Hay un hombre que no conozco sentado en
el sofá de mi salón. Ahora que lo pienso mejor me parece que siempre ha estado
allí, aunque yo no me haya dado cuenta hasta hace unos días, cuando llegué del
trabajo. Pero no es un fantasma ni nada parecido, sino un hombre mayor, bajito
y un poco de pelo entrecano.
Ayer eché un vistazo a
los álbumes familiares y vi que salía en las fotografías de todos nuestros
cumpleaños. Entonces era un poco más joven y más delgado, y siempre estaba en
el mismo sitio, quieto, sin hacer nada. A lo mejor por eso no lo vi antes,
porque en casa éramos todos muy ruidosos. He intentado averiguar quién es, o
qué quiere, y no hay manera de hacerle hablar.
Hoy, a la hora del
almuerzo, pensé que tendría hambre y le llevé un plato de sopa recién hecha.
Mientras él se la tomaba en silencio, me puse a pensar en lo sola y en lo
triste que me siento yo a veces en este piso tan grande. Quizá esto lo cambie
todo. Todavía se me hace un poco raro, pero creo que no me va a importar
demasiado que se quede y me haga un poco de compañía.
Cuando te quedas solo, tras cerrar
la puerta, o colgar el teléfono, puede ser y es … maravilloso. Lo primero es
maravilloso porque hablo del quedarte en soledad, no sentirse solo, que eso es
otro (feo) cantar.
Hay un no sé qué en la soledad, en
el sentimiento de estar contigo mismo, de ofrecerte lo mejor de ti y ser tú. A
mí me encanta estar sola, y con eso no quiero decir que no disfrute con la
compañía de aquellos a los que quiero o los que me ofrecen momentos de sus
vidas. ¡Me chiflan esos momentos! Y aún así soy muy feliz conmigo misma. Planeo
mis momentos de soledad, hago y deshago, cocino, escribo, veo series que me
entretienen, me tiro en el sofá, me voy a dar una vuelta, ME DISFRUTO. Es así
como lo hago. Directamente pienso en la suerte que tengo de dedicarme unas
horas a que la única que importe en ese momento sea yo.
Hay muchas personas que me he
encontrado a lo largo de mi vida que no soportan la idea de no estar con gente,
de quedarse solas en casa, o de irse al cine una noche. Puedo entender parte de
esa necesidad imperiosa de estar con personas, y la entiendo porque cuando te
quedas en soledad es inevitable hablarse, pensar, darle vueltas, sentir, soñar…
quizá por eso no quieran quedarse consigo mismos… solo un quizás.
También están los estigmas sociales,
el “ir al cine solo es triste” o el pasar una tarde en casa sola es “aburrido”.
Eso será porque tú lo quieres. Si quieres divertirte, ¿porque no lo haces? Está
claro que para según qué diversión, hacen falta más de uno, pero el conocerse a
si mismo como para saber cuáles son aquellas cosas que te gusta hacer solo… no
tiene precio alguno.
Y aquí viene la parte de trabajo, de
sentarse en silencio absoluto y pensar. Son cuestiones de sinceridad y
honestidad. Puedes aprovechar y
ser coherente con tus necesidades. Hay veces que anteponemos a los demás antes
que a nosotros mismos. Que si voy a ayudar a mi madre a hacer
recados, que si quedo con un amiga que lo está pasando mal, que si voy un poco
antes al trabajo para terminar aquello que no terminé ayer, que si voy un
segundito a comprar al supermercado que no tengo cena para esta noche… miles y miles y miles de cosas que damos y
ofrecemos a nuestro día a día, que son necesarias y/o bonitas, pero que nos
restan energías y reportan poco a nuestro equilibrio mental, no saneamos
nuestros cables, no nos damos mimitos, no nos cuidamos ni nos damos caprichos,
y señores y señoras. ¿Quién nos
cuida mejor que nosotros mismos? ¡O eso deberíamos hacer por lo menos una hora
al día.
Luego ya vamos a momentos más duros, momentos de
soledad, de sentimiento, y esa soledad se cura queriéndolo mucho, con mucha
fuerza, y queriéndote mucho. La mayoría de nosotros nos hemos sentido solos
alguna vez. Solos de pensar que no teníamos a nadie en quien confiar, en quién
narices agarrarse en un momento de bajón, o con quién compartir una buena
noticia. Puede que hayan sido minutos de soledad o meses … y este sentimiento
amigos… éste es de los que te queman, de los que lo aplastarías contra la
pared y lo harías picadillo. No es bueno sentirse así y sobretodo no es
recomendable dejarse abandonado en ese estado. Es fácil caer en el victimismo y
en la comodidad de estar en continuo punto de atención para los que nos quieren.
Para mi eso es ser egoísta y no haberse mirado con detenimiento. No haber
descubierto lo precioso de los demás y haber dejado que la apatía y los colores
apagados dominasen. ¡Fuera, no queremos
eso! Queremos disfrutar de nosotros mismos para poder disfrutar y agradecer lo
bonito de tener a nuestras personas preferidas.
Pero para
volver a sentirse unido a las personas lo mejor es mirar alrededor, abrir los
ojos y sentir a aquellos que tenemos a nuestro lado. Puede que sea uno, dos o 50,
pero seguro que tenemos a alguien que nos da siempre la fuerza que quizá
nosotros no hemos querido coger, que nos intenta alentar en los momentos
complicados, y aquel que siempre está dispuesto a prepararnos un café o a
sacarnos de casa a dar una vuelta. Entonces la compañía se vuelve placer y la soledad es para dejarla
aparcada.
Las dos
caras de la soledad nos ofrecen aprendizajes y momentos donde nuestro ser crece
y nosotros nos volvemos más bonitos, más reales, y más sinceros.
Practiquemos
la soledad, la buena porque así nos conocemos, y la no tan buena porque así nos
damos cuenta de quienes son los que de verdad importan.
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