Una historia de lujo en un enclave con un microclima especial y un manantial con aguas medicinales a cuarenta grados
Desde siempre sabido es que los ríos son los lugares naturales
para el asentamiento de los primeros núcleos urbanos. La confluencia del
afluente Gafo –arroyo que nace y atraviesa Santiago de La Manjoya, Latores y
Priorio- que desemboca en el río Nalón- cuyo nombre, según el médico e
historiador José Ramón Tolivar Faes (Cabañaquinta, 1917) podría ser debido a su
proximidad a la antigua Malatería de San Lázaro y a la creencia de que los
leprosos podrían contaminar aquellas mágicas aguas que mantenían sus poderes
curativos. Pero aquello fue muchos siglos después de que aquel microclima
especial –a solamente nueve kilómetros de Oviedo- fuese descubierto por
nuestros antepasados quienes consideraron que aquel era un lugar idóneo para
vivir.
O sea que tenemos que remontarnos hasta el Paleolítico Superior –con una
secuencia estratigráfica que va de las épocas del Solurense hasta el
Magdaleniense- para reconocer la clarividencia de quienes optaron por
desarrollar su existencia en la cueva de Las Caldas –muy cerca de donde
brotaban ya entonces aguas cálidas a cuarenta grados, en un manantial que tiene
una profundidad de mil ochocientos metros- y donde hace once mil años nos
dejaron abundantes muestras de pinturas rupestres. La cueva fue descubierta en
1979 y, dada su importancia, declarada monumento histórico-artístico y
arqueológico en 1982. Ha sido considerado como uno de los más importantes
yacimientos del Paleolítico Superior de toda Asturias. Es curioso pero allí
–además de constatar la existencia de una colonia de murciélagos que han sido
catalogados por los expertos en esta cuestiones como una especie amenazada-
también ha sido descubierta “La Venus de Las Caldas”, una pequeña estatua
modelada en hueso en la que se integran los simbolismos de la bestialidad y la
mujer.
De todo tipo de apasionantes leyendas sobre su historia está lleno todo el entorno de Las Caldas. El castillo de Prioro que está al lado de la Villa Termal –actualmente propiedad de Livia Morené, suegra del presidente de la Fundación Príncipe de Asturias, Matías Rodríguez Inciarte- es una almenada fortaleza con dos torres que se remonta a los inicios de la Monarquía Asturiana. La tradición oral narra que Irene –la hijo de Rodrigo, señor de Prioro y dueño del castillo- se enamoró de paje de nombre Pablo. Al enterarse el padre de Irene de aquellos amoríos se enfrentó con su espada al enamorado Pablo y éste se vio obligado en su defensa a matar al padre de su amada, Rodrigo, cuya sangre todavía dicen que puede verse en una roca, tras de lo cual el paje Pablo se suicidó tirándose al río Nalón.
De todo tipo de apasionantes leyendas sobre su historia está lleno todo el entorno de Las Caldas. El castillo de Prioro que está al lado de la Villa Termal –actualmente propiedad de Livia Morené, suegra del presidente de la Fundación Príncipe de Asturias, Matías Rodríguez Inciarte- es una almenada fortaleza con dos torres que se remonta a los inicios de la Monarquía Asturiana. La tradición oral narra que Irene –la hijo de Rodrigo, señor de Prioro y dueño del castillo- se enamoró de paje de nombre Pablo. Al enterarse el padre de Irene de aquellos amoríos se enfrentó con su espada al enamorado Pablo y éste se vio obligado en su defensa a matar al padre de su amada, Rodrigo, cuya sangre todavía dicen que puede verse en una roca, tras de lo cual el paje Pablo se suicidó tirándose al río Nalón.
Después de los ástures, como es lógico a los cultos romanos –tan
dados a este tipo de tratamientos acuáticos en sus famosas termas- tampoco les
pasaron desapercibidas estas aguas, que con el paso de los siglos se demostró
que son especialmente apropiadas para el reumatismo, las afecciones
respiratorias, la ciática, la periartritis o la hipertensión tan en vigor
actualmente por el stress de la vida de los urbanitas. Quienes no viven tan
pendientes del reloj y respiran aires en las montañas no suelen padecer de este
tipo de dolencias de las civilizaciones sometidas a un ritmo de vida que fuerza
el corazón y toda nuestra maquinaria corpórea. Pero los urbanitas, si, por
supuesto.
