viernes, 15 de mayo de 2015

EL BALNEARIO DE ANCÓN DE ARRIBA Y ABAJO

 El balneario de Ancón recibe hoy a veraneantes de todos los sectores económicos. El antiguo malecón por donde transitaban los apellidos más ilustres hoy es recorrido por vecinos de toda Lima Norte.
El 29 de octubre de 1874, por Decreto Supremo del presidente de la República, Manuel Pardo, se fundó y creó el distrito de Ancón.
Los vecinos de Ancón reclaman que sus arbitrios no se transforman en obras, a pesar de ser elevados.
Contrastes reinan en lo que fue el centro de veraneo más lujoso que tuvo el Perú en los años sesenta. 
Su arquitectura es mudo testigo de tiempos de opulencia.
Al caminar por el malecón de Ancón es imposible no sorprenderse con la arquitectura del lugar. Los altos edificios de departamentos bordean la bahía, la rodean. Pareciera que la protegen de agresores imaginarios, de fantasmas del pasado. A su lado, cual sobrevivientes, quedan algunas inmensas casonas de finales del siglo XIX –los ranchos, como las llaman los lugareños– y los clubes de navegantes (propietarios de embarcaciones de recreación) son muestra clara del lujo que aún persiste en el balneario, pero que desaparece con los años. Hoy las edificaciones permanecen como silenciosos rezagos de otros tiempos.
Mientras recorremos el malecón en una “anconeta” –esa especie de triciclos manejados a pedal que dicen que son las antecesoras de los mototaxis– no podemos evitar mirarlo todo con ojos de extrañeza. Los símbolos se mezclan. El lujo y la pobreza se cruzan a todo momento al parecer sin darse ni cuenta.
La diferencia es abismal y la distancia muy corta. Mientras elegantes señoronas toman el sol en playas cercadas, a escasos metros decenas de pobladores de los asentamientos humanos aledaños juegan con la arena al mismo tiempo que comen un suculento plato de arroz con pollo. Ambos grupos parecen haber llegado a un acuerdo: no verse, pensar que no existen. Sin embargo el tiempo está definiendo un ganador entre ambos.

Hay símbolos que marcan una época. Cuando estos cambian se transforman en leyendas. Viejas historias que hablan de un tiempo que ya no está, que se fue. En Ancón, lo que por años fue el centro de reunión de los jóvenes veraneantes, la heladería D’onofrio, hoy se ha transformado en un centro de expendio de pollo a la brasa. En este local la música chicha y tecno suena a todo volumen por los parlantes, dejándose escuchar por toda la Plaza de Armas. El Kachito –así se llama la pollería – tiene su gente.
Para los antiguos anconeros esto es poco menos que una ofensa al buen gusto, un sacrilegio. Sin embargo, para los nuevos jóvenes que pasan sus días en lo que antes fue el balneario más exclusivo del Perú, es simplemente una parte de la evolución de la ciudad.
Definitivamente Ancón se ha convertido con los años en el reflejo más claro de la mixtura originada por la migración. Una mezcla que ha transformado todo, dejando a la imponente arquitectura y algunos románticos veraneantes de toda la vida como mudos testigos de una época de lujo, opulencia y derroche que ya no es más que un recuerdo.
A pesar de que, en la década de los noventa, la mayor parte de la clase alta limeña decidió mudar sus residencias de verano a las playas del sur de Lima, existe un importante grupo de gente adinerada que decidió mantenerse fiel a Ancón, su playa de toda la vida.
Carlos Bañuelos tiene 16 años y está feliz de pasar sus veranos en el balneario del norte de Lima. Aunque es testigo de cómo la mayoría de sus compañeros de colegio viajan en dirección contraria cada fin de semana él percibe en Ancón un sentimiento distinto. “Las casas de las playas del sur son muy limeñas. En Ancón hay otro ambiente”. Y es que la familia de Carlos es dueña de uno de los ranchos más antiguos, grandes y hermosos de todo el balneario. Aunque su interior ha sido remodelado por la familia recientemente, la decoración conserva el toque clásico que reina en todo Ancón.
Aunque las veraneantes, las señoronas de sociedad, prefieren mantener el anonimato, algunas se animaron a compartir sus opiniones con nosotros. Marita, quien ha pasado más de cuarenta veranos en Ancón, dice que la gente que acude ocasionalmente a la playa los fines de semana debería ser más educada y cuidadosa. “Ensucian las playas. Las invaden. Ni siquiera provoca salir a caminar los domingos por el malecón”, confiesa.

Sin embargo ella afirma que adora la tranquilidad del mar de Ancón. “Aquí podemos tener botes, en las playas del sur el mar es muy movido y no se puede navegar tranquilo”, cuenta, caminando apurada. Su sombrero, sus lentes de sol y su vestido largo no nos dejan verla bien. Sin despedirse se aleja sin responder su apellido. El sol la espera.

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