sábado, 20 de diciembre de 2014

LAS NAVIDADES DE ANTAÑO EN NUESTRA PATRIA

Ricardo Palma en sus Tradiciones Peruanas, cuenta como eran las Navidades de antaño, n esa ciudad fundada en 1535 por don Francisco Pizarro. Era un mes integro dedicado a la jarana, a la buena comida y a la bebida.

Por aquella época era raro en los barrios que a partir del ocho de diciembre, no se celebrara en algunas casas, lo que nuestras bisabuelas llamaban el altar de la Purísima. El altar se armaba en el salón principal de las casas, y desde las siete de la noche los amigos y demás invitados empezaban a llegar.

Las chicas solteras se diferenciaban de las casadas en la colocación de las flores que se ponían en el pelo. Se sabía que rosas y claveles al lado izquierdo significaba que la propietaria de la misma estaba en disposición de admitir a un galán para que la enamorara.  

Se principiaba normalmente rezando los cinco misterios del rosario, acompañado de cantos a la Virgen, seguía un sermón muy devoto, pronunciada por un fraile muy  importante amigo de la familia, terminando la función religiosa cantando alegres villancicos, que eran acompañados por el clavicordio y el violín, entonados por las criadas  de la casa a las que se asociaban otras de la vecindad.

Después de las diez de la noche, en que se despedían los invitados más importantes o de “etiqueta”, era cuando comenzaba la jarana en regla. Las parejas se sucedían bailando delante del altar el ondo, la pieza inglesa del paspié, y demás bailes de sociedad que por entonces estaban de moda.

Las copas abundaban y después de media noche se trataba a la Purísima con toda confianza, se dejaban los bailecitos sosos y ceremoniosos, entrando la voluptuosa zamacueca con los acordes del arpa y el cajón.

En su origen, el cajón se utiliza en danzas costeñas, como la zamacueca y el tondero, bailes originarios de la costa centro y norte del Perú. El uso de este instrumento fue popularizado con estos bailes, no mucho después de la fiesta limeña de la época virreinal, denominada “Fiesta de Amancaes”.
Entrando al siglo XVIII, la zamacueca se tocaba con palmas y haciendo ritmo con los “cajones de la casa” o también con “cajas de embalaje” o reemplazando las botijas primitivas hechas de piel de cabra.

Cuenta Palma que desde el día 15 de diciembre comenzaban las misas de Aguinaldo, en las que todo era animación y alegría, los muchachos se reunían en las mañanas se congregaban en las iglesias para tentación y pecadero del prójimo enamoradizo.

Las orquestas criollas y los diversos cantantes, hacían oír todos los aires populares de éxito por aquellos días. Lo religioso y lo sagrado no excluía a lo mundanal y profano. Al final de la misa, un grupo de pallas bailaba la cachua y el maisilla, cantando coplas no siempre muy ortodoxas.

Una  misa de Aguinaldo duraba un par de horas por lo menos, de siete a nueve. Esas misas si eran cosa buena, y no insulsas como las de hogaño. Hoy en las misas de Aguinaldo, ni en las del Gallo, hay pitos, canarios, flautines, zampoñas, bandurrias, matracas, zambombas, canticos ni bailoteos, ni los muchachos rebuznan, ni cantan como gallo, ni lagran como perro, ni mujen como buey, ni maúllan  como gato, nada de los se alcanzó todavía en el primer tercio de la República, como pálida reminiscencia del pasado colonial. 

La Nochebuena, con su misa de Gallo, era el no hay más allá del criollismo.  Por aquellos años, desde las cinco de la tarde del 24 de diciembre en los cuatro lados de la Plaza Mayor, se armaban unas mesitas, en las que se vendían, flores, dulces caseros, conservas, juguetes, pastas, licores y cuanto “apetitoso y manducable”, pudo Dios crear.  

Antes de las doce de la noche, la aristocracia y la clase media se encaminaban a los distintos templos, donde en los atrios las pallas cantaban villancicos, acompañados de sus instrumentos musicales de aquella época.

Mientras que en la plaza mayor, sólo el populacho quedaba, multiplicando las libaciones de licor.

Al terminar la misa de Gallo, seguía en las casas una opípara cena, en la cual el tamal era plato obligado. El tamal es el nombre genérico dado a varios platillos de origen indígena preparados generalmente con masa de maíz rellena de carnes, generalmente de chancho, vegetales, aji, frutas, salsas y otros ingredientes, envuelta en hojas de mazorca de maíz o plátano, Estos pueden tener sabor salado o dulce.

Y como no era higiénico echarse en brazos de Morfeo tas una buena comilona “bien mascada” y mejor humedecida con buen vino tinto de Cataluña, enérgico jerez de Málaga y el alborotador quitapesares (asó lo llamaba el vulgo, legitimo aguardiente de Pisco o de Motocachi. Se improvisaba en familia un bailecito, al que los primeros rayos de sol ponían remate.

En cuanto al pueblo, para no ser menos que la gente de posición, armaba jarana hasta el alba alrededor de la pila de la plaza. Allí las parejas se descoyuntaban bailando la zamacueca, pero zamacueca borrascosa , de esa que hace resucitar a los muertos.  

Como los altares de Purísima. eran los nacimientos motivo de fiesta doméstica. Desde el primer día de Pascua arribase en algunas casas un pequeño proscenio, sobre el que se veía el establo de Belén con todos los personajes (le que habla la bíblica leyenda. Figurillas de pasta o
de madera más o menos graciosas completaban el cuadro.

Todo el mundo, desde las siete hasta las once de la noche, entraba con llaneza en el salón, donde se exhibía el divino misterio. Cada nacimiento era más visitado y comentado por los asistentes.

Cuando llegaban personas amigas de la familia propietaria del nacimiento, se las agasajaba con un vaso de jora, chicha morada u otras frescas horchatas, bautizadas con el nada limpio nombre de orines del Niño.

En no pocas casas, después de las once, cuando quedaban sólo los amigos de confianza, se armaba una de golpe a “parche y fuego a la lata”. Se bebía y cuequiaba en grande.

El más famoso de los nacimientos de Lima era el que se exhibía en el convento de los padres bethiemitas o barbones. Y era famoso por la abundancia de muñecos automáticos y por los villancicos con que festejaban al Divino Infante.

Pero como todo tiene fin sobre la tierra, el 6 de enero, día de los Reyes Magos, se cerraban los nacimientos. De suyo se dejaba adivinar que aquella noche el holgorio era mayúsculo.


Y hasta diciembre de otro año, en que, para diferenciar, se repelían las mismas fiestas sin la menor variante.

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