El escritor, poeta,
traductor, profesor universitario y etnólogo peruano, José María Arguedas
Altamirano, es uno de los más destacados narradores peruanos del siglo XX y el renovador
de la literatura de inspiración indigenista.
Nació en Andahuaylas en la sierra sur
del Perú, un 18 de enero de 1911 y murió
el 2 de diciembre de 1911. fue un escritor, poeta, traductor, profesor
universitario, antropólogo. Fue autor de novelas y cuentos que lo han
llevado a estar considerado como uno de
los tres grandes representantes de la nueva narrativa indigenista en nuestro
país, junto con otros de los escritores
peruanos como Ciro Alegría y Manuel Scorza.
Sus
padres fueron el abogado cuzqueño Víctor Manuel Arguedas Arellano, que se
desempeñaba como, abogado litigante, viajero y juez en diversos pueblos de la
región, y Victoria Altamirano Navarro, proveniente de una familia criolla y aristócrata por parte
materna quien había fallecido
en 1914, por lo que José
María a los dos años de edad, y su
hermano Arístides dos años mayor que él, quedaron huérfanos de madre
En 1915, su padre es nombrado juez de
primera instancia de la provincia de Lucanas (en el departamento de
Ayacucho), su padre se trasladó a dicha sede, donde al poco después se casó en
1917, con una rica hacendada del San
Juan de Lucanas, en la provincia del mismo nombre del departamento de Ayacucho,
Se llamaba Grimanesa Arangoitia Iturbi viuda de Pacheco. El pequeño José María
viajó entonces a Lucanas, para reunirse con su madrastra; el viaje fue todo un
acontecimiento para él, como lo recordaría siempre. La familia se instaló
en Puquio, capital de la provincia de Lucanas (Ayacucho). José María y su
hermano Arístides, fueron matriculados en una escuela particular. Al año
siguiente, 1918, los dos hermanos continuaron sus estudios en San Juan de
Lucanas, a 10 km de Puquio, viviendo en la casa de la madrastra. En 1919,
Arístides fue enviado a estudiar a Lima y José María continuó viviendo con la
madrastra.
En 1920, tras la ascensión al poder de
Augusto B. Leguía, el padre de José María ―que era del partido contrario (pardista)―
fue removido de su cargo de juez y tuvo que retornar a su profesión de abogado litigante
y viajero, trajinar que solo le permitía hacer visitas esporádicas a su
familia. Esta etapa de la vida del niño José María estuvo marcada por la
difícil relación que sostuvo con su madrastra y con su hermanastro Pablo
Pacheco. Aquella sentía por su hijastro un evidente desprecio, y constantemente
lo mandaba a convivir con los criados indígenas de la hacienda, a quienes les
tomó cariño y con quienes participaba por diversión de las faenas agrícolas. De
dos campesinos guardaría un especial recuerdo: don Felipe Maywa y don Víctor
Pusa. Para José María fueron los años más felices de su vida.
Su padre solo lo recogía a su llegada de
sus largos viajes, tal como lo ha relatado Arguedas en el primer encuentro de
narradores realizado en Arequipa en 1965. Por su parte el hermanastro lo
maltrataba física y psicológicamente e incluso en una ocasión le obligó a
presenciar la violación de una de sus tías, que era a la vez la mamá de uno de
sus compañeritos de escuela (los «escoleros» mencionados en varios de sus
cuentos). Al parecer, esa fue solo una de las tantas escenas sexuales que fue
obligado a presenciar, ya que el hermanastro tenía muchas amantes en el pueblo.
La figura de este hermanastro habría de
perdurar en su obra literaria personificando al gamonal abusivo, cruel y
lujurioso. Sobre aquel personaje diría Arguedas posteriormente: “Cuando llegó
mi hermanastro de vacaciones, ocurrió algo verdaderamente terrible (...) Desde
el primer momento yo le caí muy mal porque este sujeto era de facciones
indígenas y yo de muchacho tenía el pelo un poco castaño y era blanco en
comparación con él. (...) Yo fui relegado a la cocina (...) quedaba obligado a
hacer algunas labores domésticas; a cuidar los becerros, a traerle el caballo,
como mozo. (...) Era un criminal, de esos clásicos. Trataba muy mal a los
indios, y esto sí me dolía mucho y lo llegué a odiar como lo odiaban todos los
indios. Era un gamonal”.
Algunos, sin embargo, consideran que el
supuesto maltrato de la madrastra fue una ficción; entre ellos el mismo
Arístides.
A mediados de julio de 1921 José María
se escapó de la casa de la madrastra junto con su hermano Arístides, que había
retornado de Lima; ambos fueron a la hacienda Viseca, propiedad de su tía Zoila
Rosa Peñafiel y su esposo José Manuel Perea Arellano (medio hermano de su
padre) a quien le tenía un gran cariño, situada a 8 km de San Juan de
Lucanas. Allí vivió durante dos años, en ausencia del padre.
