Cuando en octubre de 1981, la Fundación Príncipe de
Asturias, se disponía y preparaba la Entrega de los mismos, ninguno de los que empezábamos
a trabajar en ella, teníamos conocimientos de Protocolo. Unas semanas antes de
la llegada de la familia Real, llego desde Barcelona, Felio Vilarubias, un
señor experto en Protocolo, quien poco a
poco nos fue enseñando a todos, lo que
era y para que servía el protocolo. Él fue quien nos enseñó esos secretos bien
guardados, que no conocíamos.
Hasta ese entonces el Protocolo solo era utilizado en
las solemnes ceremonias a donde acudían las más altas autoridades de la nación.
Desde esa época ya en todos los actos importantes y ya se utiliza hasta en las
bodas. La gente desde hace tiempo ha
tomado conciencia de este tema y en muchos casos se lleva a rajatabla
como indican los textos y manuales de Protocolo.
En muchos casos hay personas que se lo quieren saltárselo,
de lo contrario no son más que un montón de normas acartonadas y polvorientas que con el tiempo, algunas veces, causan risa como asombro. En el protocolo sólo
creen los que no tienen en la vida más que el derecho al protocolo. La gente con
sentido común no se rige por el protocolo precisamente porque el protocolo está
pensado para aquellas ocasiones en las que el sentido común brilla por su
ausencia. No creo que a nadie se le ocurriese comparar el protocolo con la
buena educación, porque por lo general cuando
ha de emplearse el protocolo, hay alguien que esta siendo maleducado. Exigen el
cumplimiento del protocolo los que ya no creen en nada y menos aún en el protocolo. Si alguien piensa
que el protocolo es universal, está en un grave error: el protocolo del Ártico exigía, que el forastero que se deslizaba
en un iglú, incluso inadvertidamente, debía acostarse con la señora esquimal para
no afrentar al marido esquimal, y el Reino Unido al individuo que mojaba un bollo
en el té lo conducían a las torre de Londres. De ahí que el
“¡ A mojar! De Alfonso XIII exhortando a sus secuaces a mojar las pastas
en un tea palace ( hay versión con churro en una chocolatada) alcanzase una
merecida fama tanto por la vindicación del moje español como por saltarse a la
torera los protocolos.
Casi la mayoría de las disputas protocolarias se
producen por tonterías entre las personas que están deseando no solo que se
resuelvan los famosos problemas de protocolo, sino que se agraven aún más, para
cargarse de razón.
Puedo contar
una anécdota que surgió a una conocida
al recibir hace años a la delegación española del Congreso de la Lengua en Cartagena de Indias y Medellín, y bien tal
vez, por su falta de experiencia en este tipo de actos, o porque era una
persona normal, estaba escandalizada por
el problema que había surgido inesperadamente. El entonces Director del
Instituto Cervantes, se negaba a subir en el carro que se le había puesta a su
disposición, de una marca al parecer ligeramente inferior al que le habían asignado
al director de la Real Academia, cuando según él , tenía que ser de rango parejo,
si acaso no al revés. Lo normal es que ante un problema de tal calad, protocolo
contemplase la posibilidad de mandarlos a hacer puñetas, a los amantes
despepitados del protocolo. Luego se supo que uno y otro venían disputándose malamente
ciertos campos de su poder, prebendas y honores.
Pero en muchos casos, el problema nunca es del
protocolo. Todo el mundo sabe, incluidos los que dicen que las formas son importantes
para las instituciones y cuando las cosas van bien y existe un clima de
entendimiento y cordialidad, la gente acaba mojando el churro, y no pasa nada.
Al contrario se celebra que alguien exima a los demás de ese corsé, porque en
algunos caso se puede llevar una corbata muy fea, pero sabiéndolo. Lo delirante es cuando alguien ha decidido “creerse” el protocolo,
porque entonces si habrá poco que hacer, y todo el mundo dejará de mirar la
realidad de los verdaderos problemas para enfrentarse en la lectura del
reglamento y poner las cosas y los puestos en orden
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