Sebastián Vallejo
Hace unos días, acudíamos a
casa de un amigo en Tapia de Casariego, es así que salimos temprano de Oviedo,
para aprovechar bien el día. Cuando estamos en el Concejo del Franco, recibimos
una llamada de nuestro amigo en la que
nos comunicaba que estaba aquejado de una fuerte gripe, mal que nos ha visitado
con mucha fuerza este último año. Decidimos entonces parar a tomar un café y
volver para Oviedo.
Al entrar en la cafetería nos
encontramos con unos amigos a quienes comentamos que nuestro anfitrión en
Tapia, se encontraba enfermo. Les dijimos que nos gustaría ver algunos castros,
que por esa zona son frecuentes. Ellos
nos comentaron que en el pueblo de Arancedo, había algunos. Como
prácticamente ya no teníamos ningún
compromiso, nos invitaron a que fueramos a visitar esa zona cargada de
leyenda, con castros, mazos, molinos y herrerías, donde se encuentran las raíces de nuestros antepasados.
Como todavía aún era temprano,
nos dedicamos a dar algunas vueltas para conocer La Caridad, capital del
Concejo, que tiene una población de unos
mil habitantes, también cuenta con una moderna iglesia y su Casa Consistorial
de línea funcional, y algunas casonas de
indianos que le dan cierta personalidad, y que nos hace recordar aquellas
grandes casas de doble planta como las de nuestra América, siempre adornadas en
sus grandes jardines por una o dos
palmeras. Luego visitamos su moderno polideportivo llamado “Uruguay”, en
homenaje a su Hijo Predilecto Enrique Valentín Iglesias, natural de Arancedo,
quien desde su infancia, y por esas cosas de la vida fue a residir en ese gran
país, aunque pequeño de superficie y que se encuentra ubicado en la parte
Suroriental de Sudamérica. Ilustre personaje que fue galardonado en 1982 con el
Premio Príncipe de Asturias de
Cooperación Iberoamericana.
Dejamos La Caridad y tomamos
por la calle que lleva el nombre del ilustre hijo del Concejo, luego de pasar un túnel por debajo
de la moderna carretera, nos adentramos por una alameda bordeada de vetustos e
inmensos arbolones. Llegamos a Santa
María de Miudes, y luego divisamos a lo
lejos, el pueblo de Arancedo con su “Catedral” y reloj que toca a las horas el
“Asturias Patria querida”, como el de Oviedo..
Al llegar a Arancedo, seguimos
por una carretera a la derecha, que pasa por delante de “Casa El Chabolo” al
pie de uno de los castros, que ya son
citados en el siglo XVIII como yacimientos arqueológicos vinculados a las
cercanas explotaciones mineras.
El castro que se halla en una
loma, de cuyo pie en su lado norte, parte un camino ascendente que le rodea por la vertiente occidental y
alcanza la cumbre por el sur. “Las casas de este castro, están construidas con
piedra pizarrosa y se encuentran las cuarcitas; también las graníticas en sillares
más o menos formatizados, denunciando su empleo para otros servicios. La
cerámica encontrada es “la indígena, tosca y mal formatizada, presenta las
características de estas poblaciones, abundando la arcilla roja y también la
negra. Posee un recinto elíptico con el eje mayor en dirección N/S de unos 110
m. por solamente unos 70 en el opuesto y se defiende por la ladera sur que es
la más suave mediante un foso, observándose otro hacia el oeste, donde la
pendiente es más acusada, ya que su altura es de unos 75 sobre el entorno,
representado por el río de El Mazo y por el este se encuentra circundado por el
Regueiro da Veiga del Torno. Su recinto del castro es casi plano y está poblado
de helechos y pinos que han derrumbado y recubierto las excavaciones, pudiendo
apreciarse dos conjuntos de casas en los extremos meridional y septentrional.
Siguiendo con nuestra
exploración bordeamos el río Bao o Mazo,
que nace en las faldas del Gumio (Boal), para desembocar en el Lagar o Porcía,
en “la Portigueira”. Dentro de este valle se encuentra el Coto de Boimouro, (buey negro) que pertenece a la parroquia de San Juan de Prendones, y al
final nos encontramos con el Pozo Barreiras de mucha profundidad y donde
abundan las truchas y algún que otro salmón. .
