UN PASEO POR EL CAMPO DE SAN FRANCISCO EN OVIEDO AL PARQUE DE LA RESERVA EN LIMA
En estos días de verano, muchas veces el buen tiempo nos invita a pasear, es así que una tarde después de trabajar salí de la oficina y fui caminando con dirección a casa, atravesando el Campo de San Francisco, un parque de 9 hectáreas, situado en el mismo centro de Oviedo, que es el pulmón de la ciudad.
Creo que debemos de hacer un poco de historia del bonito Parque de San Francisco, que es parte de la historia de Oviedo, de este oviedin del alma. Nos cuentan los historiadores que la primera referencia sobre este antiguo bosque se remonta al siglo XIII según la escritura conservada en la Catedral de Oviedo por la que D. Fernán Alonso, canónigo de la Colegiata de San Pedro de Teverga, realiza la donación de una fuente y un prado a la Orden de Frailes Menores de Oviedo. La fundación de un monasterio franciscano en estos terrenos dio origen a un primer núcleo fundacional siendo el conocido Campo el propio huerto de dicho convento. Los frailes de San Francisco de Oviedo realizaron una serie de reformas en el siglo XIV como la canalización de aguas y el establecimiento de caminos de acceso.
Desde el siglo XV la documentación oficial de la ciudad recoge testimonios sobre el Campo de San Francisco como lugar muy frecuentado por las gentes y mejor salida del núcleo urbano. Contaba por entonces con unos límites más amplios extendiéndose sobre las actuales calle Uría, calle Pelayo, plaza de la Escandalera, calle Toreno y adentrándose en los terrenos de Llamaquique. La parcela que limita con la actual calle de Marqués de Santa Cruz no era pública y común pues se correspondía con la huerta del convento franciscano.
Aunque este entorno llamaba al sosiego y la tranquilidad fue utilizado en numerosas ocasiones como sitio de instrucción militar como la realizada por tres mil hombres el 22 de enero de 1590 por el Tercio de 24 Banderas (arcabuceros, mosqueteros, piqueros...), según Tirso de Avilés.
Existió un víacrucis de estaciones de piedra que partía de la iglesia del monasterio hacia la capilla de la Magdalena del Campo vinculado a las celebraciones de la Semana Santa ovetense y restaurado en el siglo XVII.
Tras la desamortización de Mendizábal en 1816 los terrenos citados vinculados a huerto y jardín del convento franciscano pasan a manos del Municipio el cual lo cedió en foro perpetuo a la Universidad en el año 1846 para ser convertido en un jardín botánico y un lago.
A lo largo de la historia, en este espacio se han ido efectuando modificaciones, pero en este siglo XIX quedará delimitado definitivamente en el centro actual de la ciudad por las calles Santa Cruz, Santa Susana, Toreno y Uría, creando un entorno de verdes prados y una importante reserva de árboles sin dejar atrás parte de su condición primigenia al convertirse en parque.
Desde entonces ha sido el corazón de la vida social y el pulmón de la ciudad de Oviedo. El campo cuenta con una gran riqueza botánica con 127 especies diferentes de árboles y arbustos, como: Tilos, Castaños de indias, Arces, Plátanos, Chopos, Fresnos, Encinas, Laureles, Magnolios, Crataegus, Palmaceas, Cedros. y con más de once especies consideradas típicas del paisaje asturiano.
En los últimos quince años (1992-2007) se han realizado una serie de reformas de adecuación que han mejorado este espacio público. La renovación del saneamiento, los juegos infantiles y el alumbrado con farolas de fundición, la pavimentación y peatonalización con hormigón impreso de sus vías, la recuperación de la Rosaleda y la renovación de los bordillos han sido algunas de las actuaciones realizadas.
En el año 1954, cuando por primera vez vinimos a España con mis padres, estuvimos algunos días en Oviedo, parábamos en el Hostal La Paloma, en la calle Argüelles, recuerdo que algunos días paseábamos por el Parque, allí me viene a la memoria con mis pocos años que había una jaula y dos osos Petra y Perico. El parque no era como lo es ahora. Además tengo el vago recuerdo de un Oviedo, oscuro, por la neblina y tal vez por el humo de las chimeneas de las calderas de los antiguos edificios. Esa es la idea que tengo de aquellos años en el que pase algunos días en esta Vetusta ciudad de Clarin.