En 1923 abandonó su
retiro al ser recogido por su padre, a quien desde entonces, acompañó en sus
frecuentes viajes laborales. Pasaron por Huamanga, Cuzco y Abancay. Escribe
Arguedas sobre su padre: “Mi padre no pudo encontrar nunca dónde fijar su
residencia; fue un abogado de provincias, inestable y errante. Con él conocí
más de doscientos pueblos. (...) Pero mi padre decidía irse de un pueblo a otro
cuando las montañas, los caminos, los campos de juego, el lugar donde duermen
los pájaros, cuando los detalles del pueblo empezaban a formar parte de la
memoria. (...) Hasta un día en que mi padre me confesó, con ademán
aparentemente más enérgico que otras veces, que nuestro peregrinaje terminaría
en Abancay. (...) Cruzábamos el Apurímac, y en los ojos azules e inocentes de
mi padre vi la expresión característica que tenían cuando el desaliento le
hacía concebir la decisión de nuevos viajes. (...) Yo estaba matriculado en el
Colegio y dormía en el internado. Comprendí que mi padre se marcharía. Después
de varios años de haber viajado juntos, yo debía quedarme; y él se iría solo”.
En el verano de 1925, cuando se hallaba
de visita en la hacienda Karkequi, en los valles del Apurímac sufrió
un accidente con la rueda de un trapiche, de resultas del cual perdió dos
dedos de la mano derecha y se le atrofiaron los dedos restantes.5 Se dice que
atribuyó el hecho a un castigo sobrenatural por practicar la masturbación
En la ciudad de Abancay ingresó como
interno en el Colegio Miguel Grau de los Padres Mercedarios, cursando el
quinto y sexto grado de primaria, entre los años de 1924 y 1925, los estudios
de secundaria los realizó en Ica, Huancayo y Lima. Su padre mientras continuaba su vida itinerante y su hermano
Arístides seguía su educación en Lima. Esta etapa de su vida quedó
conmovedoramente plasmada en su obra maestra,” Los ríos profundos”.
En 1926, junto con su hermano Arístides
empezó sus estudios secundarios en el colegio San Luis Gonzaga de Ica, en la
desértica costa peruana, hecho que marcó su alejamiento del ambiente serrano
que había moldeado hasta entonces su infancia, pues hasta entonces en contadas
ocasiones y esporádicamente había
visitado la costa. Cursó allí hasta el segundo año de secundaria y sufrió en
carne propia el desprecio de los costeños hacia los serranos, tanto de parte de
sus profesores como de los mismos alumnos. Se enamoró intensamente de una
muchacha iqueña llamada Pompeya, a quien le dedicó unos poemas, pero ella
lo rechazó diciéndole que no quería tener amores con serranos. Él se vengó
llegando a ser el primero de la clase en todos los cursos, derrumbando así la
creencia de la incapacidad intelectual del hombre andino.
En 1928 reanudó su vida trashumante otra
vez en la sierra, siempre junto a su padre. Vivió entre Pampas y Huancayo;
en esta última ciudad cursó el tercero de secundaria, en el colegio Santa
Isabel. Fue allí donde se inició formalmente como escritor al colaborar en la
revista estudiantil Antorcha; se dice también que por entonces
escribió una novela de 600 páginas, que tiempo después le arrebataría la
policía, pero de la que no ha quedado huella alguna.
Cursó sus dos últimos años de secundaria
(1929-1930) en el Colegio Nuestra Señora de La Merced, de Lima, casi sin asistir
a clases pues viajaba con frecuencia a Yauyos para estar al lado de
su padre, que se hallaba agobiado por la estrechez económica. Aprobó los
exámenes finales, terminando así sus estudios escolares prácticamente
estudiando sin maestro.
En 1931, al terminar sus estudios con 20 años de edad,
se estableció permanentemente en Lima e ingresó a la Facultad de
Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Allí, contra lo que
esperaba, fue recibido con cordialidad y respeto por sus condiscípulos, entre
los que se contaban los futuros filósofos Luis Felipe Alarco y Carlos Cueto
Fernandini, y los poetas Emilio Adolfo Westphalen y Luis Fabio Xammar.
A raíz del fallecimiento de su padre,
ocurrido el año siguiente, se vio forzado a ganarse la vida entrando a trabajar
como auxiliar en la Administración de Correos. Era apenas un puesto de
portapliegos, pero los 180 soles mensuales de sueldo aliviaron sus
necesidades económicas a lo largo de cinco años. Allí se licenció en Literatura,
y posteriormente cursó Etnología, recibiéndose de bachiller en 1957 y
doctor en 1963. De 1937 a 1938 sufrió prisión en razón de una protesta contra
un enviado del dictador italiano Benito Mussolini.
