miércoles, 20 de mayo de 2015

DE COMO UN PRÍNCIPE FUE ALCALDE EN EL PERÚ

Cuenta Ricardo Palma en sus Tradiciones Peruanas que en el año de 1795, había un grave desacuerdo entre el vigésimo obispo de Trujillo Don Manuel Sobrino y Minaya, y el intendente de esa región don Vicente Gil y Lemus, quien era sobrino del virrey don Francisco Gil de Taboada Lemus Villamarín.
Se da las circunstancias de que el intendente, había autorizado una corrida de toros en un día domingo, “día consagrado al Señor”, pero el obispo veía mucho de irreligiosa esta desobediencia  a lo ordenado por la Santa Iglesia, su ilustrísima sostenía que algunos cristianos olvidarían cumplir el obligado precepto  de oír la santa misa,  por asistir a la profana fiesta y llegar a tiempo para obtener su asiento.
El obispo  Sobrino y Minayo, era muy aficionado a la bronca, y tanto de gorda fue que la armó, por poner en vigencia una ordenanza de Felipe II la cual disponía “que las hembras de enaguas airadas vistieran para no ser confundidas con las honestas damas, de paño pardo de picos, de donde, por si ustedes lo ignoran , les diré que tuvo origen la frase andar de picos pardos”. El intendente sostenía que eso de legislar sobre el vestido y la moda era asunto de sastres y costureras más que de  la autoridad, pues la real ordenanza había caído en desuso y que por fin, antes se pondrá a clavar banderillas y a estoquear un toro bravo, que los dimes y diretes con el sexo que se viste por la cabeza.
Con este tema la ciudad estaba dividida en dos bandos: el que acataba los escrupulos del obispo y el simpatizaba con los vanidades de la autoridad civil.
El obispo había logrado ya que la Santa Inquisición, tuviera ”con ojo” al intendente como sospechoso de la fé, garrotazo         que también alcanzó a su tío el virrey, quien ya figuraba en los registros como lector de libros prohibidos.
Pero el intendente que era muy aficionado a la pluma, y por cada correo  de “Valles” (que asi era llamado al que cada mes llegaba a la capital trayendo la correspondencia  de los valles y pueblos del norte) enviaba una resma de cartas y  memoriales a la Real Audiencia y a su tío el virrey, contra  el obispo de Trujillo. En alguna de esas cartas  acusaba al mitrado de desacato a  su majestad el monarca, porque en el escudo de armas de la ciudad, colocado en el salón principal del seminario , el obispo había suprimido la corona real.
El escudo de armas  de la ciudad de Trujillo fue dado por Carlos V. Constaba de un solo cuartel, en el que con fondo azul, se alzaban dos columnas en plata sosteniendo una corona de oro. “Dos bastos de gules sobre fondo de aguas, en sinople y en el centro de ellos la letra K (inicial de Karolus V) formaban aspas con las columnas. Este escudo mantelado, estaba sobre el pecho de un águila en sable”.   
La Real Audiencia dijo que le era indiferente lidiar los toros en un día festivo o de trabajo, y que opor lo tanto, ni el intendente se había extralimitado, ni el obispo faltado a su deber reclamando contra lo que en conciencia creía infractorío de prescripciones eclesiásticas.
En cuanto a lo de ”picos pardos”, la Audiencia dijo que el obispo hacia bien  en querer que la oveja limpia no se confundiese con la oveja sarnosa; pero que el intendente  había  estado bien declarando que en España e Indias habían caído en desuso el mandato real desde  el Advenimiento del cuarto Felipe al trono español.
En cuanto al escudo la Audiencia  sentencio y culpo al descuido del  pintor, “que la soga rompe siempre por lo más débil: honrado el obispo porque comprobó  haber reprendido oportunamente al “pintamonas”. El i9ntendente se engrandeció  porque acreditó celo y amor a los fueros reales. “Para repartir  con sagacidad dedadas de miel no tenía pareja la Audiencia de Lima.
Como hemos podido comprobar, la Real audiencia, mucho se cuidó de no agraviar a ninguno de los dos contendientes dejando el campo abierto para una posible reconciliación, no por ello cesaron de seguir discutiendo “mátame la yegua, que de matarte he el potro”.
El 1 de enero de 1796, el cabildo debía proceder a la elección de alcalde de la ciudad, cargo honorifico, que se disputaban ese año, el señor Maradiegue y el señor Velezmoro, ambos, acaudalados e hidalgos de sangre azul y vecinos de Trujillo. El intendente Gil  patrocinaba la candidatura del primero y el obispo se declaró partidario del antagonista.
Después de muchas influencias  y de las consabidas intrigas de los partidarios de los unos y los otros, se reunieron los veinticuatro regidores, con derecho a voz y voto, y resulto que sacaron doce cedulas que daban como ganador a Velezmoro, y las otras doce para Maradiegue.
Se volvió a convocar a los veinticuatro  regidores, para una segunda votación al día siguiente, por lo que los partidarios de ambos señores trabajaron con mucho empeño para conseguir el voto que faltaba, pero el resultado fue el mismo.
