“Que terrible será cuando yo me
vaya a morir sin haber vivido”
Este Oviedin que casi siempre tiene un cielo color
panza de burro, aparenta ser una ciudad
triste, y “cuando el sol logra desgarrarse de las nubes y posarse sobre el
mojado asfalto, toda la ciudad se esponja y se empapa de sol…”.
Pilares – como la bautizó el ovetense Pérez de Ayala,
es una ciudad abúlica, donde residen muchos jubilados – de todas las edades, de
todas las razas y de todos los colores-. Nuestro amigo Manolo, no puede ser una
excepción, en esta ciudad azul a las faldas del Naranco. Vive solo en su casa, desde
hace poco tiempo está jubilado, y
siguiendo los mandamientos del buen retirado, vive de sus rentas, y es por eso
que no tiene apuro de nada. Suele
levantar todos los días a las doce y treinta y cinco de la mañana –hora exacta
que es 13 la suma de los dígitos- porque para él todo tiene que cumplirse estrictamente según el
horario que tiene programado para todos los días.
Es el mayor de dos hermanos y pertenece a una buena
familia ovetense, nació muy cerca del hospital psiquiátrico, allá por las calle
de Bermúdez de Castro, llamado a su vez campo de los Reyes, por sus calles y huertas se crio jugando con
otros chicos. Aprendió a jugar al futbol en la calle con otros muchachos de su barrio,
y otras veces haciendo diabluras como todos los chicos de aquella época. De vez
en cuando iban en tropel al hospital psiquiátrico, que estaba muy cerca de
donde vivía, para visitar a los internos mansos, celebrando muchas veces con
algarabía, las palabras incoherentes que solían decir aquellos hombres enfermos.
Como todo buen ejecutivo tiene un secretario, que
comparte con su hermano José, quien le resuelve todas sus inquietudes y
problemas, le acompaña a comprar sus medicinas, a ver los neumáticos nuevos
para su carro; estando a su servicio las veinticuatro horas del día. En
otras muchas ocasiones, las funciones se invierten, actuando como secretario
del secretario.
Después de levantarse, tomar el desayuno, sale de su
casa, observando antes que sus pantalones impecables estén con su raya bien
recta y sus zapatos brillantes. Después de pasar revista a su indumentaria, sin
apuro, se dirige hasta el pequeño café “Yoraco,
ubicado en los bajos del Edificio Sedes,
en la calle Yela Utrilla, antes de que lleguen los tertulianos mañaneros lee el
periódico, para luego incorporarse a la mini tertulia, que dura aproximadamente una hora, al
cumplirse este tiempo, -exactamente, porque le han enseñado desde pequeño que
la puntualidad, es sinónimo de buena educación-, se levanta solemnemente de su
asiento, se dirige a la barra y paga su consumición. ¡Cosa importante¡ no se
deja invitar por nadie, y si esto sucediera arma un lio que mete miedo.
Por las tardes, después de la comida – que le ha
enviado su hija Yolanda – su ojo derecho- en unos tapers para toda la semana –
descansa un rato y luego sale a caminar, -de cuatro a seis por el centro de
Oviedo- en estos largos paseos observa los establecimientos, que han cerrado, o
que están por cambiar el giro de sus ventas; se encuentra con muchos amigos a
los que saluda cortésmente, y en muchas ocasiones no deja de echar una parrafada, y si tiene
tiempo toma un café.
El centro está lleno de gente, bocinas, calor, mucho
calor del verano, altoparlantes, autos y ruidosos niños que juegan en la calle.
Cruza por el Campo de San Francisco con sus frondosos y milenarios árboles. En una
acera un violinista ucraniano, interpreta una pieza, y los viandantes, que van
apurados a sus quehaceres lo miran de soslayo, y alguno le echa una moneda al
suelo, para ayudarlo. Un poco más adelante en la acera de enfrente, un acordeonista toca “La Comparsita”, los paseantes pasan sin
hacerle mucho caso, no se inmuta y sigue con su trabajo, aporreando las teclas
de su viejo instrumento musical. Un poco más allá, se encuentra con unos
mimos vestidos de novios, que cuando los
apresurados paseantes, les dan una moneda cambian de posición, como
agradeciendo el dinero, después de observarlos con mucha curiosidad, prosigue
su paseo y llega hasta el café Buena Ventura, aprovecha de que es temprano, para
lustrase los zapatos y tomase una cerveza. El “lustra” realiza su cometido rápidamente
y con mucha destreza, Manolo observa que brillen bien, le paga y le deja una propina. Como es la hora programada, para regresar a casa, abandona el local. Pasa por
delante de la Caja de Ahorros, en la Plaza de la Escandalera, es en ese momento que el reloj, con los acordes del
“Asturias Patria Querida” marca las seis
de la tarde. Apura el paso, cortando
camino por el Campo de San Francisco, para llegar antes de media hora.
