EN EL ANIVERSARIO DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ
José Luis
García Álvarez/ Presidente de la Asociación de Residentes Peruanos en Asturias
Dentro de
unos días celebraremos una vez más nuestra independencia nacional. Casi han
pasado 200 años desde la primera vez que gritamos “¡Somos libres!”. Es una
conmemoración sagrada porque es la fecha en que el Perú se reconoce a sí mismo
y obliga a los demás a reconocer que ya había llegado a la mayoría de edad, que
considera que haber nacido como país por ese matrimonio entre la cultura
española y la cultura andina y que ya está en aptitud de vivir por su cuenta,
libre e independiente. Así, el día de la emancipación es la celebración de esa
mixtura de lo español con lo andino, que ha alcanzado su identidad propia.
Por eso
me gusta mucho la palabra ‘emancipación’. Los hijos se emancipan cuando llegan
a la mayoría de edad y se liberan así de la patria potestad y de cualquier
clase de subordinación o dependencia jurídica. Puede mantenerse y hasta incluso
desarrollarse el afecto a los padres; lo que, en la práctica, sucede. Pero la
relación es ahora de otro tipo: ya no se necesita enseñar al joven la forma de
desarrollar su vida; ahora tiene que vivir por su cuenta, tomando sus propias
determinaciones. La emancipación nacional supone que el país ya llegó a su
mayoría de edad y no requiere ser gobernado por sus padres culturales: ya no le
corresponde ni necesita simplemente recibir sino que ahora tiene la libertad
–pero también la obligación– de gobernarse por sí mismo y de desarrollarse en
la mayor medida para beneficio de todos los peruanos.
El Perú,
como tal, es el resultado de fusiones de culturas muy importantes. Somos hijos
de nuestro padre español y de nuestra madre andina. Podríamos remontar nuestra
genealogía nacional cuando menos hasta los romanos y los griegos por el lado
paterno y hasta los Cupisnique, Virú y Salinar (en el norte de los Andes) y
Paracas Necrópolis (en el sur) por el lado materno. Todos los encuentros que
siguieron posteriormente a partir de esas épocas remotas fueron muy importantes
para crear una identidad única. Para nosotros, para los que vivimos en la época
actual, el Perú es producto de la fusión de todo ello a través de la unión de
las dos grandes culturas que se encontraron en un momento relativamente cercano
de la Historia: la cultura inca y la cultura española, las cuales a su vez
aportaban un pasado grandioso. Y es así como se forma nuestra patria con el
aporte de ambos lados. Este tipo de fusiones pueden ser muchas veces violentas:
la historia universal lo muestra en múltiples situaciones. Pero lo importante
es que, a pesar de los choques iniciales, las culturas se integran y van
constituyendo poco a poco una nueva nacionalidad. Es eso lo que ocurre entre
nosotros desde la conquista hasta la independencia. Es este un período de
gestación donde se va forjando el peruano actual.
Es así
como nuestro Perú nació como lo conocemos ahora, con una identidad propia;
heredera de las culturas que, mezcladas en las diferentes etapas de la
Historia, dieron lugar al nacimiento de nuestro país. Pero incluso, después de
la independencia, hemos seguido recibiendo contribuciones culturales
importantes como las aportadas por los italianos, los chinos, los japoneses y
otros. Somos, pues, el resultado de un honroso mestizaje.
Un
aspecto que debe tomarse muy en cuenta es que el mestizaje está presente en
todas partes del planeta. No hay cultura en el mundo que no sea producto del
mestizaje, esto es, de fusión de razas, de creencias, de sentimientos y de
razones de vivir. No podemos siquiera imaginarnos la cantidad de cruces
raciales y culturales que se han producido desde la existencia del ‘Homo
sapiens’ hace 150.000 años hasta hoy. En consecuencia, lo que nos distingue a
unos de otros no son definiciones de razas y culturas puras, sino los datos
propios que resultan de cada mezcla racial y cultural.
El 28 de
julio de 1846, el sacerdote, pedagogo, político y ex ministro de Estado
Bartolomé Herrera celebró en la Catedral de Lima un tedeum con motivo del
vigésimo quinto aniversario de la independencia. En la primera fila de
asistentes estaba el presidente Ramón Castilla y sus ministros; y lo rodeaban
los soldados que habían peleado contra España para lograr la independencia,
esto es, el reconocimiento de la mayoría de edad. En la homilía, Herrera
destacó la relación del nuevo Perú con la madre y con el padre político
cultural. Fue muy expresivo y manifestó desde el púlpito y frente a una tal
audiencia que debíamos agradecer a España “sus costumbres, sus leyes, su
ciencia, su sangre y su vida”, así como la religión católica que nos había
traído nuestro padre español. Quizá le faltó agregar que el mismo
agradecimiento era preciso expresarlo respecto de la tradición andina que
formaba la otra parte esencial de nuestra identidad patriótica.
Festejemos,
pues, una vez más, esta emancipación que nos ha colocado al mismo nivel de
independencia y de personalidad nacional que nuestros padres culturales y que
cualquier otro país del mundo.
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