jueves, 14 de mayo de 2015

LAS GENEALIDADES DE LA PERRICHOLI

La cantatriz María Micaela Villegas y Hurtado de Mendoza, fue una criatura ni tan poética como la retrato José Antonio de Lavalle, en el Correo del Perú, ni tan prosaica como la pintura  su contemporáneo el autor anónimo  del “Drama de las Palanganas”, injurioso opúsculo de 100 páginas, que contra el Virrey Amat  se publicó  en 1776, a poco de dejar el mando y del que existe  un ejemplar  en el tomo XXV de Papeles varios de la Biblioteca  Nacional, Así de  ese opúsculo como de los titulados “Conservata y Narración exégetica”, se declaró, por decreto de 3 de marzo de 1777, prohibida la circulación y lectura, imponiéndose graves penas a los infractores.
No es cierto que María Micaela Villegas y Hurtado de Mendoza,  naciera en Lima. Hija  de pobres y honrados padres, su humilde cuna, en el pueblo de Tomayquichua ( Huánuco), el día 28 de septiembre de 1748. A los cinco años, su madre y ella van a Lima, donde recibe una escasa educación que por aquellos siglos se daba a la mujer.
Estaba dotada de una imaginación ardiente y de fácil memoria, recitaba con infantil gracejo romances caballerescos y escenas cómicas de Alarcón, Lope de Vega  y Moreto, tañía con habilidad el arpa, y cantaba con donaire al compás de la guitarra las tonadillas de moda por aquellas épocas.
Contaba con poco más de veinte años, en los años de 1760 cuando pisó por primera vez el proscenio de Lima, siendo desde esa noche el hechizo del público limeño.
¿Fue loa Perricholi una belleza? No, si por belleza entendemos la regularidad de las facciones y armonía del conjunto pero si la gracia es belleza, indudablemente que Micaela era digna de cautivar a todo hombre de buen gusto.
“De cuerpo pequeño y algo grueso, sus movimientos eran llenos de vivacidad; su rostro oval y de un moreno pálido lucia no pocas “cacarañas” u hoyitos de viruela, que ella disimulaba  diestramente con los  primores del tocador; sus ojos eran pequeños, negros como el “chorolque” y animadísimos;  profusa su cabellera, y sus pies y manos  microscópicos; su nariz nada tenía de bien formada, pues era de las que los criollos llamamos “ñatas”; un lunarcito sobre el labio superior hacia irresistible su boca, que era un poco abultada, en la que ostentaba dientes menudos y con el brillo y limpieza del marfil; cuello bien contorneado, hombros incitantes y seno turgente. Con tal muestra de perfecciones y de incorrecciones podía pasar hoy mismo por bien laminada o buena moza”.  Asi lo relató, hace ya mucho, un imparcial y prosaico anciano que alcanzó a cnocerla en sus verdaderos tiempos de esplendor, relato que dista  no poco del que hizo Lavalle.
El virrey Manuel de Amat y Junyent, acababa de hacerse cargo del Gobierno de nuestra patria en 1762, una noche asistió al teatro y allí conoció a la Villegas, quien era la actriz  más mimada del público, por su juventud y belleza.
Micaela era un fresco pimpollo, y el sexagenario virrey, quien por sus canas, se creía ya asegurado del incendio amoroso, pero cayó en las redes de la huanuqueña, haciendo por ella durante catorce años más calaveradas que un jovenzuelo. La aristocracia limeña que era muy estirada y mojigata comenzó sus murmuraciones.
El virrey se presentaba y paseaba en cualquier lugar con la Villegas, y en una época en que Amat solía ir a pasar el domingo en la casa de su sobrino el coronel Antonio Amat y Rocaberti, se le veía salier el día sábado  de palacio en su dorada carroza que utilizaban los virreyes, llevando a la Perricholi a caballo en la comitiva, vestida a veces de hombre, y otras con “ lujoso faldellín celeste recamado de franjas de oro y sombrerillo de plumas”, era Micaela una muy gentil equitadora.
El virrey Amat no era muy querido en Lima, contribuyo al engrandecimiento de la ciudad. Acaso por esa prevención se exageraron sus pecados, llegando a decir sus contemporáneos hasta inventar  “que si emprendio” la fábrica del Paseo de Aguas, fue solo por halagar a su dama, construyendo una explendida casa vecina a la Alameda de los Descalzos a la vera del río. Se dice que también proyectó la construcción de un puente en la Barranca, en el sitio que hoy ocupa el puente Balta.
Un librejo de esa época, ridiculizando al Virrey Amat en su vida pública y privada, “lo pinta como el más insaciable de los codiciosos y el más cinico defraudador del real tesoro. Dice así: “La renta anual  de Amat como Virrey era de sesenta mil pesos, y más de doce mil por gratificaciones de los ramos de Cruzada, y otros, que en catorce años y nueve meses de gobierno hacen un millón ochenta mil pesos, Calculo también en trescientos mil pesos, más bien más que menos, cada año, lo que sacaría por venta  de los setenta y seis corregimientos, veintiuna oficialías reales y demás innumerables cargos, pues por el más barato recibió en obsequio tres mil duros y empleo hubo por el que guardó veinte mil pesos. De estas   granjerías y de las hostias sin consagrar, no pudo en catorce años, sacar menos de cinco millones, amén de las onzas de oro con que por cuelgas lo agasajaba el Cabildo el día de su santo”.
El mismo escritor dice que Amat anduvo tan riguroso y justiciero con los ladrones Ruda y Pulido, fue porque no quería tener  competidores en el oficio.
El virrey fue odiado Lo odiaron también por haber intentado reducir el área de los monasterios de monjas, vendio los terrenos sobrantes, abrió nuevas calles cortando los conventos que ocupaban más de una manzana; pero fue tal el lío que se armó, que Amat tuvo que desistir de su propósito.