Al llegar a su piso, descansa un poco, y después, se
prepara para salir a compartir, su tertulia de la tarde. El camarero al verlo
llegar, le sirve una cerveza, con un platito de jamón y tortilla; ¡oh, lála¡ Al
rato pide una copa de vino, aunque no está acostumbrado a tomar alcohol. Son
las diez de la noche, hora en que normalmente todos los tertulianos se van despidiendo, para
ir de vuelta a casa. Mira su moderno reloj y se levanta solemnemente, se
despide y regresa a casa. Al pasar por los otros cafés de la zona no deja de
saludar ceremoniosamente y con afecto a los amigos. Había sido muy buen mozo de
joven, un seductor que todavía hace suspirar a solteras y casadas.
Al llegar a su piso, descansa un poco enciende la
televisión, se acomoda en su sillón de Voltaire y después de ver las últimas noticias,
hace zapping y comienza a ver una película muy bonita cuya banda original es
“La sinfonía del nuevo mundo” de Beethoven, que lo emociona y le hace que le
saltan las lágrimas.
En el Bombe, la “Trattoria di Fabio”, existen varias
tertulias, si nos remontamos al origen de la palabra tertulia, es una reunión informal y periódica de gente interesada en un tema o en una
rama concreta del arte, la ciencia o la filosofía, para debatir e informarse o
compartir ideas y opiniones. También se conversa de amores y desamores Por lo general, la reunión tiene lugar en café
o cafeterías, suelen participar en ellas personas del ámbito intelectual. Es
una costumbre de origen español y se mantuvo arraigada hasta mediados del siglo
XX en las colonias independizadas del imperio español. A los asistentes se los
llama «contertulios» o «tertulianos».
El Bombe “la Trattoria di Fabio”, un café
restaurante pequeñito, no tiene muchas mesas, y está decorado con unas fotos
preciosas del Paseo del Bombe, del parque San Francisco, se encuentra en la
calle Pérez de la Sala. Su propietario es un italiano, nacido en la Ciudad Luz,
y se llama Fabio. Es de constitución fuerte,
es alto y con sus manos grandes, como es él, grande, el pelo rizado y muy revuelto, de tanto pensar.
Es una excelente y muy noble persona, todo lo que tiene de grandón lo tiene de
buena persona. Es el clásico relaciones públicas, que atrae a la clientela por
su simpatía. El camarero, Ovidio es de
origen rumano y muy atento con la
clientela; y Luis el chef, es de Portugal,
y cocina exquisitamente muy bien. En este
pequeño bar cuya especialidad es la cerveza y el vino de todos los siglos, de
todos los colores y sabores, también se sirven cafés y comidas italianas.
Desde hace unas semanas Manolo, se queja de un dolor
de pie, -que lo tiene loco-, los
tertulianos, después de un cambio de opiniones y hacerle un prueba de tacto en
el pie doliente, en consenso, le dicen que vaya a ver a un fisioterapeuta, lo acepta, pero, - dice- antes quiero ir a
ver al docto, redundando, doctor Florencio, su médico de cabecera de toda la
vida, y que conoce muy bien todas sus dolencias crónicas.
A las diez de la noche –hora exacta, es cuando se
retira a su casa, cena una cosita ligera, que le ha preparado su hija, después
ve un rato algún programa de corte político en la televisión, toma
su pastillita, que le receto su galeno, y duerme toda la noche como un
niño.
A la mañana siguiente, de acuerdo a la
cita que le han dado en el ambulatorio, se levanta a su hora prevista, se
acicala y va al ambulatorio para que su médico le diagnostique, sobre el dolor
del pie. Su amigo lo examina y le receta
unas obleas, solo para el dolor, que tiene que tomar durante una semana. Le dice que es muy probable que
tenga, la gota, -enfermedad producida por
una acumulación de cristales de sales de urato (ácido úrico) en distintas partes del cuerpo, sobre todo en
las articulaciones, tejidos
blandos riñones. El ataque agudo de gota típico consiste en una artritis que causa intenso dolor
y enrojecimiento de inicio nocturno en la articulación del dedo gordo del pie. La gota es uno de los tipos de artritis por microcristales.
