En todas las ciudades grandes, en sus alrededores hay una zona donde se reúnen los vendedores de viejo, así aquí en Oviedo, se reúnen en el Fontán, allí se puede encontrar de todo, desde un armario, un clavo, o un libro muy antiguo, a cómodos precios en sus alrededores.
Es domingo de verano, me levanto pronto y salgo con dirección al Fontán, que es una plaza de forma rectangular que está situada en el casco antiguo de Oviedo. Su nombre proviene de la fuente manantial ó fontán que llenaba la primitiva laguna que llenaba la primitiva laguna que se encontraba en esa zona, la cual era abastecida por manantiales naturales que brotaban en la zona y rápidamente se convirtió en zona de recreo de los nobles ovetenses.
Los campesinos que vivían en las afueras de la ciudad, se acercaban a este lugar a vender sus productos (leche, verduras, quesos, gallinas, huevos, etc; con este incesante movimiento no tardaron en aparecer los artesanos tales como los herreros, cesteros y asi poco a poco se fue formando un mercado que perdura hasta nuestros días convirtiéndose en el primer núcleo comercial a extramuros de Oviedo.
En mi camino hacia este mercado de “todo”, no encuentro a nadie por la calle, me da la sensación que me encontraba en mi querida y añorada Lima “la horrible”, con ese cielo gris panza de burro. Al llegar allí me imagine estar en Tacora a las siete de la mañana , la manzana que invaden , frente al hospital dos de Mayo, ya a esas horas está copada de productos robados, chatarras, utensilios, refrescos de sobres y comida al paso.
Cuando uno camina por entre los puestos te sientes perseguido, que desde las puerta que acabas de pasar ya te están chequeando. Parecen francotiradores hambrientos. Uno asi camina paranoico y hasta se olvida del fétido olor que emana de aquellos peculiares personajes “los cachineros” de la Victoria.
Los delincuentes insultan y amenazan a cualquiera que los moleste. A ellos los tienes que mirar con buena cara y, aunque sea contar con una moneda de sol en tu bolsillo, por si acaso. Ahí no existe la palabra no tengo, porque se te vienen con todo. Esos son los más tranquilos, porque los otros te roban sin piedad.
Aquel barrio de Manzanilla cerca de Tacora y La Parada, de ahí salen bastantes de los choros de la zona. Considerada como una zona de alto riesgo. Tan es así que a los habitantes solo les queda poner rejas, puertas dobles y vivir bajo cuatro llaves. Sus casas están sin tarrajear y en sus ventanas cuelgan todo tipo de prendas.
Cuando decides husmear el perímetro de la zona, volteas la mirada y notas que hay gente atrás que manosea lo que está en venta, y haces lo mismo. Le preguntas el precio a uno de ellos, te dice uno y al segundo te lo rebaja, pero luego te pregunta “cual es tu oferta, tú pones el precio”.
Pero las cosas que ahí se comercializan no están muy cómodas. Por ejemplo, cuanto le preguntas a uno de esos señores a cuanto se vendía aquel cuadro de marco marrón donde esta retratada una virgen, me dijo a secas y sin mirarme, “doscientos cincuenta soles, nada menos”. Tenía, pues una gran razón: la pintura pertenecía a la Escuela Cuzqueña. Estaba intacta, lista para colgar y se podría decir que su decoración era de estilo barroco.
Por casualidad, en la otra esquina, divise un saca corchos que estuve buscando por todas las tiendas de Lima en mi viaje anterior. Claro, cualquiera diría “si acá en Lima hay bastante”, Si, pero aquel era como una pequeña navaja, de siete centímetros de largo y dos de ancho, y de acero inoxidable.
Encontre uno pero muy caro a treinta soles. Obviamente no lo compre. Pero ese domingo vi el mismo abridor y pregunté su precio: diez soles. Para no perder la costumbre, no llevé dinero. El señor me vio muy interesado por el objeto, yo lo tenía en mis manos,m dibujaba con mis dedos su entorno y lo empuñé: cabía en mi mano. Entonces cuando me vio resignado, me dijo “ven el próximo domingo, te lo dejo a cinco soles, estoy aguja”. Lo mismo me ocurrió con una batería original para mi cámara de video.
Así, con paciencia y cuidado, cualquiera de nosotros puede encontrar en ese lugar los faros de su carro recién comprado o su billetera de le baratearon en Gamarra o Polvos Azules y hasta el polo que tu hermana adquirió en Ripley.
A Tacora acude gente que en su mayoría vive en Barrios Altos, el Agustino, la Victoria y el Cercado de Lima. Los micros que pasan por ahí cierran sus ventanas y los pasajeros miran extrañados a tanta gente que visita el lugar. Ahí, el calor, sumado al olor a basura, da dolor de cabeza.
Poco a poco los “cachineros” se están apoderando nuevamente de las calles y veredas para seguir haciendo de las suyas. Entre ellos y los pirañitas parecen haber firmado un pacto: te vas a las tres de la tarde o te robo. Así decían los que a l as dos y media ya estaban guardando sus cosas. No compare, tenemos que irnos antes de que salgan los pirañas, pe, si no ya fuimos”.
Mientras esta gente sigue viviendo al margen de la ley, sus ilícitos negocios siguen prosperando. A nadie les pagan, a nadie responden, y hacen de esas cuadras su centro de operaciones.
Apretadas calles, carretas oxidadas, humo tóxico, pasajes malolientes, comida barata, delincuentes, ratas muertas, basura, droga y alcohol, eso es Tacora, donde todo se compra, todo se vende, donde todo se espera, hasta la misma muerte. Es tierra de nadie.
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