El 3 de enero se tenía que efectuar la votación decisiva, si el empate seguía, tenia que ser echado a suerte. La ciudad de Trujillo no podía quedarse sin alcalde, que habrían dicho las almas de Francisco Pizarro, fundador de la ciudad y de Diego de Agüero, el primer alcalde.
En la mañana de ese día el obispo tuvo la sospecha, de que uno de los regidores no jugaba limpio, pues,  su hija de espíritu, le aviso bajo secreto de confesión, que a media noche había habido una misteriosa y larga conferencia, intendente y cabildante. E intendente se frotaba las manos con mucho regocijo.
El obispo no se descorazono  por tan poco, y sin pérdida de tiempo convoco a los once regidores de  cuya lealtad se fiaba y les cdijo: “hoy nos parten por la hipotenusac  si nos descuidamos, que el bellaco de don Teodosio  se ha comprometido ha hacernos una perrada”. El obispo lo sabia de muy buena fuente. Pero como ya no podemos ayudar a nuestro protegido, es muy factible que estorbemos el triunfo del adversario. ¿Pero cómo?, preguntaron los cabildantes al obispo.
De una manera muy sencilla, dijo, lanzando a la arena un candidato muy prestigioso que ha de tener bien amarrados “los pantalones”, el regidor que le niegue el voto.
Los partidarios de Velezmoro se quedaron con la boca abierta. Al fin uno de ellos dijo . No encuentro quien puede ser el personaje  de tanta importancia que nos saque de este conflicto. El obispo les dijo, que no se rompieran el coco, pues él ya lo había encontrado. Los regidores le prometieron sus votos, pero antes preguntaron ¿si no es indiscreta la pegunta, puede saberse el nombre  del nuevo alcalde? .
El obispo les dijo que calmaran su impaciencia. Su secretario iría más tarde al Cabildo y lles llevará las cedulas al Cabildo. Mientras tanto tenemos tres horas, por delante que bien aprovechadas, nos darán la victoria. Su carroza aguardaba y se volvía al campo enemigo. Echándoles la bendición, los once cabildantes se retiraron.
A las 2 de la tarde de ese mismo día, y por dieciocho votos, contra seis, fue proclamado alcalde de la ciudad de Trujillo, el excelentísimo señor don Manuel Godoy, príncipe de la Paz, duque de Alcudia, ministro omnipotente de Carlos IV y amante idolatrado de la reina María Luisa, a la cual dicen que con la guitarra en la mano le cantaba con muchísima gracia la siguiente copla: “Benditos  los nueve meses/que estuviste, que estuviste,/ en el vientre de tu madre/para consolar a un triste.
Cierta mañana el monarca español , le pregunto a Manuel ¿cierto es que te han hecho alcalde?. Y tan cierto, le contestó Manuel Godoy, he aceptado el nombramiento con algunas provisiones que quiero que Vuestra Majestad firmara, haciendo buenos y leales vasallos los trujillanos.
Manuel sacó tres pliegos de la cartera el rey le pidió los documentos y sin leer el contenido, puso su firma “yo  el rey”.
Por la primera de estas reales cedulas se acordaban muchas preeminencias al Cabildo y a la ciudad de Trujillo y que el alcalde de segunda nominación desempeñase las funciones que a G9odoy  le correspondían.
En la segunda se” ennoblecía a la ciudad hasta donde ya no era posible, porque se añadían a su escudo de armas tres roeles de oro, en sautor, sobre las columnas de plata. Esto es, metal sobre metal, lo que en heráldica vale tanto o más que ser primo hermano de Dios-Padre”. Es desde esa época en que los trujillanos se jactan y con razón de ser tan nobles como el rey.  La ciudad de Lima, con ser la capital, no luce en su escudo de armas metal sobre metal. Esta honra estaba reservada para Trujillo.
La última, que era pasmosa, establecía que los buques pudieran ir directamente de Cadiz a Huanchaco, lo que importaba poner a Trujillo en una condición superior  a casi todos los pueblos del virreinato. Con esta concesión de prosperidad y riqueza eran consecuencia segura para todos los vecinos.
Al recibirte estas reales cedulas, el obispo Sobrino y Minayo, no pudo sentirse más alagado con su lectura de ellas, “porque acababan de pasar a mejor vida, como dicen los que precian de saberlo”.
Pero veamos cómo es de !ingrata y olvidadiza la Humanidad!. A pesar de tantas gangas y mercedes de tanto calibre. Trujillo fue la primera ciudad del Perú que en el día de los inocentes  (26 de diciembre de 1820) proclamo en el Cabildo la independencia patria, extendiendo y firmando el acta por lo que los vecinos juraban defender “no solo la libertad peruana, sino también la usanza de los caballeros de Santiago Alcántara y Calatrava, la pureza de María Santísima”. Pero parece que alguien advirtió al marqués de Torre Tagle ( que era el verdadero impulsor del pronunciamiento) caer en la cuenta de que era un verdadero inconveniente la mezcolanza de religión y política, y al día siguiente 29 de diciembre, suprimiendo lo relativo a la Madre de Jesús.

Pero dejando de lado las murmuraciones de envidia , nadie le quitará a la ciudad de Trujillo haber tenido por alcalde a un príncipe, ni que en su escudo haya lucido metal sobre metal. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario