Don Vicente Holguín, un colombiano que
fuera desterrado por ideas librepensadoras en contra de la explotación del
hombre de color desangrado en las plantaciones ardientes; radicó en Lima por el
año 1867, donde cultivó amistad con don Luis Albertini, destacado
jurisconsulto, diplomático y músico limeño, quien siete años antes había
publicado "Albun Peruano" de canciones tradicionales tales como
"La Limeña", "El Colegial", "La Tapada", etc.,
con letra del escritor costumbrista satírico, Manuel Atanasio Fuentes, popular
por su capa española y usar el seudónimo "El Murciélago". Hoy esta
edición es rarísima.
Los problemas humanos del importado
trabajador africano, esclavo de los ingenios azucareros, eran similares en la
América mestiza. El trabajo de sol a sol y el castigo corporal, imperaba en los
algodonales y trapiches de La Molina, Villa y Montalbán. Por lo cual se
entendieron estos artistas de vanguardia Holguín y Albertini, siendo los
acertados autores de la inicial composición-protesta en ritmo de danza titulada
"El Payandé", denominación de un arbusto original de los valles de
Colombia, además hacen mención al río Magdalena cuyas aguas extensas recorren
de Sur a Norte. De esta hermosa canción ofrecemos dos fragmentos: "Nací en
las playas del Magdalena, / bajo la sombra de un payandé;/ como mi madre fue
negra esclava,/ también la marca yo la llevé"./ "Por la mañana cuando
amanece,/ salgo al trabajo con mi azadón,/como a tasajo, plátano asado;/ riego
la tierra con mi sudor."/...
GUARDIA VIEJA Cuando bajaron las
persianas los "salones dorados", echaron llave al anciano piano de
cola y se marcharon las "gavotas", los "minués" y "las
cuadrillas", aparecieron en los escaparates de las Casas Musicales de
Brandes y Fort, las nativas piezas rubricadas por Emilio Amézaga, Romero Losada
y Romualdo Alva. Era una nueva serpentina parlante de los corrillos del jirón
de La Unión. Nuestras melodías se comentaban con calor entre
"bitters" de la Fuente de Soda de Castillo.
VIEJOS TROVADORES Asomaron en los
extramuros trovadores de "cachiné" de seda y sombrero
"requintao" "a la pedrada", mentados guapos en ruedas
briscaneras, por su voz en contrapunto; ellos derramaron alegrías allá por El
Cercado, serrallo y picantería de horizontales, engreídos por los niños faites
de "La Palizada", en la "mar y morena" encerrona de
serenata, santo, corcova y octava. /Filigrana, preciosura/ en cada sincopado
salto, dibujaron punta y talón escobillado y un laberinto de pañuelos pincelaba
la aurora, entre siluetas "negros-azules" cajoneando geometries
folklóricas a la reina parda Bartola de Aguamino o a los esguinces casquivanos
y entradores de esas cuatro Saras "fríquite y mangansúa" para las
quebradas bordadoras del tarambana Pepe Ezeta "Rey de la Marinera".
"EL TUNANTE" Y fue "El
Tunante, Abelardo Gamarra, el agua bautismal de esa limeña danza con vaiven de
combate marino y fuego de montonera dedicada a la gloria del Almirante Grau.
1900. Fulgor de crisálidas eléctricas.
Entonces eran los juglares dioses en un lago de sirenas, donde estelaban pensamientos,
diálogos entre musas y troveros, calendarios de nombres, idilios plenilunios,
citas embrisadas por aromática reseda. Nochebuena en la Plaza Mayor, en la
glorieta barranquina o en los mármoles del Paseo Colón, amenizadas por las
clásicas retretas del maestro Tapa o del filipino José Libornio.
Pulula la gente de pura cepa y cogollo
entre brindis de "puro cordon y rosa" y las gargantas vergelistas de
Montes y Manrique y Salerno y Gamarra, preñaron aplausos en lunetas y cazuelas
del Teatro Olimpo y El Politeama, en comilonas del café Can-Can, cuano los
primeros discos de pizarra surcaron nuestros aires en fonógrafos de bocina.
EL TUNDETE Retumban los hombres de
bronce bajando el barrio erizado de "palisos trinadores" en tonos de
"tundete" y "maulillo" rimando acentos a Pancho Ferreyros,
jilguero del puente español, a los zarzales Garibotto-Bancalari con Julio
Vargas y los hermanos Andrade. Mentras calle arroba encandilaban fogones
parranderos, la verbena de la Virgen del Carmen, entre misturas y fritangas por
Cocharcas, Los Naranjos y El Chirimoyo, irisados con el eco del negro
Chiviricoy. Montserrat, estación-ferrocarril, entrevero camalero, factoría
tranviaria, "La Mutua" cigarrera. Bulliciosa zona fabril, semillero
de valientes y romanceros que al filo de las doce, recostados al cañón de mecha
hundido en la ochava orillera, -acuarela de casas chatas y luna ojerosa
reflejada en charquitos de lluvia- Desnudas mandolinas irradiaron luces en
mamparas y barandas cuando el alto canto cholo de Bocanegra, desgarraba la
noche "La Bóveda Azulada". Se apagaron fanales legendarios, dobló la
esquina el encorvado organillero, cilindro molino de valse inicial "de
izquierda a la media vuelta" tejiendo pasillos afelpados de cadenetas que
imprimiera Rogelio Soto. Y perdieron los pasos por las baldosas rajadas de las
Cinco Esquinas, la ruidosa estudiantina de "Los Doce Pares de
Francia".
