecho de harina de maíz, una especie de mazamorra con azúcar y pasas”.
EN EL AMARGO OLVIDO
Los pregoneros guardan una estrecha relación con los postres de la Lima antigua. Gracias a ellos la fama de nuestros dulces creció. En aquellos años, los vendedores de sanguito se colocaban un cojín en la cabeza y encima la bandeja con el tradicional postre.
Con los años esta costumbre se ha ido perdiendo y cada vez quedan menos vendedores de sanguito. Máximo Piñeyro, que en el 2007 recibió la Orden al Mérito por Servicios Distinguidos en el grado de Gran Comendador, ensaya una teoría.
“Los que vendían han ido muriendo y pocos continúan la tradición. Cargar mucho peso en la cabeza puede afectar la columna. Por eso hay que fajarse, no todos lo hacen y aunque parezca mentira es una labor sacrificada”, dijo Pineyro, que actualmente tiene 65 años.
Óscar Velarde es otro sobreviviente. Participó en 2009 en Mistura y hasta ahora deleita paladares en el Rímac. Así los vendedores de sanguito pueden contarse con los dedos de la mano.
“El sanguito es una mezcla de harina de maíz, azúcar rubia con chancaca, canela, clavo de olor, anís y un poco de vainilla. También lleva pasas, pero yo las pongo encima porque, si no, a alguien le pueden tocar pocas. Se mezcla en una paila una olla grande, como las que se usan para hacer los chicharrones y se mueve con una paleta”, comenta Pineyro.
Luego cuenta su secreto: “Yo le hago una variación: en vez de usar manteca de chancho, uso aceite vegetal. Pero el secreto del sango está en cómo se cocina. No debe salir una mazamorra. Es una mezcla con cuerpo. Hay que mover duro”.
Este año, es lograr que la gente se reencuentre nuevamente con los postres de antaño y no se pierda esta rica tradición. Los guargüeros, el ranfañote, el camotillo, el chumbeque tendrán su lugar y el sanguito un espacio privilegiado.

HISTORIA DEL DULCE DE CAMOTE

El camotillo es un dulce muy apreciado y lo menciona nada menos que Ricardo Palma, quien nos cuenta que un procurador general de los naturales de estos reinos que vivía en el año 1716 en una esquina de la plaza mayor de Lima, al asomarse una mañana a ver una “bullanga populachera”, recibió “un camotillo, disparado con pretensiones de  pedrada”, el cual “vino a dar a su merced en plena calva” (“Tradiciones peruanas”).

Juan de Arona, en su “Diccionario de peruanismos” de 1884, al referirse al dulce de camote, nos informa que hay tres formas de prepararlo, explicándonos que “El dulce toma los nombres de camote con dulce (forma plebeya); camotillo (forma de clase media) y papilla y cabellitos de ángel (forma de alta aristocracia)”.

Una antigua receta para preparar los camotillos ha sido recogida por Josie Sison Porras de De la Guerra, indicando que a “400 gramos de azúcar hecho almíbar de punto, se le pone 460 gramos de camote cocido, pasado por un cedazo y el jugo de 2 limones, se le da punto, se le separa del fuego y se deja enfriar”. 

Luego, “En una lata de horno muy limpia y engrasada se forman los camotillos de la forma clásica. Esto se da tomando la masa con la hoja de un cuchillo o espátula de metal, haciéndola caer sobre la lata de manera que tengan la forma de un prisma de 10 a 12 centímetros de largo”.

Entonces “Se hacen secar en horno muy suave; al día siguiente se sacan de la lata con un cuchillo caliente”, indicando que “los dos lados del camotillo deben quedar secos y azucarados” y que “A los niños les encanta este dulce, sobre todo cuando se le ha puesto grageítas de colores encima de la masa, antes de ponerlos al horno” (“El Perú y sus manjares...”, Lima, Mastergraf S.A., 1994)

Como lo podemos comprobar, el camotillo es un dulce peruano muy antiguo y apreciado, preparado con el camote, que es nativo de nuestro país.

sábado, 27 de septiembre de 2014

LA LEYENDA DEL SALTO DEL FRAILE

Corrían los inicios de la década de 1860 y entre las nobles familias que habitaban Lima se distinguía la del Marqués de Sarria y Molina, quien había enviudado, concentrando desde entonces todo su afecto en su única hija, Clara, de 12 años de edad. Con el paso del tiempo, la niña creció bajo los cuidados de su nana Evarista, una mulata quien tenía un hijo llamado Francisco, tres años mayor que la niña.
Francisco, quien era el engreído del Marqués, se enamoró de Clara, a tal punto que la hermosa joven quedó embarazada lo que originó una verdadera convulsión en la sociedad de la época. El Marqués, ofuscado y ofendido ante tal ultraje, ordenó que Francisco fue encerrado en el Convento de La Recoleta y se le haría fraile. En cuanto a la niña, su padre decidió que un largo viaje era lo más conveniente. Tres días después, podía verse a Panchito con el cerquillo y hábito de monje dominico, ayudando en la misa del padre Mendoza.
El marqués, mientras tanto, hacía sus preparativos para partir a España en la fragata “Covadonga” que debía de salir dentro de un mes. Pero nadie imaginaba del profundo amor en que habían mantenido los dos jóvenes y man teniéndolo oculto por lo que esta separación causó hondo pesar en ambos.
Hasta que llegó el 17 de octubre, cuando el marqués y su hija se dirigían al Callao y se embarcaban en la fragata, que debía zarpar a las dos de la tarde. Clara estaba serena, pero su respiración entrecortada por frecuentes suspiros, que en vano trataba de ahogar, revelaban el hondo sufrimiento que devoraba esa alma destrozada por el dolor.
La fragata siguió el rumbo paralelo a la Isla de San Lorenzo y eran las cinco y media cuando pasaban a la altura de Chorrillos, que se divisaba vagamente, envuelto en la bruma de la tarde. Y cuando la embarcación se hallaba frente al Morro Solar, Clara tomó un catalejo con la intención de buscar a su amado que, según la nodriza Evarista, su hijo Francisco estaría despidiéndole en dicho morro.
De repente, Clara pudo ver a su amado quien, parado sobre la peña más alta, sostenía sobre su cabeza con ambas manos, el manto que se había quitado y que agitaba en el aire. Un minuto después, el fraile se precipitaba desde la altísima cima al fondo del abismo, y no quedaba de él, más que los rasgados jirones de sus vestiduras, que, prendidas de la filada cresta de un peñón saliente, flotaban al viento como una bandera fúnebre.
Mientras ese trágico desenlace se realizaba en tierra, pasaba a abordo una escena no menos terrible. Clara se había lanzado a las aguas ante la trágica escena que acababa de presenciar. Esta historia con olor a leyenda, se divulgó en la Lima de antaño y con el paso del tiempo, y en memoria a este amor incomprendido, se construyó un restaurante cerca al Morro de Chorrillos, cerca a la playa La Herradura, llamado “El Salto del Fraile”, especializado en gastronomía peruana.

