Ricardo Palma en sus Tradiciones Peruanas, cuenta como eran las
Navidades de antaño, n esa ciudad fundada en 1535 por don Francisco Pizarro.
Era un mes integro dedicado a la jarana, a la buena comida y a la bebida.
Por aquella época era raro en los barrios que a partir del ocho de
diciembre, no se celebrara en algunas casas, lo que nuestras bisabuelas
llamaban el altar de la Purísima. El altar se armaba en el salón principal de
las casas, y desde las siete de la noche los amigos y demás invitados empezaban
a llegar.
Las chicas solteras se diferenciaban de las casadas en la colocación de
las flores que se ponían en el pelo. Se sabía que rosas y claveles al lado
izquierdo significaba que la propietaria de la misma estaba en disposición de
admitir a un galán para que la enamorara.
Se principiaba normalmente rezando los cinco misterios del rosario,
acompañado de cantos a la Virgen, seguía un sermón muy devoto, pronunciada por
un fraile muy importante amigo de la
familia, terminando la función religiosa cantando alegres villancicos, que eran
acompañados por el clavicordio y el violín, entonados por las criadas de la casa a las que se asociaban otras de la
vecindad.
Después de las diez de la noche, en que se despedían los invitados más
importantes o de “etiqueta”, era cuando comenzaba la jarana en regla. Las
parejas se sucedían bailando delante del altar el ondo, la pieza inglesa del
paspié, y demás bailes de sociedad que por entonces estaban de moda.
Las copas abundaban y después de media noche se trataba a la Purísima
con toda confianza, se dejaban los bailecitos sosos y ceremoniosos, entrando la
voluptuosa zamacueca con los acordes del arpa y el cajón.
En su origen, el cajón se utiliza en danzas costeñas, como la zamacueca
y el tondero, bailes originarios de la costa centro y norte del Perú. El uso de
este instrumento fue popularizado con estos bailes, no mucho después de la
fiesta limeña de la época virreinal, denominada “Fiesta de Amancaes”.
Entrando al siglo
XVIII, la zamacueca se tocaba con palmas y haciendo ritmo con los “cajones de
la casa” o también con “cajas de embalaje” o reemplazando las botijas
primitivas hechas de piel de cabra.
Cuenta Palma que desde el día 15 de diciembre comenzaban las misas de
Aguinaldo, en las que todo era animación y alegría, los muchachos se reunían en
las mañanas se congregaban en las iglesias para tentación y pecadero del
prójimo enamoradizo.
Las orquestas criollas y los diversos cantantes, hacían oír todos los
aires populares de éxito por aquellos días. Lo religioso y lo sagrado no
excluía a lo mundanal y profano. Al final de la misa, un grupo de pallas
bailaba la cachua y el maisilla, cantando coplas no siempre muy ortodoxas.
Una misa de Aguinaldo duraba un
par de horas por lo menos, de siete a nueve. Esas misas si eran cosa buena, y
no insulsas como las de hogaño. Hoy en las misas de Aguinaldo, ni en las del
Gallo, hay pitos, canarios, flautines, zampoñas, bandurrias, matracas,
zambombas, canticos ni bailoteos, ni los muchachos rebuznan, ni cantan como
gallo, ni lagran como perro, ni mujen como buey, ni maúllan como gato, nada de los se alcanzó todavía en
el primer tercio de la República, como pálida reminiscencia del pasado
colonial.
La Nochebuena, con su misa de Gallo, era el no hay más allá del
criollismo. Por aquellos años, desde las
cinco de la tarde del 24 de diciembre en los cuatro lados de la Plaza Mayor, se
armaban unas mesitas, en las que se vendían, flores, dulces caseros, conservas,
juguetes, pastas, licores y cuanto “apetitoso y manducable”, pudo Dios crear.
Antes de las doce de la noche, la aristocracia y la clase media se
encaminaban a los distintos templos, donde en los atrios las pallas cantaban
villancicos, acompañados de sus instrumentos musicales de aquella época.
Mientras que en la plaza mayor, sólo el populacho quedaba, multiplicando
las libaciones de licor.
Al terminar la misa de Gallo, seguía en las casas una opípara cena, en
la cual el tamal era plato obligado. El tamal es el nombre genérico dado a
varios platillos de origen indígena preparados generalmente con masa de maíz rellena
de carnes, generalmente de chancho, vegetales, aji, frutas, salsas y otros
ingredientes, envuelta en hojas de mazorca de maíz o plátano, Estos pueden
tener sabor salado o dulce.
Y como no era higiénico echarse en brazos de Morfeo tas una buena
comilona “bien mascada” y mejor humedecida con buen vino tinto de Cataluña, enérgico
jerez de Málaga y el alborotador quitapesares (asó lo llamaba el vulgo,
legitimo aguardiente de Pisco o de Motocachi. Se improvisaba en familia un
bailecito, al que los primeros rayos de sol ponían remate.
En cuanto al pueblo, para no ser menos que la gente de posición, armaba
jarana hasta el alba alrededor de la pila de la plaza. Allí las parejas se descoyuntaban
bailando la zamacueca, pero zamacueca borrascosa , de esa que hace resucitar a
los muertos.
Como los altares de Purísima. eran los nacimientos motivo de fiesta doméstica.
Desde el primer día de Pascua arribase en algunas casas un pequeño proscenio,
sobre el que se veía el establo de Belén con todos los personajes (le que habla
la bíblica leyenda. Figurillas de pasta o
de madera más o menos graciosas completaban el cuadro.
Todo el mundo, desde las siete hasta las once de la noche, entraba con
llaneza en el salón, donde se exhibía el divino misterio. Cada nacimiento era
más visitado y comentado por los asistentes.
Cuando llegaban personas amigas de la familia propietaria del
nacimiento, se las agasajaba con un vaso de jora, chicha morada u otras frescas
horchatas, bautizadas con el nada limpio nombre de orines del Niño.
En no pocas casas, después de las once, cuando quedaban sólo los amigos
de confianza, se armaba una de golpe a “parche y fuego a la lata”. Se bebía y cuequiaba
en grande.
El más famoso de los nacimientos de Lima era el que se exhibía en el convento
de los padres bethiemitas o barbones. Y era famoso por la abundancia de muñecos
automáticos y por los villancicos con que festejaban al Divino Infante.
Pero como todo tiene fin sobre la tierra, el 6 de enero, día de los Reyes
Magos, se cerraban los nacimientos. De suyo se dejaba adivinar que aquella
noche el holgorio era mayúsculo.
Y hasta diciembre de otro año, en que, para diferenciar, se repelían las
mismas fiestas sin la menor variante.
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