El Centro Cívico de Lima y el hotel
Sheraton de Lima se encuentran dentro de los terrenos de la antigua
penitenciaria de Lima. Miles de personas visitan este lugar convertido en los
últimos años en Centro Comercial, sin imaginar que por más de un siglo este fue
el lugar de castigo de los asesinos más peligrosos de Lima.
A la penitenciaría de Lima, se le
conoció como el Panóptico, (pan: todo / óptico: visión) Fue una cárcel
construida siguiendo los modelos panópticos propuestos en 1791 por Jeremy
Bentham quién diseñó una prisión que podría ser vigilada fácilmente colocando
la torre de observación en el centro del edificio, desde allí a través de
persianas y ventanas ocultas se podía vigilar todo el edificio sin que los
presos supieran en que momento eran vigilados.
El modelo panóptico buscaba el control
de la sociedad a partir de la presencia de la autoridad de manera permanente y
vigilante.
Este moderno sistema carcelario fue
traído durante la época del Guano, momento de gran abundancia económica.
Para su construcción, se formó una
comisión encargada de estudiar los sistemas penitenciarios de otros países y
elegir el que mejor se adecuara a nuestra realidad. Esta misión estuvo a cargo
del gran sabio Mariano Felipe Paz-Soldán, quién viajó a Estados Unidos y
estudió el funcionamiento de las prisiones.
Paz-Soldán creyó que el sistema más
conveniente era el de Auburn, que permitía la socialización de los presos y se
sustentaba en el trabajo y la educación como forma de corregir su conducta.
Con este modelo de penitenciaría Paz
Soldán puso rápidamente el proyecto en obra.
La obra fue realizada por el arquitecto
Maximiliano Mimey entre 1856 y 1860, tuvo un costo total de 984,000 pesos y
2,020 días de trabajo. Fue inaugurada en 1862. Carlos Enrique Paz-Soldán dijo
alguna vez que el Panóptico era una copia autentica del penal de Filadelfia
(EEUU).
El terreno estuvo ubicado en donde antes
existieron las murallas de Lima. Carlos Aguirre dice que “El edificio
final tenía una extensión de 41,314 varas cuadradas y fue diseñado para
albergar 350 presos”.
La prisión de Lima fue más que un
edificio, fue parte de un ideal de los gobernantes de la época del guano de
crear una nueva sociedad donde la impunidad no existiera, donde el Estado
tendría autoridad para vigilar y castigar (como diría Michael Foucault), luego
de los oscuros años del caudillismo. Se pensaba que este presidio podría
regenerar a los sectores problemáticos de la sociedad y hacerlos parte de un
nuevo comienzo.
En el fondo esta era solo una ilusión
que terminó cuando la prisión comenzó a sobre
poblarse y a funcionar de manera deficiente. Carlos Aguirre indica que “hacia
septiembre de 1862 había solo 53 internos, 35 hombres y 18 mujeres”. Y en junio de 1866 solo quedaban 8 celdas
vacías.
Una prisión moderna.- El panóptico no era una mazmorra o una jaula de panadería donde los
delincuentes iban a cumplir su castigo. Era un edificio en forma de cruz, con
una cúpula en el centro desde donde se podía vigilar los pabellones de celdas,
talleres y comedores.
Tenía un cerco perimétrico hecho de
piedra. En un inicio fue construido para ser prisión de hombres, mujeres y
niños; más adelante se envió a estos a otros lugares.
Este establecimiento contaba con un buen
sistema de seguridad. La vigilancia estaba a cargo de un vigilante que se
ubicaba en el observatorio o cúpula.
Los muros de la penitenciaría eran
vigilados todo el tiempo por los rondines, vigilantes que se turnaban cada doce
horas en el puesto y recorrían todo el perímetro del presidio cada hora.
Dentro de la prisión los vigilantes de
servicio ayudaban a abrir las celdas, registrar a los presos y vigilar su
conducta dentro de los ambientes. Ninguno de estos podía conversar con los
internos.
En la entrada se encontraba el portero
que recibía a los visitantes y penitenciados, se encargaba de la puerta
principal y de registrar la entrada y salida de bultos y visitantes.
En la prisión estaba prohibido hablar,
hacer señales, utilizar ropa ajena al uniforme y formar tumultos.
La llegada al panóptico.- Una gran fachada de piedra, sobria e inexpugnable daba la bienvenida al
condenado. Cruzando la gran puerta de hojas de bronce, el nuevo interno era
conducido a la galería de fotografía, allí se le tomaban las imágenes de frente
y de perfil. Luego era bajado a la celda de recepción, donde era pesado y se le
mandaba a bañar.
Una vez aseado, un médico lo
inspeccionaba, se le daba un uniforme y una ubicación según sus
características.
Ademas recibía las reglas del
establecimiento donde estaban las obligaciones, premios y castigos y una placa
de cobre con su número de celda.