Paralelamente a su formación
profesional, en 1941 empezó a desempeñar el profesorado, primero en Sicuani,
Cuzco, y luego en Lima, en los colegios nacionales Alfonso Ugarte,
Guadalupe, y Mariano Melgar, hasta 1949. Ejerció también como funcionario
en el Ministerio de Educación, poniendo en evidencia su interés por
preservar y promover la cultura peruana, en especial la música y la danza
andinas. Desde el año 1963 y 1964 fue Director de la Casa de la Cultura y de
1964 a 1966 desempeño el cargo de Director del Museo Nacional de Historia. En el campo de la docencia superior, fue
catedrático de Etnología en la Universidad de San Marcos (1958-1968)
y en la Universidad Agraria de La Molina (1962-1969). Agobiado por
conflictos emocionales, puso fin a sus días disparándose un tiro en la sien.
Arguedas introdujo en la literatura
indigenista una visión interior más rica e incisiva. La cuestión fundamental
que se plantea en sus obras es la de un país dividido en dos culturas (la
andina de origen quechua y la occidental, traída por los españoles), que deben
integrarse en una relación armónica de carácter mestizo. Los grandes dilemas,
angustias y esperanzas que ese proyecto plantea son el núcleo de su visión.
Su labor
como antropólogo e investigador social no ha sido muy difundida, pese
a su importancia y a la influencia que tuvo en su trabajo literario. Se debe
destacar su estudio sobre el folclore peruano, en particular de la música
andina; al respecto tuvo un contacto estrechísimo con cantantes, músicos, “danzantes
de Tijeras” es una danza indígena originaria de la región de Ayacucho
en el Perú, cuyo marco musical es provisto
por violín y arpa, y que posteriormente fue difundida a las
regiones de Huancavelica y Apurímac. En Apurímac la danza es
denominada gala y la pareja de bailarines que realizan el contrapunto se llama
danzaq, mientras que en Huancavelica al danzante de tijeras se le
denomina tusuq.
Los campesinos los llamaban «Supaypa
Wasin Tusuq»: el danzante en la casa del diablo. Se atribuye a Arguedas la
generalización del término «danzante de tijeras» por las tijeras que los
danzantes llevan en la mano derecha y que las entrechocan mientras bailan. Según
los sacerdotes de la colonia, su lado mágico obedece a un supuesto pacto con el
diablo, debido a las sorprendentes pastas o pruebas que ejecutan en la danza.
Estas pruebas se denominan Atipanakuy. El instrumento central de la danza son
las tijeras elaboradas con dos placas independientes de metal
de aproximadamente 25cm de largo y que juntas tienen la forma de un par de
tijeras de punta roma. Actualmente las regiones de mayor difusión de esta danza
son: Huancavelica, Ayacucho, Apurímac y Lima. En el año 1995 el Instituto
Nacional de Cultura del Perú la reconoció como Patrimonio Cultural de la
Nación.
José María Arguedas también tomo
contacto con muchos bailarines de todas las regiones del Perú. Su contribución
a la revalorización ha sido muy importante en el arte indígena, es reflejada
especialmente en el huayno y la danza.
Además de escritor fue traductor y difusor de la literatura
quechua, antigua y moderna, ocupaciones todas que compartió con sus cargos de
funcionario público y maestro. Su obra maestra “Los Ríos Profundos”, novela autobiográfica,
por la cual recibió en 1959 el Premio Nacional de Fomento a la Cultura «Ricardo
Palma». Esta novela escrita en 1958 ha
sido considerada como su obra maestra.
En ella Arguedas propone la dimensión
autobiográfica como clave interpretativa. En esta obra se nos muestra la
formación de su protagonista, Ernesto (que recobra el nombre del niño
protagonista de algunos de los relatos de Agua), a través de una serie de pruebas decisivas. Su
encuentro con la ciudad de Cuzco, la vida en un colegio, su participación en la
revuelta de las mujeres indígenas por la sal y el descubrimiento angustioso del
sexo son algunas de las etapas a través de las cuales Ernesto define su visión
del mundo. El mundo de los indios asume cada vez más connotaciones míticas,
erigiéndose como un antídoto contra la brutalidad que tienen las relaciones
humanas entre los blancos.
Su obra narrativa refleja,
descriptivamente, las experiencias de su vida recogidas de la realidad del
mundo andino, y está representada por las siguientes obras: Agua (1935), Yawar
fiesta (1941), Diamantes y pedernales (1954), Los ríos
profundos (1958), El Sexto (1961), La agonía de Rasu Ñiti (1962), Todas
las Sangres (1964), El sueño del pongo (1965), El zorro de
arriba y el zorro de abajo (publicado póstumamente en 1971). Toda su obra literaria
ha sido compilada en Obras completas, publicadas en el año de 1983.
