Cuenta Ricardo Palma, que a principios
de 1788, el virrey Teodoro de Croix unas comunicaciones reservadas de la Corona, en la que le prevenía
pusiese Al país en estado de defensa, por ser probable una ruptura de
relaciones con Inglaterra. Pero a pesar del sigilo con que su excelencia el virrey
quiso tratar el tema, no hubo de ser este tan guardado que no lo apreciasen
algunos del alto comercio, para sacar partido en ñprovecho propio.
Al Año siguiente y después de muchos
meses en que no entrara en el puerto del Callao, ningún llegado desde España,
llego la “Santa Rufina”, fragata que había zarpado del puerto de Cádiz, con un
valioso cargamento que de milagro había escapado de caer en manos de los
cruceros ingleses.
Entre el stocks que traía esa fragata venían
consignadas a Silvestre Amenabar del comercio de la capital, “dos cajones con
doscientas cuarenta pares de medias de mujer de la banda”, pero los empleados
de la aduana, declararon a las mercaderías como contrabando, pues según el
criterio de los funcionarios, no habían sido fabricadas en España.
Sin pérdida de tiempo, Silvestre
Amenabar, formulo reclamación para un
nuevo reconocimiento, para lo cual se nombró a dos notables comerciantes y después
de prestar juramento, examinaron la mercancía (hilo, tejido, marcas y
contramarcas) fallaron contra la opinión de los funcionaros de aduaneros.
El virrey mando depositar dos cajones en la aduana, que lo demás con
una copia del expediente se enviasen muestras a la Península para que Carlos
III emitiera sentencia e igual medida se
adoptó con otros cuatro cajones conteniendo quinientos setenta y seis pares,
consignados a Manuel Zaldivar, almacenero del portal de Escribanos.
Se hicieron muchas gestiones pero su
excelencia cada día estaba más “erre que erre”. Las mujeres limeñas se pusieron
en plena rebelión contra los hombres que eran unos “tetelemenes”, pues se
aguantaban sin hacer revolución contra un gobernante tan poco amable con e sexo débil.
Habías motivo y sobrado, hasta para
ahorcar a el virrey. ¡ Privar a las limeñas de un artículo de primera
necesidad!. Por poco menos se tendría una crisis ministerial!. Pero como Teodoro de Croix, el virrey no era casado ni
mujeriego, apenas entendía de las exigencias femeninas.
Al fin los comerciantes, temiendo que
las limeñas, cansadas de dar la lengua y estallara la guerra, propusieron pagar
como una fianza, diez mil pesos mientras llegaba el fallo del monarca,
propuesta que el virrey acep to. Y terminó un conflicto que de otra manera , no
habrá tenido termino sino en 1790, que fue
cuando volvió la causa resuelta en favor de los comerciantes “de fijo que
estos sujetos fueron agripinos o nacidos
de pies, condición que diz que trae dicha futura”.
Pero verdaderamente los que ganaron, y gordo fueron los
mercaderes. Las medias se vendieron en
una onza de oro y en ocho días estuvo realizado el cargamento. Ea el Club de la Unión
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