Cuando llegaron los conquistadores
españoles a las nuevas tierras, trajeron junto a su idioma y su religión los
usos y costumbres, en medio de ellas, las llamadas corridas de toros. Es así
como estas corridas de toros comenzaron a celebrarse en todo el territorio del
virreinato del Perú.
Los
conquistadores españoles con Francisco Pizarro a la cabeza del grupo y
siendo la ciudad de Lima, la capital que preferían los españoles, es natural
que fuera en el Perú en donde primero se celebraron las corridas de toros, y
donde más arraigo tomaron, pues por aquel entonces los españoles no celebraban
ningún fausto acontecimiento sin que se celebrara una corrida de toros. Por
otra parte, los naturales y los mestizos acogieron con creciente entusiasmo
esta magnífica fiesta de vistosidad sin igual, y la afición fue creciendo
rápidamente y desde Lima se extendió a todo el territorio del Perú, y llegando
aún más lejos. Cuando llegaron los conquistadores al Perú procedieron a traer
desde España, todo cuanto pudiera hacerles falta, se trasladó naturalmente el
ganado vacuno, que era desconocido en América, así como el ganado caballar. Por
aquellos años, abundaba en España el ganado bravo (que recién estaba en proceso
de selección, entre las que se importaron, llegaron seguramente algunas reses
de esas características, con lo que se inició en los alrededores de Lima la
cría del ganado bravo.
Se dan
varias fechas de los primeros festejos taurinos en tierras del Perú. El
escritor peruano Ricardo Palma en su libro Tradiciones Peruanas manifiesta
que la primera corrida lidiada en Lima fue en 1538 en conmemoración de la
derrota de los Almagristas, de lo cual no hay una fuente de datos
fidedigna, y la otra, en cambio, la sitúa el lunes 29 de marzo de 1540, por la
consagración de óleos, de la cual también se da cuenta en libros narrativos e
históricos del propio clero, pero no en otras fuentes. Las constantes guerras
entre los conquistadores concluyeron en el año 1556, con la llegada del tercer
virrey Andrés Hurtado de Mendoza, de quien se dice que fue un hombre prudente,
pero enérgico a la vez, por lo que pronto consiguió pacificar el virreinato. El
virrey fue fundamental para el establecimiento definitivo de las corridas de
toros en tierras americanas.
El propio Andrés Hurtado escribió: “Los
derechos que el Alguacil Mayor de esta ciudad había de llevar por la ocupación
y trabajo las tendrá cuando se corran toros y suplicamos ahora a Su Excelencia
que de los toros que en esta ciudad corriesen en las fiestas, que el primer
toro que se corriera de cada una de las dichas fiestas, sea y se dé al Alguacil
Mayor de esta ciudad, atento a que él y sus alguaciles se ocupen mucho en el
hacer y deshacer y guardar las talanqueras”. Esta cita figura en el libro
Historia Taurina del Perú, de José Emilio Calmell.
El Convictorio de San Carlos y la
Facultad de San Fernando —actualmente esta facultad pertenece a la prestigiosa
Universidad Nacional Mayor de San Marcos— obligaba en aquella época a que sus
alumnos que se doctoraban, tenían que costear una corrida de toros como
agradecimiento a la corona española por su educación. Así se expresaba en su
constitución: “Y más ha de ser obligado el que se doctorase a dar toros que se
corran aquel día del grado en la plaza pública de esta ciudad”.
Pasaron los años y todo apunta a que en
la Plaza Mayor de Lima el 27 de julio de 1622 se dio una corrida de toros para
agasajar al nuevo virrey Diego Fernández de Córdoba, Marqués de Guadalcázar, el
verdadero impulsor de los festejos taurinos en el Perú, pues en septiembre del
mismo año volvieron a correrse toros: “Se hicieron fiestas reales de toros y
cañas, y se convidó al Virrey, Audiencia y Universidad para que las viesen en
las casas de Cabildo, cuyas galerías estuvieron ricamente colgadas y se dio
colación a todos sus concurrentes y sus mujeres.
