domingo, 26 de abril de 2015

LIMA VISTA POR DON PEDRO BENVENUTTO

VEN A LIMA Y LO VERAS
En 1932, Pedro Benvenutto Murrieta (1913-1978), un joven de 19 años, publicaba Quince plazuelas, una alameda y un callejón. Lima en los años de 1884 a 1887. Fragmentos de una reconstrucción basada en la tradición oral.

Cuando aparece este primer libro de Benvenutto, el Perú era una sociedad convulsa: gobernaba Sánchez Cerro y el país estaba enfrascado en una guerra civil; en julio de ese año, se había producido la sublevación de Trujillo contra el gobierno y la Universidad de San Marcos era cerrada, entre otras razones, por la propaganda "prosoviética" que salía de sus aulas. La crisis política, que se había iniciado dos años antes con la caída del gobierno de Augusto B. Leguía, había causado el cierre de revistas de larga tradición como el Mercurio Peruano y Mundial. Fueron quizá estas las razones para que el autor se propusiera llevar a cabo esta documentación "reporteril" -como la califica Luis Guillermo Leguía en la carta prólogo de la primera edición- de la ciudad de Lima, pero no de la convulsa ciudad del 32, sino la de 48 años atrás, la de los años de la posguerra, la de la ocupación chilena y la de la guerra civil entre Cáceres e Iglesias, tiempo de crisis similar a la que atravesaba el país en 1932. Para ello, Benvenutto elige el artículo de costumbres para reconstruir ese pasado, género idóneo para retratar a una sociedad en transición, pues fija su fisonomía en un momento de confusión y de cambio; por eso no es arbitraria la elección de los años de nuestra reconstrucción nacional luego de la guerra del Pacífico como el marco temporal para las narraciones que Quince plazuelas irá presentando a lo largo del recorrido por 18 plazas de Lima, por la Alameda de los Descalzos y por el callejón de Petateros. El narrador de Quince plazuelas, quien se califica a sí mismo de "curioso", es un personaje que escudriña con precisión admirable todo lo concerniente a la Lima pasada y la presenta incluso en sus mínimos detalles: desde la vestimenta que usan sus vecinos -por ejemplo, de Nicolás de Pando dirá que "en el 86 persiste en vestirse a la moda del 39 con levita color ciruela, pantalones muy estrechos, chalecos de casimira y zapatos de listón"- hasta la aparición de nuevas formas y hábitos de vida que surgen en ese momento, como el aumento del consumo de cigarrillos incluso por mujeres mayores para quienes "el humo del tabaco es un consuelo para las ancianas pobres y olvidadas por su parentela". La novedad que plantea Benvenutto consiste en elegir como tema principal, y que da título al libro, las plazuelas de Lima: espacios urbanos que actúan como ejes alrededor de los cuales se desarrollan determinadas actividades asociadas exclusivamente a dichos ámbitos: "Santa Catalina es populachera, militar y jaranista; La Recoleta, varia y abigarrada; San Carlos, alegre y cómica; San Pedro, comercial, abogadil y leguleya; las Nazarenas es una plazuela eminentemente religiosa y monástica". Quince plazuelas entronca también con el género de las guías de ciudad, pues a través de sus páginas el lector puede conocer la ubicación de las iglesias, de los hospicios, de las bodegas, de las tiendas, la calidad de las edificaciones, hasta el precio y situación de los restaurantes, en los que se pagaba en incas y en níqueles. La curiosidad de nuestro guía nos permite ingresar al monasterio de las Nazarenas, "cuyo interior apacible y recogido no es dado ver a los profanos, excepción hecha del médico y del confesor", pero que él no tiene reparos en describírnoslo con detalle. Siguiendo el tono costumbrista, Quince plazuelas presenta un rico mosaico de tipos, de personajes en los que se acumulan cualidades genéricas representativas de una clase social, oficio, profesión o comportamiento ético. Uno de los tipos corresponde a la "mestrita" de barrio: "Con el ceño fruncido, abriendo de vez en cuando, desmesuradamente los ojos bizcos para conseguir el silencio entre la chiquillería e investida de todos los atributos inherentes a su cargo: viejo libro en una mano, en la otra usada palmeta".
Para dar credibilidad a la descripción de esa "Lima pintoresca, fanfarrona, alegre y, a pesar de los tremendos desastres acabados de pasar, confiada", el joven autor utiliza un narrador-guía contemporáneo a los sucesos presentados: un limeño que ha sobrevivido a la guerra y que vive en la ciudad entre los años 1884 y 1887. Y, por si algún lector confundido identificara al autor con el narrador, Benvenutto pondrá la añoranza del pasado en boca de los guardianes de la calle Comercio, quienes son "ya entrados en años, ex policías o militares en retiro y casi siempre nacidos y criados en Lima; sus charlas, versan, pues, sobre el pasado, y sin conocer las coplas de Jorge Manrique, convienen con él en que fue mucho mejor que el presente". Atento a la creación de este narrador verosímil, durante el recorrido por las Quince plazuelas, Benvenutto deja caer, con aparente casualidad, comentarios que sitúan la narración en los años de la posguerra. Por ejemplo, al describir la Plazuela de San Carlos, mencionará que estamos en 1886 a través del comentario siguiente: "El teatro Politeama está en estos días de moda. Una compañía francesa de drama, la de Sarah Bernhardt, ha venido como dicen los elegantes, aunque mal hablados concurrentes, a 'sentar sus reales' en él"; tal fue el éxito de la actriz francesa que "el género blanco 'Tres pericotes' que vendía Jochamowitz, en Judíos lo llaman ahora donde W. Grace 'Sarah Bernhardt'". Un año antes, 1885, se había producido la revolución de Atusparia, también mencionada por el narrador quien alude a él como "el indio alzado hoy en rebeldía"; y al hablar de la Plazuela de San Pedro, aprovecha para nombrar a Ricardo Palma "que ahora con celo sin igual se ha dado a la tarea de pedir libros al mundo entero para su hija predilecta, la Biblioteca Nacional". Y en la sección dedicada a la Plazuela de San Juan de Dios, comenta el deceso de uno de sus vecinos: "ha muerto hace pocos días el ilustre historiador de nuestros primeros años republicanos y de nuestra guerra con Chile, don Mariano Felipe Paz Soldán". Esos "pocos días" se refieren al 31 de diciembre de 1886. Siguiendo la tradición costumbrista, la representación de Lima que hace Benvenutto no se limita a ser amable; por ejemplo, dirá que Lima es "digna rival de la arequipeña en cuanto se refiere a poner apodos" y lamentará la pérdida de libros de las bibliotecas conventuales debido a creencias populares: los "libritos del Evangelio (...) que se usan para colgarlos del cuello a los niños enfermos. Un librito de estos está constituido por trozos muy pequeños de hojas arrancadas a los Evangelios que forman un bodoque de tamaño como de una pulgada de largo por otra de ancho. (¿Cuántos preciosos y antiguos libros y breviarios, joyas apreciadas, tanto como deben serlo por los bibliógrafos habrán desaparecido mutilados por los irreverentes tijeretazos de las monjitas?)". El narrador de Quince plazuelas se adelanta así al cambio de fisonomía de la ciudad, que se iniciará con el proyecto modernizador de Nicolás de Piérola hacia 1895, que se propuso cambiar la imagen de Lima teniendo como modelo París, referente estético de lo que se consideraba una ciudad moderna en la época.

