La plaza de la Escandalera se ubicaba, en lo que ahora es la esquina entre
la plaza y la calle Argüelles, la cárcel Galera, llamada también hospital-galera,
para mujeres. Este establecimiento estaba allí, extramuros aunque no lejos de
la cárcel de La Fortaleza, intramuros, y surge por idea del regente de la
Audiencia marqués de Risco, que propone su construcción en 1738. Su verdadero
impulsor fue el obispo don Agustín González Pisador, que donó 50.000 reales
para la construcción de la planta baja, en 1776, con el fin de recluir a
«mujeres de vida licenciosa». Allí recluían también a las que habían cometido
delitos menores, ya que las que tenían condenas largas eran enviadas a la
prisión de Valladolid. Dado que en Asturias había pocas cárceles para mujeres,
la mayoría de las asturianas se alojaban aquí. El edificio tenía buenos
ventanales, con refuerzos de piedra, y por ello estaba bien ventilado, pero
tenía mucha humedad, por pasar cerca el arroyo de las aguas de toda la parte
alta. Por ello, y por su mala distribución, propone el regente don Lorenzo Gota
edificar una nueva planta, mejor distribuida y más sana, lo que se hace con
donativos de algunos ovetenses sensibilizados con la miseria de las pobres
mujeres que malvivían en la Galera. Esta nueva planta se terminó en 1832 y los
datos y las fechas de su construcción fueron esculpidos en una lápida que
coronaba la fachada principal hasta su demolición y que ahora se conserva, como
tantas ruinas de nuestro pasado reciente, en el Museo Arqueológico. Dice así la
lápida: «Para reclusión y corrección de mujeres, el ilustrísimo señor obispo
Pisador fabricó el piso bajo, año 1776. La Real Asociación de Caridad el alto,
1832».
Este edificio, que todavía calentaba al sol de mediodía sus ruinas en el
primer tercio del siglo XX, respondía en lo externo a la traza de muchos otros
de la Asturias de su tiempo, armonizando bien la primera planta, la más
antigua, con la segunda, separadas en su construcción por más de cincuenta
años. La fachada, muy del XVIII asturiano, con puerta reforzada y balcón
principal sobre ella, con los muros encalados, escondía con empaque casi
palaciego su triste cometido y lo inadecuado de su interior, que, según
Canella, «resulta mal distribuido y poco a propósito para su objeto».
Resulta evidente que si la ciudad quería un lugar para cárcel y asilo de
mujeres, que de todo era, no querría que este lugar estuviese en espacio
céntrico ni que tomase lo que los ovetenses querían para su esparcimiento. Si,
de paso, el edificio se amplía y adecenta, con mayor o menor fortuna, con
dinero de aportaciones particulares, se hacía contando con que la obra durase
allí. Todo esto nos hace suponer que nadie preveía en la primera mitad del
siglo XIX que el Oviedo nuevo crecería y se haría moderno y atractivo para el
gusto nuevo precisamente por aquella zona y que todos aquellos lugares,
arbolados, húmedos y medio salvajes, serían no muchos años después el nuevo
espacio apetecido por las nuevas clases sociales adineradas y, en definitiva,
el motivo de admiración de todos los ovetenses, que asistían encantados a la transformación
de la vieja ciudad milenaria, que quería ser un París de juguete.
La Escandalera es una plaza que no nació para tal y que fue haciéndose de
retales, como consecuencia de las sucesivas transformaciones del Oviedo nuevo
que surgía a fines del siglo XIX. Hasta entonces, lo que luego se llamó con tan
curioso nombre era parte del Campo San Francisco, que por allí se prolongaba
para acercarse a la huerta de las franciscanas que habitaban el convento de
Santa Clara.
Era lo que luego fue la Escandalera la parte del Campo más cercana a la
ciudad, a la que se llegaba por el campo de la Lana o la calle de San
Francisco, llamada antiguamente Rúa Francisca, siempre unida a su condición de
camino natural entre el Campo y el convento franciscano y las reliquias de la
catedral del Salvador, meta ovetense de las peregrinaciones. También este
camino se llamó tradicionalmente del Campo, simplemente por ser ése su final,
fuera ya de la ciudad.
Sin cambios durante siglos, en los últimos 120 años va a sufrir este espacio
múltiples transformaciones que le llevan a su estado actual, perdida ya en
cierto modo su condición de centro por antonomasia, pero conservando rasgos muy
característicos de su progresiva transformación, testigos todos de su primera
intención como plaza, «mayor» si cabe, bulliciosa y comercial, centro de todas
las reuniones ciudadanas y de su letargo actual, como «city», con todos los
bajos comerciales de antaño convertidos en bancos y compañías de seguros que
fuera de las horas de la mañana dan una tristeza especial a los lugares en los
que se asientan, perdida así la vida natural.
Cuando, por la necesidad de abrir una larga calle hacia la estación de
ferrocarril, nace Uría, entre el viejo convento de San Francisco y la
proyectada estación, no hay idea clara del destino de lo que de campo y
huerta pasará a ser terreno urbanizable primero y luego urbanizado. En el
nuevo trazado de Uría, mirando hacia la estación, a la derecha, hay dos
grandes construcciones que vuelven su espalda a ella, abiertas desde antes en
la calle de las Dueñas. Son la fábrica y fundición La Amistad y el cuartel de
Milicias. Antes de llegar allí, un buen espacio arbolado, con el terreno en
declive, como toda la zona, en el que destacan dos edificios: la cárcel
Galera y la capilla de Santa María del Campo. Estaban justamente en lo que
ahora es la plaza de la Escandalera, pero en aquel momento no había plaza ni
proyecto de tal, hasta el punto de que en 1869 se propone parcelar todo el
espacio y Tomás de Fábrega propone un proyecto en el que se distribuye el
lugar geométricamente parcelándolo en nueve solares irregulares que
formarían, de haber prosperado la propuesta, un tapón entre Uría y la ya
proyectada calle Fruela.
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