RIVA AGÜERO Y SU INFLUENCIA "LA GENERACIÓN FUTURISTA"
RIVA AGÜERO Y SU INFLUENCIA. LA
GENERACIÓN "FUTURISTA"
La generación "futurista" -como
paradójicamente se le apoda-, señala un momento de restauración colonialista y
civilista en el pensamiento y la literatura del Perú.
La autoridad sentimental e ideológica de los herederos de la Colonia se
encontraba comprometida y socavada por quince años de predicación radical.
Después de un período de caudillaje militar análogo al que siguió a la
revolución de la independencia, la clase latifundista había restablecido su
dominio político pero no había restablecido igualmente su dominio intelectual.
El radicalismo, alimentado por la reacción moral de la derrota -de la cual el
pueblo sentía responsable a la plutocracia-, había encontrado un ambiente
favorable a la propagación de su verbo revolucionario. Su propaganda había
revelado, sobre todo, a las provincias. Una marejada de ideas avanzadas había
pasado por la República.
La antigua guardia intelectual del civilismo, envejecida y debilitada, no podía
reaccionar eficazmente contra la generación radical. La restauración tenía que
ser realizada por una falange de hombres jóvenes. El civilismo contaba con la
Universidad. A la Universidad le tocaba darle, por ende, esta milicia
intelectual. Pero era indispensable que la acción de sus hombres no se
contentase con ser una acción universitaria. Su misión debía constituir una
reconquista integral de la inteligencia y el sentimiento. Como uno de sus
objetivos naturales y sustantivos, aparecía la recuperación del terreno perdido
en la literatura. La literatura llega adonde no llega la Universidad. La obra
de un solo escritor del pueblo, discípulo de González Prada, el Tunante, era
entonces una obra mucho más propagada y entendida que la de todos los
escritores de la Universidad juntos.
Las circunstancias históricas propiciaban la restauración. El dominio político
del civilismo se presentaba sólidamente consolidado. El orden económico y
político inaugurado por Piérola el 95 era esencialmente un orden civilista.
Muchos profesionales y literatos que en el período caótico de nuestra
posguerra, se sintieron atraídos por el campo radical, se sentían ahora
empujados al campo civilista. La generación radical estaba, en verdad,
disuelta. González Prada, retirado a un displicente ascetismo, vivía
desconectado de sus dispersos discípulos. De suerte que la generación
"futurista" no encontró casi resistencia.
En sus rangos se mezclaban y se confundían "civilistas" y
"demócratas", separados en la lucha partidista. Su advenimiento era
saludado, en consecuencia, por toda la gran prensa de la capital. EI
Comercio y La Prensa auspiciaban a la "nueva generación".
Esta generación se mostraba destinada a realizar la armonía entre civilistas y
demócratas que la coalición del 95 dejó sólo iniciada. Su líder y capitán Riva
Agüero, en quien la tradición civilista y plutocrática se conciliaba con una
devoción casi filial al "Califa" demócrata, reveló desde el primer
momento tal tendencia. En su tesis sobre la "literatura del Perú independiente",
arremetiendo contra el radicalismo dijo lo siguiente: "Los partidos de
principios, no sólo no producirían bienes, sino que crearían males
irreparables. En el actual sistema, las diferencias entre los partidos no son
muy grandes ni muy hondas sus divisiones. Se coaligan sin dificultad, colaboran
con frecuencia. Los gobernantes sagaces pueden, sin muchos esfuerzos,
aprovechar del concurso de todos los hombres útiles".
La resistencia a los partidos de principios denuncia el sentimiento y la
inspiración clasistas de la generación de Riva Agüero. Su esfuerzo manifiesta
de un modo demasiado inequívoco el propósito de asegurar y consolidar un
régimen de clase. Negar a los principios, a las ideas, el derecho de gobernar
el país significaba fundamentalmente, reservar ese derecho para una casta. Era
preconizar el dominio de la "gente decente", de la "clase
ilustrada". Riva Agüero, a este respecto, como a otros, se muestra en
riguroso acuerdo con Javier Prado y Francisco García Calderón. Y es que Prado y
García Calderón representan la misma restauración. Su ideología tiene los
mismos rasgos esenciales. Se reduce en el fondo, a un positivismo conservador.
