En el Bombe, la “Trattoria
di Fabio”, existen varias tertulias. Si nos remontamos al origen de la palabra
tertulia, es una reunión informal y periódica de gente
interesada en un tema o en una rama concreta del arte, la ciencia o la
filosofía, para debatir e informarse o compartir ideas y opiniones. También se
conversa de amores y desamores Por lo
general, la reunión tiene lugar en café o cafeterías, suelen participar en
ellas personas del ámbito intelectual. Es una costumbre de origen español y se
mantuvo arraigada hasta mediados del siglo XX en las colonias independizadas
del imperio español. A los asistentes se los llama «contertulios» o
«tertulianos».
El Bombe “la Trattoria
di Fabio”, un café restaurante pequeñito, todo el que lo visita se siente como
en familia, no tiene muchas mesas, y está decorado con unas fotos preciosas del
Paseo del Bombe, del parque San Francisco, se encuentra en la calle Pérez de la
Sala. Su propietario es un italiano, nacido en la Ciudad Luz, y se llama Fabio. Es de constitución fuerte,
es alto y con sus manos grandes, como es él, grande, el
pelo rizado y muy revuelto, de tanto pensar. Es una excelente y muy
noble persona, todo lo que tiene de grandón lo tiene de buena persona. Es el
clásico relaciones públicas, que atrae a la clientela por su simpatía. El
camarero, Ovidio es de origen rumano
y muy atento con la clientela; y el chef
Luis, es de Portugal, cocina exquisitamente muy bien. Este pequeño bar se especializa en la cerveza
y el vino de todos los siglos, de todos los colores y sabores, sirviéndose
también cafés y comidas italianas.
Desde hace unas semanas
Manolo, se queja de un dolor de pie, -que lo tiene loco-, los tertulianos, después de
un cambio de opiniones y hacerle una prueba de tacto en el miembro doliente, en
consenso, le dicen que vaya a ver a un fisioterapeuta, lo acepta, pero, - dice- antes quiero ir a
ver al docto, redundando, doctor Florencio, su médico de cabecera de toda la
vida, y que conoce muy bien todas sus dolencias crónicas.
A la mañana
siguiente, de acuerdo a la cita que le han dado en el Centro Sanitario, se
levanta, se acicala y va al ambulatorio para que su médico le diagnostique,
sobre el dolor del pie. Su amigo, con mucha paciencia lo examina y le receta unas obleas, solo para el dolor, que
las tiene que tomar durante una semana. El galeno le dice que es muy
probable que tenga, la gota, -enfermedad producida por
una acumulación de cristales de sales de urato (ácido úrico) en distintas partes del cuerpo, sobre todo en
las articulaciones, tejidos
blandos riñones. El ataque agudo de gota típico consiste en una artritis que causa intenso dolor
y enrojecimiento de inicio nocturno en la articulación del dedo gordo del pie.
Nuestro tertuliano
llega al café y cuenta su aventura con el médico, diciendo que va a seguir el
tratamiento los días que le han indicado, además acota aduciendo de que el
galeno se ha equivocado con el diagnostico, ya que – según cuenta- sigue al pie de la letra la
dieta que le prescribieron desde hace tiempo.
Pasa la semana y
los dolores son aún mayores, los tertulianos le siguen diciendo que vaya a un
fisioterapeuta. Pide cita a su médico, para que lo vuelva a ver. El día que le
han señalado se dirige al ambulatorio y se enfrenta a su galeno, quien lo
vuelve a revisar y al tocarle el pie, este lanza unos terribles quejidos que se
escuchan por todo el ambulatorio. Al observar
que el dolor es muy agudo, le
indica que tiene que hacerse unas radiografías, y unos análisis de sangre y orina.
Le entrega un tubo de ensayo para que evacue sus orines, Manolo alega que el
mismo es muy pequeño, entonces al reclamar le entrega un vaso de plástico para que orine
en el mismo, y después lo evacue al tubo.
Sale de allí y pide
la cita para que los radiólogos le saquen la radiografía, a la hora que él
quiere. Le señalan su turno para las seis de la tarde, al mismo tiempo que se
prepara para los otros análisis.