Lo anecdótico de este local es que, cada domingo, por las tardes, se escenifica el arrojo del fraile a las profundidades del mar. Un cortesano ataviado con una túnica franciscana, se arroja al mar desde una peña frente al restaurant.

viernes, 26 de septiembre de 2014

LOS RIQUÍSIMOS ALFAJORES PERUANOS

Una de las reliquias sobrevivientes de la España musulmana es el  alfajor, traído a América por los españoles hace varios siglos y el cual ha adquirido características propias en cada región.

El alfajor es un dulce adoptado por la culinaria peruana que junto con los guargueros, ranfañote, Suspiro de Limeña y los turrones de Doña Pepa forman el grupo emblemático de la repostería del Perú. Los alfajores son muy apreciados en nuestra patria.
 Pero el alfajor es un dulce peculiar que además de almendras, avellanas, miel, canela y otros componentes típicos de los dulces que llegaron con los españoles, lleva una serie de especias como el clavo de olor que le da su sabor característico, algunos le llegaron a echar el culantro.
Ricardo Palma cuenta en sus Tradiciones Peruanas  que en 1668 llegó al Callao un fraile portugués, sospechoso de ser un espía disfrazado de sacerdote.

A la virreina, condesa de Lemos, le sugirieron ahorcarlo inmediatamente, pero ella, sabiamente, dijo “Déjenlo vueseñorías por mi cuenta...” e invitó al cuestionado personaje a comer a Palacio, donde “La mesa estaba opíparamente servida” y “El padre... no comía, devoraba. Hizo cumplido honor a todos los platos”. Entonces sentenció la virreina: “¡Bien engulle, fraile es!” (“Tradiciones peruanas”).

Y “Después de  consumir, como postres, una muy competente ración de alfajores, pastas y dulces de las monjas” el fraile ofreció la prueba final: tomó un gran cántaro con agua, y recostándose en la silla, bebió hasta la última gota. Y entonces la virreina le dijo “Beba, padre, beba, que le da la vida” (Tradiciones peruanas).

Por su parte, Manuel Atanasio Fuentes, en 1860, afirma que las dulceras ambulantes vendían sus productos, gritando “¡Alfajoreee!... ¡Que se va la alfajoreee! ¡buenos alfajoooo...!” (sic) (“La Ciudad de los Reyes...”, Lima, Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo, 1998).

También el recordado literato, filatélico y gastrónomo Mariano Pardo de Figueroa, más conocido por su seudónimo de Dr. Thebussem, en su artículo escrito en 1881 sobre el alfajor, nos cuenta que el alfajor o bollo de alfajor, como se le llamaba antiguamente, es ‘un cilindro o croqueta, de once centímetros de altura por dos de diámetro y cincuenta gramos de peso, revestido de azúcar y canela, y cubierto de un papel, humilde o vistoso, que lo envuelve en espiral, plegándose con cierta elegancia en los extremos’.

En la enciclopedia “Espasa” se indica que “Los alfajores, de origen y nombre árabe, están compuestos de azúcar y especias”. Agregan que alfajor proviene del árabe “alhachou” y es una “Pasta de harina... piña y jengibre, usada en América. También se llaman alfajores unos dulces que se fabrican en algunos puntos de Andalucía” .

Además, la Real Academia Española define al alfajor como una “Golosina compuesta de dos piezas pequeñas de masa más o menos fina, adheridas una a otra con manjar blanco u otra especie de dulce” (Madrid, 1939).     

Nuestros exquisitos alfajores, son preparados de una manera diferente en cada región del Perú.

Al alfajor cuando llega al Perú, su nombre primigenio era “alajú” lo que denota su indiscutible origen árabe. Etimológicamente viene de “al-has” que en árabe significa “relleno”. De ahí pasó a alajú o alhajú y más recientemente alfajor.


En Lambayeque,  existe una especie de alfajor con sabor característico que le imprimen las especias, su color no muy grato a la vista, su textura y su forma y gran tamaño, hacen de este alfajor llamado cinematográficamente “KING KONG” un dulce poco atractivo a primera vista, que no está al alcance de todos los paladares, pero esta apreciación desaparece con el primer bocado o la primera degustación, por lo que el mismísimo Adán Felipe Mejía “El Corregidor”, gran defensor del alajú, aseguraba en el diario “La Prensa” que “se halla herido de muerte y próximo a desaparecer de la repostería peruana …”

HISTORIA DEL TURRON DE DOÑA PEPA

El turrón de Doña Pepa es un dulce tradicional peruano relacionado con la festividad del Señor de los Milagros, formado por tres o más palos de harina distribuidos de manera similar al juego jenga, bañado con miel de chancaca y decorado con grageas y confites de varias formas y colores.
Se atribuyen tradicionalmente dos orígenes al tradicional postre limeño, que recuerda a la esclava Josefa Marmanillo, proveniente del cercano valle de Cañete, reconocida como buena cocinera:
La primera historia y la más difundida en la historia oral y escrita, cuenta que hacia fines del siglo XVIII, Josefa Marmanillo comenzó a sufrir una parálisis en los brazos, enfermedad que posibilitó que fuera liberada de la esclavitud, pero al mismo tiempo -al impedirle trabajar- la dejaba sin posibilidad de sustento: en tales circunstancias escuchó rumores sobre los milagros que realizaba la imagen del Cristo de Pachacamilla, viajó hasta Lima, y tanta fue su fe y devoción que se recuperó de su enfermedad, y en agradecimiento creó el dulce dedicado al Cristo de Pachacamilla, actualmente llamado Señor de los Milagros. En la siguiente salida del Señor, Josefa levantó el turrón, ofreciéndoselo.
Al regresar a Cañete, la esclava aseguraba que el Cristo la había mirado sonriendo mientras bendecía la ofrenda. También existe la versión que Josefa llevó una primera vez el turrón a la procesión y se lo ofreció al Cristo de Pachacamilla, curándose al retornar a Cañete.  En cualquier forma, en los años posteriores siempre regresó a Lima para ofrecer su turrón en las procesiones del Cristo morado a los fieles, tradición que continuaron su hija, su nieta, y las generaciones posteriores.
La segunda refiere que un virrey organizó un concurso premiando a quien hiciera un alimento agradable, nutritivo y que se pudiera conservar por varios días: la ganadora no fue otra que Josefa Marmanillo, por lo que su apodo «Doña Pepa» quedó asociado al postre.
Diversos documentos del siglo XIX dan cuenta que el postre en ese entonces también se conocía como «turrón de miel» o «turrón del Señor de los Milagros», como un mejoramiento y modificación del clásico turrón español con elementos nuevos y originales, el bautizo definitivo con el nombre «turrón de Doña Pepa» en recuerdo de su inventora, se produjo recién a inicios del siglo XX.
La miel de chancaca, un aporte africano a la gastronomía peruana, es la que principalmente le otorga el sabor dulce al turrón, si bien los palitos de harina casi no presentan sabor, la combinación de ambos ingredientes produce un gusto extraordinario. Esta miel no sólo se prepara a partir de chancaca (primera miel o melaza sin refinar de la caña de azúcar), son varios los ingredientes que se ponen a hervor junto con el agua, como lo son frutas ácidas como piña, naranja, membrillo, etc. y especias como canela y clavo de olor. La miel tomará el punto de bola blanda cuando esté lista.