Un fraseario más o menos idealista y progresista disimula el ideario
tradicional. Como ya lo he observado, Riva Agüero, Prado y García Calderón
coinciden en el acatamiento a Taine. Riva Agüero para esclarecernos más su
filiación, nos descubre en su varias veces citada tesis -que es
incontestablemente el primer manifiesto político y literario de la generación
"futurista"- su adhesión a Brunetiére.
La revisión de valores de la literatura con que debutó Riva Agüero en la
política, corresponde absolutamente a los fines de una restauración. Idealiza y
glorifica la Colonia, buscando en ella las raíces de la nacionalidad.
Superestima la literatura colonialista exaltando enfáticamente a sus mediocres
cultores. Trata desdeñosamente el romanticismo de Mariano Melgar. Reprueba a
González Prada lo más válido y fecundo de su obra: su protesta.
La generación "futurista" se muestra, al mismo tiempo universitaria,
académica, retórica. Adopta del modernismo sólo los elementos que le sirven
para condenar la inquietud romántica.
Una de sus obras más características y peculiares es la organización de la
Academia correspondiente de la Lengua Española. Uno de sus esfuerzos artísticos
más marcados es su retorno a España en la prosa y en el verso.
El rasgo más característico de la generación apodada "futurista" es
su pasadismo. Desde el primer momento sus literatos se entregan a idealizar el
pasado. Riva Agüero, en su tesis, reivindica con energía los fueros de los
hombres y las cosas tradicionales.
Pero el pasado, para esta generación, no es muy remoto ni muy próximo. Tiene
límites definidos: los del Virreinato. Toda su predilección, toda su ternura, son
para esta época. El pensamiento de Riva Agüero a este respecto es inequívoco.
El Perú, según él, desciende de la Conquista. Su infancia es la Colonia.
La literatura peruana deviene desde este momento acentuadamente colonialista.
Se inicia un fenómeno que no ha terminado todavía y que Luis Alberto Sánchez
designa con el nombre de "perricholismo".
En este fenómeno -en sus orígenes, no en sus consecuencias- se combinan y se
identifican dos sentimientos: limeñismo y pasadismo. Lo que, en política, se
traduce así: centralismo y conservantismo. Porque el pasadismo de la generación
de Riva Agüero no constituye un gesto romántico de inspiración meramente
literaria. Esta generación es tradicionalista pero no romántica. Su literatura,
más o menos teñida de "modernismo", se presenta por el contrario como
una reacción contra la literatura del romanticismo. El romanticismo condena
radicalmente el presente en el nombre del pasado o del futuro. Riva Agüero y
sus contemporáneos, en cambio, aceptan el presente, aunque para gobernarlo y
dirigirlo invoquen y evoquen el pasado. Se caracterizan, espiritual e
ideológicamente, por un conservatismo positivista, por un tradicionalismo
oportunista.
Naturalmente, esta es sólo la tonalidad general del fenómeno, en el cual no
faltan matices más o menos discrepantes. José Gálvez, por ejemplo,
individualmente escapa a la definición que acabo de esbozar. Su pasadismo es de
fondo romántico. Haya lo llama "el único palmista sincero",
refiriéndose sin duda al carácter literario y sentimental de su pasadismo. La
distinción no está netamente expresada. Pero parte de un hecho evidente. Gálvez
-cuya poesía desciende de la de Chocano, repitiendo, atenuadamente unas veces,
desteñidamente otras, su verbosidad- tiene trama de romántico. Su pasadismo,
por eso, está menos localizado en el tiempo que el del núcleo de su generación.
Es un pasadismo integral. Enamorado del Virreinato, Gálvez no se siente, sin
embargo, acaparado exclusivamente por el culto de esta época. Para él
"todo tiempo pasado fue mejor". Puede observarse que, en cambio, su
pasadismo está más localizado en el espacio. El tema de sus evocaciones es casi
siempre limeño. Pero también esto me parece en Gálvez un rasgo romántico.