Además, realizó traducciones y antologías de poesía y cuentos quechuas. Sin
embargo, sus trabajos de antropología y etnología conforman el grueso de toda
su producción intelectual escrita, no
han sido revalorados todavía.
En 1933 publicó su primer cuento, “Warma
kukay”, publicado en la revista Signo.
En 1935 publicó “Agua”, su primer libro de cuentos, que obtuvo el segundo
premio de la Revista Americana de Buenos Aires y que
inauguró una nueva época en la historia del indigenismo literario. Su primer libro reúne tres cuentos con
el título de Agua que
describen aspectos de la vida en una aldea de los Andes peruanos. En Agua los conflictos sociales y culturales
del mundo andino se observan a través de los ojos de un niño. El mundo indígena
aparece como depositario de valores de solidaridad y ternura, en oposición a la
violencia del mundo de los blancos.
En estos relatos se advierte el primer
problema al que se tuvo que enfrentar en su narrativa, que es el de encontrar
un lenguaje que permitiera que sus personajes indígenas, se pudieran expresar en idioma español sin
que sonara falso. Ello se resolvería de manera adecuada con el empleo de un
"lenguaje inventado": sobre una base léxica fundamentalmente
española, injerta el ritmo sintáctico del quechua.
En el año 1936 fundó con Augusto
Tamayo Vargas, Alberto Tauro del Pino y otros, la revista Palabra,
en cuyas páginas se ve reflejada la ideología propugnada por José Carlos
Mariátegui.
En 1937 fue apresado por participar en
las protestas estudiantiles contra la visita del general italiano Camarotta,
jefe de una misión policial de la Italia facista. Eran los días de la
dictadura de Óscar R. Benavides. Fue trasladado al penal «El Sexto» de Lima,
donde permaneció 8 meses en prisión, episodio que tiempo después evocó en
la novela del mismo nombre. La novela publicada en 1961, representa un paréntesis con
respecto al ciclo andino. "El Sexto" es el nombre de la prisión de
Lima donde el escritor fue encarcelado en 1937-1938. El infierno carcelario es
también una metáfora de la violencia que domina toda la sociedad peruana.
Pero a pesar de simpatizar con el
ideario comunista, nunca participó activamente en la política militante.
Estando en prisión, se dio tiempo para traducir muchas canciones quechuas que
aparecieron en su segundo libro publicado en 1938 titulado: “Canto kechwa”.
Perdido su trabajo en el Correo y
lograda su Licenciatura de Literatura en San Marcos, Arguedas inició su carrera
docente en el Colegio Nacional «Mateo Pumacahua» de Sicuani, en el departamento
del Cuzco, como profesor de Castellano y Geografía y con el sueldo de
200 soles mensuales (1939-1941). Allí, junto con sus alumnos, llevó a cabo
un trabajo de recopilación del folclore local, es cuando descubrió su vocación
de etnólogo.
Paralelamente contrajo matrimonio
con Cecilia Bustamante Vernal, el 30 de junio de 1939, quien junto con su
hermana Alicia eran fundadoras y promotoras de la Peña Cultural «Pancho
Fierro», un legendario centro de reunión de artistas e intelectuales en Lima. La Peña Pancho Fierro, histórico recinto de música y reunión cultural
donde Arguedas participaba activamente. Este espacio también fue un salón de
exhibición de manifestaciones artísticas, plásticas y folclóricas. José María
Arguedas era el gran animador de esta Peña: gestionaba la presencia de los
cantantes, bailaba y contaba su experiencia del mundo andino.
En 1941 publicó “Yawar fiesta”, su tercer libro y primera
novela a la vez, su
argumento plantea un problema de desposesión de tierras que sufren los
habitantes de una comunidad. Con esta obra el autor cambia algunas de las
reglas de juego de la novela indigenista, al subrayar la dignidad del nativo
que ha sabido preservar sus tradiciones a pesar del desprecio de los sectores de
poder. Este aspecto triunfal es, de por sí, inusual dentro del canon
indigenista, y da la posibilidad de entender el mundo andino como un cuerpo
unitario, regido por sus propias leyes, enfrentado al modelo occidentalizado
imperante en la costa del Perú.
Entre octubre de 1941 y noviembre de
1942 fue agregado al Ministerio de Educación para colaborar en la
reforma de los planes de estudios secundarios. En 1942 tras representar al
profesorado peruano en el Primer Congreso Indigenista Interamericano de
Pátzcuaro (Mexico), reasumió su labor de profesor de castellano en los colegios
nacionales “Alfonso Ugarte”, “Nuestra Señora de Guadalupe” y «Mariano Melgar»
de Lima. En esos años publicó también en la prensa muchos artículos de
divulgación folclórica y etnográfica sobre el mundo andino.