Sus pertenencias eran guardadas en un
depósito o eran entregadas a su familia. En el caso de dinero quedaba como
ahorro al cumplir su condena.
Según los reglamentos el preso recibía
un guardarropa que estaba constituido por: un pantalón, una chaqueta, dos
calzoncillos de algodón, dos camisas, un gorro, un par de zapatos, dos
pañuelos, un par de tirantes, una frazada, dos sabanas, dos birretes, una
bacinica, un plato, una escudilla, un jarro, una cuchara, un trinche, una
escobilla y un peine.
Premios y recompensas .- Los presos debían guardar orden y obediencia y mantenerse ocupados en
labores productivas, evitar el ocio. Los reglamentos de la penitenciaría de
Lima señalaban premios para los presos con buen comportamiento.
Se les daba trabajo más ligero, más
horas de descanso, permiso para leer y comprar objetos personales, cultivar
flores y plantas, usar tabaco, escribir a sus familiares y recibir visitas.
Para los presos que causaban disturbios
se le dieron los siguientes castigos: Hacer servicio de limpieza y baja
policía, disminución de sus raciones alimenticias por 1 a 3 días, 3 a 8 días y
más de 8 días (según la gravedad de la falta), privación de leer y recibir
visitas y el aislamiento y el “baño de lluvia”.
Art. 256. El baño de lluvia se dará
únicamente a aquellos presos que después de haber sufrido la pena de barra por
treinta días, se resistiera a obedecer o cumplir sus deberes.
Para esto se le mojaba constantemente
con una manguera utilizando potentes chorros de agua. Fue un castigo que fue
proscrito por ser muy cruel, casi una tortura.
En el reglamento de 1901 se incluyó
castigos como: retiro gradual de las recompensas acordadas, trabajo sin
compensación y barra. Este último castigo fue anulado por ser muy cruel, pues
consistía en colgar al preso de cabeza por varias horas.
En 1874 se construyó la celda de
aislamiento que se dice que estuvo ubicada en un sótano y tenía paredes de
piedra.
El reglamento de 1901 en el artículo
disponía que: “En las celdas de castigo, la cama ordinaria será
remplazada por una tarima, y cuando el preso sea puesto a pan y agua por más de
tres días, se le dará un día sí y otro no el alimento ordinario. El preso
puesto a pan y agua no puede pedir doble ración de pan del que recibe
ordinariamente.”(Reglamento de la penitenciaría, 1901)
En 1903 El Director de la penitenciaría
Manuel Panizo dijo que esta celda ayudó a mejorar la conducta de todos los
presos.
La rutina del preso.- La vida en prisión es una rutina reglamentada por las autoridades que
utilizaban los toques de campana y pito para marcar los horarios. Los presos se
levantan a las 5:45 a.m. en verano y a las 6 a.m. en invierno. Antes de salir,
debían limpiar sus secciones, luego ir a asearse las manos, la cara y los
brazos. El reglamento de 1863 ordenaba que se lavaran los pies una vez a la
semana y bañarse cada quince días.
A las 6 y 30 de la mañana iban a la
escuela, una hora después se dirigían a los talleres. El almuerzo se servía a
las 10:30 a.m., luego tenían media hora de descanso. Terminado el receso
volvían a los talleres.
A las 4:30 p.m. tomaban la segunda
comida y descansaban media hora en el patio.
A las 5:30 p.m. regresaban a sus celdas
donde permanecían despiertos o se acostaban temprano. Las celdas no tenían
iluminación, recién en 1905 se colocó iluminación en los pabellones para
permitir la lectura y actividades de los presos.
Los domingos los presos asistían a misa
en la capilla de 7 a 9 a.m. Algunos presos asistían a la escuela dominical.
El trabajo como regla de vida.- Como indicamos al inicio, la penitenciaría no era solo un lugar de
encierro, sino que se buscaba regenerar al criminal a través de la educación y
el trabajo.
El panóptico contaba con talleres para
educar a los presos en un oficio. En los pabellones se ubicaban los talleres de
carpintería, zapatería, herrería, trenzaduría, hojalatería, encuadernación,
talabartería, fundición y panadería.
Algunos talleres tuvieron éxito, otros
fueron una pérdida de dinero, pues ni siquiera se lograba recuperar lo
invertido en los insumos.
El problema de los talleres de la
penitenciaría era que competían con los talleres del Estado, los presos solo
fabricaban artículos para uso interno del establecimiento y algunos artículos
para la policía.
Por esta razón, en muchas ocasiones, los
directores del Panóptico pidieron al gobierno una ley para ser proveedores del
Estado. Los reclamos no fueron escuchados.
A pesar de las dificultades para
sostener estos talleres, a lo largo del tiempo se decidió renovarlos y
equiparlos con nuevas maquinarias.