Pero la casta criolla despertó silencios
en manantiales "saudades", soñadores bohemios hilvanando silbos en
péñolas arrabaleras, embanderando ramadas, patios vecinos, casitas palanganas,
pregonando el sabor musical limeño. Mas enmudeció la risa franca antañona, se
arrugaron romeros rumiando preciadas letras muertas, filtrando llanto,
guitarreos violetas.
/Guardia Vieja.../ Murió el lirio Amancay
sobre la obra de San Juan, la alondra y el ruiseñor libaron veneno del olvido
en copa "jacarandá", cuando eclipsaron sus trinos patriarcales sobre
el seco "puente de los Suspiros".
LOS AÑOS VEINTE Los bicolores del
Centenario, cuando la marquesina bombonera del "Colón" anunciaba
sainetes criollos: "Lima en Kodak", "Salsa Roja",
"Postales Limeñas", autores Leonidas Yerovi y Chirre Danós con música
de los maestros Luis Gazzolo y Ventura Morales. En los teatros "Lima",
Mazzi", "Victoria", estaban en cartelera "Un Paseo a
Burro" o "Música Peruana" del travieso "Karamanduka";
pero llegó el cine mudo y se acabaron las "tandas" zarzueleras
criollas, quedando solamente intermedios entre rollos de Francisca Bertini o Charles
Chaplin en las manos mariposas del calvo Lizárraga, Filomeno Ormeño y Lucho de
la Cuba.
Trepidaban recientes calles asfaltadas
los omnibuses Imperiales de dos pisos, la juventud mascaba chicle, usaba
pantalones "Oxfor" ¢35 centímetros de boca|, bailaba apasionadamente
tangos, shimys, fox trots en las huachafas academias del Tigre, Comesebo y
Santa Catalina.
Llegó la revancha para la muchachada
entusiasta de Bravo de Rueda, Valderrama y Carlos Saco: "Cuando el indio
llora", "Las Cautivas", "Vírgenes del Sol" fantasías
incaicas al ritmo gringo se impusieron en la América rubia, proliferando
pianolas con nuestra música criolla en palquitos de café-cantantes y en los
"fas" de las salitas americanas.
Aguardientosos estribilleros de
"platillo a peseta", oficiaban en casas alegres amorosas de la Pancha
Navas, María Eugenia o la Meche Medrano donde de rechupete epilogaban marineras
borrascosas, letrilladas con ají, sal y pimienta.
En los tiempos de Don Augusto B. Leguía,
el Alcalde rimense Juan Ríos, revivió el tradicional Paseo a los Amancaes y en
el sonado concurso triunfaron cuerdas y cantos de "La Rondalla
Piurana"; matices vocales de los hermanos Ascuez fugando resbalosas
malambinas, regalando compases jaraneros, en la nomenclatura de diversions
realizadas en los años veinte, cuando el sandunga pregón languidecía.
FELIPE PINGLO Garúa, cielo plomo. Leyes
dictatoriales, duro pan proletario, turbios lamparines alumbran pobrezas en
barriadas nebulosas, injusticias socials sellaban labios entre mudas protestas
de manos enanas, muñones heroicos.
Escenario citadino manchado de tinta,
surgiendo allá por el barrio alto del Este, la estructura débil de los
humildes. Estambre latido en "El Prado", delirio rapsoda de pileta
cáliz, colmando perlas dolorosas en hogares desiguales. Desamparados callejones
podridos en quincha y salitre, donde agujereaba el sol cuartos numerados,
retazos húmedos con sábila, herraje y cuchillo pecador; arrinconada guitarra,
lucero callejero, nocturna joyería, alucinando geranios sensitivus desmayados
en mantillas rotas y calzados miserables. Surgió el resplandor de la palabra en
la "zurda" de Felipe Pinglo Alva.
En orgullosas mansiones mullidas de
alfombras y elegantes "arañas", cristalerías literarias enchapaban
"barroco criollismo", ignorando premoniciones diluídas en grupos
obreros cantores de la pulpería. -Ángulo de cuitas amistosas y bravías-.
Pinglo barrioaltino, flecha relámpago
perforando indolencias, risando auroras "valseadas" en tiernas
flautas arrabaleras, baraja y briscanes rebeldes: "El Plebeyo",
"Oración del Labriego", "La Obrerita", fueron vida, perfil
y grito social en puertas de un mismo palo, tinglado hambriento del hombre
pobre que aspiraba el humo vano de los "puchos" salarios.
Cobalto llave de sol, abrió arreboles
sobre el dombo de la Patria, sureando arpegios en mosaicos peruanos. /Pinglo/.
Ave Fénix, ancho tórax mestizo, corola del pueblo, que dio acento universal a
páginas tristuras de mensaje humano.
Felipe Pinglo Alva, de
ascendencia piurana, cuyo apellido paterno es genitivo del pueblo pescador de
Sechura, nació en Lima a fines de los 1800 y se elevó a la eternidad un gélido
mayo de 1936.
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