jueves, 4 de agosto de 2011

DON JOSE DE SAN MARTIN Y LA INDEPENDENCIA DEL PERU

Don JOSÉ FRANCISCO DE SAN MARTÍN, fue hijo del capitán Don Juan de San Martín, nacido en Cervatos de la Cueza (Palencia, España) el 3 de febrero de 1728, y de Doña Gregoria Matorras del Ser, que vio la luz en Paredes de Nava, dentro de la misma jurisdicción provincial, el 12 de marzo de 1738.

El Libertador vino al mundo el 25 de febrero de 1778, en el pueblecillo de YAPEYÚ, capital entonces del departamento del mismo nombre –uno de los cinco en que fue dividido el gobierno de los antiguos pueblos guaraníes, organizados con el esfuerzo heroico de mártires y misioneros– en circunstancias que su padre ejercía las funciones de teniente de gobernador.

En 1781, la familia del Libertador se encontraba radicada en Buenos Aires y tres años después emprendía viaje a España en la fragata Santa Balbina, que arribó al puerto de Cádiz en la primera quincena de abril de 1784.

San Martín, después de cursar estudios en el Seminario de Nobles de Madrid, se incorporó en 1789 como cadete en el Regimiento de Murcia.
Durante su actuación en el ejército de la Madre Patria, luchó contra los moros en África y después combatió en Europa, en luchas sostenidas con franceses, ingleses y portugueses, interviniendo en treinta y una acciones de guerra. Por su actuación en la famosa batalla de Bailén, donde fueron batidas las legiones imperiales de Napoleón, fue ascendido al grado de teniente coronel y condecorado con “Medalla de Oro”, alto timbre de honor del insigne soldado argentino.

En 1811, obtuvo su retiro del ejército español, y se trasladó a Londres, pasando luego a Buenos Aires, en cuyo puerto desembarcó el 9 de marzo de 1812.

La independencia de los pueblos americanos fue la alta misión que lo retornó al suelo nativo. A poco de su llegada, el gobierno patrio le confió la organización del primer escuadrón del que sería después inmortal Regimiento de Granaderos a Caballo, y con él, tras instruirlo acabadamente en el manejo de las armas blancas y de fuego, obtuvo su primera victoria en el “Combate de San Lorenzo”, el 3 de febrero de 1813.

El general Manuel Belgrano, creador de la bandera argentina, se hallaba al mando del Ejército del Norte que había sufrido los reveses de Vilcapugio y Ayohuma y retrocedía hacia Salta con el propósito de reorganizar sus fuerzas. En esa circunstancia el Gobierno de Buenos Aires resolvió enviar una expedición de socorro al mando del coronel José de San Martín, a quien después confió el mando del recordado Ejército del Norte al relevar a su jefe el vencedor de Tucumán y Salta. San Martín asumió dicha jefatura el 29 de enero de 1814 en la gloriosa ciudad de Tucumán, donde estableció sus cuarteles.

El hijo de Yapeyú de inmediato se dedicó a reorganizar y disciplinar el Ejército, de acuerdo con sus amplios conocimientos militares. Se hallaba dedicado a esa ejemplar tarea, cuando debido a la enfermedad que padecía se vio obligado a solicitar licencia, que al serle concedida, se dirigió a Córdoba con el propósito de recuperar su salud.

Hallándose en Tucumán, fue donde San Martín planeó su genial y proyecto de cruzar los Andes y dar la libertad a Chile y el Perú. Siendo después gobernador intendente de Cuyo, comenzó la preparación del Ejército de los Andes.

Cuando las fuerzas estaban en el campo de instrucción establecido en Plumerillo, solía visitar la ciudad de Mendoza, a la que se trasladaba montando “un caballo negro, rabón, de trote largo”. Su vestimenta era muy sencilla –escribió Damián Hudson– pues usaba “pantalón de punto de lana, azul, ajustado a la pierna, bota granadera, un largo sobretodo de paño del mismo color de invierno, casaca larga de igual tela en verano, con botones de metal dorado, corbatín de seda o de cuero charolado, sombrero militar forrado en hule”.

