domingo, 12 de marzo de 2017

EL PROFUNDO AMOR DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS POR LA CULTURA ANDINA PERUANA


El escritor, poeta, traductor, profesor universitario y etnólogo peruano, José María Arguedas Altamirano, es uno de los más destacados narradores peruanos del siglo XX y el renovador de la literatura de inspiración indigenista.

Nació en Andahuaylas en la sierra sur del Perú, un  18 de enero de 1911 y murió el 2 de diciembre de 1911. fue un escritor, poeta, traductor, profesor universitario, antropólogo. Fue autor de novelas y cuentos que lo han llevado a estar  considerado como uno de los tres grandes representantes de la nueva narrativa indigenista en nuestro país, junto con otros de los escritores peruanos como Ciro Alegría  y Manuel Scorza.
Sus padres fueron el abogado cuzqueño Víctor Manuel Arguedas Arellano, que se desempeñaba como, abogado litigante, viajero y juez en diversos pueblos de la región, y Victoria Altamirano Navarro, proveniente de una familia criolla y aristócrata por parte materna quien había fallecido en 1914, por lo que José María a los dos años de edad,  y su hermano Arístides dos años mayor que él, quedaron huérfanos de madre
En 1915, su padre es nombrado juez de primera instancia de la provincia de Lucanas (en el departamento de Ayacucho), su padre se trasladó a dicha sede, donde al poco después se casó en 1917,  con una rica hacendada del San Juan de Lucanas, en la provincia del mismo nombre del departamento de Ayacucho, Se llamaba Grimanesa Arangoitia Iturbi viuda de Pacheco. El pequeño José María viajó entonces a Lucanas, para reunirse con su madrastra; el viaje fue todo un acontecimiento para él, como lo recordaría siempre. La familia se instaló en Puquio, capital de la provincia de Lucanas (Ayacucho). José María y su hermano Arístides, fueron matriculados en una escuela particular. Al año siguiente, 1918, los dos hermanos continuaron sus estudios en San Juan de Lucanas, a 10 km de Puquio, viviendo en la casa de la madrastra. En 1919, Arístides fue enviado a estudiar a Lima y José María continuó viviendo con la madrastra.
En 1920, tras la ascensión al poder de Augusto B. Leguía, el padre de José María ―que era del partido contrario (pardista)― fue removido de su cargo de juez y tuvo que retornar a su profesión de abogado litigante y viajero, trajinar que solo le permitía hacer visitas esporádicas a su familia. Esta etapa de la vida del niño José María estuvo marcada por la difícil relación que sostuvo con su madrastra y con su hermanastro Pablo Pacheco. Aquella sentía por su hijastro un evidente desprecio, y constantemente lo mandaba a convivir con los criados indígenas de la hacienda, a quienes les tomó cariño y con quienes participaba por diversión de las faenas agrícolas. De dos campesinos guardaría un especial recuerdo: don Felipe Maywa y don Víctor Pusa. Para José María fueron los años más felices de su vida.
Su padre solo lo recogía a su llegada de sus largos viajes, tal como lo ha relatado Arguedas en el primer encuentro de narradores realizado en Arequipa en 1965. Por su parte el hermanastro lo maltrataba física y psicológicamente e incluso en una ocasión le obligó a presenciar la violación de una de sus tías, que era a la vez la mamá de uno de sus compañeritos de escuela (los «escoleros» mencionados en varios de sus cuentos). Al parecer, esa fue solo una de las tantas escenas sexuales que fue obligado a presenciar, ya que el hermanastro tenía muchas amantes en el pueblo.
La figura de este hermanastro habría de perdurar en su obra literaria personificando al gamonal abusivo, cruel y lujurioso. Sobre aquel personaje diría Arguedas posteriormente: “Cuando llegó mi hermanastro de vacaciones, ocurrió algo verdaderamente terrible (...) Desde el primer momento yo le caí muy mal porque este sujeto era de facciones indígenas y yo de muchacho tenía el pelo un poco castaño y era blanco en comparación con él. (...) Yo fui relegado a la cocina (...) quedaba obligado a hacer algunas labores domésticas; a cuidar los becerros, a traerle el caballo, como mozo. (...) Era un criminal, de esos clásicos. Trataba muy mal a los indios, y esto sí me dolía mucho y lo llegué a odiar como lo odiaban todos los indios. Era un gamonal”.
Algunos, sin embargo, consideran que el supuesto maltrato de la madrastra fue una ficción; entre ellos el mismo Arístides.
A mediados de julio de 1921 José María se escapó de la casa de la madrastra junto con su hermano Arístides, que había retornado de Lima; ambos fueron a la hacienda Viseca, propiedad de su tía Zoila Rosa Peñafiel y su esposo José Manuel Perea Arellano (medio hermano de su padre) a quien le tenía un gran cariño, situada a 8 km de San Juan de Lucanas. Allí vivió durante dos años, en ausencia del padre.
En 1923 abandonó su retiro al ser recogido por su padre, a quien desde entonces, acompañó en sus frecuentes viajes laborales. Pasaron por Huamanga, Cuzco y Abancay. Escribe Arguedas sobre su padre: “Mi padre no pudo encontrar nunca dónde fijar su residencia; fue un abogado de provincias, inestable y errante. Con él conocí más de doscientos pueblos. (...) Pero mi padre decidía irse de un pueblo a otro cuando las montañas, los caminos, los campos de juego, el lugar donde duermen los pájaros, cuando los detalles del pueblo empezaban a formar parte de la memoria. (...) Hasta un día en que mi padre me confesó, con ademán aparentemente más enérgico que otras veces, que nuestro peregrinaje terminaría en Abancay. (...) Cruzábamos el Apurímac, y en los ojos azules e inocentes de mi padre vi la expresión característica que tenían cuando el desaliento le hacía concebir la decisión de nuevos viajes. (...) Yo estaba matriculado en el Colegio y dormía en el internado. Comprendí que mi padre se marcharía. Después de varios años de haber viajado juntos, yo debía quedarme; y él se iría solo”.
En el verano de 1925, cuando se hallaba de visita en la hacienda Karkequi, en los valles del Apurímac sufrió un accidente con la rueda de un trapiche, de resultas del cual perdió dos dedos de la mano derecha y se le atrofiaron los dedos restantes.5 Se dice que atribuyó el hecho a un castigo sobrenatural por practicar la masturbación
En la ciudad de Abancay ingresó como interno en el Colegio Miguel Grau de los Padres Mercedarios, cursando el quinto y sexto grado de primaria, entre los años de 1924 y 1925, los estudios de secundaria los realizó en Ica, Huancayo y Lima. Su padre mientras  continuaba su vida itinerante y su hermano Arístides seguía su educación en Lima. Esta etapa de su vida quedó conmovedoramente plasmada en su obra maestra,” Los ríos profundos”.
En 1926, junto con su hermano Arístides empezó sus estudios secundarios en el colegio San Luis Gonzaga de Ica, en la desértica costa peruana, hecho que marcó su alejamiento del ambiente serrano que había moldeado hasta entonces su infancia, pues hasta entonces en contadas ocasiones y esporádicamente  había visitado la costa. Cursó allí hasta el segundo año de secundaria y sufrió en carne propia el desprecio de los costeños hacia los serranos, tanto de parte de sus profesores como de los mismos alumnos. Se enamoró intensamente de una muchacha iqueña llamada Pompeya, a quien le dedicó unos poemas, pero ella lo rechazó diciéndole que no quería tener amores con serranos. Él se vengó llegando a ser el primero de la clase en todos los cursos, derrumbando así la creencia de la incapacidad intelectual del hombre andino.
En 1928 reanudó su vida trashumante otra vez en la sierra, siempre junto a su padre. Vivió entre Pampas y Huancayo; en esta última ciudad cursó el tercero de secundaria, en el colegio Santa Isabel. Fue allí donde se inició formalmente como escritor al colaborar en la revista estudiantil Antorcha; se dice también que por entonces escribió una novela de 600 páginas, que tiempo después le arrebataría la policía, pero de la que no ha quedado huella alguna.
Cursó sus dos últimos años de secundaria (1929-1930) en el Colegio Nuestra Señora de La Merced, de Lima, casi sin asistir a clases pues viajaba con frecuencia a Yauyos para estar al lado de su padre, que se hallaba agobiado por la estrechez económica. Aprobó los exámenes finales, terminando así sus estudios escolares prácticamente estudiando sin maestro.
En 1931,  al terminar sus estudios con 20 años de edad, se estableció permanentemente en Lima e ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Allí, contra lo que esperaba, fue recibido con cordialidad y respeto por sus condiscípulos, entre los que se contaban los futuros filósofos Luis Felipe Alarco y Carlos Cueto Fernandini, y los poetas Emilio Adolfo Westphalen y Luis Fabio Xammar.
A raíz del fallecimiento de su padre, ocurrido el año siguiente, se vio forzado a ganarse la vida entrando a trabajar como auxiliar en la Administración de Correos. Era apenas un puesto de portapliegos, pero los 180 soles mensuales de sueldo aliviaron sus necesidades económicas a lo largo de cinco años. Allí se licenció en Literatura, y posteriormente cursó Etnología, recibiéndose de bachiller en 1957 y doctor en 1963. De 1937 a 1938 sufrió prisión en razón de una protesta contra un enviado del dictador italiano Benito Mussolini.
Paralelamente a su formación profesional, en 1941 empezó a desempeñar el profesorado, primero en Sicuani, Cuzco, y luego en Lima, en los colegios nacionales Alfonso Ugarte, Guadalupe, y Mariano Melgar, hasta 1949. Ejerció también como funcionario en el Ministerio de Educación, poniendo en evidencia su interés por preservar y promover la cultura peruana, en especial la música y la danza andinas. Desde el año 1963 y 1964 fue Director de la Casa de la Cultura y de 1964 a 1966 desempeño el cargo de Director del Museo Nacional de Historia.  En el campo de la docencia superior, fue catedrático de Etnología en la Universidad de San Marcos (1958-1968) y en la Universidad Agraria de La Molina (1962-1969). Agobiado por conflictos emocionales, puso fin a sus días disparándose un tiro en la sien.
Arguedas introdujo en la literatura indigenista una visión interior más rica e incisiva. La cuestión fundamental que se plantea en sus obras es la de un país dividido en dos culturas (la andina de origen quechua y la occidental, traída por los españoles), que deben integrarse en una relación armónica de carácter mestizo. Los grandes dilemas, angustias y esperanzas que ese proyecto plantea son el núcleo de su visión.
Su labor como antropólogo e investigador social no ha sido muy difundida, pese a su importancia y a la influencia que tuvo en su trabajo literario. Se debe destacar su estudio sobre el folclore peruano, en particular de la música andina; al respecto tuvo un contacto estrechísimo con cantantes, músicos, “danzantes de Tijeras” es una danza indígena originaria de la región de Ayacucho en el Perú, cuyo marco musical es provisto por violín y arpa, y que posteriormente fue difundida a las regiones de Huancavelica y Apurímac. En Apurímac la danza es denominada gala y la pareja de bailarines que realizan el contrapunto se llama danzaq,  mientras que en Huancavelica al danzante de tijeras se le denomina tusuq.
Los campesinos los llamaban «Supaypa Wasin Tusuq»: el danzante en la casa del diablo. Se atribuye a Arguedas  la generalización del término «danzante de tijeras» por las tijeras que los danzantes llevan en la mano derecha y que las entrechocan mientras bailan. Según los sacerdotes de la colonia, su lado mágico obedece a un supuesto pacto con el diablo, debido a las sorprendentes pastas o pruebas que ejecutan en la danza. Estas pruebas se denominan Atipanakuy. El instrumento central de la danza son las tijeras elaboradas con dos placas independientes de metal de aproximadamente 25cm de largo y que juntas tienen la forma de un par de tijeras de punta roma. Actualmente las regiones de mayor difusión de esta danza son: Huancavelica, Ayacucho, Apurímac y Lima. En el año 1995 el Instituto Nacional de Cultura del Perú la reconoció como Patrimonio Cultural de la Nación.
José María Arguedas también tomo contacto con muchos bailarines de todas las regiones del Perú. Su contribución a la revalorización ha sido muy importante en el arte indígena, es reflejada especialmente en el huayno y la danza.
Además de escritor fue traductor y difusor de la literatura quechua, antigua y moderna, ocupaciones todas que compartió con sus cargos de funcionario público y maestro. Su obra maestra “Los Ríos Profundos”, novela autobiográfica, por la cual recibió en 1959 el Premio Nacional de Fomento a la Cultura «Ricardo Palma». Esta novela escrita en 1958  ha sido considerada como su obra maestra.

