jueves, 2 de julio de 2015

LA OTRA LIMA

¡Qué Lima la de Martín Adán!. Mientras  escribo estas líneas tengo junto a mí la edición de La Casa de Cartón que acaba de reeditar la editorial Peisa. Las ventanas de mi escritorio en mi cada de San Isidro vibran con los ruidos de los microbuses, bocinas y algunos gritos. Cerca de mi  aún se oyen el martillo y los taladros de una de las tantas construcciones vecinas. Y sin embargo, encuentro un silencio hecho de susurros distantes en algunas frases de la novela: “El sonar de las ruedas de la carreta en las piedras del pavimento alegra a la fuente de aguas tristes de la pila”. “Y la ciudad es una oleografía que contemplamos sumida  en agua: las ondas  se llevan las cosas y alteran la disposición  de los planos’.
La Casa de Cartón, que apareció en 1928, es un registro en primera persona de la conciencia de un narrador adolescente a lo largo de un verano barranquino. Está hecha de viñetas, retratos, apuntes, monólogos personales. Asistimos a algunos eventos relacionados cn personajes como Ramón, Catita o Sergio. Pero es esencialmente un texto íntimo, escrito en retazos, un documento privado a modo de diario, que como bien a dicho Luis Loayza exhibe personajes que ‘aspiran a ser  pura conciencia: son testigos del mundo pero se niegan a actuar sobre el para aprovecharlo o transformarlo”. Martín Adán  refleja una ciudad estática, etérea, un producto de la niebla, el deseo y la imaginación. La realidad es una percepción. No en balde nombra  una de las calles el ‘Boulevard Proust”. Su prosa fraccionada, hecha de enumeraciones de elementos disimiles, cargada de una música secreta, nos sigue seduciendo.
Martín Adán, en realidad Rafael de la Fuente Benavides, era un limen de vocación. Aunque su familia venia de Pacasmayo, el nace en la calle Apurímac, en pleno centro de Lima y vive en Barranco, estudia en el Colegio San José de Cluny. Luego pasa al colegio Alemán, donde tiene como profeso a Luis Alberto Sánchez y al gramático español Vicente Huidobro, un maestro que inspiró muchas páginas de la literatura peruana. Sus compañeros allí son Estuardo Núñez, Xavier Abril, Emilio Adolfo Westphalen entre otros.
Releyéndola, La Casa de Cartón, nos parece una novela de ideales perdidos, un tema que Adán iba a explorar en su poesía. En su lenguaje vanguardista hay por momentos algo de candoroso y hasta infantil (Sánchez dice que su autor  la había completado a los catorce años). Uno de sus bloques se inicia: ‘Lul tenía una batita fresca y dura como una hoja de col”.
Los Gallinazos sin Plumas escrita solo unos años más tarde, es un retrato radicalmente distinto de la ciudad. Otros autores como Congrains, Vargas Llosa y en tiempos más recientes, Fernando Ampuero, han recogido la radical y violenta incertidumbre limeña. Hoy en día, en cambio, los narradores más jóvenes no se molestan en mostrar la ciudad que casi ha desaparecido de la literatura.

Lima existe pero solo en estas páginas. Allí el placer de esta ciudad sigue intocable.

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