Él día que lo citan va
a sacarse la radiografía a las seis de la tarde, llega un poco antes de la hora,
el radiólogo lo llama, le manda sentarse en la camilla, le pide que se descalce
y ponga el pie de costado para tomarle la placa. Pero siente unos fuertes
dolores de los que se queja con grandes gritos. Una vez realizada esta
operación, le dicen que espere un rato,
hasta que le digan que la lámina ha salido bien.
Pero ¡Oh sorpresa!,
Manolo alucina, piensa que es una reacción de la misma radiografía, Ve a una
señora con el brazo escayolado, que es acompañada por una señora y un hombre
vestido de “gaiteiro”. Ellos se dirigen a otra consulta y se pierden por los
pasadizos del Ambulatorio.
Sale del ambulatorio
con el dolor de pie que es aún más agudo, y piensa llegar a casa rápidamente
para meter el miembro adolorido primero en el bidet y luego en la ducha con
agua muy fría, consiguiendo al poco rato que el malestar sea menor. Sale a la
calle y enseguida se le viene a la memoria
la figura de un amigo de otros
tiempos, que lo llama por teléfono,
todas las tardes, bajo la modalidad de llamada oculta, para fastidiarlo. Le
extraña porque desde hace días el móvil permaneces mudo.
Como todos los días toma
una pastilla para dormir, Manolo no deja de mostrar su preocupación de quedarse
dormido, -confiesa que no sabe programar el reloj despertador- le pide a su hija Yolanda, que lo llame a las
siete y media de la mañana para llegar a tiempo al ambulatorio y hacerse los
análisis que le han programado de sangre y orina.
Al sonar el teléfono, a
esas horas tan intempestivas, se despierta sobresaltado, se lava y se dirige al
garaje a buscar su coche, - un Mercedes, automático, modelo CL. Para no perder tiempo y llegar a las ocho de
la mañana, al Centro de Salud, aparca
encima de la acera, entrega su tubo de ensayo con la micción, y se dirige a
otro consultorio para que le extraigan la sangre.
Se le acerca una joven
y guapa enfermera, provista de cuatro “grandes” tubos para sacar el líquido
rojo. Al ver esa maniobra preliminar,
piensa que le van a hacer una gran sangradura.
Sentado en una mesa con
el brazo derecho, y la camisa remangada, está preparado para que lo pinchen,
pero se encuentra muy nervioso, - la enfermera trata de tranquilizarlo – él le
dice que es muy guapa, y hasta la invita a cenar un día de estos- mientras le
está diciendo todas estas bonitas palabras, aprovecha de introducirle la aguja
en la vena y la sangre sale a borbotones, que llenan los tubos en menos de un
segundo.
Pero Manolo se
sorprende porque nota una cosa extraña, de que en esos cuatro tubos que
contienen el precioso líquido no es azulino. Dirigiéndose a la sanitaria, le
dice que en la operación ha hecho algo mal. Ella, asombrada le pregunta por qué
le hace esa observación. Se levanta solemnemente, y con voz profunda, le manifiesta que él es noble y tiene sangre
azul. La enfermera muy extrañada, cambia de cara, se pone seria e incrédula.
Pero se da cuenta que le está gastando una broma, y celebra la ocurrencia.
Terminada esta operación se arregla la camisa, le vuelve a repetir los piropos
e invitaciones, que le dijo al llegar, se despide cortésmente, saca su coche de
encima de la acera y vuelve a su casa
para meterse nuevamente en la cama y seguir durmiendo.
En la calle hay
mucho bullicio, el rápido caminar de la
gente que van a sus oficinas, otras que pasan al mercado o llevando a los niños
al colegio. Algunas beatas se encaminan a la iglesia para la misa de las
12.30. Manolo, antes de levantarse llama
a su hija quejándose de que sigue con el pie muy adolorido. Se da una ducha
fría, prepara su desayuno como de costumbre. Para no aburrirse busca algo que
hacer, dedicándose a limpiar y dar lustre a sus muebles antiguos y a la
platería heredados de sus padres. Pasa la vista por los retratos que cuelgan en
las paredes, observa que los libros estén bien alineados en sus estanterías, su
escritorio milimétricamente ordenado, con sus cuadernos de notas alineados, lápices y lapiceros, calculadora,
informes viejos, computadora encendida y el aparato de televisión siempre
puesto ¿Cómo no va a sentir nostalgia de todo esto?.
