En 1583
el arzobispo Toribio de Mogrovejo convocó al concilio de los nueve obispos de
su jurisdicción, desde Nicaragua hasta Santiago de Chile. Entre los temas
tratados estuvo el de las tapadas
limeñas cuyo manto, dejando ver un solo ojo, ocultaba el mal comportamiento de
las mujeres”. El cónclave prohibió que las mujeres se cubrieran en público o en
sus ventanas, en las fiestas de Corpus Christi, de Viernes Santo. Para las
infractoras la pena fijada fue la excomunión, aunque el Vaticano no confirmo
esa extrema sanción.
Con el
virrey Hurtado de Mendoza, en 1590, la tapada tuvo un nuevo impulso: la esposa
del virrey y sus damas adoptaron la saya y el manto instigados según Palma, por
el mismo virrey para ofender al arzobispo de quien era enemigo. Pero anos después,
los alcaldes del crimen exigieron al
virrey e Montesclaros hacer cumplir la ley que castigaba con tres mil
maravedíes el que las mujeres se
cubrieran el rostro “por estar este daño tan introducido y de ello poder seguir
escándalos públicos”.
El virrey
considero que la sanción no constaba en la recopilación de leyes para las
indias y argumentó que era imposible de cumplir en Lima pues habiéndose
intentado antes sin resultado, el riesgo sería la pérdida del respeto a la
justicia.
Asi, la
tapada limeña siguió reinando, por más de 300 años. Palma considera que la
costumbre estuvo vigente desde 1560 y aunque a los varones no les gustaba que
sus esposas o hijas usaran el traje, nada pudieron hacer pues para ellas el traje era un
instrumento de independencia. Recién en el boom del guano y con el
afrancesamiento de la moda, las limeñas abandonaron el manto.
Todos
los viajeros que pasaron por Lima se
asombraron y muchos criticaron esta
costumbre que facilitaba el ‘libertinaje’. Lora Tristan , por el contrario , a
su paso por el Perú en las primeras décadas de la república, opinó que no había
lugar en el mundo en que las mujeres tuvieran
más libertad y fueran superiores a los hombres, y lo atribuye en parte
al poder que les proporcionaba el traje.
Y así debió
ser, pues Von Tschudi, al relatar sus viajes indica que los extranjeros casados
con limeñas les exigían dejar el manto y la saya, pero ellas fingiendo acéptalo, “aceden a mil artificios
para no renunciar por completo a esa costumbre
a la que son adictas”.
Dadas
las restricciones morales de la época,
cuán poderosas se deben haber sentido bajo el manto las tapadas, chismeando,
coqueteando, y hasta abordando
caballeros, pero también les permitió
conspirar políticamente, desde la independencia hasta los primeros años de la
república, cuando la saya orbegosina o
la gamarrina fueron un código de
pertenencia a uno u otro grupo político.
Así,
mientras el velo musulmán fue y es aún impuesto a las mujeres como una forma de
dominio masculino, en Lima, el uso voluntario y hasta rebelde del manto, en las
ocasiones que ellas escogían, fue un signo libertario durante 300 años.
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