En ella Arguedas propone la dimensión autobiográfica como clave interpretativa. En esta obra se nos muestra la formación de su protagonista, Ernesto (que recobra el nombre del niño protagonista de algunos de los relatos de Agua), a través de una serie de pruebas decisivas. Su encuentro con la ciudad de Cuzco, la vida en un colegio, su participación en la revuelta de las mujeres indígenas por la sal y el descubrimiento angustioso del sexo son algunas de las etapas a través de las cuales Ernesto define su visión del mundo. El mundo de los indios asume cada vez más connotaciones míticas, erigiéndose como un antídoto contra la brutalidad que tienen las relaciones humanas entre los blancos.
Su obra narrativa refleja, descriptivamente, las experiencias de su vida recogidas de la realidad del mundo andino, y está representada por las siguientes obras: Agua (1935), Yawar fiesta (1941), Diamantes y pedernales (1954), Los ríos profundos (1958), El Sexto (1961), La agonía de Rasu Ñiti (1962), Todas las Sangres (1964), El sueño del pongo (1965), El zorro de arriba y el zorro de abajo (publicado póstumamente en 1971). Toda su obra literaria ha sido compilada en Obras completas, publicadas en el año de 1983. Además, realizó traducciones y antologías de poesía y cuentos quechuas. Sin embargo, sus trabajos de antropología y etnología conforman el grueso de toda su producción intelectual escrita,  no han sido revalorados todavía.
En 1933 publicó su primer cuento, “Warma kukay”,  publicado en la revista Signo. En 1935 publicó “Agua”, su primer libro de cuentos, que obtuvo el segundo premio de la Revista Americana de Buenos Aires y que inauguró una nueva época en la historia del indigenismo literario. Su primer libro reúne tres cuentos con el título de Agua que describen aspectos de la vida en una aldea de los Andes peruanos. En Agua los conflictos sociales y culturales del mundo andino se observan a través de los ojos de un niño. El mundo indígena aparece como depositario de valores de solidaridad y ternura, en oposición a la violencia del mundo de los blancos.