Discurriendo por la vera del río se puede observar un canal que lleva agua
a una antigua y semiderruida edificación, vestigios de las primitivas
industrias metalúrgicas que en otros tiempos abundaron por estos escondidos
rincones. Según consta en algunos documentos fue copropietario Don Diego Quiroga Losada, marqués de Santa
María del Villar, quien había nacido en el año 1882, cursando estudios de
Derecho y se dedicó al turismo. Se puede
decir que fue el precursor del turismo en España, habiendo dedicado a Asturias
numerosos artículos ilustrados sobre el paisaje regional. El marqués de
Santa María del Villar debía cobrar una cifra igual a la que ingresaba al año
su socio en la herrería, Carvajal.
Era Bernardo Carvajal el mayor
hacendado del coto, que había nacido en Miudes en 1839, su padre había nacido
en Boimouro, y su madre de Peruyeira, fue administrador subalterno de Rentas
estancadas de Castropol, pero quedo al poco tiempo cesante. Por los años 1870 a
71 fue administrador de estancadas de Luarca hasta el desestanco de la sal,
luego pasó a desempeñar el cargo de Oficial primero del Gobierno civil de la
Provincia. Fue buen amigo, excelente hijo y hermano, amante esposo, un buen
padre, y caritativo ciudadano.
Bernardo Carvajal, vivía en el
coto, en una casa que tenía 20 varas de frente y 17 de fondo, una sala, dos
cuartos de dormir, cocina, herrería y tres establos. Podría rentar todo – con
un huerto de un cuarto día de bueyes-, si se arrendara, rentarías seis medidas
de escanda. Se estimó el producto de sus heredades, según las operaciones
hechas para la única contribución, en 269 reales y cinco maravedís; en 23
reales y 25 maravedís la renta de casas y hórreos; en 17 reales y medio la de
los molinos harineros; en 5.600 reales la utilidad de la herrería y en 1.256
reales los “esquilmos de ganados y colmenas”.
En la parte exterior existe un
prado grande en el cual había un tejo,
solitario, varios nogales y eucaliptos, lo que hace de ese valle un lugar
misterioso e inigualable, donde tal vez
el cuélebre que custodia las xanas y protege los tesoros; -como yalgas,
chalgas, ayalgas-, la que solo se rinde a la fatiga de la noche de San Juan
cuando los paladines de ventura quiebran los encantamientos y encuentran de una
vez, y en grado sumo, la fortuna, el amor y la belleza. El coto también contaba
con una pequeña capilla, que tenía tres imágenes talladas en madera que eran la
de San José, Santa Lucía y la Virgen del Carmen.
Se cuenta que en casa de
Bernardo Carvajal, tenían una empleada que vivió toda la vida con ellos. Ella
había tenido un hijo con un relojero de
Oviedo– y amigo de la familia- el reconoció al niño, pero nunca se caso con la
madre. Al dejar toda la familia Carvajal el Coto, y trasladarse a la capital,
la empleada de toda la vida, prefirió quedarse en Boimouro. Al poco tiempo los
señores legaron toda su hacienda a su empleada, y a su hijo.
En Asturias siempre se dieron
las condiciones necesarias para que surgieran por iniciativa privada
instalaciones siderúrgicas que incorporaran los adelantos técnicos. Las
fundiciones de hierro en los que el mineral se convertía en arabio o hierro.
Estas con diferentes técnicas, producían hierro maleable. El carbón vegetal que
consumían era tan poco que nunca contribuyo a provocar la desforestación . El
hierro que utilizaban procedía de
desechos y de las fojas. En la herrería trabajaba un solo operario, el maestro
y, a veces, un oficial y un aprendiz.
Movían los fuelles con energía mecánica. Estos herreros eran también
labradores. Las fraguas coexistían con los “mazos de tirar y empalmar fierro”, y éstos las abastecían de una parte de la materia prima, en forma de
“tochos. Estas ferrerías producían cantidades de hierro fundido o forjado. En
la herrería había una sierra accionada
por agua. También había un barquín fuelle, grande para avivar los recoldos. Se
emplea también el yunque y martillos grandes, entre otros.
