Eran las 9.37 de la noche de un miércoles cualquiera. En el café
Gianfranco, en pleno dentro de Miraflores, los amigos conversan, las familias ríen
y los muchos turistas repasan sus
agendas. Es decir, un calmo escenario
con aire de antiguo y olor a orégano de todos los días, que,
repentinamente, se desfiguró.
“Esto es
un asalto”. En solo dos minutos cinco pistoleros, cubiertos con pasamontañas,
ingresaron al local, pusieron a los comensales contra el piso y concretaron un
robo de miles de soles. Este fue el primer paso.
Luego se
dirigieron al restaurante el 10 en el mismo distrito y repitieron exactamente el mismo procedimiento, tras lo
cual se embarcaron en el 4x4 y huyeron a los disparos seguidos por la policía a
lo largo de seis distritos de la capital. Finalmente, fugaron.
¿Un
cinematográfico hecho aislado? Lamentablemente, no. Según informes policiales,
en la ciudad hemos tenido por lo menos 350 asaltos desde mediados del 2014, es
decir, desde que se desato la epidemia. ¡Casi uno por día! Racha de la que incluso
as zonas más concurridas y seguras no se han librado, como San Isidro, Barranco
y Surco.
La ola
de robos ha alertado también a las delegaciones extranjeras. La Embajada de
Estados Unidos , por ejemplo, comunico a sus ciudadanos por medio de Facebook que el personal de la embajada está prohibido de ir al restaurante
Sophie Bistro, también en Miraflores, por los ‘recientes robos armados” de los que ha sido víctima.
En humor
negro limeño corre apuestas preguntando cuál de los apacibles cafés o
restaurantes favoritos será la próxima víctima. Pero, en realidad, el asunto no
está para bromas. Lima está cogiendo la fisura de las ciudades en las cuales la
escalada de violencia es altamente nociva. Le dicen “las arquitecturas del
miedo”.
Esta se
mide cuantitativamente y se sufre cualitativamente. Días atrás César Peñaranda,
de la Cámara de Comercio de Lima, declaró a “Semana Económica” que la violencia
estaría costando al país un 4,5% de su
PBI. Si bien en este indicador están incluidas 11 variables, la de la seguridad
ciudadana sería una de las más sensibles.
La
arquitectura del miedo tiene un alto precio para las empresas también. Se sabe
que el sector construcción, por ejemplo, este representa entre el 5$ y 10% de
su estructura de costos. En el turismo, la sociedad de Comercio Exterior del
Perú (Cómex) considera que uno de los motivos de la desaceleración de vistas
que hemos afrontado en los últimos anos es, precisamente, la inseguridad (de
17.3%) en 2011 a solo 3.4% en el 2014).
Pero
acaso las más graves consecuencias están en los cambios en el comportamiento y
los patrones de vida que los ciudadanos sufren por la delincuencia desbordada.
Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD),
puntualmente, los peruanos hems dejado de ir a lugaes de recreación en 25.1% en
los últimos 12 meses por la delincuencia y limitado nuestra visita a lugares de
compra en 34.1%.
Nada que
no podamos sopesar con un café recargado de por medio, “no es cierto”.
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