En estos relatos se advierte el primer problema al que se tuvo que enfrentar en su narrativa, que es el de encontrar un lenguaje que permitiera que sus personajes indígenas,  se pudieran expresar en idioma español sin que sonara falso. Ello se resolvería de manera adecuada con el empleo de un "lenguaje inventado": sobre una base léxica fundamentalmente española, injerta el ritmo sintáctico del quechua.
En el año 1936 fundó con Augusto Tamayo Vargas, Alberto Tauro del Pino y otros, la revista Palabra, en cuyas páginas se ve reflejada la ideología propugnada por José Carlos Mariátegui.
En 1937 fue apresado por participar en las protestas estudiantiles contra la visita del general italiano Camarotta, jefe de una misión policial de la Italia facista. Eran los días de la dictadura de Óscar R. Benavides. Fue trasladado al penal «El Sexto» de Lima, donde permaneció 8 meses en prisión, episodio que tiempo después evocó en la novela del mismo nombre. La novela publicada en 1961, representa un paréntesis con respecto al ciclo andino. "El Sexto" es el nombre de la prisión de Lima donde el escritor fue encarcelado en 1937-1938. El infierno carcelario es también una metáfora de la violencia que domina toda la sociedad peruana.
Pero a pesar de simpatizar con el ideario comunista, nunca participó activamente en la política militante. Estando en prisión, se dio tiempo para traducir muchas canciones quechuas que aparecieron en su segundo libro publicado en 1938 titulado: “Canto kechwa”.
Perdido su trabajo en el Correo y lograda su Licenciatura de Literatura en San Marcos, Arguedas inició su carrera docente en el Colegio Nacional «Mateo Pumacahua» de Sicuani, en el departamento del Cuzco, como profesor de Castellano y Geografía y con el sueldo de 200 soles mensuales (1939-1941). Allí, junto con sus alumnos, llevó a cabo un trabajo de recopilación del folclore local, es cuando descubrió su vocación de etnólogo.
Paralelamente contrajo matrimonio con Cecilia Bustamante Vernal, el 30 de junio de 1939, quien junto con su hermana Alicia eran fundadoras y  promotoras de la Peña Cultural «Pancho Fierro», un legendario centro de reunión de artistas e intelectuales en Lima. La Peña Pancho Fierro, histórico recinto de música y reunión cultural donde Arguedas participaba activamente. Este espacio también fue un salón de exhibición de manifestaciones artísticas, plásticas y folclóricas. José María Arguedas era el gran animador de esta Peña: gestionaba la presencia de los cantantes, bailaba y contaba su experiencia del mundo andino.
En 1941 publicó “Yawar fiesta”, su tercer libro y primera novela a la vez, su argumento plantea un problema de desposesión de tierras que sufren los habitantes de una comunidad. Con esta obra el autor cambia algunas de las reglas de juego de la novela indigenista, al subrayar la dignidad del nativo que ha sabido preservar sus tradiciones a pesar del desprecio de los sectores de poder. Este aspecto triunfal es, de por sí, inusual dentro del canon indigenista, y da la posibilidad de entender el mundo andino como un cuerpo unitario, regido por sus propias leyes, enfrentado al modelo occidentalizado imperante en la costa del Perú.
Entre octubre de 1941 y noviembre de 1942 fue agregado al Ministerio de Educación para colaborar en la reforma de los planes de estudios secundarios. En 1942 tras representar al profesorado peruano en el Primer Congreso Indigenista Interamericano de Pátzcuaro (Mexico), reasumió su labor de profesor de castellano en los colegios nacionales “Alfonso Ugarte”, “Nuestra Señora de Guadalupe” y «Mariano Melgar» de Lima. En esos años publicó también en la prensa muchos artículos de divulgación folclórica y etnográfica sobre el mundo andino.
En 1944 presentó un episodio depresivo caracterizado por decaimiento, fatiga, insomnio, ansiedad y probablemente crisis de angustia, por lo cual pidió licencia repetidas veces en su centro de labor docente, hasta 1945. Este episodio lo describió en sus cartas a su hermano Arístides y brevemente en sus diarios insertados en su novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo; esta es la última novela de Arguedas, que se publicó póstumamente en 1971, porque había quedado inacabada por el suicidio del escritor. Los capítulos que consiguió escribir están ambientados en Chimbote,  puerto pesquero del norte que sufre un desarrollo impetuoso y caótico. El autor alterna la representación dramática de los costes humanos de este crecimiento, especialmente la pérdida de identidad cultural de los indios trasplantados a la ciudad, con apuntes de diario, de los cuales emerge la decisión, cada vez más de suicidarse.
En una carta con fecha 23 de julio de 1945 dijo: “Yo sigo mal. Van tres años que mi vida es una alternativa de relativo alivio y de días y noches en que parece que ya voy a terminar. No leo, apenas escribo; cualquier preocupación intensa me abate totalmente. Sólo con un descanso prolongado, en condiciones especiales, podría quizá, según los médicos, curar hasta recuperar mucho mi salud. Pero eso es imposible. José María Arguedas”
José María Arguedas se recuperó, pero eventualmente tendría otras recaídas posteriores.
Según atestigua César Lévano, en esta época Arguedas estuvo muy cerca de los comunistas, a quienes apoyó en diversas labores, como en la de capacitación a círculos obreros. Los apristas lo acusaron de ser un «conocido militante comunista», acusación que sin duda tuvo mucho eco pues a fines de 1948 la recién instalada dictadura de Manuel A. Odria declaró a Arguedas «excedente», cesándolo de su puesto de profesor en el colegio Mariano Melgar. Al año siguiente se inscribió en el Instituto de Etnología de San Marcos y reanudó su labor intelectual. Ese mismo año publicó “Canciones y cuentos del pueblo quechua”. En los años siguientes continuó ejerciendo diversos cargos en instituciones oficiales encargadas de conservar y promover la cultura.
En marzo de 1947 fue nombrado Conservador General de Folklore del Ministerio de Educación, para luego ser promovido a Jefe de la Sección Folklore, Bellas Artes y Despacho del mismo Ministerio (1950-1952). Llevó a cabo importantes iniciativas orientadas a estudiar la cultura popular en todo el país. Por su gestión directa, Jacinto Palacios, el gran trovador andino, grabó el primer disco de música andina en 1948. Por aquellos años los teatros Municipal y Segura abrieron sus puertas al arte andino.
Entre 1950 y 1953 dictó cursos de Etnología y Quechua en el Instituto Pedagógico Nacional de Varones. En 1951 viajó a Bolivia, para participar en una reunión de la Organización Internacional del Trabajo. En 1952 hizo un largo viaje con su esposa Celia por la región central andina, recopilando material folclórico, que publicó con el título de “Cuentos mágico-realistas y canciones de fiestas tradicionales del valle de Mantaro, provincias de Jauja y Concepción”. En 1953 fue nombrado director del Instituto de Estudios Etnológicos del hoy Museo Nacional de la Cultura Peruana, cargo en el que permaneció durante diez años; simultáneamente dirigió la revista Folklore Americano (órgano del Comité Interamericano de Folklore, del que era secretario).