En 1944 presentó un episodio depresivo
caracterizado por decaimiento, fatiga, insomnio, ansiedad y probablemente
crisis de angustia, por lo cual pidió licencia repetidas veces en su centro de
labor docente, hasta 1945. Este episodio lo describió en sus cartas a su
hermano Arístides y brevemente en sus diarios insertados en su novela póstuma
El zorro de arriba y el zorro de abajo; esta es la última novela de Arguedas, que se publicó póstumamente en 1971,
porque había quedado inacabada por el suicidio del escritor. Los capítulos que
consiguió escribir están ambientados en Chimbote, puerto pesquero del norte que sufre un
desarrollo impetuoso y caótico. El autor alterna la representación dramática de
los costes humanos de este crecimiento, especialmente la pérdida de identidad
cultural de los indios trasplantados a la ciudad, con apuntes de diario, de los
cuales emerge la decisión, cada vez más de suicidarse.
En una carta con fecha 23 de julio de
1945 dijo: “Yo sigo mal. Van tres años que mi vida es una alternativa de
relativo alivio y de días y noches en que parece que ya voy a terminar. No leo,
apenas escribo; cualquier preocupación intensa me abate totalmente. Sólo con un
descanso prolongado, en condiciones especiales, podría quizá, según los médicos,
curar hasta recuperar mucho mi salud. Pero eso es imposible. José María
Arguedas”
José María Arguedas se recuperó, pero
eventualmente tendría otras recaídas posteriores.
Según atestigua César Lévano, en esta
época Arguedas estuvo muy cerca de los comunistas, a quienes apoyó en diversas
labores, como en la de capacitación a círculos obreros. Los apristas lo
acusaron de ser un «conocido militante comunista», acusación que sin duda tuvo
mucho eco pues a fines de 1948 la recién instalada dictadura de Manuel A.
Odria declaró a Arguedas «excedente», cesándolo de su puesto de profesor
en el colegio Mariano Melgar. Al año siguiente se inscribió en el Instituto de
Etnología de San Marcos y reanudó su labor intelectual. Ese mismo año
publicó “Canciones y cuentos del pueblo quechua”. En los años
siguientes continuó ejerciendo diversos cargos en instituciones oficiales
encargadas de conservar y promover la cultura.
En marzo de 1947 fue nombrado
Conservador General de Folklore del Ministerio de Educación, para luego
ser promovido a Jefe de la Sección Folklore, Bellas Artes y Despacho del mismo
Ministerio (1950-1952). Llevó a cabo importantes iniciativas orientadas a
estudiar la cultura popular en todo el país. Por su gestión directa, Jacinto
Palacios, el gran trovador andino, grabó el primer disco de música andina en
1948. Por aquellos años los teatros Municipal y Segura abrieron sus
puertas al arte andino.
Entre 1950 y 1953 dictó cursos de
Etnología y Quechua en el Instituto Pedagógico Nacional de Varones. En 1951
viajó a Bolivia, para participar en una reunión de la Organización
Internacional del Trabajo. En 1952 hizo un largo viaje con su esposa Celia por
la región central andina, recopilando material folclórico, que publicó con el
título de “Cuentos mágico-realistas y canciones de fiestas
tradicionales del valle de Mantaro, provincias de Jauja y Concepción”. En
1953 fue nombrado director del Instituto de Estudios Etnológicos del hoy Museo
Nacional de la Cultura Peruana, cargo en el que permaneció durante diez años;
simultáneamente dirigió la revista Folklore Americano (órgano
del Comité Interamericano de Folklore, del que era secretario).
En 1954 publicó la novela corta “Diamantes
y pedernales”, conjuntamente con una reedición de los cuentos de Agua,
a las que sumó el cuento “Orovilca”. Habían pasado unos 13 años desde
que no publicaba un libro de creación literaria; a partir de entonces retomó de
manera sostenida tal labor creativa, hasta su muerte. Pero su retorno a la
literatura no lo apartó de la etnología. En 1955 su cuento «La muerte de los
Arango» obtuvo el primer premio del Concurso Latinoamericano de Cuento
organizado en México.
A fin de complementar su formación
profesional, se especializó en la Universidad de San Marcos en Etnología,
de la que optó el grado de Bachiller el (20 de diciembre de 1957) con su tesis
«La evolución de las comunidades indígenas», trabajo que obtuvo el Premio
Nacional Fomento a la Cultura Javier Prado 1958. Por entonces realizó su primer
viaje por Europa, becado por la UNESCO, para efectuar estudios diversos,
tanto en España como en Francia. Durante el tiempo que
permaneció en España, Arguedas hizo
investigaciones entre las comunidades de la provincia de Zamora, buscando las raíces hispanas de la cultura
andina, que le dieron material para su tesis doctoral: «Las Comunidades de
España y del Perú», con la que se graduó el 5 de julio de 1963.