Salieron a caballo muchos caballeros ricamente
vestidos a lo cortesano, con rejones en mano y llevando pajes de librea. En las
ventanas, balcones, terrados y tablados de la plaza había gran concurso de
gente y se jugaron veinte toros; los caballeros hicieron algunos lances y
mostraron su bizarría”. Así que el periodo del Marqués de Guadalcázar se
caracterizó por la celebración de las fiestas más suntuosas que acaso se
celebraron en Lima hasta entonces. Y no tuvieron otro motivo que el regocijo
por el nacimiento del príncipe Baltasar Carlos, infortunado hijo de Felipe IV.
La plaza de toros de Acho, coso taurino
ubicado en Lima, es la plaza de
toros más antigua de América, y una de las más grandes del mundo,
la más importante de las 56 plazas oficiales de toros con que cuenta
dicho país, y considerada como una de las de mayor prestigio del
continente americano. En ella se realiza anualmente la Feria del Señor de
los Milagros, que reúne a las principales figuras del toreo.
En castellano la palabra acho,
o mejor hacho, significa "sitio elevado cerca de la costa,
desde donde se descubre bien el mar y en el cual solían hacerse señales con
fuego".En sus primeros años, la
plaza fue llamada indistintamente "del Hacho" o "del Acho".
El cerro San Cristóbal, a cuyo pie se levanta esta plaza, sería entonces
el Hacho de Lima (compárese con el Hacho de Ceuta).
Su construcción es de material noble, adobe y madera, habiendo
sobrevivido a los terremotos que ha sufrido la ciudad de Lima desde
su construcción.
La plaza fue fundada el 30 de enero de 1766, durante el
gobierno colonial del virrey Manuel de Amat y Juniet, siendo de más antigüedad la
plaza de toros de Bejár y Zaragoza, en España. La plaza española de Sevilla inició su construcción en 1749, pero
concluyó formalmente después de la de Acho.
El cartel de la corrida inaugural lo integraron Pisi,
Gallipavo y Maestro de España. El primer toro lidiado fue Albañil
Blanco, con divisa caña y rosado, de la hacienda Gómez de Cañete, propiedad
del burgomaestre limeño, Agustín de Landaburu. A esta primera corrida de toros
asistió el virrey Manuel de Amat y Juniet.
En 1945 fue
remodelada, ampliándose su capacidad a trece mil espectadores, pero en desmedro
de las dimensiones del ruedo, que dejó de ser el de mayor tamaño del mundo. La
remodelación estuvo a cargo del ingeniero Francisco Graña Garland
En sus exteriores, la Plaza de Acho presenta una forma
circular, con una serie de portales rectangulares estrechos y altos que se
suceden unos de otros, en grupos de 6, a lo largo del frontis del coso. En el
interior del recinto y aún fuera del coso se ubican la capilla hacia el lado
noreste, el desolladero al lado este, y los corrales hacia el lado norte. Posee
una explanada en su lado oeste, conocida como Patio de Sombra, en donde se
ubican el Museo Taurino, el Restaurante de la plaza, y una serie de obras
escultóricas alusivas a figuras del toreo y personajes ligados a la tauromaquia,
entre las que destacan esculturas de Victorio Macho, Miguel Baca Rossi y Raúl Franco Ochoa.
Las graderías poseen 15 accesos o tendidos. Del
tendido 2 al 7, las graderías pertenecen a Sombra, mientras que del tendido 9
al 15 pertenecen a Sol. Los tendidos 1 y 8 son Sol y Sombra, y sobre ellos se
ubican el palco del juez de la plaza y el palco del Presidente de la República,
respectivamente. Las graderías están rematadas por una arquería corrida de
madera. El ruedo posee un diámetro de 60 metros (antes de la remodelación tenía
90), poseyendo 2 ingresos: la puerta de chiqueros (toril) y la
puerta de cuadrillas (puerta grande).
Calificada como monumento histórico y ubicada junto al centro histórico de Lima, en el
distrito del Rimac, constituye además un atractivo
histórico de la capital del Perú. En su recinto se realizan actualmente actos
culturales de la más diversa índole, taurinos y no taurinos, durante los meses
en que no se realiza la feria. lanceador (una
especie de rejoneador que mataba al toro con una lanza) el conquistador don
Francisco Pizarro, aunque hay quienes afirman que quien actuó esa tarde fue su
hermano Hernando Pizarro, hombre robusto y más joven que gozaba de ser un
eximio caballista del virreinato.
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