El imperio español se
valió de eficaces dispositivos culturales para afianzar la colonización del
imaginario americano. La estética barroca cultivada en la corte y el
claustro sirvió para montar el espectáculo y sostener los rituales del
poder imperial que se consolidó como una sociedad jerarquizada con un centro
único, la monarquía. El código culterano, utilizado para celebrar el poder
absoluto también "provee las formas y tópicos que, utilizados por la
intelectualidad virreinal, denuncian la Colonia como una sociedad disciplinaria
y represiva.
El gongorismo sirve para montar
una "dialéctica de escena" que aleja cualquier
perturbación de la tersa imagen de la vida colonial. La letra construye
una suerte de locus amoenus,
aislado de la historia. Como afirma John Beverley la producción cultural
del XVII indiano intenta resolver por medio de la letra profundas
contradicciones materiales y culturales. La ciudad letrada, tan fortificada
como la ciudad real, es uno de los anillos claves en la ordenación urbana. El
orden político se apoya en el orden religioso.
En ese espacio limitado crece la
demanda indiana de reconocimiento y se incuba la cultura criolla, alejada
de los mundos indígenas. El Barroco de Indias, arte sincrético, está
inextricablemente unido al criollismo. Su discurso sostiene la tensión de lo
nuevo, que intenta conseguir los títulos que acrediten la igualdad
de derechos y posesiones. Siempre lejos, el criollo es un sujeto
construido en la exclusión de los discursos y del poder: "El indiano
es reflejo de lo que piensan que piensan de él y esos pensamientos son figuras
grotescas pasadas por prismas paranoides espesados por el disloque físico y
temporal.
En el Virreinato del Perú una de
las figuras descollantes del siglo XVII es Juan de Espinosa Medrano conocido como el Lunarejo. Aunque existen pocas informaciones biográficas
se puede afirmar, casi con certeza, que fue un mestizo
educado por los dominicos. Entre los datos fehacientes están su ingreso
al Colegio Seminario de San Antonio Abad donde debió escribir sus obras de
teatro. Catedrático en Artes y Teología en 1650, se doctoró en Teología en la
Universidad de San Ignacio de Loyola y fue nombrado Canónigo Magistral de la
catedral del Cusco en 1683. Se puede afirmar que fue hombre de fortuna ya que
se conservan inventarios de sus bienes: propiedades urbanas y rurales, joyas,
muebles, cuadros, esclavos y libros.
Juan de
Espinosa Medrano, nació en Cuzco en 1629 y falleció el 13 de noviembre de 1688, es más conocido con el apodo de El Lunarejo. Destacado aedo, dramaturgo y clérigo,
siendo considerado el más alto defensor en el Perú de la Escuela Culterana.
Lo
llamaban así por los lunares que marcaban su rostro y en vida fue ya toda una
leyenda. Se dice que cuando el virrey
Pedro Antonio Fernández de Castro, X Conde de Lemos, llegó al Cuzco, uno de sus primeros actos fue asistir a una misa
celebrada por " El Lunarejo". Enraizado en el imaginario popular,
todavía en el siglo XIX se
relataban entre las viejas familias cuzqueñas,
como lo recuerda Clorinda Matto de
Turner, algunas de las anécdotas que protagonizara. La más conocida nos
lo muestra predicando a templo repleto e interrumpiendo su sermón para
pedir a la multitud: "Señores, den lugar a esa pobre india que es mi
madre".
Ésta es la base para sostener
que Juan de Espinosa Medrano fue de linaje indígena, pero en realidad, salvo su
obra, se ignora casi todo sobre este escritor, uno de los más importantes de la Hispano américa colonial
Si se sabe que el lunarejo
nació en Calcauso, en la actual provincia de
Antabamba ,Apurímac, posiblemente en 1629. También, que gracias a su
precoz talento y al apoyo del cura de su pueblo se le abrieron las puertas del Seminario de San Antonio Abad del
Cuzco y luego las de la Universidad de San Antonio Abad del Cusco de la misma
ciudad, donde se graduó. Polígala y polifacético, antes de los 18 años ya escribía autos sacramentales,
componía música sacra y dominaba el latín, el griego, el
hebreo y, por supuesto, el quechua.
Su primera obra tal vez sea
"El rapto de Prosepina", drama que la tradición dice que escribió
cuando no había cumplido los quince años y que llegó a ser representado en Madrid y Nápoles. También para el teatro compuso
"El amar su propia muerte" y el auto sacramental en quechua "El
hijo pródigo". Además, escribió en latín, el tratado de lógica "Curso
de filosofía tomística", y treinta de sus sermones, sin duda los más
bellos que se han compuesto en el Perú,
fueron agrupados póstumamente por sus admiradores y publicados en 1695, bajo el
título de "La novena maravilla".
Pero fue su "Apologético
en favor de Luis Góngora”,
príncipe de los poetas líricos
españoles, la obra que le aseguró un lugar en la posteridad. Publicada en
1662 es una apasionada defensa del
gran poeta cordobés contra los ataques del portugués
Manuel de Faría y Sousa, pero también un ejercicio de estilo y la
aplicación, al análisis de los versos gongorinos, de ideas avanzadas para su época y, en algún
caso, próximas a las de la estilística del siglo
XX, como lo remarca Dámaso Alonso.
La calidad de la prosa del "Apologético en favor de Luis Góngora",
musical, brillante, ingeniosa, es tal, que don Marcelino Menéndez Pelayo la
califica de "perla caída
en el muladar de la poética culterana".
No obstante sus méritos
académicos y literarios, se desempeñó con humildad durante muchos años como
párroco de la iglesia de San Cristóbal, donde sus elocuentes sermones
convocaban multitudes. Durante sus últimos años integró el cabildo diocesano en
la catedral del Cusco y dictó cátedra en el Seminario.
Murió el 13 de noviembre de
1688, en medio del sentimiento general de un pueblo que lo había acogido como
suyo.
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