domingo, 31 de mayo de 2015

RECUERDOS DE LA ESQUINA DEL POLLÓN

Por aquella época en que estudiaba en la Facultad de Letras de la Universidad de Letras, en la Plaza Francia,  tenía una compañera que vivía en Orantica del mar, después de las clases muchas veces la acompañaba a su casa, y la mayoría de las veces nos poníamos a estudiar para los exámenes. Así nació, luego con el tiempo un verdadero amor por esa chica que vivía en Orrantia.
Hoy la urbanización Orrantia del Mar no solo es conocida porque allí se encuentra la parroquia Medalla Milagrosa, el colegio León Pinelo, el primer local de la panadería San Antonio o por sus elegantes edificios o casonas (como la que hoy alberga a la Embajada rusa, antes propiedad de Anita Fernandini de Naranjo, en la última cuadra de la avenida Salaverry). También se le conoce porque parte de sus manzanas son disputadas por los distritos de Magdalena del Mar y San Isidro. ¿Pero de dónde viene el nombre de la disputada urbanización? La clave, como siempre, nos la da la historia. Sus terrenos también albergaron plantaciones agrícolas desde los tiempos coloniales. Y, durante el siglo XVIII, exactamente en 1748, esta zona fue adquirida por don Juan Domingo de Orrantia y Garay, Caballero de Santiago. Sus padres fueron el bilbaíno Juan Domingo de Orrantia y Garay y de Josefa de Alberro y Ortega, ambos de las Vascongadas. Era un acaudalado comerciante, llegando a ocupar altos cargos eclesiásticos y académicos, supo siendo prior del Tribunal del Consulado de aquel reino. Supo dirigir con mucho acierto todos los negocios que ocurrieron en él. Adquirió las conveniencias necesarias para mantener con lustre y fue el objeto de su primera atención a que sus hijos tuvieran la crianza y educación correspondiente a su nacimiento, para que pudiesen algún día ocuparse útilmente de los servicios del rey y de la patria. A partir de allí, estos terrenos fueron conocidos como el “Fundo Orrantia”.
Al salir de la Facultad, ambos nos íbamos al jirón de la Unión a tomar un helado en el “Cream Rica”, en el “Viena” o en el “Goyescas”, cafés de moda por aquellos años, para luego tomar el ómnibus que nos llevaba por toda la avenida Salaverry, donde desde sus destartaladas ventanas podíamos contemplar las grandes mansiones y los carros  de los ricos que vivían a lo largo de esa avenida, podíamos observar la casa de los Oechsle, los Berkemeyer, la de los Poblete, y al final de la avenida, en la cuadras treinta y seis, la de los Belaunde, y muchos otros, la mayoría empresarios. Al llegar a la última cuadra, nos encontrábamos con un gran parque llamado  la “Pera del amor”, allí había un grifo y un restaurant de pollos llamado “el Pollón” , el que estaba dividido en tres partes, la parte de fuera era una heladería donde se podía llegar con tu carro, en compañía de tus amigos,  y degustar los deliciosos helados o comer un pedazo de pollo a la brasa. En la parte de dentro existía un pequeño comedor y un poco más adentro había una pequeña pista de baile con cuatro mesas. Muchos días después de las clases, solíamos ir hasta allí y  solíamos pedir dos ginebras con naranja y bailar un poco. Los mozos ya nos conocían y no era necesario el pedir las cosas.  Creo que ella me enseñó a bailar, seguramente después de haberla pisado muchas veces, aprendí a bailar, también teníamos largas conversaciones, sobre las clases de la Facultad, que muchas veces eran el refresco de una lección que nos iban a preguntar al día siguiente.
Otras veces en nuestras conversaciones había muchas promesas de amor, las que se fueron enfriando con el transcurso de la vida. Hoy cuando recuerdo todo esto se me viene a la mente muchas cosas muy lindas, que cuando éramos más jóvenes, entonces sí que podíamos darnos el lujo de no pensar en el futuro, sino en lo que estábamos haciendo en esos momentos.

Lindas evocaciones llenas de felicidad que ya no volverán pero siempre estarán presentes en nuestras vidas, por más lejos que nos encontremos.

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