Por entonces empezó a ejercer como
catedrático de Etnología en San Marcos (de 1958 a 1968). De la misma
disciplina fue también profesor en la Universidad Nacional Agraria de La
Molina (de 1962 a 1969).
En 1961 publicó su novela “El Sexto”,
por la cual se le concedió, por segunda vez, el Premio Nacional de Fomento a la
Cultura «Ricardo Palma» (1962). Dicha obra es un relato novelado de su experiencia
carcelaria en el famoso penal situado en el centro de Lima, que sería
clausurado en 1986.
En 1962 editó su cuento “La agonía
de Rasu Ñiti”. Viajó en ese mismo año a Berlín Occidental), donde se llevó
a cabo el primer coloquio de escritores iberoamericanos, organizado por la
revista Humboldt.
En 1963 fue nombrado Director de la Casa
de la Cultura del Perú, donde llevó a cabo una importante labor profesional;
sin embargo, renunció al año siguiente, como gesto de solidaridad para con el
presidente de la Comisión Nacional de Cultura.
En 1964 publicó su obra más
ambiciosa: “Todas las sangres”, novela de gran consistencia narrativa, en
la que el escritor quiso mostrar toda la variedad de tipos humanos que
conforman el Perú y a la vez los conflictos determinados por los cambios que
origina en las poblaciones andinas el progreso contemporáneo. Arguedas reanudó, sobre bases más
amplias, la representación del mundo andino. Del relato autobiográfico se pasa
a un cuadro general que comprende las transformaciones económicas, sociales y
culturales que suceden en la sierra peruana. A través de la historia de una
familia de grandes latifundistas, el autor afronta las consecuencias del
proceso de modernización que avanza sobre un mundo todavía feudal.
Es ciertamente un proyecto narrativo de
largo aliento y mucho más ambicioso que los anteriores, pues pretende sopesar
todos los modelos que se presentan como alternativos para construir y
configurar la sociedad peruana. A ello obedece su estructura coral, en la cual
se enfrentan el proyecto capitalista, el orden feudal y un boceto de
capitalismo nacional. Pero el autor invalida cada uno de ellos, proponiendo
como legítimo un modelo social comunitario que no desdeña, empero, la modernización.
La novela eleva el problema indígena a problema nacional, e incluso le brinda
un tinte universal, en la medida en que el conflicto expresado en la novela
corresponde ya en ese momento al llamado Tercer Mundo.
Sin embargo, esta novela fue criticada severamente
durante una mesa redonda organizada por el Instituto de Estudios Peruanos el
día 23 de junio de 1965, aduciéndose que era una versión distorsionada de la
sociedad peruana. Estas críticas fueron devastadoras para Arguedas, quien
aquella misma noche escribió estas líneas desgarradoras: “… casi demostrado por
dos sabios sociólogos y un economista, […], que mi libro Todas las
sangres es negativo para el país, no tengo nada que hacer ya en este
mundo. Mis fuerzas han declinado creo que irremediablemente…”
Uno de los críticos desaforados de la
obra de José María Arguedas era el escritor Sebastián Salazar Bondy. Según
la interpretación de algunos, esas críticas fueron uno de los tantos eslabones
que se sumaron a alimentar la depresión de Arguedas, que lo llevaría a su
primer intento de suicidio al año siguiente
No obstante, su labor intelectual siguió
recibiendo reconocimientos oficiales. En ese mismo año de 1964 su labor de
docente mereció el otorgamiento de las «Palmas Magisteriales» en grado de
Comendador y una Resolución Suprema firmada por el presidente Fernando
Belaunde Terry dándole las «gracias por los servicios prestados a favor de
la cultura nacional». Fue nombrado también Director del Museo Nacional de
Historia, cargo que ejerció hasta 1966.
En 1965 Arguedas inició su divorcio de
Celia a la vez que entablaba una nueva relación con una dama chilena, Sybila
Arredondo, con quien se casó en 1967, una vez fallada la sentencia de divorcio.
Sybila lo acompañó hasta el final de su vida; años después, estuvo presa en el
Perú acusada de tener vínculos con el grupo terrorista Sendero Luminoso y
tras ser liberada volvió a su país en el 2002.
