domingo, 5 de agosto de 2012

EL COTO DE BOIMOURO




Sebastián Vallejo

Hace unos días, acudíamos a casa de un amigo en Tapia de Casariego, es así que salimos temprano de Oviedo, para aprovechar bien el día. Cuando estamos en el Concejo del Franco, recibimos una llamada de nuestro amigo  en la que nos comunicaba que estaba aquejado de una fuerte gripe, mal que nos ha visitado con mucha fuerza este último año. Decidimos entonces parar a tomar un café y volver para Oviedo.

Al entrar en la cafetería nos encontramos con unos amigos a quienes comentamos que nuestro anfitrión en Tapia, se encontraba enfermo. Les dijimos que nos gustaría ver algunos castros, que por esa zona son frecuentes. Ellos  nos comentaron que en el pueblo de Arancedo, había algunos. Como prácticamente ya no teníamos ningún  compromiso, nos invitaron a que fueramos a visitar esa zona cargada de leyenda, con castros, mazos, molinos y herrerías, donde se encuentran  las raíces de nuestros antepasados.

Como todavía aún era temprano, nos dedicamos a dar algunas vueltas para conocer La Caridad, capital del Concejo,  que tiene una población de unos mil habitantes, también cuenta con una moderna iglesia y su Casa Consistorial de  línea funcional, y algunas casonas de indianos que le dan cierta personalidad, y que nos hace recordar aquellas grandes casas de doble planta como las de nuestra América, siempre adornadas en sus grandes jardines por una  o dos palmeras. Luego visitamos su moderno polideportivo llamado “Uruguay”, en homenaje a su Hijo Predilecto Enrique Valentín Iglesias, natural de Arancedo, quien desde su infancia, y por esas cosas de la vida fue a residir en ese gran país, aunque pequeño de superficie y que se encuentra ubicado en la parte Suroriental de Sudamérica. Ilustre personaje que fue galardonado en 1982 con el  Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Iberoamericana.

Dejamos La Caridad y tomamos por la calle que lleva el nombre del ilustre hijo del  Concejo, luego de pasar un túnel por debajo de la moderna carretera, nos adentramos por una alameda bordeada de vetustos e inmensos arbolones. Llegamos a  Santa María de Miudes,  y luego divisamos a lo lejos, el pueblo de Arancedo con su “Catedral” y reloj que toca a las horas el “Asturias Patria querida”, como el de Oviedo..

Al llegar a Arancedo, seguimos por una carretera a la derecha, que pasa por delante de “Casa El Chabolo” al pie de uno de los castros, que  ya son citados en el siglo XVIII como yacimientos arqueológicos vinculados a las cercanas explotaciones mineras.

El castro que se halla en una loma, de cuyo pie en su lado norte, parte un camino ascendente  que le rodea por la vertiente occidental y alcanza la cumbre por el sur. “Las casas de este castro, están construidas con piedra pizarrosa y se encuentran las cuarcitas; también las graníticas en sillares más o menos formatizados, denunciando su empleo para otros servicios. La cerámica encontrada es “la indígena, tosca y mal formatizada, presenta las características de estas poblaciones, abundando la arcilla roja y también la negra. Posee un recinto elíptico con el eje mayor en dirección N/S de unos 110 m. por solamente unos 70 en el opuesto y se defiende por la ladera sur que es la más suave mediante un foso, observándose otro hacia el oeste, donde la pendiente es más acusada, ya que su altura es de unos 75 sobre el entorno, representado por el río de El Mazo y por el este se encuentra circundado por el Regueiro da Veiga del Torno. Su recinto del castro es casi plano y está poblado de helechos y pinos que han derrumbado y recubierto las excavaciones, pudiendo apreciarse dos conjuntos de casas en los extremos meridional y septentrional.

Siguiendo con nuestra exploración  bordeamos el río Bao o Mazo, que nace en las faldas del Gumio (Boal), para desembocar en el Lagar o Porcía, en “la Portigueira”. Dentro de este valle se encuentra el Coto de Boimouro, (buey negro) que pertenece a la  parroquia de San Juan de Prendones, y al final nos encontramos con el Pozo Barreiras de mucha profundidad y donde abundan las truchas y algún que otro salmón. .