Gálvez, de otro lado, se aparta a veces del credo de Riva Agüero. Sus opiniones
sobre la posibilidad de una literatura genuinamente nacional son heterodoxas
dentro del fenómeno "futurista". Acerca del americanismo en la
literatura, Gálvez, aunque sea con no pocas reservas y concesiones, se declara
de acuerdo con la tesis del líder de su generación y su partido. No lo convence
la aserción de que es imposible revivir poéticamente las antiguas
civilizaciones americanas. "Por mucho que sean civilizaciones
desaparecidas y por honda que haya sido la influencia española -escribe-, ni el
material mismo se ha extinguido, ni tan puros hispanos somos los que más lo
fuéramos, que no sintamos vinculaciones con aquella raza, cuya tradición áurea
bien merece un recuerdo y cuyas ruinas imponentes y misteriosas nos subyugan y
nos impresionan. Precisamente porque andamos tan mezclados y son tan
encontradas nuestras raíces históricas, por lo mismo que nuestra cultura no es
tan honda como parece, el material literario de aquellas épocas definitivamente
muertas es enorme para nosotros, sin que esto signifique que lo consideremos
primordial y porque alguna levadura debe haber en nuestras almas de la
gestación del imperio incaico y de las luchas de las dos razas, la indígena y
la española, cuando aún nos encoge el alma y nos sacude con emoción extraña y
dolorida la música temblorosa del yaraví. Además, nuestra historia no puede
partir sólo de la Conquista y por vago que fuese el legado síquico que hayamos
recibido de los indios, siempre algo tenemos de aquella raza vencida, que en
viviente ruina anda preterida y maltratada en nuestras serranías, constituyendo
un grave problema social, que si palpita dolorosamente en nuestra vida, ¿por
qué no puede tener un lugar en nuestra literatura que ha sido tan fecunda en
sensaciones históricas de otras razas que realmente nos son extranjeras y
peregrinas?". No acierta Gálvez, sin embargo, en la definición de una
literatura nacional. "Es cuestión de volver el alma -dice- a las rumorosas
palpitaciones de lo que nos rodea". Mas, a renglón seguido, reduce sus
elementos a "la historia, la tradición y la naturaleza". El pasadista
reaparece aquí íntegramente. Una literatura genuinamente nacionalista, en su
concepto, debe nutrirse sobre todo de la historia, la leyenda, la tradición,
esto es del pasado. El presente es también historia. Pero seguramente Gálvez no
lo pensaba cuando escogía las fuentes de nuestra literatura. La historia, en su
sentimiento, no era entonces sino pasado. No dice Gálvez que la literatura
nacional debe traducir totalmente al Perú. No le pide una función realmente
creadora. Le niega el derecho de ser una literatura del pueblo. Polemizando con
el Tunante, sostiene que el artista "debe desdeñar altivamente la
facilidad que le ofrece el modismo callejero, admirable muchas veces para el artículo
de costumbres, pero que está distante de la fina aristocracia que debe tener la
forma artística".
El pensamiento de la generación futurista es, por otra parte, el de Riva
Agüero. El voto en contra o, mejor, el voto en blanco de Gálvez, en este y
otros debates, no tiene sino un valor individual. La generación futurista, en
tanto, utiliza totalmente el pasadismo y el romanticismo de Gálvez en la
serenata bajo los balcones del Virreinato, destinada políticamente a reanimar
una leyenda indispensable al dominio de los herederos de la Colonia.
La casta feudal no tiene otros títulos que los de la tradición colonial. Nada
más concordante con su interés que una corriente literaria tradicionalista. En
el fondo de la literatura colonialista, no existe sino una orden perentoria,
una exigencia imperiosa del impulso vital de una clase, de una
"casta".
Y quien dude del origen fundamentalmente político del fenómeno
"futurista" no tiene sino que reparar en el hecho de que esta falange
de abogados, escritores, literatos, etc., no se contentó con ser sólo un
movimiento. Cuando llegó a su mayor edad quiso ser un partido.
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