El virrey muy devoto gasto  cien mil pesos en reedificar la torre de Santo Domingo, delineó y pagó de su peculio  el camarín de la Virgen de las Mercedes, hizo el plano de la Iglesia de las Nazarenas y personalmente dirigió el trabajo de los albañiles y los carpinteros.
Como pasó más tarde contra Abascal, cundió contra Amat la calumnia de que faltando a la lealtad jurada al Rey y señor, abrigó el proyecto de independizar el Perú y coronarse como Rey de ese país.
En el año 1773, el empresario del teatro era un actor de apellido Maza, quien tenia contratada, por ciento cincuenta pesos al mes a la Villegas. El sueldo que en esos tiempos, era más pingüe que el que se le podría ofrecer  a las mejores cantatrices.  Pero la Villegas, era la querida de un hombre opulento y muy generoso, no necesitaba  pisar los escenarios; pero como el teatro era su gran deleite y pasión, si hubiera tenido que renunciar a su trabajo, habría renunciado a sus relaciones con él.
Pero parece que el empresario daba cierta preferencia en el reparto de papeles otra actriz, de nombre Inesilla, por lo que Micaela estaba sublevada y de mal humor.
Una noche se representaba en el teatro una obra de Pedro Calderón de la Barca ¡Fuego de Dios en el querer bien! Y se encontraban en el proscenio Maza, que desempeñaba el papel de Galán y en el de dama la Villegas, cuando a la mitad de un parlamento o tirada de versos, murmuró  el galán en voz baja: ¡Más alma, mujer, más alma! Eso la declamaría mejor la Inés.
Dios desencadeno sus grandes irás y la Villegas olvidándose de que estaba en el escenario y olvidándose del respetable, y cogiendo un chicotillo que traía en la mano, cruzo la cara del impertinente.
Cayó el telón, el público se molestó y armó el griterío: “!A la cárcel la cómica, a la cárcel!
El Virrey, que se encontraba en su palco, más colorado que un cangrejo, abandonó todo de un golpe, y la función terminó a capazos.
Ya de noche, cuando la ciudad dormía profundamente, el Virrey cubriéndose con su capa, se dirigió a casa de su amante, y le dijo: “Después del escandalo que has dado, todo ha concluido entre nosotros y debes agradecerme que no te haga mañana salir al tablado a pedir de rodillas perdón al público, ¡Adiós Perri-choli!...”
Sin atender a los lloros ni a los  desvanecimientos, el virrey volteo la espalda y volvió a su palacio, muy resuelto a poner en práctica el sabio consejo de un poeta: “Si se te apaga el cigarro/ no lo vuelvas a encender/ si riñes con una moza/ no la vuelvas a querer.
El virrey hablaba con muy marcado acento catalán, y en sus disputas de amante lanzaba a su concubina un ¡perra-chola!, que al pasar por su boca sin dientes, se convertía en ¡perri-choli!, ese fue el origen de su apodo.
Es una lástima que por aquellas épocas no había periódicos y gacetillas, y como se habrían retozado cronistas y graneleros al poner a sus lectores en autos de la rebujina.
Amata paso varios meses sin ir a visitar a la furiosa actriz, la que tampoco intentaba presentarse en el teatro, quien tenía miedo de la venganza del público.
Pero el tiempo, todo lo calma, gracias a los buenos oficios de un “corredor de oreja”, llamado Pepe Estacio, las cenizas todavía calientes que habían quedado donde fuego ha habido y más  que todo el amor de padre.
Pero no debemos olvidar que los amores de la Perricholi y el virrey habían dado fruto. En el patio de la casa de la Puente-Amaya, se veía a veces a un chiquillo, vestido con mucho esplendor  y llevando en el pecho una “banderita roja, imitando la que usan los caballeros de la real orden de San Jenaro”. Su abuela  desde el balcón solía gritarle: ¡quítate del  sol, niño, que no eras un cualquiera, sino hijo de cabeza grande!.
Al fin, los reñidos amantes se reconciliaron , y si el cronista del librejo conocedor de ciertas interioridades no nos miente, esta se efectuo el 17 de septiembre de 1775. “Yo no sé qué demonios/ los dos tenemos;/mientras más regañamos, más nos queremos…”.
Pero la Perricholi, tenía que reconciliarse con el público, que después de lo sucedido hacía un año y medio antes. El pueblo que fue siempre desmemoriado,  hoy te recibe con palmas y arcos a quien arrojo del solio entre silbidos y poco menos que a “mojicones”.
Los hombres públicos de mi país tienen muchos Domingos de Ramos y muchos Viernes Santos, “en lo cual  aventajan a Cristo.
El empresario Maza, ya se había olvidado de aquel comentado incidente, gracias a los regalos  que le hiciera la huanuqueña ; y el público, como siempre, engatusado  por agentes diestros, estaba muy impacientepara volver a aplaudir a su actriz favorita.
El 4 de noviembre, un mes y medio después de haber hecho las paces los amantes, la Perricholi se presentó nuevamente en la escena, cantando antes de la comedia una tonadilla nueva, “en la que había una copla de satisfacción para el público…”.
Al salir a escena la Perricholi recibió una espléndida ovación de que hasta entonces dieran noticias de fastos de nuestro vetusto gallinero o coliseo.
Agrega el pícaro y sagaz cronista  del libreto, que Micaela Villegas apareció en la escena con mucha timidez; pero el Virrey desde su palco le comunico aliento, “¡Eh! No hay que acholarse, valor y cantar bien.
 A quien no le supo nada bien, la vuelta a escena de Micaela, fue a Inesilla, que durante un año y medio de eclipse a su rival había estado funcionando como primera dama. No quiso ser la segunda de la Villegas y se escapó a Lurín, de donde la trajeron a Lima presa. Ella para salir de la cárcel, dio por finalizado el contrato, y con él su porvenir.