Concluida la preparación del Ejército de los Andes, entre cuyos jefes principales figuraba el patriota chileno Don Bernardo O’Higgins, cruzó los Andes, valla que parecía insalvable para un ejército en campaña, y batió en Chacabuco el 12 de febrero de 1817 al ejército realista, restableciendo con esa victoria la libertad de Chile.

Reunida en Santiago, tres días más tarde, una representación de hombres notables, designó al Libertador para que fuera su gobernante. San Martín declinó ese honor, y entonces fue nombrado para regir los destinos del país hermano, con el título de Director Supremo, el brigadier Don Bernardo O’Higgins. Al asumir el cargo, el patriota chileno expidió a su pueblo una proclama en la que dejaba constancia de que “los hijos de las Provincias del Río de la Plata, de esa nación que ha proclamado su independencia como fruto precioso de su constancia y patriotismo, acaban de recuperaros la libertad”.

La reacción de los realistas no se hizo esperar, logrando sorprender a los patriotas en Cancha Rayada, pero el 5 de abril de 1818 eran nuevamente batidos por San Martín en la “Batalla de Maipú”. Esta victoria tuvo enorme importancia, no sólo militar sino también política, por su gran repercusión en todo el continente, llevando esperanzas a los pueblos dominados y causando a la vez halagüeños augurios, por sus derivaciones en la política europea.

Con motivo de la victoria de Chacabuco, el Cabildo de Santiago de Chile obsequió al general San Martín la suma de diez mil pesos, y el prócer, al declinarla, solicitó al mismo cuerpo que la destinara a fundar una biblioteca nacional, para que el pueblo, decía en una nota, “se ilustre en los sagrados derechos que forman la esencia de los hombres libres”.

Lograda la independencia de Chile, inició la organización del Ejército Libertador del Perú, integrado por tropas argentinas y chilenas, con el que se trasladaría a Pisco. Desembarcó en la bahía de Paracas el 7 de septiembre de 1820, anunciando a los peruanos que se había llegado la hora de su liberación. En ese punto inició su campaña, coronada con su entrada en Lima el 10 de julio de 1821, que hizo de incógnito en el atardecer de dicho día, para no quebrar la modestia y austeridad con que siempre rigió su extraordinaria existencia.

El 28 de ese mes, en la Plaza Mayor de Lima, proclamó la independencia peruana.

Ejerció funciones de gobierno con el título de Protector de la Libertad del Perú, y creó la bandera y el himno; fundó luego la Escuela Normal y la Biblioteca Nacional, a la que donó sus libros; decretó la libertad de los negros nacidos de padres esclavos después de declararse independiente el Perú y extinguió los tributos que pagaban los indígenas. Además inició la primera escuadra peruana y constituyó su ejército.

Después de entrevistarse en Guayaquil con el Libertador general Don Simón Bolívar, prefirió abandonar el campo de la gloria con un renunciamiento ejemplar, antes que claudicar en sus principios de Libertador de Pueblos. Una vez en Lima, convocó al Congreso Nacional y ante él renunció sus poderes. En esa ocasión pronunció un discurso lleno de altos principios y digno de su talla heroica, que concluía con estas palabras: “Desde este momento queda instalado el congreso soberano y el pueblo reasume el poder supremo en todas sus partes”.
En seguida abandonó la sala del congreso para trasladarse a su quinta de la Magdalena, con el propósito de descansar unas horas, antes de emprender el viaje de retorno a Chile, como tenía proyectado. Allí fue a visitarle una comisión integrada por varios diputados, que iba a ofrecerle, entre otros honores y títulos, los de generalísimo y fundador de la libertad del Perú, que San Martín aceptó únicamente en lo que expresaba de honorífico, pero no en cuanto al amplio poder que tenía su ejercicio.

En la madrugada del siguiente día –21 de septiembre de 1822– embarcó el Libertador, aureolado por la grandeza de su alma, con destino a Valparaíso. Después de detenerse en las cercanías de Santiago para curarse de una grave enfermedad que padeció, se dirigió a Mendoza, donde arribó en los primeros días de febrero de 1823 y en donde permaneció algún tiempo. Allí recibió la noticia de la muerte de su esposa, Doña María de los Remedios de Escalada, cuyo deceso se produjo en Buenos Aires el 3 de agosto. Quedaba huérfana de las caricias maternales su hijita Mercedes, nacida el 24 de agosto de 1816.