Durante las épocas colonial y republicana existió un oficio dedicado exclusivamente a la venta del turrón, conocido como «turronero» o «turronera», quienes fueron representados en crónicas y acuarelas costumbristas como las de Pacho Fierro y el francés Charles Angrand.

martes, 23 de septiembre de 2014

PACHACÁMAC, SOBERANO DEL MUNDO

En la mitología inca, Pachacámac o Pacha Kamaq, (que traducido al quechua significa Soberano del mundo) era un dios, reedición de Wiracocha, el cual era venerado en la costa central del Imperio de los Incas. Considerado "el creador" en las culturas Lima, Chancay, Ichma, Huari y Chincha..
En este nuevo relato sobre el origen del Imperio Inca, se cuenta que Manco Capac está con sus tres hermanos, todos ellos hijos del Sol: Pachacámac, una divinidad ancestral que fue incorporada posteriormente al culto oficial inca, y que era adorado desde tiempos antiguos por los pueblos de la costa; Wiracocha, y otro dios sin nombre.
El primero de esos hermanos es, precisamente, Pachacámac, quien al salir a nuestro mundo subió a la cumbre más alta, para lanzar las cuatro piedras a los cuatro puntos cardinales,  tomando, pues, posesión de todo lo que abarcaba su vista y alcanzaron sus piedras. Tras él surgió otro hermano, que también ascendió a la cumbre por orden del menor, del astuto y ambicioso Manco Cápac, quien aprovechó su confianza para lanzarle al vacío y hacerse con el poder, tras haber encerrado a Pachacámac anteriormente en una cueva y haber visto cómo el tercero, el buen Wiracocha, prefería dejarle solo, abandonando a sus terribles hermanos y aborreciendo sus manejos por hacerse egoístamente con el poder.
Pero hay otros relatos en los que, precisamente, es el antiguo dios Pachakámac quien oficia de protagonista en el cuidado a los humanos.
Si grandiosa fue la aparición del primer Inca y la primera Coya, grandioso fue también su culto. A ellos se les adoraba en la multitud de templos solares de todos los rincones del Imperio Inca,  en un lugar del santoral muy cercano al gran dios Sol o Inti. De todos los emplazamientos religiosos dedicados a este gran dios inca, ya se tratara de templos, oratorios, pirámides, o lugares sagrados naturales, el que los encabezaba, por rango y por su grandeza, era el gran santuario del Inti-Huasi del Cuzco, rico templo llamado también Coricancha, o sala de oro, puesto que sus paredes estaban recubiertas de láminas de ese metal, para mayor gloria del Inca y los dioses de los que él venía.
La imagen central del Coricancha era el gran disco solar, la imagen ortodoxa y ritual del dios del Sol, y a su alrededor estaban las demás capillas de las divinidades menores del cielo Tras Coricancha, por su esplendor e importancia se sitúa el templo dedicado por los chinchas a Pachacámac, cerca de Lima.
Debe señalarse que la cultura chincha tenía en Chincha Camac a su Ser Supremo, ya que, adoraban al dios Pachacámac (más por temor que por respeto o amor), y a él le dedicaban templos y huacas como una acción de agradecimiento por su labor creadora y le dedicaban ofrendas hechas por ellas o seleccionadas de entre sus frutos, por ser el salvador de sus antepasados a los que libró del hambre inicial, también estaban seguros de que este poderoso y temible dios, por su especial personalidad, no podía ser aquel a quienes ellos acudieran en busca de soluciones a sus cuitas y pesares.
En el gran templo de Pachacamac, cerca de Lima, se erigió un santuario para la adoración del dios sin piel ni huesos, como era descrito Pachacámac por sus fieles, los incas -tras asimilar este dios y su culto al del Sol- realizaron obras de embellecimiento, hasta hacerlo casi tan hermoso como Coricancha, cubriendo también de oro y plata la capilla central, la del dios Pachacámac, a la manera de lo anteriormente hecho con la totalidad del gran templo solar del Cuzco.
Pachacamac fue el principal santuario de la costa central durante más de mil años. Sus templos eran visitados por multitudes de peregrinos en ocasión de los grandes rituales andinos, pues Pachacamac era un acertado oráculo capaz de predecir el futuro y controlar los movimientos de la tierra. Al santuario de Pachacamac acudían también habitantes de todos los Andes en busca de soluciones a sus problemas o respuestas a sus dudas.
La palabra Pachacamac significa “alma de la tierra, el que anima el mundo”. Los antiguos peruanos creían que un solo movimiento de su cabeza ocasionaría terremotos. No se le podía mirar directamente a los ojos, e incluso sus sacerdotes ingresaban al recinto de espaldas. El culto a Pachacamac era el centro de toda religión costeña.
El santuario está ubicado en el valle de Lurín, Distrito de Pachacamac, el cual constituye el marco territorial de su emplazamiento y en cuyas márgenes se asentaron, desde hace tres mil años, una serie de pueblos aprovechando sus aguas. Las primeras ocupaciones datan del periodo Arcaico (5000 a. C.); luego, en el periodo Formativo (1800 a. C. – 200 a. C.) destacan Mina Perdida, Cardal y Manchay; en el Formativo Tardío (200 a. C. – 200 d. C.) se distinguen diversos estilos locales tales como Tablada de Lurín y Villa El Salvador.
A partir de los datos arqueológicos proporcionados por las investigaciones, sabemos que la ocupación del Santuario Arqueológico de Pachacamac se inició en el Formativo Tardío, pues en las pampas ubicadas frente a la zona monumental se encuentra un cementerio correspondiente a pobladores que probablemente vivían dedicados a la pesca, la agricultura y a la explotación de las lomas. Su cerámica, denominada estilo El Panel, incluye botellas escultóricas en forma de aves y felinos. Estos antiguos pobladores destacaron también en la confección de artefactos de cobre.
En el periodo de los Desarrollos Regionales (200-600 d. C.) se desarrolló la cultura Lima que se distribuye en la costa central en los valles contiguos de Chancay, Chillón, Rímac y Lurín. La construcción del santuario se inició en este periodo, siendo Pachacamac el centro más importante del valle de Lurín. En ese entonces se construyeron tanto el Templo Viejo, una imponente mole hecha con adobitos formando paneles con técnica de “librero”, como el Conjunto de Adobes Lima “Adobitos”.
Desde el 600 al 1100 d. C. se concentran evidencias del imperio Wari en Pachacamac. El apogeo del oráculo de Pachacamac ocurrió precisamente durante el periodo Horizonte Medio - Wari, al transformarse en un centro religioso que atraía gran cantidad de peregrinos alcanzando un primer esplendor panandino. De esta época data un extenso cementerio, excavado por Max Uhle en 1896, que se encuentra al pie y por debajo del Templo de Pachacamac, así como una serie de ofrendas de cerámica halladas en la zona.
Hacia 1100 d.C., los Ychma establecieron su centro de poder en Pachacamac, con una serie de asentamientos habitacionales y administrativos que incluyen pirámides con rampa, entre otros, sobresaliendo Tijerales, Quebrada Golondrina, Pacae Redondo y Panquilma, en el valle de Lurín. En 1470 los Incas habían establecido en Pachacamac una importante capital provincial donde destacaban edificaciones como el Templo del Sol y el Acllawasi, entre otros. A la importancia religiosa de Pachacamac se sumó su funcionamiento como uno de los principales centros administrativos de la costa durante este periodo.
