martes, 7 de julio de 2015

EN QUE PARARON UNAS FIESTAS


Ricardo Palma cuenta que cuando después de sofocar las turbulencias de Laycacota (en el departamento de Puno), colgando de una horca al justicia mayor Salcedo, llego a Potosí el excelentísimo conde de Lemos, fue a visitarlo, aunque no de los primeros, don Antonio López Quiroga, ó Quirós, como lo apellida algún cronista, y sabrá que los historiadores potosinos están conformes en asegurar que la fortuna de este caballero excedía que la fortuna de este caballero excedía de cien millones de pesos.
Al presentarse don Antonio de visita en la casa donde se hospedaba el virrey, no lo hizo con las manos vacias, sino llevando de regalo a su excelencia una copiosa vajilla de plata, que representaba el valor de veinte mil duros.
“ ¡Y que Dios no me depare a mí, pobre tradicionalista  y perseguidor de polilla, un visitante de ese rumbo! ¡Si  cuando yo digo que el cielo comete unas injusticias que claman al cielo!”.
Don Pedro Fernández de Castro, a pesar del olor a santidad en que murió, porque comulgaba los domingos y movía los fuelles del órgano de la iglesia de los Desamparados, cuya fabrica dirigió y costeó, y a pesar de lo mucho que los jesuitas del Perú ensalzaron sus virtudes, era un hombre avaro o que se engolosinaba con la plata.
Trato con exquisita cordialidad  al opulento minero, y no dejó día sin invitarlo a comer, que en la mesa nacen las intimidades, pasando horas y horas departiendo con él con él chachara  de confianza. Pero Quiroga, que era un tanto avisado y socarrón, decía para su capa: “- a que vendrán tantas fiestas?”.
Llego el día en que su excelencia tuvo que emprender viaje de regreso a Lima: y al despedirse  del minero le dio estrechísimo abrazo, diciéndole: - Solo la amistad de Vuesa merced me ha hecho grata la residencia en Potosí, que mi cariño por Vuesa merced es de deudo y no de amigo.
¿Y por donde soy yo pariente de Vuesa esencia? ¿Por Adán o por Eva? ¿Por la sábana de arriba o por la sábana de abajo?, preguntó don Antonio con cierta sonrisita  no exenta de malicia  y picardía.
En la voluntad de Vuesa merced esta nuestro parentesco –contestó el virrey-. Sepa Vuesa merced que la condesa, mi mujer, está en cinta, y que holgaráme en verlo sacar de pila el fruto de bendición.
Sea enhorabuena, que por mí no ha de quedar, y honra recibo en ello. Ya enviaré mis poderes a un amigo íntimo que en Lima tengo.
Y don Antonio López Quiroga añadió para su capa: ¡Bendito sea Dios! ¡ Y para lo que habían  sido tantas fiestas! ¡ Ah mundo, mundillo!.
Ocho días después don Antonio despachaba para Lima un correo con pliegos rotulados a un negro, cocinero de los frailes de San Francisco, quien vestía el hábito de donado y disfrutaba en la ciudad de gran reputación de santo. Como que en la crónica conventual están apuntados muchos de los milagros que hizo.

El tal López Quiroga, que era hombre de arrequives y gallo de mucha estaca, encomendaba al negro cocinero que lo representase como padrino en la ceremonia bautismal y que entregase a la pobre comadre cien mil pesos para pañales o mantillas del mamón.

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