Al regresar a Oviedo, en el año de 1968, y visitar nuevamente el campo de San Francisco, afloro en mi subconsciente, ese viaje realizado en compañía de mis padres y hermano y los paseos que hicimos al campo en compañía de otros familiares. En 1968 las calles del Campo San Francisco eran de tierra, no había apenas luz, hoy es un entorno seguro en donde a través de sus sendas peatonales y entre sus árboles se guardan los testimonios miles de ovetenses y visitantes, con recuerdos de la jaula donde estaban Petra y Perico dos osos que eran la alegría de los niños por aquellos años. También la venta de los barquillos y los helados, la fotógrafo que seguramente por aquellos años dejo impreso en el papel a muchos ovetenses. Muchas de esas fotografías seguramente hoy se guardan como una reliquia histórica.
Los pavos reales, la fuente del caracol, coronada por un simpático caracol de piedra, canaliza una llegada de agua fresca ligada en el recuerdo a las meriendas infantiles bajo la mirada atenta del quiosco de la Chucha y que hoy en día sigue calmando la sed de sus visitantes.
El estanque de los patos, que desde siempre me llamó la atención, hogar mágico de patos y cisnes, es lugar de visita obligada para el disfrute de los niños. Es un estanque que permite la protección de estos animales junto a la posibilidad de su observación respetando su cuidado entorno. Los pavos reales, se han convertido en un icono del Campo San Francisco, conviviendo con los ovetenses en una natural armonía.
Me viene a la memoria que aquel año de 1968 para las fiestas de San Mateo, -que eran las primeras que yo pasaba en Oviedo- se ponía la Herradura en el centro del parque, lo que a mi me llamo mucho la atención, y más aún cuando un poco más arriba la gente bailaba en la calle. Esto para mí era una cosa muy rara. Yo venía de una gran capital como Lima, donde no se ven estas cosas, es por eso que me parecía muy raro todo esto. Hoy ya lo hemos superado y participamos muy activamente en estos festejos.
Como les cuento, el otro día descubrí en el estanque de los patos, unas tortugas marinas de todos los tamaños, que estaban en el islote tomando el sol, cosa nueva en el campo de San Francisco que vio crecer y jugar a muchos chicos de Oviedo.
Quien no recuerda el Campo San Francisco con sus aguaduchos y las mamas de chachara en el verano y cuidando a sus niños que correteaban por entre las mesas de estos bares de campo. Algunas veces mi mujer y yo llevamos a nuestro hijo a jugar al campo. Recuerdo aquel día en que un pavo real le pico a mi hijo en la cara, todavía después de muchos año tiene una pequeña cicatriz que le recuerda a los pavos reales de Oviedo.
Traigo a relación ahora aquel parque de mi Lima querida, el llamado parque de la Reserva,- muy cerca al Estadio Nacional- donde mis padres de niños nos llevaban a jugar, recuerdo que cierta vez, mi hermano Eloy estaba con la empleada paseando por los distintos caminos del parque de la Reserva, se resbalaron y cayeron al estanque del agua, salieron todos mojados y de frente tuvieron que ir a casa cambierse.
Después cuando fuimos grandes y estudiábamos en la Universidad, cuando teníamos exámenes finales nos íbamos al parque de la Reserva a estudiar, ese estudiar era, creo yo, ir a pasar el rato. Algunas veces nos encontrábamos con la “gila de turno” entonces sí que ya no se hacía nada de nada.
El año pasado después de almuerzo en un restaurante de Lima, un compañero de colegio, me dijo” te voy a llevar al Parque de la Reserva para recordar nuestros tiempos en que íbamos a estudiar para los exámenes finales…” Por aquellos años era muy frecuente que los estudiantes nos fuéramos a los parques a estudiar, cosa de jóvenes, porque allí no estudiábamos y solo íbamos a perder el tiempo. También los universitarios lo hacían, entonces ¿Por qué no lo íbamos a hacer nosotros?.