Al poco rato después de
hacer estas faenas de casa, le sucede otro acontecimiento importante. Debido al
polvo se le han infectado sus ojos, se mira en el espejo y se asusta de lo
irritado que está. Llama nuevamente a su hija, quien acude a casa rápidamente y
al verlo así lo lleva con toda prisa al médico. Al llegar a la consulta, como
no hay nadie en la sala de espera pasa de inmediato. El galeno de guardia le
diagnostica una conjuntivitis vírica y le explica que en esta ciudad hay una
toxina que está afectando a muchas personas.
Con toda la atención y
cariño que se merece una persona de la nobleza ovetense, el médico le recta un
colirio, que al salir del ambulatorio compra rápidamente. “parece una plañidera
de la casa de Bernarda Alba”. Raudo y veloz se va a casa, hace una profilaxis
de todas las cosas que utiliza diariamente, se echa el colirio, para refrescar
sus ojos y sale a dar su ronda rutinaria. En la esquina se encuentra con el
ciego que vende la lotería, lo saluda y sigue su camino expedito, para
encontrarse con los tertulianos.
Aquella
tarde-noche después de conversar largamente con sus amigos, se despide, sin
antes anunciarles que al día siguiente volverá al consultorio para que le digan
si ha pasado el control médico, y le indiquen sobre la dolencia del pie. Aunque
ha tomado su pastilla de “Lormetazapan”, esa noche no duerme pensando en lo que
le dirá su médico.
Cuando emprendimos el viaje, el paisaje se veía de
retroceso, todas las cosas venían de pronto de reversa, el cielo pintaban
nubestas que parecían figuras que nos daban la despedida. La mañana aún era
gris, tenía pegada a un a las horas pedacitos de Rocío que al contacto con los
tímidos rayos del sol morían atravesados por la luz, el viaje parecían no tener
retorno emprendíamos la búsqueda de un nuevo mundo.
El paisaje de olas espumosas que olían a tierra
salada, de pronto se empezaba a perder en la distancia, el mundo comenzaba a
tener entonces otro nombre, ya el patio enorme, con matas que bailaban todas
las tardes con la brisa, y le coqueteaban a la orilla del río sus arrogancias
ya sólo quedaban en mis recuerdos. Se hizo de pronto de cemento y asfalto la
polvorienta callecita que se pintaba a cada rato de colores delirantes para que
decidiéramos seguir pasando por ella como de enamoramiento.
- Señora: dijo de pronto una voz grave que parecía
salir de un enorme caracol enrollado - no creo que el niño pueda alguna vez
caminar.
La campesinita de ojos color café se le comenzó a
derramar a borbotones granos marrón oscuro que parecían de una cosecha triste.
En el hospital del seguro social de Llanes, la tarde
parecía de horas que no se terminaba, se pegaba a la piel de los que caminaban
por los interminables pasillos. De repente, el silencio se pierde entre un
sonido metálico de una de las puertas sin alma que se abre como impulsada por
el viento, surge un vestido blanco largo como una vela, venía dentro una figura
aún más larga, que parecía llamar las sombras, con una voz de silbido blanco
que acariciara los nombres que pronunciaba.
- Señora Isabel, pase por aquí doña ya la atiende el
pediatra, vamos a tomar los datos del niño. La luz de la luna brilló esa noche,
redonda, de un azul de vidrio, que como por arte de magia volvía blanco todo lo
que tocaba, como a las ocho de la noche se cerró la puerta del salón lleno de
camas pero seguían los pasos ardiendo en el pasillo, de un extremo a otro. De
vez en cuando se detenían y no sonaba más, morían tras una puerta, así era para
todas las noches.