Muchos presos eran analfabetos o se
dedicaban a oficios muy sencillos. En prisión aprendieron y compartieron nuevos
oficios con sus compañeros.
Los presos asistían a la escuela en las
mañanas, sin embargo, había carencias en este sentido, pues se contaba solo con
dos preceptores para una población de 300 presos.
La idea de los talleres era buena, pues
se pretendía comercializar los productos hechos por los presidiarios, de la
venta de estos se creaba un fondo de ahorro, con el cual el preso podría salir
de prisión con algo guardado.
En la práctica esto no funcionó, porque
los presos de todos los talleres no obtenían los mismos beneficios.
“A los presos de la penitenciaría del
producto diario de su trabajo se les descuenta la suma de dos centavos. Esta
cantidad se deposita en la Caja de Ahorros en una cuenta general y al terminar
la condena el preso se le entrega la suma que ha juntado”. (El Comercio, 19 de enero de 1926)
En 1926 una comisión inspectora había
denunciado que en 15 años de encierro un preso apenas había ahorrado 22 soles.
Además sus productos eran vendidos a muy
bajo precio:“El salario que ganan es verdaderamente irrisorio. Obras que
valen en la calle ocho y diez libras y que representan para el obrero una
entrada diaria de cuatro o cinco soles, es remunerada en la penitenciaría con
la suma de 60, 70 u 80 centavos.” (El Comercio, 19 de enero de
1926)
El perfil del criminal.- ¿Quiénes eran los presos del panóptico? ¿Por qué se encontraban allí? Según
las estadísticas podemos conocer a la población penal.
Algo interesante es ver que parte de la
población fue indígena. Como ejemplo, se puede ver la memoria del director
Miguel Panizo y Zárate de 1903.
La mayoría de los presos eran indígenas,
pobres y ejercían oficios sencillos. No eran viejos, eran jóvenes en su
mayoría. En el año 1903, el 78 % de los presos tenía entre 20 y 40 años.
De estos presos podremos ver que la
mayoría de ellos se encontraba cumpliendo condenas por homicidio. En 1905, de
315 presos, 280 eran asesinos. (Memoria, 1905)
En cuanto a los oficios, podemos
observar que la cuarta parte de los presos eran zapateros y jornaleros. Muchos
de sus crímenes estuvieron asociados al alcohol. Las autoridades explicaron que
la mayoría de criminales fueran indígenas, dedicados a oficios muy modestos
utilizando explicaciones racistas, al decir que el indio era flojo, perezoso y
melancólico, vengativo, un ser disminuido.
Sebastián Lorente alguna vez dijo: “La
embriaguez ocupa la vida entera del indio y forma su glorificación. Se embriaga
por el nacimiento, por el corte de pelo, por el matrimonio y por el
entierro". (Sebastián Lorente. Sobre el Perú. 1855)
Estas imágenes eran comunes en los
estudiosos del siglo XIX. Recordemos las palabras de Clemente Palma, hijo de
Ricardo Palma y representante del racismo.
“La raza india es una rama degenerada y
vieja del tronco étnico del que surgieron todas las razas inferiores”(Clemente Palma. El porvenir de las razas en el Perú, 1897)
Carlos Aguirre estudioso de la
criminalidad ha encontrado que la difusión de la imagen criminal del indio
tiene relación con la difusión de la criminología moderna:
“El descubrimiento de la criminalidad
indígena como un problema y el “criminal indígena” como un tipo humano especial
fue ciertamente resultado de la difusión de la criminología y su búsqueda de
“tipos” criminales, pero además se nutrió de imágenes y estereotipos sobre los
indios que habían sido desarrollados por escritores racistas y que ahora –se
pensaba- podían ser “confirmados” por la investigación científica.”
Las estadísticas no hacían mas que
reforzar esta percepción acerca de la inclinación moral de los indígenas a
cometer crímenes, estas ideas llegaron hasta el siglo XX.
Estos fueron los criminales del
Panóptico. Más adelante ingresarían a sus celdas políticos y hombres públicos.
En esta prisión sufrieron encierro presidentes como Augusto B. Leguía,
escritores como Ciro Alegría, líderes políticos como Delfín Levano y Víctor
Raúl Haya de la Torre. En este lugar fue ejecutado el homicida Jorge Villanueva
Torres, conocido como el “Monstruo de Armendáriz”.
En el siglo XX el panóptico se convirtió
en una prisión obsoleta, en la avenida Alfonso Ugarte se destinó un nuevo
terreno para la prisión.
El panóptico agonizó lentamente desde
1961. A golpe de comba y martillo fue siendo demolido cuando algunos presos
allí cumplían sus condenas.
A pesar que el Panóptico ya no existe,
en la sociedad post-industrial aún sigue vigente la idea de controlar la
conducta de la población a través de diseño del espacio público y los medios de
comunicación. Es la sociedad moderna. La sociedad en la que vivimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario