Cada vez
que el italiano no Paolo di Canio marcaba un gol con la camiseta del Lazio, corría
hacia una de las curvas del Estadio
Olímpico de Roma, donde se ubicaban los
barristas ultras de su equipo. Allí frente a ellos les rendía honores con el
saludo facista, levantando el brazo derecho. No solo por esto Di Canio generaba
controversia. Además de llevar un águila imperial tatuada en la espalda, tiene
grabada en su cuerpo la palabra Dux
(Duque) en honor al personaje que más admira, Benito Mussolini.
Aunque
algunas barras bravas peruanas usan esvásticas y llevan nombres liados a la
barbarie nazi (una de las facciones de la Trinchera norte se llama Holocausto),
el racismo en el futbol local está lejos de tener una simbología de ese tipo. Es más las
alusiones al nazismo no corresponden a
una identificación ideológica, sino a un patético intento de demostrar una
supuesta fiereza, de hacer sentir miedo. Probablemente algunos de estos barristas crean que Hitler
era un puntero derecho de un equipo berlinés y Goebbels, un despiadado volante
que le cubría las espaldas.
El
racismo en nuestras canchas es, si cabe el término, más simplón. Se expresa a
través de los ”uh uh uh” que, a la manera de sonidos simiescos, grandes y
chicos repiten en la tribuna cuando un jugador afrodescendiente toma la pelota.
Y con los “negros de mierda” o “serrano estúpido “que se repiten en las
graderías o entre los propios jugadores durante el juego.
Sin
embargo, el reciente vejamen sufrido por el jugados Luis Tejada, durante el
partido del Cienzano y el Aurich en el Cuzco subleva por varias razones. Además
de los insultos que obligaron al panameño a abandonar el campo, ni el árbitro
ni los organizadores del encuentro reaccionaron adecuadamente. El juego
continuo como si nada importante hubiese
ocurrido.
Lo peor
vino después. El administrador del
cuadro cuzqueño, Jorge Balbi, envió una carta a la Asociación Deportiva de
Futbol Profesional solicitando que el
delantero sea castigado por “victimizarse e incitar a la violencia”, ya que
según dijo, los insultos que recibió no fueron racistas.
Sin
embargo, luego indicó: ‘Para el próximo partido, si a uno de mis jugadores le
dicen “chino de m…’’ó’’ cholo” ¿ voy a pedir que se retiren del campo?
No,
pues, esto es un mal presente en el
futbol. El remate de sus declaraciones fue, para usar términos futbolísticos,
de campeonato: “ En el Perú, los insultos que hay, no tienen la connotación
negativa de racismo que hay en Europa y la gente del futbol lo sabe”.
En
realidad, el mal precedente es que existan personas que quieran pasar por agua
tibia actitudes que se deben erradicar sin miramientos. Lo que sufrió Tejada
sobre el césped del Garcilaso se repite con los mismos o más decibelios en la
combi, el mercado, plazas, colegios y avenidas de todo el país. El racismo en
el Perú esta enraizado y para ponerse fin un requisito fundamental es empezar
por reconocerlo.
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