Ese mismo año de 1965 Arguedas hizo
numerosos viajes al extranjero y al interior del Perú. En enero estuvo en Génova,
en un congreso de escritores, y en abril y mayo pasó dos meses, invitado por el
Departamento de Estado, recurriendo universidades norteamericanas (en Washington
D.C., California e Indiana). De regresó a Perú, visitó Panamá. En junio
asistió al primer Encuentro de Narradores Peruanos, realizado en Arequipa,
donde sostuvo una polémica con Sebastián Salazar Bondy quien días
después falleció víctima de una cirrosis hepática congénita. En septiembre
y octubre estuvo en Francia. Pero se dio tiempo para publicar, en edición
bilingüe, su cuento “El sueña del pongo”.
En 1966 hizo tres viajes a Chile (en
enero, en julio, en septiembre) y
asistió, en Argentina, a un congreso de Interamericanistas, luego
visitó Uruguay por dos semanas. Ese mismo año publicó su traducción
al español de la crónica “Dioses y hombres de Huarochirí” del
doctrinero hispano peruano Francisco de Ávila.
En 1966 la depresión de Arguedas hizo
crisis, llevándolo a un primer intento de suicidio por sobredosis de
barbitúricos el 11 de abril de aquel año. Desde algunos años atrás, el escritor
venía recibiendo múltiples tratamientos psiquiátricos, describiendo sus
padecimientos en sus escritos: En una carta dirigida a John Murra, 28 de abril
de 1961, Arguedas le dice: “Yo estoy sumamente preocupado con mi pobre salud.
(...) He vuelto fatigadísimo, sin poder dormir y angustiado. Tengo que ir a
donde el médico nuevamente; aunque estos caballeros nunca llegan a entender
bien lo que uno sufre ni las causas. Lo malo es que esto me viene desde mi
infancia…”
“Un poco por miedo
otro poco porque se me necesitaba o creo que se me necesitaba he sobrevivido
hasta hoy y será hasta el lunes o martes. Temo que el Seconal no me haga el
efecto deseado. Pero creo que ya nada puedo hacer. Hoy me siento más aniquilado
y quienes viven junto a mí no lo creen o acaso sea más psíquico que orgánico.
Da lo mismo. (...) Tengo 55 años. He vivido bastante más de lo que creí (carta
a Arístides Arguedas, 10 de abril de 1966)”.
A partir del intento de suicidio, su
vida ya no volvió a ser la misma. Se aisló de sus amigos y renunció a todos los
cargos públicos que ejercía en el Ministerio de Educación, con el
propósito de dedicarse solamente a sus cátedras en la Universidad Agraria y en
la de San Marcos. Para tratar su mal se puso en contacto con la psiquiatra
chilena Dolores Hoffmann, quien le
recomendó, a manera de tratamiento, que continuara escribiendo. De este modo
publicó otro libro de cuentos: “Amor mundo” (que fue editada
simultáneamente en Montevideo y en Lima, en 1967), y trabajó en la que sería su
obra póstuma: “El zorro de arriba y el zorro de abajo”.
En 1967 dejó su magisterio en la Universidad
de San Marcos, y, casi simultáneamente, fue elegido jefe del departamento de
Sociología de la Universidad Nacional Agraria de Las Molina, a la cual se
consagró a tiempo completo. Continuó su afiebrado ritmo de viajes. En febrero
estuvo en Puno, presidiendo un concurso folclórico con motivo de la fiesta de
la Candelaria. En marzo pasó 15 días en México, con motivo del Segundo Congreso
Latinoamericano de Escritores, en Guadalajara, y ocho días en Chile, en
otro certamen literario. A fines de julio viajó a Austria, para una
reunión de antropología, y en noviembre estaba de nuevo en Santiago de Chile,
trabajando en su novela de los «zorros».
En 1968 le fue otorgado el premio «Inca
Garcilaso de la Vega», por haber sido considerada su obra como una contribución
al arte y a las letras del Perú. En esa ocasión pronunció su famoso discurso:
«No soy un aculturado». Desde el 14 de enero al 22 de febrero de ese año estuvo
en Cuba, con Sybila, como jurado del Premio Casa de las Américas. Ese
mismo año y el siguiente tuvo su amarga polémica con el escritor
argentino Julio Cortázar, y viajó varias veces a Chimbote, con el fin
de documentar su última novela.
Ese mismo año hizo tres viajes a Chile,
el último de los ellos estuvo por cerca de cinco meses, de abril a octubre. Por
entonces se agudizaron nuevamente sus dolencias psíquicas y renació la idea del
suicidio, tal como lo atestiguan sus diarios insertos en su novela póstuma: “Yo
no voy a sobrevivir al libro. Como estoy seguro que mis facultades y armas de
creador, profesor, estudioso e incitador, se han debilitado hasta quedar casi
nulas y sólo me quedan las que me relegarían a la condición de espectador
pasivo e impotente de la formidable lucha que la humanidad está librando en el
Perú y en todas partes, no me sería posible tolerar ese destino. O actor, como
he sido desde que ingresé a la escuela secundaria, hace cuarentitrés años, o
nada. (Epílogo, 29 de agosto de 1969)”.