Detrás de la amena descripción de Lima, sus habitantes y costumbres, el narrador no deja de tener presente la tragedia de la ocupación por parte del ejército chileno. Así, las historias de cómo la ciudad sobrevivió a la ocupación aparecen entremezcladas con descripciones de la Lima de posguerra. Con la guerra, Lima sufrió una mutación: la ciudad estaba destrozada y muchas familias habían quedado en la ruina económica de la noche a la mañana. En ese contexto, Quince plazuelas tiene como protagonista a la clase media y representa la nueva configuración social y urbanística de la ciudad. También retrata a la nueva burguesía del comercio, conformada por italianos y chinos, comerciantes que están industrializando la capital y que reemplazan poco a poco a la antigua clase descendiente de la aristocracia. Sin perder el humor, el narrador no dejará de mencionar algunas argucias a las que recurrieron los limeños para salvar sus bienes del ejército invasor; por ejemplo señalará que en la esquina de la misma plazuela está "una suntuosa residencia con preciosas rejas de bronce, ocultas bajo una capa de pintura verde desde la ocupación de Lima por el ejército chileno". Y si considera que la fachada de la Universidad de San Marcos no tiene nada de particular, sí lo es el recuerdo de que "en los días de la ocupación chilena, la Universidad fue convertida en cuartel y los chiquillos, y también los adultos en reprimidas explosiones de furor antiaraucano, escribían en la pared del costado versos insultantes para los invasores". La pasión del joven bibliófilo se descubre nuevamente cuando comenta que en el Puente de Piedra, "ayer mismo encontramos en uno de los poyos dos muchachos que provistos de un enorme 'balay', de aquellos que usan las planchadoras, lleno de libros forrados en pergamino los ofrecían 'a un real' al escoger. A pesar de su baratura no encontraban compradores, nos acercamos a él y nos entretuvimos largo rato en examinarlos: libros místicos en su mayoría, varios escritos en latín, todos llevaban un sello de goma que decía 'Gris y Zavala. Compra y venta de libros' (...) y algunos además por un segundo sello que tenían indicaban su procedencia de la Biblioteca Nacional, destruida innoblemente por el ejército chileno de ocupación". Durante el recorrido por las plazuelas y calles de Lima, serán varias las ocasiones en que un determinado espacio sea identificado más que por el lujo de las edificaciones o por la idiosincrasia de sus habitantes, por los trágicos sucesos de la guerra. Por ejemplo, durante el recorrido por la Plazuela de la Salud aludirá a los "trágicos recuerdos en los días de la ocupación chilena", y contará que "durante la invasión chilena ciertos barrios como los de San Isidro y La Cruz se hicieron célebres por la encarnizada persecución que hacían sus vecinos a todo soldado chileno que caía por allí en tardes horas de la noche. Habiéndose repetido los asesinatos, el gobernador militar Patricio Lynch quiso suprimir estas manifestaciones de la indignación popular contra los invasores de una manera radical; para esto se apresó a varios sospechosos de esos barrios, se les quintó y fueron unos fusilados junto a la tornería de don Carlos el alemán, y otros en la pared fronteriza, ya para entrar en la calle de Bravo". Por el recuento hecho hasta aquí, se puede apreciar que la riqueza de Quince plazuelas, además de la calidad de la prosa y lo ameno de los cuadros, está en que recoge aspectos de la vida urbana y cotidiana que la Historia Oficial olvida. El recorrido por el que Benvenutto lleva a sus lectores, termina en esta nueva edición de Quince plazuelas con las fotografías del estado actual de los espacios descritos, que hacen que el nuevo lector pueda reconstruir con ayuda de este adolescente de inicios del siglo XX una Lima que continúa cambiando: de habitantes, de arquitectura, de costumbres. 

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