En 1723, el médico Gaspar Casal y Julián (Girona, 1680) –aunque él mantuviese
en vida que era de Utrilla (Soria), hipótesis que fue descartada por los
historiadores, pero siempre hay quien quiere inventarse una biografía distinta
a la realidad- quien junto a su esposa María Ruiz se había trasladado a Oviedo
por razones de salud, ya que éste clima le beneficiaba para sus achaques
–además de describir el mal de la rosa o pelagra- realizó las primeras
investigaciones científicas sobre las aguas de Las Caldas demostrando sus
propiedades terapéuticas. De ellas escribió en 1762 que “para baños no me
parecen malas estas aguas, pues aseguro que he visto admirables efectos en
aquellos sujetos que han pasado a tomarlas por achaques procedidos de humores
viscosos y estancados entre las fibras musculares. Y no menos en aquellos,
cuyos miembros estaban como paralíticos. Es notoria y singular la virtud de
estos baños para corregir la infecundidad de las mujeres”.
Ya que se disponía de lo más importante –el manantial que daba ciento cuarenta
litros por minuto a una temperatura entonces de cuarenta y tres grados- a
finales del siglo XVIII, la Junta General del Principado de Asturias decidió
realizar las primeras obras para crear un balneario en Las Caldas. Eran tiempos
en los que iniciaba la etapa de los balnearios de lujo, que durante décadas
fueron escenario de novelas y películas. Hasta José Luis Garci, Gonzalo Suárez
y Vicente Aranda rodaron escenas de sus películas en Las Caldas. En aquellos
tiempos en España existían tres referencias fundamentales de aguas termales que
no podían ser ignoradas por los estamentos oficiales: Solán de Cabras –en
Beteta (Cuenca)-, Trillo –Guadalajara- y Archena –Murcia- durante la
maravillosa etapa de la ilustración bajo el imaginativo mandato de Carlos III.
Su responsable fue el arquitecto asturiano Manuel Reguera González ((Candás,
1731-Oviedo, 1798) siguiendo las directrices técnicas de los planos del famoso
Ventura Rodríguez Tizón, (Ciempozuelos, Madrid, 1717 - Madrid, 1785) quien
durante el mandato de Fernando VII había participado en la construcción del
Palacio Real de Madrid o la basílica del Pilar de Zaragoza, aunque antes
también se había ocupado de las primeras obras del santuario de Covadonga, el
palacio de Liria, el paseo del Prado y las fuentes de La Cibeles, Neptuno y
Apolo.
El arquitecto Manuel Reguera –el primer titulado asturiano por la Academia de Madrid- inició en 1772 las obras del primer balneario de Las Caldas y realizó el trazado de la carretera desde Oviedo hasta allí. En Asturias ha quedado su gran creatividad arquitectónica y urbanística en la capilla del antiguo hospicio –hoy Hotel de La Reconquista-, en el trazado de la carretera de Oviedo a Gijón –él es el autor de la fuente de Los Cuatro Caños, en La Corredoria-, en la construcción del puente de Grado, en el replanteamiento del puerto de su villa natal y en la realización de importantes obras en el puerto de Gijón.
Diez años después de la apertura del balneario de Las Caldas, el ilustrado viajero inglés Joseph Townsend dejó escrita su visión de lo que aquí encontró: “Fui a conocer los manantiales termales de Ribera de Abajo, distantes unas millas de Oviedo. Su situación en un pequeño valle rodeado de altas montañas, con sólo una estrecha salida para las aguas es encantadora. La roca calcárea y las aguas se parecen a las de Bath, lo mismo por su temperatura que por el sabor”.
El éxito del balneario fue tan grande que, dos siglos después, frente a él se vio la necesidad de construir el Gran Hotel, el Salón de los Espejos, la pasarela de hierro de comunicación interna y el Casino. Estas obras fueron dirigidas por el arquitecto provincial Javier Aguirre Iturralde (San Sebastián 1853-1909) quien también se ocupó de importantes obras en Oviedo, como el antiguo hospital destruido durante la Guerra Civil o el mercado del Fontán. También participó en el proceso de ampliación el arquitecto Juan Miguel de la Guardia (Ontaneda-Cervera, Cantabria, 1859- Oviedo, 1910) a quien se le deben obras como la plaza de La Escandalera. Dos excepcionales arquitectos y ahí están como demostración de su arte el Teatro Campoamor o Villa Magdalena.
Como consecuencia de la Desamortización, el balneario pasó de titularidad pública a ser comprado en 1859 por el empresario José González-Alegre y Álvarez. Un republicano liberal que atrajo a importantes personalidades de la vida política como José Sagasta, presidente del Gobierno, en 1892.
Un siglo después de la inauguración del balneario, los premios empezaron a dar un reconocimiento universal a las propiedades de las aguas medicinales de Las Caldas, lo que ya era sabido por nuestros antepasados hacía una docena de siglos. Pero bueno, la historia es así. Los estudios sobre las aguas por parte de los médicos-directores del balneario fueron premiados en 1878 con la Medalla de Bronce en la Exposición Universal de París y con la Medalla de Oro en la Exposición Universal de Barcelona de 1888.
Después, a principios del siglo XX, el ferrocarril llegó hasta cerca del balneario, aunque luego había que cruzar el río Nalón en barcas hasta que cuarenta años después fue construido el puente, lo que popularizó sus instalaciones de las que llegaron a gozar hasta tres mil personas anualmente. La temporada de baños termales se extendía entonces solamente desde el 1 de junio hasta el 30 de septiembre.
Tras las alegrías de la “belle epoque”, ya no fueron brillantes los años treinta en su existencia. Durante la guerra civil, el balneario fue utilizado como cuartel-hospital y sus últimos propietarios fueron los Buylla que lo cerraron en el año 2004. Posteriormente llegaron a un acuerdo con la empresa Ceyd para convertir sus históricos edificios en una villa termal de lujo.
El Balneario Real se conserva en el edificio histórico del de la casa de Baños del siglo XVIII, cuyo corazón es el manantial de donde brota el agua a cuarenta grados y parte a través de la sala de las Columnas un circuito de espacios abovedados con piscinas de flotación, saunas, baños de vapor, salas de relajación y centro de tratamiento médico. Todo ello se complementa con el Gran Hotel de cinco estrellas en el que se encuentra el restaurante Viator –dirigido por Luis Alberto Martínez, de “Casa Fermín”-, amplios salones para convenciones, congresos y reuniones de trabajo y maravillosos jardines perfectamente ornamentados por los que perderse en momentos de ocio. Esto ya es una realidad. Y dentro de poco, bajo la dirección del arquitecto Ramón Ruiz Fernández –las obras son las obras- la capacidad de alojamiento será duplicada con un hotel de cuatro estrellas –de setenta y siete habitaciones, once de ellas suites con chimenea y todo-, un Instituto de Vida Sana y amplios aparcamientos. Todas las instalaciones estarán conectadas entre sí, sin necesidad de tener que salir a la calle.
Su director general –anteriormente responsable del balneario de La Toja- Félix Álvarez Cordero se siente plenamente satisfecho, tanto del presente, como del futuro, con las nuevas instalaciones que darán unas nuevas dimensiones y diferentes niveles modernos a la Villa Termal, en la que convergerán los cuatro elementos fundamentales de la Naturaleza: el agua, la tierra, el aire y el fuego.
El arquitecto Manuel Reguera –el primer titulado asturiano por la Academia de Madrid- inició en 1772 las obras del primer balneario de Las Caldas y realizó el trazado de la carretera desde Oviedo hasta allí. En Asturias ha quedado su gran creatividad arquitectónica y urbanística en la capilla del antiguo hospicio –hoy Hotel de La Reconquista-, en el trazado de la carretera de Oviedo a Gijón –él es el autor de la fuente de Los Cuatro Caños, en La Corredoria-, en la construcción del puente de Grado, en el replanteamiento del puerto de su villa natal y en la realización de importantes obras en el puerto de Gijón.