En 1954 publicó la novela corta “Diamantes y pedernales”, conjuntamente con una reedición de los cuentos de Agua, a las que sumó el cuento “Orovilca”. Habían pasado unos 13 años desde que no publicaba un libro de creación literaria; a partir de entonces retomó de manera sostenida tal labor creativa, hasta su muerte. Pero su retorno a la literatura no lo apartó de la etnología. En 1955 su cuento «La muerte de los Arango» obtuvo el primer premio del Concurso Latinoamericano de Cuento organizado en México.
A fin de complementar su formación profesional, se especializó en la Universidad de San Marcos en Etnología, de la que optó el grado de Bachiller el (20 de diciembre de 1957) con su tesis «La evolución de las comunidades indígenas», trabajo que obtuvo el Premio Nacional Fomento a la Cultura Javier Prado 1958. Por entonces realizó su primer viaje por Europa, becado por la UNESCO, para efectuar estudios diversos, tanto en España como en Francia. Durante el tiempo que permaneció en España,  Arguedas hizo investigaciones entre las comunidades de la provincia de Zamora,  buscando las raíces hispanas de la cultura andina, que le dieron material para su tesis doctoral: «Las Comunidades de España y del Perú», con la que se graduó el 5 de julio de 1963.
Por entonces empezó a ejercer como catedrático de Etnología en San Marcos (de 1958 a 1968). De la misma disciplina fue también profesor en la Universidad Nacional Agraria de La Molina (de 1962 a 1969).
En 1961 publicó su novela “El Sexto”, por la cual se le concedió, por segunda vez, el Premio Nacional de Fomento a la Cultura «Ricardo Palma» (1962). Dicha obra es un relato novelado de su experiencia carcelaria en el famoso penal situado en el centro de Lima, que sería clausurado en 1986.
En 1962 editó su cuento “La agonía de Rasu Ñiti”. Viajó en ese mismo año a Berlín Occidental), donde se llevó a cabo el primer coloquio de escritores iberoamericanos, organizado por la revista Humboldt.
En 1963 fue nombrado Director de la Casa de la Cultura del Perú, donde llevó a cabo una importante labor profesional; sin embargo, renunció al año siguiente, como gesto de solidaridad para con el presidente de la Comisión Nacional de Cultura.
En 1964 publicó su obra más ambiciosa: “Todas las sangres”, novela de gran consistencia narrativa, en la que el escritor quiso mostrar toda la variedad de tipos humanos que conforman el Perú y a la vez los conflictos determinados por los cambios que origina en las poblaciones andinas el progreso contemporáneo. Arguedas reanudó, sobre bases más amplias, la representación del mundo andino. Del relato autobiográfico se pasa a un cuadro general que comprende las transformaciones económicas, sociales y culturales que suceden en la sierra peruana. A través de la historia de una familia de grandes latifundistas, el autor afronta las consecuencias del proceso de modernización que avanza sobre un mundo todavía feudal.
Es ciertamente un proyecto narrativo de largo aliento y mucho más ambicioso que los anteriores, pues pretende sopesar todos los modelos que se presentan como alternativos para construir y configurar la sociedad peruana. A ello obedece su estructura coral, en la cual se enfrentan el proyecto capitalista, el orden feudal y un boceto de capitalismo nacional. Pero el autor invalida cada uno de ellos, proponiendo como legítimo un modelo social comunitario que no desdeña, empero, la modernización. La novela eleva el problema indígena a problema nacional, e incluso le brinda un tinte universal, en la medida en que el conflicto expresado en la novela corresponde ya en ese momento al llamado Tercer Mundo.
Sin embargo, esta novela fue criticada severamente durante una mesa redonda organizada por el Instituto de Estudios Peruanos el día 23 de junio de 1965, aduciéndose que era una versión distorsionada de la sociedad peruana. Estas críticas fueron devastadoras para Arguedas, quien aquella misma noche escribió estas líneas desgarradoras: “… casi demostrado por dos sabios sociólogos y un economista, […], que mi libro Todas las sangres es negativo para el país, no tengo nada que hacer ya en este mundo. Mis fuerzas han declinado creo que irremediablemente…”
Uno de los críticos desaforados de la obra de José María Arguedas era el escritor Sebastián Salazar Bondy. Según la interpretación de algunos, esas críticas fueron uno de los tantos eslabones que se sumaron a alimentar la depresión de Arguedas, que lo llevaría a su primer intento de suicidio al año siguiente
No obstante, su labor intelectual siguió recibiendo reconocimientos oficiales. En ese mismo año de 1964 su labor de docente mereció el otorgamiento de las «Palmas Magisteriales» en grado de Comendador y una Resolución Suprema firmada por el presidente Fernando Belaunde Terry dándole las «gracias por los servicios prestados a favor de la cultura nacional». Fue nombrado también Director del Museo Nacional de Historia, cargo que ejerció hasta 1966.
En 1965 Arguedas inició su divorcio de Celia a la vez que entablaba una nueva relación con una dama chilena, Sybila Arredondo, con quien se casó en 1967, una vez fallada la sentencia de divorcio. Sybila lo acompañó hasta el final de su vida; años después, estuvo presa en el Perú acusada de tener vínculos con el grupo terrorista Sendero Luminoso y tras ser liberada volvió a su país en el 2002.
Ese mismo año de 1965 Arguedas hizo numerosos viajes al extranjero y al interior del Perú. En enero estuvo en Génova, en un congreso de escritores, y en abril y mayo pasó dos meses, invitado por el Departamento de Estado, recurriendo universidades norteamericanas (en Washington D.C., California e Indiana). De regresó a Perú, visitó Panamá. En junio asistió al primer Encuentro de Narradores Peruanos, realizado en Arequipa, donde sostuvo una polémica con Sebastián Salazar Bondy quien días después falleció víctima de una cirrosis hepática congénita. En septiembre y octubre estuvo en Francia. Pero se dio tiempo para publicar, en edición bilingüe, su cuento “El sueña del pongo”.
En 1966 hizo tres viajes a Chile (en enero, en julio, en septiembre)  y asistió, en Argentina, a un congreso de Interamericanistas, luego visitó Uruguay por dos semanas. Ese mismo año publicó su traducción al español de la crónica “Dioses y hombres de Huarochirí” del doctrinero hispano peruano Francisco de Ávila.
En 1966 la depresión de Arguedas hizo crisis, llevándolo a un primer intento de suicidio por sobredosis de barbitúricos el 11 de abril de aquel año. Desde algunos años atrás, el escritor venía recibiendo múltiples tratamientos psiquiátricos, describiendo sus padecimientos en sus escritos: En una carta dirigida a John Murra, 28 de abril de 1961, Arguedas le dice: “Yo estoy sumamente preocupado con mi pobre salud. (...) He vuelto fatigadísimo, sin poder dormir y angustiado. Tengo que ir a donde el médico nuevamente; aunque estos caballeros nunca llegan a entender bien lo que uno sufre ni las causas. Lo malo es que esto me viene desde mi infancia…”
“Un poco por miedo otro poco porque se me necesitaba o creo que se me necesitaba he sobrevivido hasta hoy y será hasta el lunes o martes. Temo que el Seconal no me haga el efecto deseado. Pero creo que ya nada puedo hacer. Hoy me siento más aniquilado y quienes viven junto a mí no lo creen o acaso sea más psíquico que orgánico. Da lo mismo. (...) Tengo 55 años. He vivido bastante más de lo que creí (carta a Arístides Arguedas, 10 de abril de 1966)”.
