viernes, 15 de marzo de 2013

EL KIOSCO DE LA MÚSICA EN EL BOMBÉ


El Bombe discurre por la parte superior del Parque de San Francisco, en el interior del mismo, formando un ligero ángulo agudo con la calle Santa Susana,  que delimita aquél por el Oeste. Casi en sus extremos lo atraviesan la avenida Italia, por el norte, y la Avenida Alemania por ell Sur, conectándolo con el Paseo de los Álamos y con Santa Susana.
Su nombre es claramente de origen francés, inicialmente se lo llamó Salón Bombé; posiblemente esté relacionado con la estancia de las tropas napoleónicas en Oviedo durante la Guerra de la Independencia.
Su obras se iniciaron en 1830, reciclándose aquí materiales de la desaparecida capilla de la Magdalena del Campo (ver: Calle Pelayo), y posiblemente también de la Puerta del Campo, destruida cuando la Guerra de la Independencia. En 1875 se construyó la Fuentona, que ornamenta uno de los extremos del Paseo, y pocos años después la Fuente de la Ranas, en el extremo opuesto y llamada así por estar decorada con cuatro batracios de cuyas bocas salen sendos surtidores.
A lo largo del Bombé, dispuestos en el muro, nos topamos con añejos bancos de piedra, también hay modernos bancos de madera. También aquí se emplaza el kiosko de la Música realizado por Juan Miguel de la Guardia, quien tiene un paseo dedicado en el Parque San Francisco.
El arquitecto Juan Miguel de la Guardia y Ceinos. Nació en 1859 en el pueblo de Ontaneda-Cervera, Santander..
Estudió arquitectura en Madrid y obtuvo la plaza de arquitecto municipal de Oviedo en 1882, ocupando este cargo hasta su muerte.
Forma junto a Aguirre y Rivero,  la denominada generación de 1881.
Especializado en las construcciones residenciales, entre sus obras se cuentan la casa del Deán Payarinos, el ensanche de Uría, y casas de la misma calle Uría como el número 44 o 60. En la calle Luna, construyó el edificio que alberga el Colegio Dolores Medio.
Realizó grandes obras para indianos, escuelas, el palacete de Figaredo (conocido como "Villa Magdalena"), el mercado cubierto de Mieres (1904-1906), etc.
También realizó el proyecto del Mercado de las Dueñas, así como multitud de palacetes
Los jardines contaron con la incorporación del Quiosco de la Música promovido por el Ayuntamiento que consta de un templete que sirve a la población como servicio municipal con el objetivo de entretener y donde actúa la banda municipal. Es una iniciativa con origen en el siglo XIX donde resulta lógico que su autor fuera el arquitecto municipal. Realizado en 1888 por Juan Miguel de la Guardia cumple con los cánones de un zócalo elevado sobre el que nacen unas columnas que soportan la cubierta a la que se añade un elemento que hace referencia a su uso musical, una lira.
“El Bombé es un paseo decimonónico por excelencia, abierto a cordel sobre las carnes del Campo de San Francisco cuando Oviedo le tomó gusto a la línea recta y quiso incorporar aquel precioso y añoso bosque a la vida aburguesada que se abría como antagónica del Oviedo redondo.

El Bombé fue durante muchos años patio particular de los ovetenses de toda edad y condición que en todas las etapas de su vida acudían allí, a jugar en la infancia, a cortejar en la juventud y a recordar en eso que ahora se llama eufemísticamente «tercera edad».

Es evidente que todo eso es pasado, pero el Bombé sigue siendo sitio principal que necesita y merece cuidado. Flanqueado en sus extremos por dos fuentes, las primeras ornamentales en una ciudad que solo las tenía para beber desde el «cañu», La Fuentona y la de las Ranas pertenecen a ese tiempo en el que el Bombé era lugar socializador por excelencia, completadas por la del caracol, que tiene caños para beber e incluso para lavarse las rodillas «mancadas» en aquellos caminos de tierra pisada.

Empezando desde Santa Cruz, a la derecha, el Bombé se bordea de un banco corrido de piedra con respaldo de hierro con volutas, falto de pintura, como otras muchas cosas del Oviedo monumental. En ese murete se esconden materiales traídos de la zona de Porlier en costumbre muy ovetense de andar con las piedras de un lado para otro. Sigue el quiosco de la música que se asoma a un impropio añadido, hacia La Herradura, que merece desaparecer, porque el Campo es muy suyo y quiere espacios libres, aunque ya no haya baile por allí.

Especial encanto tienen los adornos paralelos al paseo de los Curas que ya no es de los curas, encantadores grifos mitológicos de cemento prensado con columnas que se rematan en copas historiadas, todo ello muy venido a menos, más por vandalismo que por vejez. Faltan grifos enteros, otros están descabezados o sin nariz. Las copas, sin asas. Tienen su aquel los jardines románticos, pero no es el caso. El musgo cubre amorosamente las heridas, lo que demuestra que, en general, no son recientes, porque los vándalos de ahora andan por otras latitudes, por ejemplo destrozando el calendario vegetal recién puesto en los Álamos.

Bien estaría cuidadosa restauración que no debe copiar el nefasto modelo de las columnas que flanquean el paseo junto a La Fuentona. Parecen de mazapán o de plastilina y no tratan con respeto las cruces de Los Ángeles y de La Victoria que allí se representan. Debajo, una tiene concha de peregrino y la otra no. Los bancos que de ellas salen están tan menguados por los sucesivos pavimentos que no valen para sentarse y más parecen bordillos…” (Carmen Ruiz Tilve)


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