“… En la actualidad Amancaes es una
pampa solitaria, cuando sus lomas reverdecen se ve por ellas una u otra vaca
lechera, raspando su pasto, todavía alguna vez suelen ir familias de humorada,
a pasar una tarde de jolgorio: el polvo del camino no volverá a ensuciar los
delicados guantes de nuestros oficiales; es la miseria y la ruina lo que en la
actualidad abre el paseo; la Alameda de los Descalzos, esa digna alameda digna
de cualquier capital del mundo, pronto llegara a ser fierro viejo y sus blancas
estatuas y grandes maceteros vendrán al suelo rotas por las pedradas de los
cazadores de perros…”.
Cuando era niño recuerdo que fuimos con mis padres a la fiesta de los
Amancaes, me recuerdo que había muchas familias, y era como una romería. La
verdad las fiestas de antaño ya están en el recuerdo, Creo que habría que
rescatar alguna de esas celebraciones para revivir las viejas tradiciones de
nuestra Lima antañona.
El 24 de junio, día de San Juan Bautista la población de Lima se volcaba a
la pampa de Amancaes ubicada en el distrito del Rímac.
Para llegar a este lugar debíamos cruzar la alameda de los descalzos y
seguir el “camino de Amancaes”, senda polvorosa que empezaba a un lado del
Convento de los Descalzos.
Allí se encuentra hasta la actualidad la capilla de San Juan Bautista de
Amancaes, templo construido en 1650. Cuenta la leyenda que una niña indígena
llamada Rosario que iba siempre a dejar leche al templo de los dominicos se
encontró con un viajero, otras versiones dicen que fue el mismo Cristo y le
entregó una carta dirigida al Prior de los dominicos. En esta misiva le
ordenaba que construyeran un templo en el lugar donde se encuentre grabada la
imagen de Jesucristo.
Para corroborar esta promesa, el prior fue hacia Amancaes donde encontró la
piedra con la imagen de Jesucristo.
Así se inició la peregrinación colonial a Amancaes, ésta era una pampa
elevada ubicada detrás de los cerros del Rímac.
Cronistas de Lima como Bernabé Cobo y Juan Antonio Suardo hablaron de este
lugar. Los viajeros republicanos Max Radiguet, Botmiliau, Tschudi estuvieron
allí. Las plumas de Manuel Ascencio Segura, Carlos Augusto Salaverry y Abelardo
Gamarra “el Tunante” trazaron una visión romántica y costumbrista de este
lugar.
Cómo olvidar las acuarelas de Pancho Fierro o las pinturas de Rugendas
donde se aprecia a los personajes de la elite y el pueblo en el camino de
Amancaes con sus flores amarillas adornando sus sombreros y vestidos. Todo
esto, nos forma una idea de lo que fue esta festividad. Sin embargo, hay más
que ver en este acontecimiento.
Durante la fiesta de Amancaes, muchos limeños iban a la pampa donde crecía
la flor de amancae (Hymenocallis amancaaes) lirio amarillo que florece durante
los meses de invierno gracias a la humedad de las lomas.
Iban a caballo, carretas y a pie. En ese lugar comían, bailaban y
jaraneaban. Se escuchaba la música popular, se realizaban carreras de caballos,
peleas de gallos, etc.
Con el tiempo, comenzaron a llegar en bicicleta y en automóvil. Las
costumbres fueron cambiando, la peregrinación religiosa se convirtió en una
fiesta profana, donde los enamorados iban a recoger la flor de Amancaes que
florecía en esas fechas, algunos pasaban varios días allí bailando y brindando.
La pampa se convirtió en un gran festival gastronómico donde las vivanderas
vendían los más deliciosos potajes.
Fue en 1913 que un grupo de agricultores de la zona comenzó a resucitar la
fiesta de Amancaes. Muchos fueron a caballo como en épocas antiguas a recoger
las flores amarillas.
Hacia 1920, ya se había logrado revivir esta tradicional fiesta. Eran los
años del gobierno de Leguía cuando la fiesta de San Juan de Amancaes tuvo la
asistencia oficial del Presidente.
En 1923, luego de asistir a la fiesta, Leguía le prometió al Alcalde Don
Juan Ríos apoyo para impulsar el renacimiento de la festividad.
Se construyeron dos avenidas para evitar la congestión de tráfico: La
avenida Choquehuanca y la pista de La Tapada. Se restauró la capilla, se niveló
el camino y se limpió de piedras la pampa, incluso se había proyectado
construir un canal de agua para regar la pampa, un teatro al aire libre y un
restaurante. Como señalaba en el libro “La Lima de Leguía”
“Leguía aprovechólas para imprimir un vigoroso impulso a la música y bailes
vernáculos, en proporciones antes desconocidas. Los concursos de música, canto
y baile que tenían lugar, anualmente, en las pampas de Amancaes, revistieron,
por virtud de este designio, el carácter de verdaderas fiestas nacionales en
las que tomaban parte los más caracterizados cultivadores de aquellas
expresiones del arte venidos de todas las regiones del Perú. (La Lima de Leguía
1935: 83)
La fiesta de Amancaes de esta manera se convirtió en el lugar perfecto para
poder llevar a cabo la representación de la cultura nacional donde se
incluyeran elementos de la cultura indígena que fueron exaltados durante el
oncenio.
Por esta razón a partir de 1928 entre las presentaciones
artístico-musicales se incluyeron algunas danzas indígenas del Perú.
El oncenio había impulsado la figura del indio a través del apoyo a los
intelectuales indigenistas y la difusión del arte indígena.