A la llegada de los españoles, en 1533, Pachacamac era el santuario más importante de la costa, tal como lo aseguran los relatos de los cronistas. El abandono del santuario de Pachacamac data de la época de la Colonia. Con el paso del tiempo, destacados investigadores como Max Uhle, Julio C. Tello, Arturo Jiménez Borja, entre otros, han aportado importantes investigaciones para entender el santuario.
Actualmente, el Ministerio de Cultura, continúa desarrollando una serie de trabajos de investigación y conservación para contribuir al conocimiento y difusión de tan importante patrimonio arqueológico.
Existen dos mitos relacionados al santuario de Pachacámac, uno trata sobre la formación del mundo y el otro sobre la formación de las dos islas que están frente al templo.
Mito de Vichama.- En el principio Pachacámac crió un hombre y una mujer. Todo era eriazo, la lumbre del sol secaba los campos y parecía que la vida se extinguía. Murió el hombre y quedó sola la mujer. Un día ella salió a buscar raíces entre las espinas para poderse sustentar, alzó los ojos al Sol y, entre quejas y lágrimas, le dijo así: -Amado creador de todas las cosas, ¿para qué me sacaste a la luz del mundo? ¿Para matarme de hambre? ¿Por qué si nos criaste nos consumes? Y si tú repartes la vida y la luz en toda la extensión ¿por qué me niegas el sustento? ¿Por qué no te compadeces de los afligidos y de los desdichados? Permite, ¡OH¡ padre, que el cielo me mate de una vez con su rayo o la tierra me trague.
Entonces el sol bajó risueño. La saludó amable. Condolido de sus lágrimas oyó sus quejas. Le dijo palabras amorosas. Le pidió que depusiera el miedo y esperase días mejores. Le mandó que continuase sacando raíces. Cuando estaba ocupada en esto, le infundió sus rayos y ella concibió un hijo que al poco tiempo nació. El dios Pachacámac, indignado de la intervención del Sol y sobre todo no se le diera la adoración que se le debía a él, miró con odio al recién nacido. Sin atender a las clemencias y gritos desesperados de la madre, que pedía socorros al Sol, lo mató despedazándolo en menudas partes.
Pachacámac, para que nadie se quejase de que no había alimentos y se volviese a pedir ayuda al Sol, sembró los dientes del difunto y nació el maíz; sembró las costillas y los huesos y nacieron las yucas. De la carne nacieron los pepinos, pacaes y demás frutos de los árboles. Desde entonces no hubo hambre ni necesidad alguna. Al dios Pachacámac se le debió la fertilidad de la tierra, el sustento y los dulces frutos. Sin embargo, a la madre no la aplacó ni consoló la abundancia. Cada fruta era un testigo de su agravio y, cada día, le recordaba a su hijo. Clamó, pues, al Sol y pidió castigo o remedio a sus desdichas. Bajó el sol, conmovido, hacia la mujer y le preguntó dónde estaba la vid que había surgido del ombligo del hijo difunto. Al mostrársele, le dio vida, crio otro hijo y se lo entregó diciéndole que lo envolviera. Le dijo que su nombre era Vichama. El niño creció hermosísimo, bello y gallardo mancebo. A imitación de su padre quiso dar vueltas por el mundo y ver lo criado en él.
Mientras tanto, el dios Pachacámac mató a la madre que ya era vieja. La dividió en pequeños trozos e hizo comer a los gallinazos y a los cóndores. Sólo guardó los huesos y cabellos escondidos en las orillas del mar. Entonces crio hombres y mujeres para que poseyeran el mundo. Nombró curacas y caciques que lo gobernaran y así empezó el orden y la organización. Después de un tiempo volvió el semidiós Vichama a su tierra, Vegueta, valle abundante en árboles y flores que está a una legua de Huaura, deseoso de ver a su madre pero no la halló. Supo del cruel castigo. Su corazón arrojaba llamas de odio y fuego de furor sus ojos. Preguntó por los huesos de su madre y al saber donde estaban los recogió. Los fue ordenando como solían estar en vida y la resucitó.
Vichama se dispuso entonces a aniquilar a Pachacámac. Sólo la venganza podría aplacar su furor. Lo supo el dios, huyó y se metió en el mar, en el valle que lleva su nombre, donde ahora está su templo. Bramando, Vichama encendía los aires y centellando recorría los campos. Se volvió contra los de Vegueta culpándoles de cómplices. Pidió al Sol, su padre, los convirtiese en piedras. Así, todas las criaturas que formó Pachacámac se convirtieron en cerros, rocas y moles inmensas; todo quedó desolado y no se pudo deshacer el castigo. Curacas, caciques, nobles y valerosos fueron arrastrados a la costa y playas del mar y quedaron convertidos en huacas, en peñones, arrecifes, ripios e isletas e islas, que hasta hoy se observan en las playas de Pachacámac.
Viendo Vichama el mundo sin hombres, sin que nadie adorase al sol rogó a su padre que criase nuevos hombres. El sol le envió tres huevos: uno de oro, otro de plata y un tercero de cobre. Del huevo de oro salieron los curacas, los caciques y los nobles. Del de plata salieron sus mujeres. Del huevo de cobre salió la gente plebeya, los mitayos, sus mujeres y familias. Se poblaron así nuevamente los valles de la costa. Desde entonces los habitantes adoran los cerros y huacas, en homenaje a sus antepasados, a su origen.
El Mito de Kuniraya Wiracocha y Kawillaka (Mito de Warochiri).- Primitivamente este Kuniraya Wiracocha caminaba muy pobremente vestido. Su manto y su túnica se veían llenos de roturas y de remiendos. Los hombres, aquellos que no lo conocían, se figuraban que era un infeliz piojoso y le menospreciaban. Pero él era el conductor de todos estos pueblos. Con su sola palabra hacía que fueran abundantes las cosechas, hacía aparecer bien murados los andenes ar una flor de caña llamada pupuna dejaba abiertos y establecidos los acueductos. Luego anduvo realizando muy útiles trabajos, empequeñeciendo con su sabiduría a los dioses de los otros pueblos.
En aquellos mismos tiempos vivía una diosa llamada Kawillaka. Se mantenía siempre virgen y porque era muy hermosa no había dios, fuera mayor, fuera menor, que deseoso de yacer con ella, no la enamorase. Pero ella nunca admitió a ninguno. De esa manera, sin permitir que nadie la tentase, pasaba los días tejiendo al pie de un lúcumo. Pero Kuniraya, valiéndose de su sabiduría, se convirtió en un pájaro y fue a posarse entre el ramaje del árbol. Allí, tomó una lúcuma madura e introduciendo en ella su simiente la dejó caer muy cerca de la mujer. Ésta se comió muy contenta la fruta. De esa sola manera, sin que varón alguno se le hubiese aproximado, la diosa apareció encinta. Como sucede con todas las mujeres en tal estado, a los nueve meses Kawillaka tuvo que dar a luz, a pesar de su doncellez. Por espacio de un año alimentó al niño con el pecho, preguntándose continuamente para quién pudo haberlo concebido.
Transcurrido el año y cuando el niño comenzó a caminar a gatas, Kawillaka convocó un día a todos los dioses, mayores y menores, pensan¬do que de este modo le seria dado conocer al padre de su hijo. Al oír el llamado, todos ellos acudieron ataviados con sus mejores vestiduras, cada uno ansioso de ser el preferido de la diosa.