Finalmente renunció a su cargo en la
Universidad Agraria. El 28 de noviembre de 1969 le escribió a su esposa Sibyla:
“¡Perdóname! Desde 1943 me han visto muchos médicos peruanos, y desde el 62,
Lola, de Santiago. Y antes también padecí mucho con los insomnios y
decaimientos. Pero ahora, en estos meses últimos, tú lo sabes, ya casi no puedo
leer; no me es posible escribir sino a saltos, con temor. No puedo dictar
clases porque me fatigo. No puedo subir a la Sierra porque me causa trastornos.
Y sabes que luchar y contribuir es para mí la vida. No hacer nada es peor que
la muerte, y tú has de comprender y, finalmente, aprobar lo que hago”.
Ese mismo día el 28 de noviembre de 1969,
se encerró en uno de los baños de la
universidad y se disparó un tiro en la cabeza. Pasó cinco días de agonía
falleciendo el 2 de diciembre de 1969.
Tal como el escritor había pedido en su
diario, para el día de su entierro, el músico andino Máximo Damián tocó
el violín ante su féretro ―acompañado por el arpista Luciano Chiara y los
danzantes de tijera Gerardo y Zacarías Chiara― y luego pronunció un breve
discurso, en palabras que transmitieron el sentimiento del pueblo indígena, que
lamentó profundamente su partida.
Sus restos fueron enterrados en el
cementerio El Ángel. En junio del 2004 fue exhumado y trasladado a Andahuaylas,
el lugar donde nació.
En 1969 ―el mismo año en que suicidó―
Arguedas concedió una entrevista a la revista Trilce, de la que se
puede extraer los siguientes párrafos:”Entiendo y he asimilado la cultura
llamada occidental hasta un grado relativamente alto; admiro a Bach y a
Prokofiev, a Shakespeare, Sófocles y Rimbaud, a Camus y Eliot, pero más
plenamente gozo con las canciones tradicionales de mi pueblo; puedo cantar, con
la pureza auténtica de un indio chanka, un harawi de cosecha. ¿Qué soy? Un
hombre civilizado que no ha dejado de ser, en la médula un indígena del Perú;
indígena, no indio. Y así, he caminado por las calles de París y de Roma, de
Berlín y de Buenos Aires. Y quienes me oyeron cantar, han escuchado melodías
absolutamente desconocidas, de gran belleza y con un mensaje original. La
barbarie es una palabra que inventaron los europeos cuando estaban muy seguros
de que ellos eran superiores a los hombres de otras razas y de
otros continentes «recién descubiertos».
Su obra literaria
de Arguedas se completa con sus Relatos completos, reunidos en 1975, y con importantes
investigaciones antropológicas y folclóricas, además de su producción poética
en lengua quechua. En 1983 la editorial Horizonte, de Lima, editó las obras completas de José
María Arguedas en cinco tomos, compilada por su segunda mujer Sybila Arredondo.
La producción intelectual de Arguedas es
bastante amplia y comprende unos 400 escritos, entre creaciones literarias
(novelas y cuentos), traducciones de poesías y cuentos quechuas al español,
trabajos monográficos, ensayos y artículos sobre el idioma quechua, la
mitología prehispánica, el folclore y la educación popular, entre otros
aspectos de la cultura peruana. La circunstancia especial de haberse educado
dentro de dos culturas, como la occidental y la indígena, unido a una delicada
sensibilidad, le permitieron comprender y describir como ningún otro
intelectual peruano la compleja realidad del indio nativo, con la que se
identificó de una manera intensa. En Arguedas, la labor del literato y del
etnólogo no está nunca totalmente disociada; incluso, en sus estudios más
académicos encontramos el mismo lenguaje lírico que en sus narraciones.
La importancia fundamental de este
escritor ha sido reconocida por críticos y colegas peruanos suyos como Mario
Vargas Llosa, quien llegó a dedicarle a su obra el libro de ensayos
titulado “La utopía arcaica”. También Bryce Echenique ha
colocado las obras de Arguedas entre los libros de su vida. Con el paso de los
años, la obra de Arguedas ha venido cobrando mayor relieve, pese a que todavía
es poco conocido fuera de nuestro país.
José
María Arguedas siempre vivió un conflicto profundo entre su amor a la cultura
indígena, que deseaba se mantuviera en un estado "puro", y su deseo
de redimir al indio de sus condiciones económicas y sociales. Se puede decir
que la añoranza a las formas tradicionales de la vida andina hizo que postulara
un estatismo social, en abierta contradicción con su adhesión al socialismo.
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