martes, 21 de julio de 2015

EL QUITASOL DEL ARZOBISPO

Ricardo Palma, creía que el sustantivo “guaragua”, en la acepción de contorneo en el andar o de perfiles y rodeos ociosos en las acciones y en la conversación, era un limeñísimo puro, nacido en el siglo XIX. “Pero me ha hecho caer en mi asno de lectura de un pasquín, que allá por los fines de 1658, apareció en la puerta del Palacio Arzobispal  y de gobierno”. Dice así:
¡Vitor el rey español/ que no entiende de guaraguas!/Ni para aguas paraguas, /ni para sol parasol. ¡Vitor el rey español!
¿Qué motivó este pasquín? ¿Cuál el entripado de sus paranomasias? Esto es lo que se va a contar para que el lector lo entienda.
Un grave entredicho había entre el arzobispo de Lima, don Pedro de Villagómez, sobrino de Santo Toribio, y el virrey conde de Alba de Liste y Villaflor, don Luis Henríquez  de Guzmán.
Como es sabido, este virrey vivió rompiendo lanzas  con la Inquisición de Lima y el Metropolitano, mereciendo que el fanático pueblo lo bautizase con el apodo de virrey hereje. Dejando a un lado sus querellas con el Santo Oficio, acusáronlo ante el soberano de haber demorado por quince días la promulgación de una real  cédula de Felipe IV, por la que dispuso Su Majestad que la Universidad de San  Marcos no confiriese grado de bachiller, licenciado o doctor, sin que previamente firmase el aspirante juramento de defender la pureza de la Virgen, concebida sin pecado original. No hubo en este retardo malicia por parte del virrey, sino una de esas distracciones o descuidos a que en nuestras oficinas son dados los subalternos y hasta los portapliegos; pero el chisme llego a España, y aunque con suavidad en los términos, vinole al de Alba de Liste una reprimenda, que no otra cosa significaba el consejo de que en lo sucesivo “fuese menos tibio en su religiosidad.
De Madrid le participó un amigo palaciego a su excelencia que el chisme era de origen arzobispal, y fácil de adivinar que si antes virrey y arzobispo se mascaban y no se tragaban, después de la repasada  regia no les faltaría más que darse de mordiscones.
En esta hostil disposición de ánimos, y dividida la sociedad limeña en partidos, uno por su excelencia y otros por su ilustrísima, llegó la fiesta del Corpus de3l año 1657. La procesión fue solemnísima, esplendida. Hasta el sol estuvo reverberante y picador.
El virrey iba cirio en mano con la cabeza descubierta, mientras el arzobispo se resguardaba de los de los rayos de “Febo” bajo un lujoso quitasol o baldaquino de Damasco con flecos de oro, sostenido por uno de sus familiares.
Había la procesión descendido las gradas  de la Catedral y hallábase la comitiva oficial frente al Sagrario cuando el de Alba de Liste se detuvo.
¿Qué pasaba?. Lo que todo el mundo veía era que un capitán de la guardia del virrey se acercó al arzobispo, le habló casi al oído, volvió donde su excelencia, le dijo algo  sottovoce, regresó donde el señor Villagómez, tornó donde su excelencia, y la procesión sin dar paso.
Al fin el arzobispo se separó de su puesto y se metió en su palacio, frente a cuya puerta estaba. Y la procesión siguió su curso.
Era el caso que el de Alba de Liste le había mandado decir a su ilustrísima que cuando el representante del monarca iba descubierto ante el rey de reyes, no podía, sin mengua del patronato y prestigio real, consentir en que el arzobispo fuese a cubierto del sol.
El arzobispo, después de la réplica y contrarréplica, optó por retirarse…, pero sin cerrar su quitasol.
¡O somos o no somos!
Ya se imaginarán ustedes el toletole y polvareda que el incidente levantaría. Si no hubo revolución fue…porque todavía no estábamos locos de remate.
Cuestión idéntica sobre el quitasol arzobispal hubo en el siglo pasado entre el ilustrísimo Barroeta y el virrey manso de Velasco. Terminó con la traslación de Barroeta al arzobispado de Granada en España.
Por supuesto que la querella ente el señor Villagómez y el conde fue hasta la corte. Su Majestad don Felipe IV se vio de los hombres más apurados para fallar. Sus simpatías  estaban en favor del virrey, que no había hecho más que mantener muy en alto los fueros del patrono; pero el cardenal arzobispo de Toledo defendió, en los consejos del rey, la conducta del señor Villagómez como quien aboga en causa propia.
¿Qué hacer? No dar la razón al uno ni al otro, declarar tablas la partida, y eso fue lo que hizo Felipe IV.
Por real cédula de 13 de marzo de 1658 se dispuso que ni virrey ni arzobispo usasen quitasol en las procesiones, que es lo que aludía el pasquín.




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