PUNTA
SAN JUAN, EN MARCONA, PARAISO DE PINGUINOS
En Nazca
llueve, algo bastante inusual (salvo en este verano loco). Las nubes grises
inundan y persiguen todo el desierto y por breves y perfumados valles hasta
tomar el desvió a Mancora. Esta ciudad era una apacible caleta de pescadores
cuando en 1870, el sabio Antonio Raimondi dio a conocer un gran depósito de hierro en sus pampas. Por
eso es llamada ‘la capital del hierro”,
aunque también es conocida como cuna del pingüino de Humbolds, ya nos enteraremos
por qué.
Uno se
puede bañar en Playa Hermosa, frente a las casas más hermosas de Marcona. Después
uno se puede internar y pasear por las calles hasta toparnos con el muro que
encierra a Punta San Juan. Al interior se abre un prodigioso universo natural
de apenas 54 hectáreas se despliegan acantilados, cuevas y una veintena de
playas que sirven de refugio a inmensas colonias de lobos marinos, pingüinos,
nutrias, guanayes, piqueros, zarcillos, pelicanos y gaviotas.
Uno e puede asomar por un barranco para
apreciar la fauna del lugar marino costero más productivo del mundo. Más allá
de los islotes repletos de lobos, raudos delfines se divierten corriendo olas. Incluso, a simple vista,
pueden verse ballenas jorobadas, cachalotes y hasta orcas. Pero, sin duda, las
estrellas son los pingüinos. Cinco mil de ellos
habitan en Punta San Juan , la mitad del total nacional. La resta
National Geographic y la BBC han acdido a esta reserva para retratar a los “pingüinos del desierto”’,
ave normalmente asociada a los lejanos
hielos australes.
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