Esta reunión se realizó en Anchiqhöcha, que era el lugar donde la diosa residía. No bien tomaron asiento todos los dioses, mayores y menores, la mujer les dirigió estas palabras: -Ved, señores y nobles varones, reconoced a este niño. ¿Cuál de vosotros pudo haberme fecundado? ¿Tú? ¿Tú? -fue así preguntándoles uno por uno, a solas. Y ninguno de ellos pudo decir: "Es mi hijo". Por su parte, aquel que hemos llamado Kuniraya Wiracocha había tomado asiento a un extremo y al verlo en esa traza tan lastimosa Kawillaka no se dignó preguntarle, pensando con menosprecio: "¿Ese menesteroso fuera el padre de mi hijo?" En vista de que ninguno de esos apuestos varones pudo decir: "Es mi hijo", la diosa le dijo al niño: -Anda, hijo mío, y reconoce tú mismo a tu padre. Y dirigiéndose a los dioses, dijo: -Si alguno de vosotros es su padre, a él se encaramará el niño. Entonces el pequeñuelo fue caminando a gatas y empezando de un extremo recorrió la fila de dioses sin detenerse ante ninguno, hasta que llegando al otro extremo, allí donde se sentaba su padre, se puso a trepar a los muslos de él, presuroso y regocijado. Al ver aquello, la madre montó en cólera y gritó: -¡Qué horror! ¿Yo hubiese dado a luz un hijo de semejante desdichado? Luego tomó en brazos al niño y huyó hacia el mar. En medio del asombro de los demás dioses, Kuniraya Wiracocha apareció vestido con un traje de oro y exclamó: -¡Presto me amará ella! Y se lanzó en seguimiento de la diosa diciéndole: - ¡Hermana Kawillaka, vuelve a mí los ojos! ¡Mírame cuan decente ya estoy! Y haciendo resplandecer su traje de oro se detuvo. Empero Kawillaka no volvió los ojos hacia el dios y siguió huyendo. -Voy a desaparecer dentro del mar, ya que hube dado a luz un hijo de tan horroroso y despreciable varón -decía enderezando hacía el mar. La madre se arrojó con su hijo al agua y al punto ambos se convirtieron en rocas. Ahora mismo, en el profundo mar de Pachacámac, se empinan dos rocas imponentes que parecen seres humanos sentados.

lunes, 22 de septiembre de 2014

JUAN PABLO VISCARDO Y GUZMÁN, PRECURSOR DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ

Precursor de la independencia, nació en Pampacolca, el 26 de julio de 1748. Estudio en el congreso San Bernardo del Cusco, después ingreso al noviciado de la Compañía de Jesús. Viajo a España e Italia, donde escribió la famosa "Carta a los españoles americanos", documento donde establece la necesidad de la emancipación del yugo español. La carta fue publicada en francés en 1779; al llegar al poder de Francisco Miranda en 1806, éste la hizo circular por todo el continente.
Nació en la aldea de Pampacolca, al pie del Coropuna, en la sierra arequipeña. Sus padres fueron el hacendado Gaspar Viscardo y Guzmán y doña Manuela de Zea y Andía. Era descendiente de un español asentado en el valle de Camaná desde principios del siglo XVII.
Vivió sus primeros años en su pueblo natal, hasta que viajó a Cuzco para estudiar en el Real Colegio de Nobles de San Bernardo, regentado por los jesuitas. Cuando en 1760 falleció su padre, ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús en dicha ciudad. Hizo sus primeros votos en 1763. Su hermano José Anselmo también se inició como novicio en la misma orden. Pero en 1767 el rey Carlos III ordenó la expulsión de los jesuitas de España y sus dominios. Viscardo y sus compañeros fueron arrestados y llevados a Lima, siendo luego embarcados rumbo a España. Tras una penosa travesía arribaron a Cádiz.
Pese a que, presionado por la corona española, pidió su secularización, fue transportado con el resto de sus colegas a Italia, siendo desembarcado en las costas de los Estados Pontificios. Junto con su hermano José Anselmo, se instaló en Massa y Carrara, próxima a Génova, en la Toscana, donde fue acogido por la familia Cybo. La corona española le prohibió, so pena de muerte, volver al Perú y también que se comunicase con los suyos. Asimismo, quedó impedido de poder usufructuar de los bienes heredados que dejó en América. En compensación, se le otorgó una pensión irrisoria, equivalente al sueldo de un sirviente inferior. Desde 1773, ambos hermanos Viscardo lucharon tenazmente por el envío regular de la renta que les correspondía del patrimonio familiar, aunque no lograron éxito. Por lo demás, sus tres hermanas que quedaron en el Perú se casaron y se repartieron toda la herencia familiar, no dejando nada para los hermanos exiliados.
Se hallaban ya agobiados por el desengaño, cuando en 1781 se enteraron de la rebelión de Túpac Amaru II en el Perú. Entusiasmado, Juan Pablo se puso en contacto con el cónsul inglés en Liorna, a quien le informó de los sucesos del Perú, que para él era una clara muestra del descontento que allí existía contra la dominación española. Sostuvo también que era el momento oportuno para que Inglaterra, entonces en guerra con España, ayudara a las colonias hispanoamericanas a lograr su emancipación. Él mismo se ofrecía como guía y como intermediario porque conocía el idioma quechua, que era su lengua materna. Ignoraba que ya, a esas alturas, la rebelión tupacamarista había sido debelada. De todos modos, sus argumentos interesaron a los ingleses, quienes lo invitaron a Londres ese mismo año. Los hermanos Viscardo viajaron de incógnito, por vía de Alemania. Juan Pablo adoptó el nombre de Paolo Rossi y su hermano Anselmo el de Antonio Valessi.
En 1782 arribó a Londres y escribió una carta al gobierno británico, instándole a enviar una expedición hacia Sudamérica, cuya primera conquista debía ser el puerto de Buenos Aires, destinado a convertirse en la base para el avance hacia el territorio del Virreinato del Perú. Estos planes debieron interesar a los británicos, que se hallaban en vísperas de perder sus trece colonias de América del Norte.
En Londres permaneció durante dos años. En ese lapso se produjo un cambio de gobierno en Gran Bretaña y se firmó la paz con España, por lo que los planes de Viscardo dejaron de interesar a los británicos. Viscardo retornó a Massacarrara y dedicó otros años más en inútiles demandas a la corona española por el asunto de su patrimonio familiar.
En 1791 inició otro viaje a Londres, cuando la coyuntura internacional le hizo presumir que Inglaterra estaría dispuesta esta vez a apoyar a las colonias hispanoamericanas a lograr su independencia. Esta vez fue sin la compañía de su hermano, fallecido en 1785. Pasó por Francia, entonces convulsionada por la revolución, donde presumiblemente redactó su famosa "Carta a los españoles americanos" (publicada de manera póstuma en 1799), en la que, con ocasión de la cercanía de la celebración de los 300 años del Descubrimiento de América, incitaba a los criollos de América a luchar contra la opresión española y formar un estado soberano.
En 1795 arribó finalmente a Londres. Su esperanza de que los británicos ayudaran a los “españoles americanos” a obtener su independencia, nuevamente se vio truncada, al variar las circunstancias internacionales. No obstante, continuó en Londres hasta su muerte, escribiendo y haciendo gestiones para hacer interesar sus planes a la corte británica. Enfermo y empobrecido, falleció en febrero de 1798.
Antes de morir, Viscardo dejó sus papeles a Rufus King, ministro de Estados Unidos en Inglaterra, quien las entregó al venezolano Francisco de Miranda. Este líder patriota, escogió de entre esos papeles la "Carta a los españoles americanos", escrita en francés y la hizo imprimir en Londres en 1799, con pie falso de Filadelfia (Estados Unidos). Luego lo tradujo al idioma español, versión que publicó en 1801, también en Londres. El documento se propagó en el continente americano, y contribuyó significativamente a incitar el sentimiento emancipador contra el régimen español. Los restantes documentos, conservados por Rufus King, pasaron a integrar los fondos documentales de la Sociedad Histórica de Nueva York. Casi 200 años después, dichos papeles fueron descubiertos por Merle E. Simmons, siendo publicados en 1983.

EN EL CENTENARIO DE AUGUSTO TAMAYO VARGAS

Se cumplió este mes el centenario del nacimiento de Augusto Tamayo Vargas, eminente y prolífico escritor peruano, y diversas instituciones han celebrado o preparan actos conmemorativos de dicho acontecimiento. 
Nacido en 1914, Augusto Tamayo Vargas dedicó su vida a la escritura de poesía, narrativa, periodismo y ensayo, y enfocó su interés y labor al estudio, fomento, desarrollo y difusión de la cultura peruana en el Perú y el mundo.
 Desde 1939 fue catedrático de la Facultad de Letras de la Universidad Mayor San Marcos y de muchas otras prestigiosas instituciones de educación superior tanto en el Perú como en el extranjero. Fue docente en el ámbito literario por más de 50 años y ejerció también el periodismo por similar cantidad de años en medios escritos, radiales y televisivos, nacionales e internacionales. Nombrado en 1969 Profesor Emérito de la Universidad de San Marcos (entidad a la que dedicó sus afanes, su trabajo y su inquebrantable lealtad) fue decano de la Facultad de Letras y ejerció el rectorado interino de dicha universidad en dos oportunidades. 
Tamayo es autor de más de 70 títulos, entre libros de poesía, narrativa, ensayo y periodismo. Entre sus obras capitales destacan las cuatro ediciones de su obra “Literatura peruana”, extenso y completo panorama histórico de la literatura peruana hasta 1990, por el que recibió múltiples reconocimientos; el texto “150 artículos sobre el Perú”, que reúne una porción de su vastísima producción periodística y por el que recibió el Premio Nacional de Periodismo Antonio Miró Quesada en 1967; “Hallazgo de la vida”, antología  que cubre su poesía desde 1930 hasta 1985 y que le valió el Premio Nacional de Literatura en 1986; y un programa radial de lectura de poesía peruana, hispanoamericana y española en la radio cultural Filarmonía, retransmitido incontables veces desde la década de 1980 hasta el día de hoy.
El tema central de la obra de Augusto Tamayo Vargas fue el Perú. Tuvo siempre una preocupación constante por la cultura peruana y una vocación integérrima por la expresión y difusión de su literatura, su pensamiento y su arte. Proyectó siempre a través de su obra escrita y su magisterio docente su inquietud, su compromiso y su amor por el país. 
El literato cumplió diversas funciones culturales y educativas en el país: fue director de la Academia Peruana de la Lengua y del Instituto Nacional de Cultura, así como ministro  de Educación. Recibió en 1985 la condecoración de la Orden El Sol en el grado de Gran Cruz, la más alta concedida por el Estado Peruano, y las Palmas Magisteriales en el grado de Amauta en 1988.
Fue la vida de Augusto Tamayo Vargas amplia, positiva y fructífera en todas las actividades, empeños y responsabilidades individuales y colectivas, personales e institucionales. Es, no solo para sus orgullosos descendientes, sino para todo el país, figura señera de la cultura peruana y ejemplo de integridad profesional, creadora y académica que celebramos ufanos todos los que nos reconocemos en su labor, su espíritu y su vida.

lunes, 8 de septiembre de 2014

EL CEMENTERIO PRESBÍTERO MAESTRO

Cuando desde lo alto del Cerro San Cristóbal observamos el cementerio general de la gran Lima, nos da la sensación de que es  una gran ciudad dentro de la otra, la de los vivos.
La zona de Lima de Barrios Altos alberga a uno de los cementerios más emblemáticos de la ciudad de Lima, siendo el primer cementerio civil de américa, el cual trajo la modernidad a la capital, dejando los entierros en los atrios de las iglesias.
El cementerio  Presbítero Matías Maestro fue inaugurado el 31 de mayo de 1808, y permaneció con tal denominación hasta el 17 de agosto de 1923, donde adopta el nombre de su arquitecto Presbítero Matías Maestro.

Al ingresar públicamente a Lima el Virrey Fernando de Abascal y Sousa, el 20 de agosto de 1806, encargó al Arzobispo de Lima, Bartolomé María de las Heras, la realización de un panteón general, quien, a su vez le encomendó el estudio y trazado del mismo, al ya famoso, pintor, arquitecto y escultor, Presbítero Matías Maestro Alegría (Vizcaya, España 1766 - Lima, Perú 1835). El costo de construcción represento aproximadamente 110,000 pesos.

La necesidad de contar con un camposanto se justificaba por la creciente población limeña y el uso de las iglesias, en especial de las catacumbas del Convento de San Francisco, como lugares de entierro, lo cual representaba un posible foco de infección.

Con la inauguración del camposanto en 1808, se prohibió esta práctica, la cual sobrevivió algún tiempo más hasta la clausura de las catacumbas de San Francisco en 1824 por parte del General Don José de San Martín.

En su conjunto, la obra de Matías Maestro reproduce una ciudad, cuenta con mas de 700 mausoleos de la más refinada arquitectura de los siglos XIX y XX de estilo Neoclásico con influencia francesa e italiana, destacando el uso de mármol blanco, bronce y piedra; alberga una de la más grandes colecciones de esculturas europeas y nacionales de América latina.

El Cementerio tenía tres tipos de entierros: sepulturas, nichos y osario. Las sepulturas estaban destinadas a personas distinguidas, los nichos para la élite y el osario para los demás miembros de la sociedad.

En el caso de los nichos, había unos construidos especialmente para los niños y se denominaban angelorios. Esta sección fue la que mejores comentarios recibió de la crítica por su armonioso diseño.

El Presbítero Maestro es considerado un testimonio viviente del pasado y presente de la Nación peruana. Destacan las obras del español Damián Campeny; de los franceses Louis Ernet Barrias, Émile Robert y Antonin Mercie; de los italianos Ulderico Tenderini, Giovanni Battista Cevasco, Pietro Costa y Rinaldo Rinaldi y destacados escultores peruanos como Romano Espinoza, Luis Agurto, Artemio Ocaña, Aldo Rossi y Eduardo Gastelú.

Entre sus moradores mas celebres figuran: José de la Riva Agüero, Víctor Larco Herrera, Antonio Raimondi, Daniel Alcides Carrión, Manuel Gonzales Prada, Ricardo Palma, Abraham Valdelomar, Nicolás de Piérola, Luis Miguel Sánchez Cerro, Felipe Pinglo Alva, José Carlos Mariátegui, Henry Meiggs, José Santos Chocano, Rosa Merino, Juan Antonio Pezet, Edgardo Seoane, Matías Maestro, Óscar R. Benavides, Manuel Bonilla, Eduardo de Habich, Augusto B. Leguía, Guillermo Billinghurst, Domingo Elías, Michele Trefogli, entre otros.

La Cripta de los Héroes en el Cementerio Presbítero Maestro guarda los restos de hombres y mujeres que se encargaron de escribir la historia del Perú. Además del mausoleo Panteón de los Héroes erigido en honor de los héroes de la Guerra del Pacífico.

Mediante Ley Nº 398 del 3 de diciembre de 1906 el gobierno de Don José Pardo y Barreda dispuso la suma de ocho mil libras, del presupuesto general de la República, para erigir en el Cementerio General una capilla fúnebre para depositar en ella los restos de los defensores de la patria en la guerra de 1879.