A partir del intento de suicidio, su vida ya no volvió a ser la misma. Se aisló de sus amigos y renunció a todos los cargos públicos que ejercía en el Ministerio de Educación, con el propósito de dedicarse solamente a sus cátedras en la Universidad Agraria y en la de San Marcos. Para tratar su mal se puso en contacto con la psiquiatra chilena Dolores Hoffmann,  quien le recomendó, a manera de tratamiento, que continuara escribiendo. De este modo publicó otro libro de cuentos: “Amor mundo” (que fue editada simultáneamente en Montevideo y en Lima, en 1967), y trabajó en la que sería su obra póstuma: “El zorro de arriba y el zorro de abajo”.
En 1967 dejó su magisterio en la Universidad de San Marcos, y, casi simultáneamente, fue elegido jefe del departamento de Sociología de la Universidad Nacional Agraria de Las Molina, a la cual se consagró a tiempo completo. Continuó su afiebrado ritmo de viajes. En febrero estuvo en Puno, presidiendo un concurso folclórico con motivo de la fiesta de la Candelaria. En marzo pasó 15 días en México, con motivo del Segundo Congreso Latinoamericano de Escritores, en Guadalajara, y ocho días en Chile, en otro certamen literario. A fines de julio viajó a Austria, para una reunión de antropología, y en noviembre estaba de nuevo en Santiago de Chile, trabajando en su novela de los «zorros».
En 1968 le fue otorgado el premio «Inca Garcilaso de la Vega», por haber sido considerada su obra como una contribución al arte y a las letras del Perú. En esa ocasión pronunció su famoso discurso: «No soy un aculturado». Desde el 14 de enero al 22 de febrero de ese año estuvo en Cuba, con Sybila, como jurado del Premio Casa de las Américas. Ese mismo año y el siguiente tuvo su amarga polémica con el escritor argentino Julio Cortázar, y viajó varias veces a Chimbote, con el fin de documentar su última novela.
Ese mismo año hizo tres viajes a Chile, el último de los ellos estuvo por cerca de cinco meses, de abril a octubre. Por entonces se agudizaron nuevamente sus dolencias psíquicas y renació la idea del suicidio, tal como lo atestiguan sus diarios insertos en su novela póstuma: “Yo no voy a sobrevivir al libro. Como estoy seguro que mis facultades y armas de creador, profesor, estudioso e incitador, se han debilitado hasta quedar casi nulas y sólo me quedan las que me relegarían a la condición de espectador pasivo e impotente de la formidable lucha que la humanidad está librando en el Perú y en todas partes, no me sería posible tolerar ese destino. O actor, como he sido desde que ingresé a la escuela secundaria, hace cuarentitrés años, o nada. (Epílogo, 29 de agosto de 1969)”.
Finalmente renunció a su cargo en la Universidad Agraria. El 28 de noviembre de 1969 le escribió a su esposa Sibyla: “¡Perdóname! Desde 1943 me han visto muchos médicos peruanos, y desde el 62, Lola, de Santiago. Y antes también padecí mucho con los insomnios y decaimientos. Pero ahora, en estos meses últimos, tú lo sabes, ya casi no puedo leer; no me es posible escribir sino a saltos, con temor. No puedo dictar clases porque me fatigo. No puedo subir a la Sierra porque me causa trastornos. Y sabes que luchar y contribuir es para mí la vida. No hacer nada es peor que la muerte, y tú has de comprender y, finalmente, aprobar lo que hago”.
Ese mismo día el 28 de noviembre de 1969,  se encerró en uno de los baños de la universidad y se disparó un tiro en la cabeza. Pasó cinco días de agonía falleciendo el 2 de diciembre de 1969.
Tal como el escritor había pedido en su diario, para el día de su entierro, el músico andino Máximo Damián tocó el violín ante su féretro ―acompañado por el arpista Luciano Chiara y los danzantes de tijera Gerardo y Zacarías Chiara― y luego pronunció un breve discurso, en palabras que transmitieron el sentimiento del pueblo indígena, que lamentó profundamente su partida.
Sus restos fueron enterrados en el cementerio El Ángel. En junio del 2004 fue exhumado y trasladado a Andahuaylas, el lugar donde nació.
En 1969 ―el mismo año en que suicidó― Arguedas concedió una entrevista a la revista Trilce, de la que se puede extraer los siguientes párrafos:”Entiendo y he asimilado la cultura llamada occidental hasta un grado relativamente alto; admiro a Bach y a Prokofiev, a Shakespeare, Sófocles y Rimbaud, a Camus y Eliot, pero más plenamente gozo con las canciones tradicionales de mi pueblo; puedo cantar, con la pureza auténtica de un indio chanka, un harawi de cosecha. ¿Qué soy? Un hombre civilizado que no ha dejado de ser, en la médula un indígena del Perú; indígena, no indio. Y así, he caminado por las calles de París y de Roma, de Berlín y de Buenos Aires. Y quienes me oyeron cantar, han escuchado melodías absolutamente desconocidas, de gran belleza y con un mensaje original. La barbarie es una palabra que inventaron los europeos cuando estaban muy seguros de que ellos eran superiores a los hombres de otras razas y de otros continentes «recién descubiertos».
Su obra literaria de Arguedas se completa con sus Relatos completos, reunidos en 1975, y con importantes investigaciones antropológicas y folclóricas, además de su producción poética en lengua quechua. En 1983 la editorial Horizonte, de Lima, editó las obras completas de José María Arguedas en cinco tomos, compilada por  su segunda mujer Sybila Arredondo.
La producción intelectual de Arguedas es bastante amplia y comprende unos 400 escritos, entre creaciones literarias (novelas y cuentos), traducciones de poesías y cuentos quechuas al español, trabajos monográficos, ensayos y artículos sobre el idioma quechua, la mitología prehispánica, el folclore y la educación popular, entre otros aspectos de la cultura peruana. La circunstancia especial de haberse educado dentro de dos culturas, como la occidental y la indígena, unido a una delicada sensibilidad, le permitieron comprender y describir como ningún otro intelectual peruano la compleja realidad del indio nativo, con la que se identificó de una manera intensa. En Arguedas, la labor del literato y del etnólogo no está nunca totalmente disociada; incluso, en sus estudios más académicos encontramos el mismo lenguaje lírico que en sus narraciones.
La importancia fundamental de este escritor ha sido reconocida por críticos y colegas peruanos suyos como Mario Vargas Llosa, quien llegó a dedicarle a su obra el libro de ensayos titulado “La utopía arcaica”. También Bryce Echenique ha colocado las obras de Arguedas entre los libros de su vida. Con el paso de los años, la obra de Arguedas ha venido cobrando mayor relieve, pese a que todavía es poco conocido fuera de nuestro país.
José María Arguedas siempre vivió un conflicto profundo entre su amor a la cultura indígena, que deseaba se mantuviera en un estado "puro", y su deseo de redimir al indio de sus condiciones económicas y sociales. Se puede decir que la añoranza a las formas tradicionales de la vida andina hizo que postulara un estatismo social, en abierta contradicción con su adhesión al socialismo.






