domingo, 10 de febrero de 2013

NUESTRA LIMA DE ANTAÑO Y LOS CARNAVALES


Lima celebra los carnavales desde tiempos muy remotos. Desde los turbulentos años veinte, ya había pomposos bailes de disfraces, y carros alegóricos en las calles, ocupados por reinas de belleza.
Las penas, alegrías y marginaciones del carnaval limeño reflejan el crisol de las luchas sociales del pueblo, las clases aburguesadas y el abuso de los regímenes de turno que creían poder dosificar la diversión desenfrenada mediante decretos supremos y ordenanzas de todo pelaje. 
En las casas de familia se practicaba el juego de aguas o los ataques con pintura de colores, batallas de flores, agua y papel picado. Por aquel entonces se usaban los chisguetes de éter, - Los malandrines de siempre encontraron en el chisguete, rociando el éter en un pañuelo, la droga ideal, por lo que cayó en desuso, y -los malandrines de siempre encontraron en el chisguete, rociando el éter en un pañuelo, la droga ideal, por lo que cayó en desuso- y los que más tarde serian prohibidos, serpentinas y antifaces. Pero esto contrataba con los juegos más populares y hasta lumpescos de los barrios de abajo el puente de nuestra Lima de antaño. Los alcaldes prohibían los juegos con agua y permitían solo el carnaval seco, para tratar de evitar que los más aventados se den el placer y la osadía de bañar a una dama encopetada o a un señorito muy almidonado delante de todo el mundo. Esto originaba airadas crónicas entre los vecinos más eruditos de la ciudad, quienes pedían un poco más de cordura en el carnaval.  
Los desmanes del carnaval de los años 30 habían recrudecido con el advenimiento de la matachola, con la cual se aporreaba a la víctima sin piedad. Por eso las autoridades recomendaban celebrar el carnaval “sin originar molestias a los vecinos”. También se celebraba la llegada del Ño Carnavalón, una costumbre que ya se ha perdido en Lima. A su paso recrudecía el juego de agua, barro, aguas negras, betún para zapatos y hasta piedras. En tiempos de Manuel Prado, se declaró prohibido el juego del carnaval en las calles e inclusive se declaró días laborables al lunes y martes después del domingo de carnaval. Esto, sin embargo, no fue sorpresa para los limeños quienes ya habían sido advertidos por las autoridades muchas veces.
Luego de varias décadas, se continuaba celebrando con carnaval seco y fiestas de disfraces. Los carnavales retomaban su lujo y esplendor, y en la fecha central, Lima se precipitaba a ver el desfile de selectas damitas que desfilaban en el corso mientras la gente les echaba pétalos de flores al pasar. "Nadie se atrevía a echar un balde de agua".
Pero los tiempos fueron cambiando y Lima sobrevivía al caos de dictaduras, recesiones e incipiente libertad política. En este marco social, tanto la aristocracia limeña, como los callejones "de un sólo caño", encontraron el escenario perfecto para volver a imponer, a lo disimulado, la costumbre del juego de agua en las calles.
Hasta el año de 1958, en que la violencia del carnaval tuvo su máxima expresión y acabó en tragedia. Los servicios se detuvieron, nadie quería salir por miedo a las turbas callejeras, que atacaban a los transeúntes con matacholas, piedras o palos. La respuesta del Gobierno no se hizo esperar. El entonces presidente, Manuel Prado, con Decreto Supremo N. 348, ordenó se suprima todo juego de carnaval en todo el territorio de la república.
En esta historia no se puede dejar de mencionar las fastuosas fiestas en Barranco, con sus reinas de belleza y desfile de carros alegóricos, así como alguna accidentada reunión en la laguna del distrito, con homosexuales escapando de la policía, entre otras peripecias, que forman parte de las leyendas urbanas en la capital. 

El primer Baile de Disfraces se realizó el 26 de febrero de 1913, un Día de la Vieja,   durante la Alcaldía de don Pedro de Osma y Pardo, pero sin que se procediera a la elección de una Reina, hasta el año de 1923, fecha en que coincidentemente fue inaugurado el Casino Social de Barranco, en la segunda cuadra de la Avenida Grau, en cuyos salones, como muestran las fotografías, se efectuaron algunas coronaciones de las reinas barranquinas. 

El Municipio cursó invitaciones para que se procediera a la elección democrática de su primera reina; fue tanto el entusiasmo que se hablaba del tema en los bares, playas, parque, en el casino y a las salidas de misa; todos daban su opinión sobre la ganadora cada cuál más bella, pero los pronósticos resultaban arriesgados, sobresaliendo Esther Ríos Colfer, Olinda Gálvez y Juanita Osores. 

El 10 de febrero de 1923, a las 7 de la noche, en el Teatro Barranco, se celebró una fastuosa ceremonia con la asistencia de todas las autoridades y destacados invitados, el Consejo en pleno, Cuerpo Diplomático y representantes de todos los sectores sociales, entre aplausos y juegos de confetis y serpentinas, fue coronada la Reina Esther I luego de reñida votación; paralelamente fue coronada la REINA MORA como soberana de la Vendimia de Surco, cuyo carro alegórico con bellos adornos de Parras de Uva había ganado el premio. 

Los desfiles alegóricos eran fastuosos, con gran despliegue de disfraces y carros artísticamente preparados que desfilaban por el famoso Paseo Colón. 
Esther I participó en uno de estos desfiles por el Jirón de la Unión en un carro adornado con motivos Egipcios y, de allí, en Barranco por la avenidas Sáenz Peña, Grau y Chorrillos. La escoltaban pajes a caballo.

ros ¡Carnaval, Carnaval!, es el grito general!, ¡Carnaval, Carnaval!, de alegría sin igual!. Es la inolvidable polka del gran Filomeno Ormeño que nos recuerda la era dorada de una fiesta que hizo vibrar a nuestros abuelos en Lima hasta hace 47 años en que la miopía política prohibió la borró de un plumazo pero sin evitar que subsistieran los violentos juegos con agua y pintura.
El Carnaval de antaño tenía tres días de festividades, domingo en que se realizaba el Baile Infantil, lunes el Baile de Fantasía y el martes la Verbena que era conocida como la fiesta del estribo a la cual se le sacaba hasta el último minuto. 

La antigua avenida Unánue (hoy Bolognesi) era el límite entre la clase pudiente y la de menores recursos. Para romper esa diferencia se ordenó compartir el Parque Municipal con todo el vecindario. 

El Baile de Gala, generalmente reservado a los matrimonios y familiares mayores de la ciudad a los que se les cursaba la correspondiente invitación, siendo la asistencia con Traje de Etiqueta o Disfraz obligatorio, reservándose la Comisión «el derecho de admisión». 

Era espectacular ver llegar a los asistentes, hermosos disfraces, elegantes trajes de etiquetas en negro o con sacos blancos y corbatas michis. El parque primorosamente adornado con luces de colores alternadas que rodeaban el parque, figuras gigantes de payasos, colombinas, Pierrot, etc., colgaban de las palmeras y de los árboles y los altoparlantes dejaban llegar la excelente música en todo el ambiente. Las pocas bancas eran suplidas por el muro de la nueva piscina, también se usaban los jardines para descansar. 

El tradicional chisguete de éter de vidrio, marca Colombina y Pierrot, era el arma, sana para rociar a las damas en los brazos y espalda o mortal cuando algún pícaro se dedicaba a buscar los ojos descubiertos de las Damas. Se cargaban usando un pañuelo pues muchas veces por el calor explotaban en las manos. 

Sin embargo el fenómeno del Carnaval tuvo un auge inesperado en provincias mientras agonizaba en Lima. 



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