viernes, 14 de noviembre de 2014

JUAN DE ESPINOSA MEDRANO "EL LUNAREJO"

El imperio español se valió de eficaces dispositivos culturales para afianzar la colonización del imaginario americano. La estética barroca cultivada en la corte y el claustro  sirvió para montar el espectáculo y sostener los rituales del poder imperial que se consolidó como una sociedad jerarquizada con un centro único, la monarquía. El código culterano, utilizado para celebrar el poder absoluto también "provee las formas y tópicos que, utilizados por la intelectualidad virreinal, denuncian la Colonia como una sociedad disciplinaria y represiva.

El gongorismo sirve para montar una  "dialéctica de escena" que aleja cualquier  perturbación de la tersa imagen de la vida colonial. La letra construye  una suerte de locus amoenus, aislado de la historia. Como  afirma John Beverley la producción cultural del XVII indiano intenta resolver  por medio de la letra  profundas contradicciones materiales y culturales. La ciudad letrada, tan fortificada como la ciudad real, es uno de los anillos claves en la ordenación urbana. El orden político se apoya en el orden religioso.

En ese espacio limitado crece la demanda indiana de reconocimiento y se incuba la cultura criolla,  alejada de los mundos indígenas. El Barroco de Indias, arte sincrético,  está inextricablemente unido al criollismo. Su discurso sostiene la tensión de lo nuevo, que  intenta conseguir los títulos que acrediten la igualdad de  derechos y posesiones. Siempre lejos, el criollo es un sujeto construido en la exclusión de los discursos y del poder: "El indiano  es reflejo de lo que piensan que piensan de él y esos pensamientos son figuras grotescas pasadas por prismas paranoides espesados por el disloque físico y temporal.

En el Virreinato del Perú una de las figuras  descollantes del siglo XVII  es Juan de Espinosa Medrano conocido como el Lunarejo.  Aunque existen pocas informaciones biográficas se  puede afirmar, casi con  certeza, que fue un mestizo educado  por los dominicos. Entre los datos fehacientes están su ingreso al Colegio Seminario de San Antonio Abad donde debió escribir sus obras de teatro. Catedrático en Artes y Teología en 1650, se doctoró en Teología en la Universidad de San Ignacio de Loyola y fue nombrado Canónigo Magistral de la catedral del Cusco en 1683. Se puede afirmar que fue hombre de fortuna ya que se conservan inventarios de sus bienes: propiedades  urbanas y rurales, joyas, muebles, cuadros, esclavos y libros.
Juan de Espinosa Medrano, nació en Cuzco en  1629     y falleció  el 13 de noviembre de 1688, es más conocido con el apodo de El Lunarejo. Destacado aedo, dramaturgo y clérigo, siendo considerado el más alto defensor en el Perú de la Escuela Culterana.
Lo llamaban así por los lunares que marcaban su rostro y en vida fue ya toda una leyenda. Se dice que cuando el virrey Pedro Antonio Fernández de Castro, X Conde de Lemos, llegó al Cuzco, uno de sus primeros actos fue asistir a una misa celebrada por " El Lunarejo". Enraizado en el imaginario popular, todavía en el siglo XIX se relataban entre las viejas familias cuzqueñas, como lo recuerda Clorinda Matto de Turner, algunas de las anécdotas que protagonizara. La más conocida nos lo muestra predicando a templo repleto e interrumpiendo su sermón para pedir a la multitud: "Señores, den lugar a esa pobre india que es mi madre".
Ésta es la base para sostener que Juan de Espinosa Medrano fue de linaje indígena, pero en realidad, salvo su obra, se ignora casi todo sobre este escritor, uno de los más importantes de la Hispano américa colonial
Si se sabe que el lunarejo nació en Calcauso, en la actual provincia de  Antabamba ,Apurímac, posiblemente en 1629. También, que gracias a su precoz talento y al apoyo del cura de su pueblo se le abrieron las puertas del Seminario de San Antonio Abad del Cuzco y luego las de la Universidad de San Antonio Abad del Cusco de la misma ciudad, donde se graduó. Polígala y polifacético, antes de los 18 años ya escribía autos sacramentales, componía música sacra y dominaba el latín, el griego, el hebreo y, por supuesto, el quechua.
Su primera obra tal vez sea "El rapto de Prosepina", drama que la tradición dice que escribió cuando no había cumplido los quince años y que llegó a ser representado en Madrid y Nápoles. También para el teatro compuso "El amar su propia muerte" y el auto sacramental en quechua "El hijo pródigo". Además, escribió en latín, el tratado de lógica "Curso de filosofía tomística", y treinta de sus sermones, sin duda los más bellos que se han compuesto en el Perú, fueron agrupados póstumamente por sus admiradores y publicados en 1695, bajo el título de "La novena maravilla".
Pero fue su "Apologético en favor de Luis Góngora”, príncipe de los poetas líricos españoles, la obra que le aseguró un lugar en la posteridad. Publicada en 1662  es una apasionada defensa del gran poeta cordobés contra los ataques del portugués Manuel de Faría y Sousa, pero también un ejercicio de estilo y la aplicación, al análisis de los versos gongorinos,  de ideas avanzadas para su época y, en algún caso, próximas a las de la estilística del siglo XX, como lo remarca Dámaso Alonso. La calidad de la prosa del "Apologético en favor de Luis Góngora", musical, brillante, ingeniosa, es tal, que don Marcelino Menéndez Pelayo la califica de "perla caída en el muladar de la poética culterana".
No obstante sus méritos académicos y literarios, se desempeñó con humildad durante muchos años como párroco de la iglesia de San Cristóbal, donde sus elocuentes sermones convocaban multitudes. Durante sus últimos años integró el cabildo diocesano en la catedral del Cusco y dictó cátedra en el Seminario.
Murió el 13 de noviembre de 1688, en medio del sentimiento general de un pueblo que lo había acogido como suyo.


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