Discurriendo  por la vera del  río se puede observar un canal que lleva agua a una antigua y semiderruida edificación, vestigios de las primitivas industrias metalúrgicas que en otros tiempos abundaron por estos escondidos rincones. Según consta en algunos documentos fue copropietario  Don Diego Quiroga Losada, marqués de Santa María del Villar, quien había nacido en el año 1882, cursando estudios de Derecho y se dedicó al turismo. Se puede decir que fue el precursor del turismo en España, habiendo dedicado a Asturias numerosos artículos ilustrados sobre el paisaje regional. El marqués de Santa María del Villar debía cobrar una cifra igual a la que ingresaba al año su socio en la herrería, Carvajal.
 
Era Bernardo Carvajal el mayor hacendado del coto, que había nacido en Miudes en 1839, su padre había nacido en Boimouro, y su madre de Peruyeira, fue administrador subalterno de Rentas estancadas de Castropol, pero quedo al poco tiempo cesante. Por los años 1870 a 71 fue administrador de estancadas de Luarca hasta el desestanco de la sal, luego pasó a desempeñar el cargo de Oficial primero del Gobierno civil de la Provincia. Fue buen amigo, excelente hijo y hermano, amante esposo, un buen padre, y caritativo ciudadano.

Bernardo Carvajal, vivía en el coto, en una casa que tenía 20 varas de frente y 17 de fondo, una sala, dos cuartos de dormir, cocina, herrería y tres establos. Podría rentar todo – con un huerto de un cuarto día de bueyes-, si se arrendara, rentarías seis medidas de escanda. Se estimó el producto de sus heredades, según las operaciones hechas para la única contribución, en 269 reales y cinco maravedís; en 23 reales y 25 maravedís la renta de casas y hórreos; en 17 reales y medio la de los molinos harineros; en 5.600 reales la utilidad de la herrería y en 1.256 reales los “esquilmos de ganados y colmenas”. 

En la parte exterior existe un prado grande en  el cual había un tejo, solitario, varios nogales y eucaliptos, lo que hace de ese valle un lugar misterioso e inigualable, donde tal vez  el cuélebre que custodia las xanas y protege los tesoros; -como yalgas, chalgas, ayalgas-, la que solo se rinde a la fatiga de la noche de San Juan cuando los paladines de ventura quiebran los encantamientos y encuentran de una vez, y en grado sumo, la fortuna, el amor y la belleza. El coto también contaba con una pequeña capilla, que tenía tres imágenes talladas en madera que eran la de San José, Santa Lucía y la Virgen del Carmen.

Se cuenta que en casa de Bernardo Carvajal, tenían una empleada que vivió toda la vida con ellos. Ella había tenido un hijo con un  relojero de Oviedo– y amigo de la familia- el reconoció al niño, pero nunca se caso con la madre. Al dejar toda la familia Carvajal el Coto, y trasladarse a la capital, la empleada de toda la vida, prefirió quedarse en Boimouro. Al poco tiempo los señores legaron toda su hacienda a su empleada, y a su hijo.

En Asturias siempre se dieron las condiciones necesarias para que surgieran por iniciativa privada instalaciones siderúrgicas que incorporaran los adelantos técnicos. Las fundiciones de hierro en los que el mineral se convertía en arabio o hierro. Estas con diferentes técnicas, producían hierro maleable. El carbón vegetal que consumían era tan poco que nunca contribuyo a provocar la desforestación . El hierro que utilizaban  procedía de desechos y de las fojas. En la herrería trabajaba un solo operario, el maestro y, a veces, un oficial y un aprendiz.  Movían los fuelles con energía mecánica. Estos herreros eran también labradores. Las fraguas coexistían con los “mazos de tirar y empalmar  fierro”, y éstos las abastecían  de una parte de la materia prima, en forma de “tochos. Estas ferrerías producían cantidades de hierro fundido o forjado. En la herrería había una  sierra accionada por agua. También había un barquín fuelle, grande para avivar los recoldos. Se emplea también el yunque y martillos grandes, entre otros.