Al llegar al mismo, ya no me acordaba como era, pero cuál fue mi mayor sorpresa de descubrir que ahora hay más de cien fuentes con grandes chorros de agua. Cada fuente a la cual más bonita. Los arboles muy frondosos si eran los mismos de antaño. Es así que nos pusimos a buscar si existía todavía alguna inscripción nuestra por aquellos árboles. No logramos encontrarlas pero si me lleve una gran alegría porque el Parque de la Reserva se había convertido ahora en un sitio de relax y en unos de los parques más bonitos de todo el mundo por sus muchos chorros y fuentes de agua que hacen el deleite de grandes y chicos.
Vuelvo al Parque de San Francisco de Oviedo para recordar el paseo de los curas, situado junto al Bombé, entre este y la calle Santa Susana, debe su nombre centenario a estar relacionado con ser el lugar preferido por los clérigos para sus paseos al estar ubicado en discreto lugar pero próximo al festivo Bombé del que se escuchaba su música y conciertos. Por allí me cuentan solían pasar los seminaristas en sus ratos de recreo, siempre acompañados de un tutor, seguramente para ahuyentar las malas compañías o los malos espíritus. Después de ese paseo subían al Seminario donde merendaban una onza de chocolate y un pedazo de pan. Otras veces cuando estaba muy bueno iban de excursión a Colloto, muchas veces por el camino les cogía la lluvia y tenían que taparse con lo que fuera, has que llegaban de nuevo al Seminario.
Al realizar este paseo no puedo dejar de mencionar el famoso Escorialin, apodo otorgado por los ovetenses al establecer un paralelismo con el largo tiempo empleado en la construcción del monumental Escorial madrileño. El célebre Escorialin oventense se encuentra frente a la Junta General del Principado, cercano a este lugar se hallaba un crucero de piedra derribado en 1841 con la siguiente inscripción: ¨ A honra y gloria de Dios hicieron esta obra los hermanos de la Orden de nuestro Padre San Francisco. Año 1677 ¨. Ahora es sede de una Oficina Municipal de Turismo del Ayuntamiento de Oviedo.
Los jardines del Campo de San Francisco contaron con la incorporación del Quiosco de la Música. Es una iniciativa con origen en el siglo XIX donde resulta lógico que su autor fuera el arquitecto municipal. Realizado en 1888 por Juan Miguel de la Guardia cumple con los cánones de un zócalo elevado sobre el que nacen unas columnas que soportan la cubierta a la que se añade un elemento que hace referencia a su uso musical, una lira. Es donde normalmente actúa la banda municipal “Ciudad de Oviedo” y otros actos y conciertos de música dentro de la programación cultural de la ciudad de Oviedo.
En el campo existen por sus calles numerosas esculturas de personajes ilustrews de la ciudad, siendo la más representativa la de Leopoldo Alas ¨Clarín¨: inaugurado en 1931este conjunto todo en piedra es obra de Manuel Álvarez Laviada quien diseñó una plazuela con una fuente rodeando la pieza principal, en cuya parte posterior se representa una figura femenina semidesnuda, mientras en el frente se sitúa el busto del escritor Leopoldo Alas ¨Clarín¨, obra de Víctor Hevia. Tras los daños sufridos en la Guerra Civil fue reconstruido sustituyendo la figura esculpida de Manuel Álvarez Laviada por una inscripción.
Hace unos días un compatriota me vino a visitar y me pidió que le explicara un poco como era la ciudad de Oviedo, sus calles y plazas, salimos a caminar y nos paramos delante de el busto del General Sabino Fernández Campo, marqués de Latores, ovetense, nacido en el pueblo de Latores a pocos kilómetros de Oviedo, fue secretario de la Casa Real, le comente que la escultura fue realizada por el escultor Víctor Ochoa (sobrino del Premio Nobel Severo Ochoa). El monumento fue costeado por todos los ovetenses.
Tengo que recordar que cada vez que venía a Oviedo el escritor lenense José Manuel Castañón, gran estudioso del gran poeta peruano César Vallejo, me pedía pasar por el campo para a manera de saludo a “Clarín”, nos hiciéramos una foto. A otros amigos peruanos también les ha llamado la atención las finas y hermosas esculturas de muchas personalidades del mundo ovetense.
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