domingo, 5 de marzo de 2017

MIS RECUERDOS DE LA FIESTA EN LA PAMPA DE AMANCAES

 Me recuerdo que siendo aún niño mi papá me llevó a la Pampa de Amancaes, para nosotros por aquellos años nos parecía muy lejos, pero en la actualidad es muy cerca del centro de Lima. Por la tarde al regresar a casa, el carro venia cargado de flores amarillas que existían en ese lugar, el amancae (Hymenocallis amancaaes) que florecía  en esas pampas durante los meses de junio y agosto. Fue la fiesta más tradicional y más grande de Lima, fue la primera feria gastronómica del Perú, en este lugar se representó por primera vez la cultura nacional a través de la unión de la música criolla y folklórica.

La Pampa de Amancaes se encuentra en el actual distrito del Rímac, es  una llanura elevada rodeada de cerros desde dónde antiguamente podía verse los días despejados  todo el valle de Lima, y era permisible también  divisar el mar.

Para llegar a este importante  lugar se debía cruzar la Alameda de los Descalzos y seguir el “camino de Amancaes”, una senda polvorosa que empezaba a un lado del Convento de los Descalzos.

Se fundó este convento, como casa de recolección, en 1595 por el santo hermano Fr. Andrés Corso y fue su primer Guardián San Francisco Solano, donde vivió varios años. Florecieron después allí varones eminentísimos. El prestigio de sus religiosos hizo que en los años de la Independencia del Perú quedara excluido de la ley de conventos que dejó vacíos muchos conventos.
Desde entonces fue perdiendo poco a poco su personal, hasta que a1 comenzar la segunda mitad del siglo XIX se le dio nueva vida, más intensa y gloriosa que la anterior, con la fundación en 1853, por los Misioneros de Ocopa, del Colegio Apostólico de Propaganda FIDE, a instancias empeñosas del Sr. Arzobispo y de lo más florido de la sociedad limeña. Sus frailes colmaron las esperanzas de los que se habían empeñado en su fundación. A los pocos años decía Mons. Tovar, Arzobispo de Lima: " Dudo que en el mundo haya un convento en donde se junten a la vez un sabio como el P. Gual, un santo como el P. Masiá y un orador como el P. Cortés, como hoy se hallan reunidos en el de los Descalzos de Lima. Testimonio corroborado con este otro, escrito en un libro conventual por el R. P. Gimeno, definidor general y Visitador de la orden en América el año 1900: " Dudo que en esta fecha y en toda la Orden haya un convento más numeroso, más observante, y de más actividad apostólica que el de los Descalzos de Lima.
Pero volviendo a la historia de los Amancaes, se cuenta que desde la época de la Colonia  fue un lugar de peregrinación, porque por aquella época  había ocurrido un famoso milagro. 

La tradición dice que: “La mañana del 2 de febrero de 1582 una niña indigena llamada Rosario, que iba a dejar la leche al templo de los dominicos,  encontró en la acequia de la “Alcantarilla” a un viajero que llevaba en la mano una carta, que le entregó, dirigida “al Prior de los según algunas versiones dicen que fue el mismo Cristo, quien le entregó una carta dirigida al Prior de los dominicos. En esta misiva le ordenaba que construyeran un templo en el lugar donde se encuentre grabada la imagen de Jesucristo.
Se encargó  a su patrona doña Ricapac, para que edificara un templo, al cumplir su cometido y regresar con el religioso y gran cantidad de personas “en romería” se encontraron que había grabada en una roca la referida imagen, en quien la domestica reconoció al viajero que le diera el encargo. Entonces se edificó allí una capilla, que, por haberse puesto la primera piedra el 24 de junio del mismo año, día de la advocación del Santo evangelista, se le dio el nombre de San Juan.

El nombre de Amancaes debe su nombre a  una flor amarilla que existió en ese lugar, el amancae (Hymenocallis amancaaes) que florecía  en esas pampas durante los meses de junio y agosto. Esta flor es la típica de la ciudad de Lima.

Algunos cronistas, como el Padre Bernabé Cobo y Juan Antonio Suardo, escritor y periodista quien escribía en el “Diario de Lima”, hablaron de este lugar. Los viajeros republicanos Max Radiguet, Botmiliau, Tschudi también estuvieron allí. Los escritores costumbristas  Manuel Ascencio Segura, Carlos Augusto Salaverry y Abelardo Gamarra “el Tunante” trazaron una visión romántica y local de este bello lugar de la época.

Con el correr de los años esta fiesta se fue  convirtiendo en una tradición, los limeños de todas las clases sociales de la sociedad se dirigían a la pampa: la gente del pueblo llegaba en mulas, en carreta o a pie; Los jinetes llegaban con sus finos caballos de paso. Los pudientes viajaban en calesas y balancines tirados por caballos, detrás iba un burro cargado con todo lo necesario para almorzar en la pampa.

En la Pampa  se realizaban grandes jaranas acompañadas de la  guitarra y el  cajón, dónde se bailaba la zamacueca. También era un gran festival gastronómico donde abundaba la chicha, el aguardiente de “pisco” y una gran variedad de comidas. Nunca faltaban las pachamancas, anticuchos, cau-cau, frejoles, butifarras, arroz con pato, papa a la huancaína, olluquitos, seviche y escabeche, y de postre la mazamorra morada y el arroz con leche. La cultura de nuestro pueblo se identifica con elementos como la música criolla, los bailes típicos (como la marinera), el caballo de paso y la gastronomía. En esta fiesta se podía encontrar todos estos elementos reunidos.




De esta manera la fiesta de Amancaes se convirtió en el lugar perfecto para poder llevar a cabo la representación de la cultura nacional donde se incluyeran elementos de la cultura indígena A partir del año 1928 se incluyeron algunas danzas del folclore andino de nuestro país que fueron exaltados durante el oncenio del presidente Augusto B. Leguía, impulsando la figura del indio a través del apoyo a los intelectuales indigenistas y la difusión del arte indígena, donde se representara la cultura peruana dentro del proyecto de la “Patria Nueva”.

Durante el Gobierno de Leguía la ciudad de Lima adquirió las características fundamentales que hasta hoy la distinguen. La capital atrajo a una gran cantidad de migrantes de provincias esto empezó a ocasionar problemas como: aumento de tráfico, falta de vivienda y necesidad de servicios sanitarios para atender a esta gran población.

A fines del siglo XIX la fiesta fue  decayendo. A la caída del régimen de Leguía, el festival de Amancaes dejó de contar con el apoyo del gobierno. La fiesta se mantuvo, pero los asistentes fueron disminuyendo con el transcurso de los años. Las últimas fiestas de Amancaes se realizaron a fines de la década de 1950, época en que las flores de la pampa se fueron extinguiendo y en su lugar aparecieron las barriadas del Rímac.

¡Que tiempos aquellos, que ya no volverán¡  En la actualidad  la Pampa de Amancaes es un rincón olvidado que en su día fue importante para nuestra historia, fue recipiente y recapitulación de lo que hoy conocemos de forma invariable como nuestra cultura nacional.


RECUERDOS DE LA PLAZA DE ACHO DE LIMA

En mi país hay mucha afición por las corridas de toros, y yo no podía ser una excepción, porque cuando me enteraba de que en Acho había una corrida me apuraba a sacar mi entrada para ese domingo estar en el bicentenaria plaza de Acho, allí a las faldas del Cerro San Cristóbal, que es el que cuida el barrio del Rimac y la ciudad de Lima.

En el Perú fue siempre muy grande la afición del pueblo limeño a las corridas de toros, y Lima ha presenciado corridas de aquellas que generalmente forman época. Los antiguos limeños no sabían hablar de otra cosa de los toros que en la Plaza Mayor se lidiaron para las fiestas reales con que el vecindario solemnizó el advenimiento  de Carlos IV al trono español, o a la entrada de los virreyes  O´Higgins, Avilés, Abascal y Pezuela. El virrey La Serna no disfrutó de tal fiesta, pues por aquella época las cosas políticas andaban muy revueltas.

Desde los días del marques Francisco Pizarro, diestrísimo picador y muy aficionado a la caza, hubo en Lima gusto por las lidias, pero la escasez del ganado las hacía imposible. “ya que sólo se remonta a los primeros años de la llegada de los españoles, y por supuesto no antes de que el ganado bovino importado por los colonos llegara al Perú, primero para alimentación de la población hispana y luego cuando se desarrolló se pudo realizar selección sobre el ganado bravo”.

Ricardo Palma en un lugar de su obra “Tradiciones Peruanas” dice “que la primera corrida lidiada en Lima fue en 1538 en celebridad de la derrota de los Almagristas, de lo cual no hay una fuente de datos fidedigna”, La primera corrida que presenciaron los limeños se dio el lunes 29 de marzo de 1540, segundo  día de Pascua de Resurrección, por la consagración de óleos, hecha por el obispo Fray Vicente Valverde, de la cual también se da cuenta en libros narrativos e históricos del clero.

La corrida se celebró en la Plaza Mayor, comenzando  a la una de la tarde, y se lidiaron tres toros de la ganadería de Maranga. Don Francisco Pizarro a caballo mató el segundo toro a rejonazos.

Desde 1559 el Cabildo destinó cuatro días en el año para esta diversión: Pascua de Reyes , San Juan, Santiago y la Ascensión. El empresario que contrataba  las funciones con el Cabildo construía los tablados y galerías alrededor de la plaza, sacando gran provecho en el alquiler de los asientos. En aquellos  tiempos el mercado público estaba situado en la Plaza Mayor, y en los días de corrida se trasladaba a las plazoletas de San Francisco, Santa Ana y algunas otras.

En las solemnes fiestas reales, las corridas de toros se hacían con el siguiente protocolo: Por la mañana tenía lugar lo que se conocía con el nombre de encierro del ganado, se soltaba a la plaza dos o tres toros con las astas recortadas. El pueblo se solazaba con ellos, y muchos aficionados salían con heridas. Esta diversión duraba hasta las diez de la mañana, augurando por los incidentes del encierro, el mérito del ganado que se iba a lidiarse.

A las dos de la tarde, salía del Palacio de Gobierno, el virrey acompañado de una gran comitiva de notables importantes, todos montados en soberbios caballos lijosamente adornados. Mientras recorrían  la plaza, las damas desde los balcones y azoteas, arrojaban flores sobre ellos, y el pueblo que ocupaba las graderías de madera en el atrio de la  Catedral y los portales y vitoreaban frenéticamente. Todas las órdenes religiosas encabezadas por el arzobispo y el obispo.     

Un cuarto de hora, después de que todos estaban sentados, el Virrey ocupaba  asiento, bajo dosel en la galería de Palacio, y arrojaba a la plaza la llave del toril, gritando: “¡Viva el Rey!”. La llave era recogida por un caballero a quien anticipadamente se le había conferido tal honor, que había sido elegido entre muchos aspirantes, y a media rienda se dirigía a la esquina de la calle Judíos, donde se encontraba colocado el toril, cuya puerta dirigía abrir con la llave que momentos antes le había entregado el Virrey.

Solo en el gobierno de Francisco Pizarro y de los virreyes conde de Nieva y segundo marqués de Cañete, se vio en Lima romper cañas a los caballeros divididos en dos bandos.  Después de ellos fue cuando se introdujeron en la corrida cuadrillas de parlampanes, papahuevos, cofradías de africanos y payas.

En el año de 1701 fue cuando por primera vez, se imprimieron cuartillas de papel con los nombres de los toros y de las ganaderías o haciendas. En esta época, las corridas que no entraban en la categoría de fiestas  reales se efectuaban en la plaza de Otero.

Parece que, para estas corridas, el Cabildo comprometió a cada hacendado de los valles  inmediatos a Lima, para que obsequiase y toro, y es natural que el ganadero obsequiara lo mejor de su ganadería.