Asi los escritores Lavalle como Radiguet en L’Amérique Espagnole y Merimee en su comedia Le Carrosse du Saint-Sacrement refieren que cuando el rey de Nápoles, quien después fue Carlos III de España, le concedió al virrey Amat la gran orden de San Jenaro (gracia que fue celebrada en Lima con grandes fiestas y se lidiaron  toros en la Plaza Mayor). La Perricholi tuvo la audacia de asistir a ellas en carroza, arrastrada por un doble tiro de mulas, un privilegio especial de los títulos de Castilla. Este incidente sirvió de gran escándalo de la aristocracia de Lima.
Cuando regreso la Perricholi “a su casa, galante de hermosura y gozando el placer que procura la vanidad  satisfecha, se encontró por la calle de San Lázaro con un sacerdote de la parroquia que conducía a píe el sagrado Viático”.  Su corazón se desgarro con su esplendor de cortesana con la pobreza de su orgullo humano con la humildad divina, descendió rápidamente de la carroza e hizo subir al sacerdote que llevaba en sus manos el cuerpo de Cristo.
Acompaño al Santo de los Santos, arrastrando por las calles sus encajes y brocados, y no quiso subir nuevamente a su carruaje “que había sido purificado con la presencia de Dios”, en el acto  le regalo su carroza y tiros, junto a sus lacayos y libreas a la parroquia de San Lázaro.
Lo que relata Lavalle, es cierto, pero hay un detalle. “no fue en los festejos diarios a Amat por haber recibido la bandas y cruz de San Jenaro, sino en la fiesta de la Porciúncula (que se celebraba en la Iglesia de los padres descalzos y a cuya alameda concurría esa tarde, en lujosísimos coches, toda la aristocracia de Lima), cuando la Perricholi  hizo a la parroquia tan valioso obse           quio”.
Dice Ricardo Palma, que en el patio de una casa huerta en la alameda, se enseñaba como una gran curiosidad histórica el carruaje de la Perricholi, que era de forma tosca y que las inclemencias del tiempo “habían convertido en mueble inútil para el servicio de la parroquia”.
El virrey Amat, se retiró para España a la edad de ochenta años, construyendo un Palacio en las Ramblas (Palacio de la Rambla). Contrajo matrimonio (por poder) en Cataluña, con María Francesca de Fiveller i Brou el 3 de junio de 1779.El  14 de febrero de 1782, murió el virrey y dejó a su mujer y a su sobrino, Antonio de Amat y Rocabertí como herederos; la viuda residió en el palacio hasta 1791, por lo cual se lo conoce como el Palacio de la Virreyna..  
 En 1788, Micaela Villegas “La Perricholi”, dejó el teatro para siempre. Vivió con su hijo y recibió del virrey una generosa pensión y varias propiedades. Vistió el hábito de las carmelitas, hizo olvidar los escándalos de su juventud. Su patrimonio los consagro a la ayuda de los desventurados, “cubierta de las bendiciones de los pobres, cuya miseria aliviara con generosa mano”. Murió el 16 de mayo de 1819 en su casa de la Alameda Vieja, “la acompaño el sentimiento unánime y dejó gratos recuerdos al pueblo limeño”. Fue enterrada en la Iglesia de la Recoleta de San Francisco, y la noticia fue registrada por los periódicos de la época.    

   

No hay comentarios:

Publicar un comentario