Nuestro compañero de tertulia llega al café y cuenta
su aventura con el médico, diciendo que va a seguir el tratamiento los días que
le han indicado, además acota aduciendo de que el galeno se ha equivocado con
el diagnostico, ya que – según cuenta- sigue
al pie de la letra la dieta que le prescribieron desde hace tiempo.
Pasan dos semanas y los dolores son aún
mayores, los tertulianos le siguen diciendo que vaya a un fisioterapeuta, pero
el vuelve a pedir cita a su médico, para que lo vuelva a ver. El día señalado
para la cita, se dirige al ambulatorio y se enfrenta a su galeno, quien lo
vuelve a revisar y al tocarle el pie, este lanza unos terribles quejidos que se
escuchan por todo el ambulatorio. Al observar que efectivamente el dolor es muy agudo, le indica que tiene que hacerse unas
radiografías, y unos análisis de orina y de sangre. Le entrega un tubo de
ensayo para que evacue sus orines, Manolo alega que el mismo es muy pequeño,
entonces le dan un vaso de plástico para que orine en el mismo y después lo
pase al tubo. Sale de allí y pide la cita para que los radiólogos le saquen la
radiografía, a la hora que él quiere. Se señalan su turno para las seis de la
tarde, al mismo tiempo que se prepara para los otros análisis.
Él día que lo citan va a sacarse la radiografía a
las seis de la tarde llega un poco antes de la hora y enseguida el radiólogo lo
llama, quien le manda sentarse en la camilla sienta en una camilla y que se
descalce y ponga el pie torcido para tomarle la placa. Pero siente unos fuertes
dolores de los que se queja con grandes gritos. Una vez realizada esta
operación le dicen que espere un rato en la sala de espera, hasta que le digan
que la lámina ha salido bien.
Pero ¡Oh sorpresa!, parece que Manolo alucina,
piensa que es una reacción de la misma radiografía, Ve a una señora con el
brazo escayolado, que es acompañada por una señora y un hombre vestido de “gaiteiro”.
Ellos se dirigen a otra consulta y se pierden por los pasadizos del
Ambulatorio.
Sale del ambulatorio con el dolor de pie es aún más
agudo y piensa llegar a casa rápidamente para meter el miembro adolorido
primero en el bidet y luego en la ducha con agua muy fría, al poco rato
consigue que el malestar se le pase un poco, sale a la calle y enseguida se le
viene a la memoria la figura de un amigo de otros tiempos, que lo llama por teléfono, todas las tardes, bajo la
modalidad de llamada oculta, para fastidiarlo. Pero desde hace días el móvil
permaneces mudo.
Como toma una pastilla para dormir Manolo muestra su
preocupación de quedarse dormido, -confiesa que no sabe programar el reloj
despertador- le ha pedido a su hija
Yolanda – que es la pupila de sus ojos- que lo llame a las siete y media de la
mañana para llegar a tiempo al ambulatorio y hacerse los análisis de sangre y orina.
Al sonar el teléfono, se despierta, se lava y se
dirige al garaje a buscar su coche, - un Mercedes último modelo, que cuida más
que a una mejer, que solo utiliza cuando tiene que trasladarse lejos - para
no perder tiempo y llegar a las ocho de la mañana, al Centro de Salud, aparca encima de la acera, entrega su tubo de
ensayo con la micción, y se dirige a otro consultorio para que le extraigan la
sangre.
Se acerca una enfermera joven, -y muy guapa- provista
de cuatro “grandes” tubos para sacar el líquido rojo. Al ver toda esa maniobra preliminar, piensa que le van a hacer una gran
sangradura.
Sentado en una mesa con el brazo derecho, y la
camisa remangada, está preparado para que lo pinchen, pero se encuentra muy nervioso,
- la enfermera trata de tranquilizarlo – él le dice que es muy guapa, y hasta la
invita a cenar un día de estos- mientras le está diciendo todas estas bonitas
palabras, aprovecha de introducirle la aguja en la vena y la sangre sale a
borbotones, que llenan los tubos en menos de un segundo.
Pero Manolo se sorprende porque nota una cosa
extraña, de que en esos cuatro tubos que contienen el precioso líquido no es
azulino. Se dirige a la sanitaria, y le dice
que en la operación ha hecho algo mal, ella, asombrada le responde de por qué le hace esa observación.
Se levanta solemnemente, y con voz profunda, le manifiesta que él es noble y tiene sangre
azul. La enfermera extrañada, cambia de cara, se pone seria e incrédula. Pero se
da cuenta que ha sino una broma, y celebra la ocurrencia. Terminada esta
operación se arregla la camisa, le vuelve a repetir los piropos e invitaciones,
que le dijo al llegar, se despide cortésmente, saca su coche de encima de la acera
y vuelve a su casa para meterse nuevamente
en la cama y seguir durmiendo.
En la calle hay mucho bullicio, el rápido caminar de la gente que
van a sus oficinas, otras que pasan al mercado o llevando a los niños al
colegio. Algunas beatas se encaminan a la iglesia para la misa de las
12.30. Manolo, antes de levantarse llama
a su hija quejándose de que sigue con el pie muy adolorido. Se levanta, se da
una ducha fría, prepara su desayuno de costumbre. Busca algo que hacer, para no
aburrirse y se dedica a limpiar y dar lustre a sus muebles antiguos y a la platería
heredados de sus padres, pasa la vista por los retratos que cuelgan en las
paredes, observa que los libros estén bien alineados en sus estanterías, su
escritorio milimétricamente ordenado, con sus cuadernos de notas alineados, lápices y lapiceros, calculadora,
informes viejos, computadora encendida y el aparato de televisión siempre
puesto ¿Cómo no va a sentir nostalgia de todo esto?.
Al poco rato después de hacer estas faenas de casa, le
sucede otro acontecimiento importante, debido al polvo se le han infectado sus ojos,
se mira en el espejo y se asusta de lo irritado que está, llama nuevamente a su
hija, quien acude a casa rápidamente y al verlo así lo lleva con toda prisa al
médico. Al llegar a la consulta, pasa de inmediato porque no hay nadie en la
sala de espera. El galeno de guardia le diagnostica una conjuntivitis vírica y
le explica que en esta ciudad hay una toxina que está afectando a muchas
personas. Con toda la atención y cariño que se merece una persona de la nobleza
ovetense, el médico le recta un colirio, que compra rápidamente al salir del
ambulatorio “parece una plañidera de la casa de Bernarda Alba”. Raudo y veloz se
va a casa, hace una profilaxis de todas las cosas que utiliza diariamente, se
echa el colirio, para refrescar sus ojos y sale a dar su ronda rutinaria. En la
esquina se encuentra con el ciego que vende la lotería, lo saluda y sigue su
camino expedito, para encontrarse con los tertulianos.
Aquella tarde-noche después de conversar largamente
con sus amigos, se despide, sin antes anunciarles que al día siguiente volverá
al consultorio para que le digan si ha pasado el control médico, y le indiquen
sobre la dolencia del pie. Aunque ha tomado su pastilla de Lormetazapan, esa
noche no duerme pensando en lo que le dirá su médico.
A las trece horas llega al centro sanitario, el
doctor Florencio lo recibe cariñosamente, le extiende la mano, le ofrece que se
siente en una silla vacía, que tenía enfrente. El galeno, busca la historia
clínica con toda tranquilidad, después de revisarla cuidadosamente le dice que
se encuentra muy bien de todo, que siga así. El paciente incrédulo le vuelve a
preguntar con insistencia, si no tiene nada grave. El galeno le vuelve a
repetir: ni colesterol, ni los triglicéridos, ni la orina, ni la próstata, ni
nada de nada. Es entonces cuando Manolo le cuenta que como el día anterior
descubrió que su sangre no es azul, sino roja, es ahora cuando pienso que me pueden venir todas las enfermedades del
mundo.
Florencio su médico y amigo le celebra su ocurrencia
y le enseña el historial repitiéndole que no hay nada que recetar, que se
encuentra muy bien. Al salir de la consulta, como por arte de encanto todas las
dolencias incluida la del pie han desaparecido. Ahora Manolo está muy mejorado,
gracias a los consejos de su hija, de Florencio y de los tertulianos y ha vuelto
a revivir todas sus actividades rutinarias de todos los días.