El festival de San Juan de Amancaes se convirtió entonces en un sitio
idóneo donde el elemento criollo y vernacular se unirían para siempre.
Durante el oncenio la ciudad de Lima adquirió las características
fundamentales que hasta hoy la distinguen. Fue una ciudad que atrajo a una gran
cantidad de migrantes de provincias esto empezó a ocasionar problemas como:
aumento de tráfico, falta de vivienda y necesidad de servicios sanitarios para
atender a esta gran población.
Si la cultura nacional se identifica con elementos como la música criolla,
los bailes típicos (como la marinera), el caballo de paso y la gastronomía. En
Amancaes podemos encontrar todos estos elementos reunidos.
Amancaes se convirtió así en un reflejo de los cambios sociales y
culturales que ocurrían en el Perú a inicios del siglo XX. Ya no era más la
fiesta virreinal.
Juan de Ega, cronista de la Revista Mundial mostraba los
cambios que habían ocurrido con la fiesta de Amancaes. La cual se había
convertido en un simple paseo para la clase alta de Lima. Lo interesante es que
este cronista señalaba un gran cambio ocurrido.
“Hoy es un paseo obligado de los que
bajo el peso de la costumbre gustan de recordar, sin duda, la clásica fecha.
Son grupos aislados de jinetes, pocos, porque el auto ha venido a poner una
facilidad y a quitar carácter al paseo a Amancaes, que se dirigen el
veinticuatro, o el primer domingo que sigue, a merendar en la pampa. Nunca
faltan en ella tiendas de campaña en que vendedores ambulantes, aún luchan por
conservar las viejas costumbres criollas. Pero el espíritu, la calidad de los
paseantes, ha variado profundamente. Si alguna familia se ve, es de las que
acuden por breves instantes, recorren al rápido andar de sus autos un trecho de
la pampa, y a tornan a Lima igual que si hubiera dirigido su paseo por
cualquier avenida. Ya no es el propósito de ir a merendar a Amancaes, de
hacerse el ánimo de pasar un día agradable en el campo, lo que lleva a esos
raros paseantes de auto a recorrer por la Alameda de los Bobos, en dirección de
Amancaes. Más bien la fiesta se ha refugiado en el pueblo, última entidad
en que se suelen refugiar las costumbres que fueron. Y así se sorprenden
amables grupos de gentes modestas que, religiosamente, con su merienda al
brazo, se encaminan, aún, el veinticuatro de junio a Amancaes, con el propósito
de tenderse en la arena de la pampa, despachar la cesta de víveres y volver con
los sombreros coronados con las clásicas flores”.(Mundial 1922)
La fiesta había
sobrevivido en su forma más o menos original gracias a la devoción popular. Esa
que había sido despreciada por los criollos de Malambo y Barrios Altos al
afirmar que la decadencia de esta festividad era culpa de los indios y sus
costumbres que la deformaron.
Estos comentarios solo
mostraban la reacción de los limeños antiguos frente a la irrupción de la
cultura indígena en un lugar que originalmente representaba para ellos una de
sus fiestas más tradicionales.
La inclusión del
elemento indígena dentro de la cultura nacional fue oficializada por el Estado
peruano al crearse en 1930 el día del Indio. Cómo ha señalado Marty Ames:
"El indio
constituyó uno de los puntos de interés y de preocupación de Leguía durante el
Oncenio; pero también se convirtió en un instrumento de control político, al
constituir la mayoría de la población, y por ende, le garantizaba su
permanencia en el poder del Estado”. (AMES 2009: 96)
En esos años, la
música indígena serrana junto a la música costeña se encontraron en Amancaes
para formar la música nacional. Sobre esto se ha referido Emilio Bustamante en
su estudio sobre la música criolla.
“La canción criolla
fue un producto cultural de los sectores populares urbanos de Lima. En ella se
fusionaron, adaptados y resemantizados, música y poesía de la elite con aportes
culturales propios del pueblo y de la cultura de masas. Fue expresión de
múltiples vivencias de los llamados grupos subalternos, entre ellas la
experiencia de la modernidad. (BUSTAMANTE 2007: 23)
De esta manera la fiesta
de Amancaes fue modernizada, al igual como sucedió con el carnaval, como una
fiesta donde lo popular era visto como algo atrasado. Si bien, en la prensa del
oncenio se ve esta campaña por reformar las costumbres nacionales y
modernizarlas, en el comentario de Juan de Ega podemos ver que la modernización
de la fiesta de Amancaes era algo muy artificial. Es el alma popular la que le
da sentido a esta celebración.
Por eso, a pesar que
la fiesta de Amancaes continuó celebrándose hasta la década de 1960 algunos ya
la consideraban como fiesta del pueblo, muy deslucida de lo que fue durante la
época colonial.
En una plaza de la
urbanización el bosque, en el distrito del Rímac, aún existe la Iglesia
colonial refaccionada durante el gobierno de Leguía. Actualmente se encuentra
en malas condiciones. La pampa de Amancaes ya no existe, ni siquiera las flores
cuyo color es símbolo de Lima.
Como vemos, Amancaes
es un olvidado rincón que fue importante para la historia nacional, fue crisol
y síntesis de lo que hoy conocemos de forma estereotipada como nuestra cultura
nacional.
Ante nuevas épocas, me
pregunto, si necesitamos otro Amancaes que redefina y sintetice lo que es nuestra
identidad cultural peruana. En tiempos de globalización Amancaes no puede
existir, simplemente es un recuerdo de lo que fuimos o intentamos ser alguna
vez.
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