En la herrería había un “molín”, que es siempre algo interesante en la aldea, lugar de casino y mentidero rural. Todo el ir y venir de las parroquias cercanas era puesto en tela de juicio en los molinos. Así no resulta raro que la fantasía popular le refiera trovas, leyendas y coplas divertidas que por campos  y callejas se entonan. El ”molín” era utilizado por los pobladores, quienes por medio de la “maquila” que consistía en un recipiente trapezoidal , de madera, con o sin asa lateral, se utiliza para calcular la cantidad de grano que el cliente debe pagar, de modo que el molinero toma tantas maquilas según la cantidad de grano a moler. Como el cobro de la maquila no se hacía delante del cliente se prestaba a picarescas habladurías, algunas veces recogidas en el cancionero popular “La molinera trae corales/ y el molinero corbatín./¿De dónde sale tanto lujo si no sale del molín?/

Es un ingenio artesanal, hecho casi totalmente de madera y piedra y con alguna pequeña pieza de hierro. El molino funcionaba con energía hidráulica y de rueda horizontal. Los molinos se situaban próximos a los ríos aprovechando lugares con un cierto desnivel. El agua estaba embalsada en una presa, construida con piedras muy trabajadas y horadadas para ser conducida por una canal hasta la ñora o depósito de agua, desde donde se precipita con gran fuerza por el cubu sobre las paletas del rodezno o turbina, haciéndola girar, y transmitiendo el giro a través del eje o árbol, a la muela móvil o volandera. Al final del cubu se encuentra el saetillo, espacio angosto en el extremo del cubu por el que el chorro de agua sale a gran presión dirigido hacia las palas del rodezno. Superpuesto al salibu está la paradera, mecanismo en forma de estribo, cuya misión es desviar la corriente de agua fuera del campo de acción del rodezno, haciendo que éste pare o arranque. En los molinos asturianos se molía harina, escanda, trigo, centeno y maíz y son uno de los ingenios más simples, más perfectos y económicos.

Muy cerca de allí, nos encontramos con La Andina, donde se encuentra el valle feliz,  en este lugar existe  una peña denominada La Llamúa  - de extraordinaria belleza natural-, rodeada de un paraje en que abundan los cerezos, los madroños y los avellanos. Hay vestigios de una acequia para conducción de agua, dos castros, uno parcialmente excavado y el otro sin excavar; varios caleros, grutas y otras peñas pintorescas. Mientras que contemplamos esos restos arqueológicos a lo lejos oímos el sonido de las campanas del “Asturias Patria Querida” de la “catedral” de Arancedo, que nos anuncia que es hora de ir a comer.

A nuestro regreso paramos en “Casa el Chabolo”, lugar típico donde nos dicen que se come bien, cocina de mar y monte, con historias de viejos castros y de antañonas culturas siempre a la sombra de las alturas de Vidrosa, Penouta o Trombadello o al suave oreo de la brisa salobre. En El Chabolo se preparan excelentes potes, caldos y la especialidad de el lacón asado en horno de leña con patatines que nos hacen volver a repetir y chuparnos los dedos. Siempre regado con un buen vino de Rioja . Y de postre requexón, preparado allí mismo, y endulzado con la rica miel de la colmenas del pueblo. 

Al final, nuestros anfitriones nos sorprenden con el delicioso rapón, que se hacía en Boimouro Que es una torta de harina de maíz amasada con agua, sal, cebolla, tocino y pedacitos de chorizo, sobre hojas de berza y cocido en el horno.

Después de la amena y larga sobremesa, donde nos han contado muchas anécdotas del pueblo y su gente, nos despedimos agradeciendo a nuestros anfitriones, por sus atenciones y por los ricos manjares que nos ofrecieron.

Nos vamos en dirección al Pico Penouta, con un trazo irregular en una encrucijada de montañas de poca elevación, siendo medianera entre las sierras de la Bobia de la Garganta. Cuando llegamos a la atalaya, aún nos da tiempo a divisar la amplia panorámica que comprende desde Navia hasta bien entrada la provincia de Lugo, antes de que  la niebla tienda su velo sobre el fructífero día. “Si vas a Penouta vas a Garganta, nun deixes a alforxa nun deixes a manta”. Descendiendo nos encontramos con las piedras “cansadas” de Penedo Aballon, y desde allí divisamos al fondo del valle a Boal la capital del concejo del mismo nombre.

Todo esto no habría sido posible si no fuese por el cambio climático en que vivimos, que a decir de muchos es de los más duros en los últimos tiempos, dando como consecuencia procesos gripales por donde se vaya, y como mi amigo es un terrestre más no pudo librarse de la misma, lo cual nos permitió vivir y conocer todo lo que aquí se ha dicho, quedando como paradoja “No hay mal que por bien no venga”. 

(Fotos J. Antonio Rado)

No hay comentarios:

Publicar un comentario