En la herrería había un
“molín”, que es siempre algo interesante en la aldea, lugar de casino y
mentidero rural. Todo el ir y venir de las parroquias cercanas era puesto en
tela de juicio en los molinos. Así no resulta raro que la fantasía popular le
refiera trovas, leyendas y coplas divertidas que por campos y callejas se entonan. El ”molín” era
utilizado por los pobladores, quienes por medio de la “maquila” que consistía en un recipiente trapezoidal , de madera,
con o sin asa lateral, se utiliza para calcular la cantidad de grano que el
cliente debe pagar, de modo que el molinero toma tantas maquilas según la
cantidad de grano a moler. Como el cobro de la maquila no se hacía delante del
cliente se prestaba a picarescas habladurías, algunas veces recogidas en el
cancionero popular “La molinera trae
corales/ y el molinero corbatín./¿De dónde sale tanto lujo si no sale del
molín?/
Es un ingenio artesanal, hecho
casi totalmente de madera y piedra y con alguna pequeña pieza de hierro. El
molino funcionaba con energía hidráulica y de rueda horizontal. Los molinos se
situaban próximos a los ríos aprovechando lugares con un cierto desnivel. El
agua estaba embalsada en una presa, construida con piedras muy trabajadas y
horadadas para ser conducida por una canal hasta la ñora o depósito de agua,
desde donde se precipita con gran fuerza por el cubu sobre las paletas del
rodezno o turbina, haciéndola girar, y transmitiendo el giro a través del eje o
árbol, a la muela móvil o volandera. Al final del cubu se encuentra el
saetillo, espacio angosto en el extremo del cubu por el que el chorro de agua
sale a gran presión dirigido hacia las palas del rodezno. Superpuesto al salibu
está la paradera, mecanismo en forma de estribo, cuya misión es desviar la
corriente de agua fuera del campo de acción del rodezno, haciendo que éste pare
o arranque. En los molinos asturianos se molía harina, escanda, trigo, centeno
y maíz y son uno de los ingenios más simples, más perfectos y económicos.
Muy cerca de allí, nos
encontramos con La Andina, donde se encuentra el valle feliz, en este lugar
existe una peña denominada La
Llamúa - de extraordinaria belleza
natural-, rodeada de un paraje en que abundan los cerezos, los madroños y los
avellanos. Hay vestigios de una acequia para conducción de agua, dos castros,
uno parcialmente excavado y el otro sin excavar; varios caleros, grutas y otras
peñas pintorescas. Mientras que contemplamos esos restos arqueológicos a lo
lejos oímos el sonido de las campanas del “Asturias Patria Querida” de la
“catedral” de Arancedo, que nos anuncia que es hora de ir a comer.
A nuestro regreso paramos en
“Casa el Chabolo”, lugar típico donde nos dicen que se come bien, cocina de mar
y monte, con historias de viejos castros y de antañonas culturas siempre a la
sombra de las alturas de Vidrosa, Penouta o Trombadello o al suave oreo de la
brisa salobre. En El Chabolo se preparan excelentes potes, caldos y la especialidad
de el lacón asado en horno de leña con
patatines que nos hacen volver a repetir y chuparnos los dedos. Siempre
regado con un buen vino de Rioja . Y de postre requexón, preparado allí mismo,
y endulzado con la rica miel de la colmenas del pueblo.
Al final, nuestros anfitriones
nos sorprenden con el delicioso rapón, que
se hacía en Boimouro Que es una torta de harina de maíz amasada con agua, sal,
cebolla, tocino y pedacitos de chorizo, sobre hojas de berza y cocido en el
horno.
Después de la amena y larga sobremesa, donde nos han
contado muchas anécdotas del pueblo y su gente, nos despedimos agradeciendo a
nuestros anfitriones, por sus atenciones y por los ricos manjares que nos
ofrecieron.
Nos vamos en dirección al Pico Penouta, con un trazo
irregular en una encrucijada de montañas de poca elevación, siendo medianera
entre las sierras de la Bobia de la Garganta. Cuando llegamos a la atalaya, aún nos da tiempo a divisar la amplia panorámica
que comprende desde Navia hasta bien entrada la provincia de Lugo, antes de
que la niebla tienda su velo sobre el
fructífero día. “Si vas a Penouta vas a Garganta, nun deixes a alforxa nun
deixes a manta”. Descendiendo nos encontramos con las piedras “cansadas” de
Penedo Aballon, y desde allí divisamos al fondo del valle a Boal la capital del
concejo del mismo nombre.
Todo esto no habría sido posible si no fuese por el
cambio climático en que vivimos, que a decir de muchos es de los más duros en
los últimos tiempos, dando como consecuencia procesos gripales por donde se
vaya, y como mi amigo es un terrestre más no pudo librarse de la misma, lo cual
nos permitió vivir y conocer todo lo que aquí se ha dicho, quedando como
paradoja “No hay mal que por bien no
venga”.
(Fotos J. Antonio Rado)
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