Dentro de unos días se celebra en Oviedo la Balesquida, uno de los festejos más
tradicionales y antiguos de la capital asturiana. Seguramente, muchos ovetenses
sabrán que el nombre y el origen de esta fiesta se remonta varios siglos atrás,
y que se debe a una dama llamada Velasquita Giráldez, que el 5 de febrero de
1232 instituyó y dotó generosamente a la «cofradía de los alfayates o xastres y
de otros vecinos y [hombres] buenos de la ciudad de Oviedo»; congregación que
con el tiempo pasó a ser denominada de la Balesquida, al trastocarse el nombre
de Velasquita, fundadora de la cofradía. Con este artículo, trataremos de dar a
conocer a los ovetenses algunas noticias de esa señora de nombre tan singular.
Por los documentos conservados, se sabe que Velasquita Giráldez era hija de Giraldo Pérez y que tenía dos hermanos, Pedro y María Giráldez. Debió de morir el mismo año en el que otorgó su testamento, en 1232, y fue enterrada en la iglesia de San Tirso de Oviedo, en la que en una pilastra del lado del Evangelio consta la siguiente inscripción, escrita con caracteres más modernos que los de la fecha que incluye: «Dª Balesquida Giráldez fundadora del hospital y cofradía de su nombre yace al pie de esta columna. Murió año de 1232». Velasquita debió de permanecer soltera, ya que el citado testamento de 1232 es en realidad una de las llamadas donaciones «pro anima», ya que se ofrece por la «redención de mi ánima [de Velasquita] y de mis padres y de todos mis bienhechores», no habiendo mención ni a marido ni a hijos.
Pertenecía Velasquita Giráldez al grupo de francos instalados en Oviedo desde tiempo atrás o descendiente de éstos. Así lo parece indicar su apellido y el nombre de su padre, Giraldo, de indudable origen francés, ya que Gerard, o Girard, es nombre y apellido muy extendido en el país vecino, formado por los términos germánicos «ger», que significa «lanza», y «hard», duro o fuerte. El patronímico de Velasquita, «Giráldez», denota ya una hispanización al utilizar la terminación «ez» junto al nombre del padre para formar su apellido, como era habitual en nuestras tierras.
Los francos habían comenzado a instalarse en Oviedo al tiempo que las peregrinaciones a Santiago y a San Salvador de Oviedo cobraban auge, en el último cuarto del siglo XI. Algunos debieron ser peregrinos que no retornaron a su tierra, mientras que otros fueron inmigrantes que aprovecharon la demanda de servicios mercantiles y artesanales generada en los núcleos urbanos que se fueron desarrollando a la vera del camino o animados por el flujo de peregrinos. Ya en 1075 el rey Alfonso VI, acompañado de un amplio séquito, había visitado la Cámara Santa ovetense y las reliquias en ella conservadas, por la fama que éstas tenían ya en medios cristianos. Algún tiempo después, con posterioridad a 1085, fecha del fuero de Sahagún, cuyo modelo sigue, Alfonso VI concedió a Oviedo y a Avilés su primer fuero. La confirmación que de ese primer fuero ovetense hizo su nieto Alfonso VII, en 1145, ha llegado hasta nosotros en una versión romanceada de 1295, escrita al ser ratificado el texto foral por Fernando IV. Una de las disposiciones del fuero establece: «Los merinos que el Rey pusiere sean vecinos de la villa, uno franco y otro castellano [?]. Y lo mismo los sayones».
Esta disposición foral revela la gran importancia que el grupo de pobladores francos tenía en el Oviedo de esos siglos altomedievales. La dualidad de magistraturas de francos y locales figuraba ya en el texto del primer fuero de Alfonso VI, como lo testimonia un documento de venta fechado en junio de 1115, en Oviedo, suscrito por un «Robert, iudice de illos francos», es decir, un Robert o Roberto, juez de los francos, y «Monio Sarasin», al que simplemente se califica de «juez», y que sería el nombrado por la población autóctona. Robert es un nombre germánico muy frecuente en la Francia de la época.
Aparte de ese «Robert, iudice», ya citado, la documentación nos ha dejado los nombres de otros francos que desempeñaron magistraturas municipales, como «Beltram de Tarascon» (población de la Provenza francesa), que era merino en 1185, o «Petrus Geraldiz, iudice», en 1231, e incluso Pedro Bretón, juez en 1261.
Muchos de los personajes cuyos nombres o apellidos son franceses, como Gerard, Geraldiz, Guillielmus, Guillem, Jofré, Galter, Guionet, Yvo, Almerinus y otros varios más, y que aparecen en la documentación conservada, serían originarios de varias regiones francesas y otros ya descendientes de los primeros francos establecidos tanto en Oviedo como en Avilés. La integración y fusión de estos francos con la población local debió de ser muy temprana y muy estrecha, de manera que cuando en junio de 1262 se redactaron unas ordenanzas para la elección cada año de jueces, alcaldes y jurados por el concejo de Oviedo, ya no se hace mención al grupo franco. Para entonces, en cambio, habían adquirido un gran protagonismo los «mesteres» o agrupaciones de los distintos oficios artesanales, que en número de doce elegían a 24 hombres buenos para participar en la elección, que se celebraba en Santa María del Campo, una capilla situada en el luego denominado Campo de San Francisco, por la instalación en sus términos de los monjes de la orden franciscana.
La mayoría de los onomásticos empleados por esa población de origen franco corresponden, según el prestigioso lingüista Rafael Lapesa, a la amplia zona conocida como Occitania, que ocupaba la mitad sur de la actual Francia y que hablaba el occitano o lengua de «oc», y a la Gascuña, región vecina a la anterior, en el ángulo suroccidental. También hubo presencia de otros inmigrantes de otras regiones, como Bretaña, Normandía, Lorena?
Ese dominio de los elementos occitanos, explica la presencia de términos lingüísticos provenzales en los textos romanceados de los fueros de Avilés y Oviedo. Afirma Rafael Lapesa que no se sabe «si la redacción sancionada en 1145 [para el fuero de Oviedo] y 1155 [para el de Avilés] por Alfonso VII estaba en latín y fue objeto de romanceamiento posterior, o si la cancillería del monarca se limitó a autorizar unas ordenanzas previamente compuestas en lengua vulgar. Pero ese romanceamiento o esa versión primitiva debieron ser hechos por un francés del Mediodía, y su lenguaje hubo de ser la mezcla de provenzal y asturiano en que los "francos" se entendían con la gente del país».
Los elementos de origen franco debieron integrarse sin gran dificultad con la población nativa, lo que se constata por los matrimonios en los que uno de los cónyuges tiene onomástica francesa y el otro local, o la adopción por parte de los francos de nombres hispanos, como es el caso de Velasquita Giráldez, cuyo nombre es de ese origen y su apellido francés. No obstante, el mantenimiento de relaciones comerciales con algunos lugares franceses, como el puerto de La Rochelle, en la costa atlántica, contribuyó a la continuidad de francos en la capital asturiana y en Avilés. El 19 de febrero de 1274 se fecha un documento de venta de una casa situada en la ovetense «calella de Socastiello», que lindaba con la casa de «María Guillérmiz morador enna Rochela». Esa «caleya» de Socastiello se situaba donde hoy se encuentra la calle San Juan, y era ésa una zona ocupada con preferencia por artesanos y comerciantes de origen franco. Buena parte de los personajes con onomástica franca que se conocen a través de la documentación antigua de Oviedo aparecen instalados a lo largo de las actuales calles de Cimadevilla y la Rúa, que aparece denominada en aquellos tiempos como «Rúa Francisca», precisamente por ello, y en la zona en torno al castillo construido por Alfonso III, que ocupaba el solar donde hoy se alza un edificio de Telefónica. Formaban esas calles un importante eje comercial en el Oviedo de entonces y en esa misma zona levantó nuestra Velasquita Giráldez un hospital, desaparecido, mientras se conserva la capilla de la Balesquida, construida a su lado. Es un dato más esta ubicación de la pertenencia de nuestra Velasquita Giráldez al núcleo de pobladores de origen franco, que constituía un poderoso e influyente grupo entre la burguesía del Oviedo medieval.