¡Qué
Lima la de Martín Adán!. Mientras
escribo estas líneas tengo junto a mí la edición de La Casa de Cartón
que acaba de reeditar la editorial Peisa. Las ventanas de mi escritorio en mi
cada de San Isidro vibran con los ruidos de los microbuses, bocinas y algunos
gritos. Cerca de mi aún se oyen el
martillo y los taladros de una de las tantas construcciones vecinas. Y sin
embargo, encuentro un silencio hecho de susurros distantes en algunas frases de
la novela: “El sonar de las ruedas de la carreta en las piedras del pavimento
alegra a la fuente de aguas tristes de la pila”. “Y la ciudad es una oleografía
que contemplamos sumida en agua: las
ondas se llevan las cosas y alteran la
disposición de los planos’.
La Casa
de Cartón, que apareció en 1928, es un registro en primera persona de la
conciencia de un narrador adolescente a lo largo de un verano barranquino. Está
hecha de viñetas, retratos, apuntes, monólogos personales. Asistimos a algunos
eventos relacionados cn personajes como Ramón, Catita o Sergio. Pero es
esencialmente un texto íntimo, escrito en retazos, un documento privado a modo
de diario, que como bien a dicho Luis Loayza exhibe personajes que ‘aspiran a
ser pura conciencia: son testigos del
mundo pero se niegan a actuar sobre el para aprovecharlo o transformarlo”.
Martín Adán refleja una ciudad estática,
etérea, un producto de la niebla, el deseo y la imaginación. La realidad es una
percepción. No en balde nombra una de
las calles el ‘Boulevard Proust”. Su prosa fraccionada, hecha de enumeraciones
de elementos disimiles, cargada de una música secreta, nos sigue seduciendo.
Martín
Adán, en realidad Rafael de la Fuente Benavides, era un limen de vocación.
Aunque su familia venia de Pacasmayo, el nace en la calle Apurímac, en pleno
centro de Lima y vive en Barranco, estudia en el Colegio San José de Cluny.
Luego pasa al colegio Alemán, donde tiene como profeso a Luis Alberto Sánchez y
al gramático español Vicente Huidobro, un maestro que inspiró muchas páginas de
la literatura peruana. Sus compañeros allí son Estuardo Núñez, Xavier Abril,
Emilio Adolfo Westphalen entre otros.
Releyéndola,
La Casa de Cartón, nos parece una novela de ideales perdidos, un tema que Adán
iba a explorar en su poesía. En su lenguaje vanguardista hay por momentos algo
de candoroso y hasta infantil (Sánchez dice que su autor la había completado a los catorce años). Uno
de sus bloques se inicia: ‘Lul tenía una batita fresca y dura como una hoja de
col”.
Los
Gallinazos sin Plumas escrita solo unos años más tarde, es un retrato
radicalmente distinto de la ciudad. Otros autores como Congrains, Vargas Llosa
y en tiempos más recientes, Fernando Ampuero, han recogido la radical y violenta
incertidumbre limeña. Hoy en día, en cambio, los narradores más jóvenes no se
molestan en mostrar la ciudad que casi ha desaparecido de la literatura.
Lima
existe pero solo en estas páginas. Allí el placer de esta ciudad sigue
intocable.
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