En total 66 mausoleos y 92 monumentos históricos albergan los restos de hombres y mujeres que marcaron un hito en la historia del Perú.


domingo, 7 de septiembre de 2014

FRONTERAS EN LA NACIENTE REPUBLICA DEL PERÚ

Al surgir a la vida independiente el Perú, el Perú necesitaba demarcar sus fronteras. Fue creando mecanismos para desarrollar y fortalecer la naciente república, para lo cual tuvo que hacer frente a conflictos y largos procesos de negociación siempre en el marco de los principios del derecho, con el objetivo de defender su territorio. Producto de ello son los actuales límites territoriales, sustentados en los tratados internacionales firmados con cada uno de los países limítrofes. 
Antecedentes coloniales
Al llegar al último tercio del siglo XVII, el espacio de la audiencia de Lima, del que proviene el territorio con el que nace el Perú independiente y el cual delimitaba sus fronteras, quedó constituido; sin embargo, en el siglo XVIII la nueva dinastía española emprendió una serie de reformas orientadas por una nueva concepción de gobierno, por lo cual los espacios coloniales fueron rediseñados. Los cambios jurisdiccionales obedecieron a la lógica metropolitana de redistribuir dichos espacios, apuntando al mejor gobierno de estos. 

Nuevos territorios virreinales
Con una nueva organización administrativa que impusieron las  reformas borbónicas, no solo se crearon nuevos virreinatos, sino también capitanías generales e intendencias. En 1776, al establecerse el virreinato de Río de la Plata, se separaron los territorios de Buenos Aires y Charcas, y se anexaron a este último las zonas de Lampa, Carabaya y Azángaro. Al establecerse en 1787 la audiencia del Cuzco, se reintegraron al virreinato peruano estas tres zonas a la que añadieron Puno y Chucuito. En 1798, La Corona española emitió una Real Cédula por la que consagraban al autonomía de la capitanía general de Chile. Con la creación del virreinato de Nueva Granada se le adscribió el territorio la provincia de Maynas. Como parte de la política española de recomposición de los espacios coloniales se produjo más tarde la reintegración de Maynas y Quijos al virreinato peruano; dicha reintegración se fundamentó en que su separación del virreinato peruano había producido su decadencia y los ponía en peligro del expansionismo luso-brasileño. Así, por la real cédula del 15 de julio de 1802, esos territorios volvieron a la jurisdicción virreinal peruana. Guayaquil fue reincorporada al virreinato peruano a través de cédula real de 1803, sin embargo en 1819 la Corona dispuso que los asuntos jurisdiccionales correspondían a la audiencia de Quito. 

Fronteras del Perú naciente
Proclamada la independencia del Perú se debió determinar el territorio que le correspondía al Perú. Desde el primer momento, el Perú manifestó su disposición a respetar las demás nacionalidades y Estados que entonces emergían. Así, los principios en los que se sustentó la nueva conformación territorial fueron el uti possidetis, principio por el cual se reconocía a la nueva nación la posesión de los territorios que tenía cuando era colonia española, y cuando la voluntad de los pobladores de alguna provincia era pertenecer a otra jurisdicción, primó la libre determinación de los pueblos. 

Situación con Guayaquil
A raíz de la victoria patriota en Pichincha el 24 de mayo de 1822, el destino de Guayaquil quedó pendiente de definición. Fuertes fueron las presiones de Bolivar ante la voluntad de los pobladores de Guayaquil. El de Guayaquil era un de los temas que debían de tratar José de San Martín y Bolívar en su encuentro. Sin embargo, cuando San Martín llegó a Guayaquil encontró que Bolívar había procedido a anexar la provincia a Colombia. Esta anexión no contó con consulta alguna y fue un acto compulsivo respaldado por el ejercito de Colombia que ejerció presión sobre el cabildo reunido y sobre una asamblea convocada para tal efecto. 

Convención Galdeano-Mosquera
A fin de culminar los temas pendientes por las fronteras entre Perú y la Gran Colombia fue firmada en Lima, el 18 de diciembre de 1823, la convención Galdeano-Mosquera. Fue aprobada por el Congreso Constituyente peruano y en ella ambas partes reconocían como límites de sus territorios los que tenían en el año 1809 los ex virreinatos del Perú y Nueva Granada. Medio año más tarde el Congreso de Gran Colombia desautorizó la convención. 

La misión Villa
Después de que Bolívar abandonó el Perú en 1826, el gobierno peruano envió a José Villa, emisario plenipotenciario ante el libertado, con el objetivo de demandar el retorno de los soldados peruanos enviados por Bolívar a Gran Colombia. Antes de entrevistarse con Bolívar, Villa recibió una demanda por la cual se solicitaba al Perú la devolución de Jaén y Maynas. Esta situación generó la guerra entre Perú y la Gran Colombia. 

Jaén y Maynas
Jaén había pertenecido a la jurisdicción virreinal peruano hasta 1739, cuando pasó a formar parte del nuevo virreinato de Nueva Granada, sin embargo, aquella determinación no debilitó los lazos que Jaén había desarrollado con el Perú.
Así, al llegar las noticias de la proclamación de la independencia del norte del Perú, en Jaén se nombró un nuevo gobernador interino, que fue ratificado el 4 de junio de 1821, fecha en la que se proclamó y juró la independencia que, de inmediato, fue comunicada al general San Martín, asimismo, cuando el libertador asumió el protectorado del Perú, en Jaén fue reconocido como tal.
Maynas fue parte del virreinato del Perú desde su creación en el siglo XVI y pasó a integrar el virreinato de Nueva Granada al crearse este, fue reincorporado al virreinato del Perú por lo estipulado en la real cédula de julio de 1802.
Los vínculos territoriales, las situaciones de derecho y los lazos tradicionales de la población han sido siempre los elementos que sustentan la pertenencia de estos territorios al Perú. 

Tratados con la Gran Colombia
Bolívar reconoció la pertenencia de Jaén y Maynas al Perú. De hecho, durante las negociaciones diplomáticas que pusieron fin al conflicto peruano-grancolombiano, no se volvería a hacer reclamo de tal naturaleza.
El 29 de febrero de 1829 se firmó el tratado de Girón. Allí se establecía que ambos gobiernos nombrarían una comisión para arreglar los límites de los dos Estados, teniendo como base la división política de los virreinatos de Nueva Granada y el Perú en agosto de 1809. El tratado de Girón debió poner fin al conflicto, sin embargo, este quedo en suspenso.

La paz definitiva se sellaría con el tratado Larrea-Gual del 22 de setiembre de 1829, también llamado tratado de Guayaquil. Fue firmado por los plenipotenciarios José Larrea y Loredo, por el Perú, y Pedro Gual, por la Gran Colombia. Dicho tratado no fue de límites sino de paz y amistad; sin embargo, reconoció por límites a los nuevos virreinatos de Nueva Granada y del Perú.