En los libros en que están consignadas  las descripciones de fiestas reales e encuentran abundantes pormenores sobre las corridas. En el libro de Terralla, “El Sol en el mediodía”, escrito en 1790, para las fiestas reales de Carlos IV, trae el artículo más curioso sobre corrida de toros

El 6 de octubre  de 1798 por Real cédula, se ordenó que las corridas fuesen el día lunes, porque las autoridades eclesiásticas creían que por celebrarse en domingo, se quedaba mucha gente sin oír la misa. Periodo que duró hasta el año de 1845.  

En 1768 en los terrenos de Agustín Hipólito Landáburu, quien terminó como empresario, fabricó una plaza para las lidias de toros en los terrenos denominados de Hacho, y que con el transcurrir perdieron una letra, convirtiéndose en Acho. En castellano la palabra acho, o mejor hacho, significa "sitio elevado cerca de la costa, desde donde se descubre bien el mar y en el cual solían hacerse señales con fuego". En sus primeros años, la plaza fue llamada indistintamente "del Hacho" o "del Acho". El  cerro de San Cristóbal, a cuyo pie se levanta esta plaza, sería entonces el Hacho de Lima (compárese con el Hacho de la ciudad de Ceuta).
En la construcción  de la plaza se emplearon tres años y se invirtió cerca de cien mil pesos, debiendo, después de llenadas ciertas cláusulas del contrato, que las específica “Fuentes en su estadística de Lima”, pasar el edificio a ser propiedad de la Beneficencia, que desde 1927 lo administra.

La Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana, conocida como Beneficencia Pública o Beneficencia de Lima, es una institución de caridad, fundada en 1834, que administra el Cementerio Presbítero Maestro, el Cementerio El Ángel, la Plaza de toros de Acho, el Puericultorio Pérez Aranibar, entre otras instituciones. Siendo su primer presidente Domingo de Orúe y Mirones fue un alcalde de Lima (1806, en cogobierno con el alcalde Manuel de Villar), general de los ejércitos del Perú que con el grado de coronel intervino en la proclamación de la independencia (1821) diputado al Congreso Constituyente (1822);  director civil de la Sociedad de Beneficencia de Lima en su fundación (1825) bajo el gobierno de  Simón Bolívar. Fue propietario de la hacienda de caña Huaito, en el valle de Pativilca, de la provincia de Barranca (por entonces aún no separada de la antigua provincia de Chancay), en el  departamento de Lima; hacienda muy fértil y de gran producción, en la que el general José de San Martín alojaba a sus soldados enfermos de Huaura, antes de la proclamación de la independencia. A principios del siglo xix su casa en Lima estaba en la calle del Mascarón (hoy 5ta. cuadra de la Av. Cuzco).

La plaza de toros de Acho, es el coso  de toros más antiguo de América, puede admitir cómodamente unos 10.000 espectadores. Es un polígono de quince lados, con un diámetro que mide ochenta y cinco varas. En la actualidad es una de las más grandes del mundo, es la más importante de las 56 plazas oficiales de toros con que cuenta el país.
Al principio se acordó dar la licencia solo para ocho corridas al año, concesión que poco a poco fue adquiriendo elasticidad. Había una función llamada de encierro y con la cual terminaba la temporada. Los toros que se lidiaban en La corrida de encierro no eran estoqueados.
Aunque se utilizaba la plaza de Acho, no por eso se dejaba de usar para lidiar toros la Plaza Mayor, en las fiestas reales y recepción de virreyes. La última corrida que se efectuo en ese lugar fue en obsequio del virrey Pezuela en 1816…
En 1750, en que se puso a la moda en España la escuela de Ronda, de matar a los toros recibiendo, esto es cunando el diestro bandola y estoque, no hubo en Lima, sino rejoneadores para ultimar a los cornúpetas. Pocos años después vino la escuela de Sevilla en oposición a la  de Ronda, con las estocadas y el volapié y la invención de las banderillas. Los progresos del arte en la metrópoli llegaban pronto a la colonia.     .
La plaza fue fundada el 30 de enero de 1766, durante el gobierno del virrey Manuel de Amat y Junier, antecediéndola en antigüedad la plaza de toros de Béjar y Zaragoza. La plaza de Sevilla inició su construcción en 1749, pero concluyó formalmente después de la de Acho.
En 1770 empezaron a aparecer los listines con una octava o un par de decimas. La cuadrilla, en ese año, la formaban como matadores: Manuel Romero “el Jerezano” y Antonio López de Medina Sidonia, José Padilla, Faustino Estacio, José Ramón y Prudencio Rosales, como rejoneadores y picadores de vara corta, y como capeadores y banderilleros: José Lagos, Toribio Mujica, Alejo Pacheco y Bernardino Landáburu, Había además dos cacheteros, dos cacheteros, dos garrocheros y doce parlampanes.
Estos eran unos pobres diablos que se presentaban vestidos de mojiganga. Había también unos indios llamados “mojarreros”, que salían del circo, casi siempre beodos y que armados de rejoncillos, o moharras, y punzaban al toro hasta matarlo.
Los garrocheros eran los encargados de azuzar al toro arrojando desde alguna distancia jaras y flechas que iban a clavarse en los costados del animal.
La suerte de la lanzada consistía en colocarse un hombre frente al toril con una gruesa lanza que apoyaba en una tabla. El bicho se precipitaba ciego, sobre la lanza, y caía traspasado; pero hubo algunos casos, en que se elegía  un toro muy bravo y limpio, en que el animal burlándose de la lanza, acometió al hombre indefenso y le dio muerte. Era costumbre que el indio de la lanzada  se persignara en público pocos segundos antes de abrirse los toriles para dar paso a la fiera.
Allá por el año 1782 cuando comenzó a ponerse de moda la suerte de capear a caballo, que se desconocía en España, y en la que fue tan eximio  Pedro Zavala,  el marqués de Valle Umbroso, que era autor de un libro publicado en Madrid, por los años de 1831, con el título “Escuela de Caballería conforme a la práctica observada en Lima” . El capeo a caballo, dice Mendiburu, no se hizo al principio por toreros pagados, sino por personas que tenían afición a ese ejercicio, y aún las personas de clase no se menospreciaban de ir a buscar lances que los acreditasen de jinetes y valientes. Desde finales del siglo XVIII los capeadores de a caballo fueron asalariados.
Los matadores y banderilleros españoles de esa época eran Alonso Jurado, Miguel Utrilla, Juan Venegas, Norberto Encalada y José Lagos “Barreta”
Los mejores capeadores de a caballo que han entrado en el redondel de Lima, fueron Casimiro Cajapalco, Juan Breña “mulata” y Esteban Arredondo.
El marqués de Valle Umbroso dice sobre Casimiro Cajapalco: “Era muy jinete y mejor enfrenador que he conocido; siempre que lo veía a caballo, me daban ganas de levantarle una estatua”.
El 22 de abril de 1892 se dio en Acho una corrida a beneficio de las benditas almas del purgatorio, tal como lo indica el programa de aquella época.
Cogido por un toro el banderillero español José Álvarez, fue ha hacer compañía a las beneficiadas, las que no tuvieron poder bastante para librarlo de las astas de un becerro de Bujama.
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