Diez años después de la apertura del balneario de Las Caldas, el ilustrado viajero inglés Joseph Townsend dejó escrita su visión de lo que aquí encontró: “Fui a conocer los manantiales termales de Ribera de Abajo, distantes unas millas de Oviedo. Su situación en un pequeño valle rodeado de altas montañas, con sólo una estrecha salida para las aguas es encantadora. La roca calcárea y las aguas se parecen a las de Bath, lo mismo por su temperatura que por el sabor”.
El éxito del balneario fue tan grande que, dos siglos después, frente a él se vio la necesidad de construir el Gran Hotel, el Salón de los Espejos, la pasarela de hierro de comunicación interna y el Casino. Estas obras fueron dirigidas por el arquitecto provincial Javier Aguirre Iturralde (San Sebastián 1853-1909) quien también se ocupó de importantes obras en Oviedo, como el antiguo hospital destruido durante la Guerra Civil o el mercado del Fontán. También participó en el proceso de ampliación el arquitecto Juan Miguel de la Guardia (Ontaneda-Cervera, Cantabria, 1859- Oviedo, 1910) a quien se le deben obras como la plaza de La Escandalera. Dos excepcionales arquitectos y ahí están como demostración de su arte el Teatro Campoamor o Villa Magdalena.
Como consecuencia de la Desamortización, el balneario pasó de titularidad pública a ser comprado en 1859 por el empresario José González-Alegre y Álvarez. Un republicano liberal que atrajo a importantes personalidades de la vida política como José Sagasta, presidente del Gobierno, en 1892.
Un siglo después de la inauguración del balneario, los premios empezaron a dar un reconocimiento universal a las propiedades de las aguas medicinales de Las Caldas, lo que ya era sabido por nuestros antepasados hacía una docena de siglos. Pero bueno, la historia es así. Los estudios sobre las aguas por parte de los médicos-directores del balneario fueron premiados en 1878 con la Medalla de Bronce en la Exposición Universal de París y con la Medalla de Oro en la Exposición Universal de Barcelona de 1888.
Después, a principios del siglo XX, el ferrocarril llegó hasta cerca del balneario, aunque luego había que cruzar el río Nalón en barcas hasta que cuarenta años después fue construido el puente, lo que popularizó sus instalaciones de las que llegaron a gozar hasta tres mil personas anualmente. La temporada de baños termales se extendía entonces solamente desde el 1 de junio hasta el 30 de septiembre.
Tras las alegrías de la “belle epoque”, ya no fueron brillantes los años treinta en su existencia. Durante la guerra civil, el balneario fue utilizado como cuartel-hospital y sus últimos propietarios fueron los Buylla que lo cerraron en el año 2004. Posteriormente llegaron a un acuerdo con la empresa Ceyd para convertir sus históricos edificios en una villa termal de lujo.
El Balneario Real se conserva en el edificio histórico del de la casa de Baños del siglo XVIII, cuyo corazón es el manantial de donde brota el agua a cuarenta grados y parte a través de la sala de las Columnas un circuito de espacios abovedados con piscinas de flotación, saunas, baños de vapor, salas de relajación y centro de tratamiento médico. Todo ello se complementa con el Gran Hotel de cinco estrellas en el que se encuentra el restaurante Viator –dirigido por Luis Alberto Martínez, de “Casa Fermín”-, amplios salones para convenciones, congresos y reuniones de trabajo y maravillosos jardines perfectamente ornamentados por los que perderse en momentos de ocio. Esto ya es una realidad. Y dentro de poco, bajo la dirección del arquitecto Ramón Ruiz Fernández –las obras son las obras- la capacidad de alojamiento será duplicada con un hotel de cuatro estrellas –de setenta y siete habitaciones, once de ellas suites con chimenea y todo-, un Instituto de Vida Sana y amplios aparcamientos. Todas las instalaciones estarán conectadas entre sí, sin necesidad de tener que salir a la calle.
Su director general –anteriormente responsable del balneario de La Toja- Félix Álvarez Cordero se siente plenamente satisfecho, tanto del presente, como del futuro, con las nuevas instalaciones que darán unas nuevas dimensiones y diferentes niveles modernos a la Villa Termal, en la que convergerán los cuatro elementos fundamentales de la Naturaleza: el agua, la tierra, el aire y el fuego.
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