Al promediar el 4 de diciembre de 1823, llegó San Martín a Buenos Aires y fue a hospedarse por unos días en una quinta de los familiares de su esposa, de donde retornó a la ciudad para visitar a las autoridades gubernamentales que le retribuyeron la cortesía. Un ambiente de hostilidad comenzó a crearse en torno de su persona, y le atribuían los proyectos más absurdos.

Con el propósito manifiesto de dar a su hija una educación esmerada, resolvió trasladarse a Europa. De este modo conseguía alejarse también del molesto ambiente que le habían creado algunos ingratos en Buenos Aires.
El Libertador y su hijita Mercedes, el 11 de febrero de 1824, emprendieron viaje en dirección al Havre.

Durante el tiempo que permaneció en el viejo mundo, visitó diversos países. La ciudad de Banff (Escocia), lo distinguió con el título de ciudadano libre de dicha población.

A fines de 1828, emprendió regreso a la Patria y arribó a Buenos Aires el 6 de febrero del año siguiente, pero, dado el clima político que reinaba en el país, se trasladó sin pisar suelo argentino, a Montevideo, de donde, por las mismas razones, resolvió alejarse también, esta vez rumbo a Europa.

En el destierro que voluntariamente se impuso, añoraba siempre la Patria lejana, por la que continuó trabajando para asegurar su independencia. Durante algún tiempo permaneció en Bruselas, ciudad que le permitía sobrellevar con decoro su existencia, debido a los escasos recursos de que podía disponer entonces.

A comienzos de 1831 pasó a Francia. En este país frecuentó el trato de un antiguo compañero de armas, el entonces famoso banquero español Don Alejandro María de Aguado; la antigua amistad así reanudada se prologó en forma inalterable hasta el fallecimiento de éste, en 1842.

San Martín adquirió en 1834 la casa de Grand-Bourg, y allí pasó parte de su existencia en Francia, hasta que en 1848 debido a la agitación reinante en dicho país, se trasladó con su familia a Boulogne-Sur-Mer, dispuesto a pasar a Inglaterra, si la gravedad de los sucesos así lo aconsejaban.

Desde esa ciudad entabló correspondencia epistolar con el entonces presidente de la República del Perú, mariscal Don Ramón Castilla, quien en una de sus cartas lo invitó a trasladarse a su país, diciéndole: “Con gusto vería la elección que hiciera usted del Perú para pasar en él de un modo tranquilo, y en medio de verdaderos amigos, el último tercio de su vida".

En Boulogne-Sur-Mer, a las tres de la tarde del 17 de agosto de 1850, Don José de San Martín, generalísimo de la República del Perú y fundador de su Libertad, capitán general de la de Chile y brigadier general de la Confederación Argentina –como reza en su testamento-, entregaba su alma al creador. Se hallaban a su lado, su hija Mercedes, su yerno Mariano Balcarce, sus nietas Mercedes y Josefa, el representante de Chile en Francia Francisco Javier Rosales, y el médico que lo asistiera, Doctor Jordán. Al comunicar el diplomático chileno a su gobierno la triste noticia, expresó que el Libertador “acabó sus días con la calma del justo en los brazos de su afligida y virtuosa familia”.
Años después, en 1880, los restos de San Martín fueron trasladados a Buenos Aires, para ser depositados en el mausoleo que se erigió al efecto en la Catedral; figuras simbólicas que representan a la Argentina, Chile y Perú, le rinden guardia permanente.

Sólo ambicionó una cosa: la libertad de América. Por alcanzarla sacrificó todo cuanto tenía en aras de ese alto principio. Fue en vida glorificado y atacado, pero ni una ni otra cosa influyeron en la línea que se trazara y que siguió en forma inmutable, desconcertando con su templanza a sus enemigos.

Renunció a la gloria y envainó dignamente su corvo, que nunca fue usado para avasallar naciones, dejando a los pueblos con plena autodeterminación para elegir sus gobiernos y sus gobernantes.


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