Una de las últimas noches que tuviste es en ese
hospital después de cerrada la puerta como a las dos horas, el pasillo se hizo
largo para unos pasos que no acababan de llegar, sonaban serenos, a pausa
breve, limpios y secos; no servían como los de las anteriores noches, era capaz
de hacer música. No era ahora de ronda del médico pero entró uno de mediana
estatura; no vestía de blanco como todos, un sombrerito negro que la luz absorbía
lo hacía más limpio, de faz sencilla, inspiraba confianza, un traje liso negro,
que hizo juego con la luz nocturna de la luna, era delegado de bella estatura
móvil de pureza; tenía a su alrededor su propia luz que se fragmentaba en
pequeños cristales que volaban hacia la ventana, hacia tu cuerpo, hacia los
caballitos de mar que adornaban tu cunita. Atravesó la distancia de la puerta a
la cuna sin preocupación, ni siquiera se percató de que estaba acurrucadita en
un rincón de la habitación en el suelo, se detuvo muy cerca de ti aún con las
manos cruzadas en espalda, inclinó su torso para verte mejor; fue espléndido
ver tu cuerpecito desde la luz que manaba el señor; acercó una mano pálida de
dedos delegados casi transparentes, la pasó desde tu cadera hasta la punta del
pie, se detuvo el tiempo, no respiraba ni el aire sólo pudo cantar la luz.
Ya cuando pasaban más de las doce del día, el sol
estaba bien alto, casi al punto de derretir todo lo que tocaba, hacía ya
bastante tiempo que el paisaje conocido había dejado de existir seguir siendo
de retrocesos la visualización de todo pero el paisaje ahora era totalmente
nuevo. La antigua camioneta seguía rodando con su quejido de motor, que parecía
despertar a su paso hasta la brisa.
De pronto se detuvo en una calle larga triste donde
habían unos árboles muertos desde, que se erigían como grandes lanzas queriendo
agujerear el cielo, el lugar era pálido, las casas se despegaban como naciendo
de entre el barro que se apostaba a las márgenes de la calle sin vida. Habíamos
llegados a lo que iba hacer nuestro nuevo lugar para vivir. Comenzaba ahora
otra historia.
A las trece horas llega
al centro sanitario, el doctor Florencio lo recibe cariñosamente, le extiende
la mano, le ofrece que se siente en una silla vacía, que tenía enfrente. El
galeno, con toda tranquilidad busca la historia clínica, después de revisarla
cuidadosamente le dice que se encuentra muy bien de todo, que siga así. El
paciente incrédulo le vuelve a preguntar con insistencia, si no tiene nada
grave. El galeno le vuelve a repetir que no tiene ni colesterol, ni
triglicéridos, ni la orina, ni la próstata, ni nada de nada.
Entonces, es cuando Manolo le
cuenta que el día anterior descubrió que su sangre no es azul, sino roja. Le
explica que desde muchos siglos atrás sus antepasados fueron nobles. Ostentando
la condición o el título de nobleza,
que constituyó desde antiguo una alta dignidad, tanto como luego un concepto
«socio-grupal».
La nobleza tiene
su origen, como fuente y solar de donde dimanó, en el Principado de Asturias.
Una provincia de la que en el siglo
XVIII constaba de cincuenta y tres Concejos o Jurisdicciones que correspondían
a la Real Corona, o también reconocido como Mayorazgo del Príncipe, tenía a la
par diferentes Cotos o Jurisdicciones particulares, lugares de vasallaje, y
más.
No obstante, la pertenencia a la Nobleza es todavía hoy valorada como una
distinción social para algunas personas, pese a tener un significado legal
meramente simbólico.
Es ahora cuando al ver que
mi sangre es roja, me preocupo más, porque pienso que me pueden venir todas las enfermedades del
mundo, y si esto ocurriera sería verdaderamente muy grave.
Florencio su médico y
amigo le celebra su ocurrencia y le enseña el historial repitiéndole, que no
hay nada que recetar, que se encuentra muy bien. Al salir de la consulta, como
por arte de encanto todas sus dolencias incluida la del pie han desaparecido.
Ahora Manolo está muy mejorado, gracias a los consejos de su hija, de Florencio
y de los tertuli