La cantatriz María Micaela Villegas y Hurtado de Mendoza,
fue una criatura ni tan poética como la retrato José Antonio de Lavalle, en el
Correo del Perú, ni tan prosaica como la pintura su contemporáneo el autor anónimo del “Drama de las Palanganas”, injurioso
opúsculo de 100 páginas, que contra el Virrey Amat se publicó
en 1776, a poco de dejar el mando y del que existe un ejemplar
en el tomo XXV de Papeles varios de la Biblioteca Nacional, Así de ese opúsculo como de los titulados
“Conservata y Narración exégetica”, se declaró, por decreto de 3 de marzo de
1777, prohibida la circulación y lectura, imponiéndose graves penas a los
infractores.
No es cierto que María Micaela Villegas y Hurtado de
Mendoza, naciera en Lima. Hija de pobres y honrados padres, su humilde cuna,
en el pueblo de Tomayquichua ( Huánuco), el día 28 de septiembre de 1748. A los
cinco años, su madre y ella van a Lima, donde recibe una escasa educación que
por aquellos siglos se daba a la mujer.
Estaba dotada de una imaginación ardiente y de fácil
memoria, recitaba con infantil gracejo romances caballerescos y escenas cómicas
de Alarcón, Lope de Vega y Moreto, tañía
con habilidad el arpa, y cantaba con donaire al compás de la guitarra las
tonadillas de moda por aquellas épocas.
Contaba con poco más de veinte años, en los años de
1760 cuando pisó por primera vez el proscenio de Lima, siendo desde esa noche
el hechizo del público limeño.
¿Fue loa Perricholi una belleza? No, si por belleza
entendemos la regularidad de las facciones y armonía del conjunto pero si la
gracia es belleza, indudablemente que Micaela era digna de cautivar a todo
hombre de buen gusto.
“De cuerpo pequeño y algo grueso, sus movimientos
eran llenos de vivacidad; su rostro oval y de un moreno pálido lucia no pocas
“cacarañas” u hoyitos de viruela, que ella disimulaba diestramente con los primores del tocador; sus ojos eran pequeños,
negros como el “chorolque” y animadísimos;
profusa su cabellera, y sus pies y manos
microscópicos; su nariz nada tenía de bien formada, pues era de las que
los criollos llamamos “ñatas”; un lunarcito sobre el labio superior hacia
irresistible su boca, que era un poco abultada, en la que ostentaba dientes
menudos y con el brillo y limpieza del marfil; cuello bien contorneado, hombros
incitantes y seno turgente. Con tal muestra de perfecciones y de incorrecciones
podía pasar hoy mismo por bien laminada o buena moza”. Asi lo relató, hace ya mucho, un imparcial y
prosaico anciano que alcanzó a cnocerla en sus verdaderos tiempos de esplendor,
relato que dista no poco del que hizo
Lavalle.
El virrey Manuel de Amat y Junyent, acababa de
hacerse cargo del Gobierno de nuestra patria en 1762, una noche asistió al
teatro y allí conoció a la Villegas, quien era la actriz más mimada del público, por su juventud y
belleza.
Micaela era un fresco pimpollo, y el sexagenario
virrey, quien por sus canas, se creía ya asegurado del incendio amoroso, pero
cayó en las redes de la huanuqueña, haciendo por ella durante catorce años más
calaveradas que un jovenzuelo. La aristocracia limeña que era muy estirada y mojigata
comenzó sus murmuraciones.
El virrey se presentaba y paseaba en cualquier lugar
con la Villegas, y en una época en que Amat solía ir a pasar el domingo en la
casa de su sobrino el coronel Antonio Amat y Rocaberti, se le veía salier el
día sábado de palacio en su dorada
carroza que utilizaban los virreyes, llevando a la Perricholi a caballo en la
comitiva, vestida a veces de hombre, y otras con “ lujoso faldellín celeste
recamado de franjas de oro y sombrerillo de plumas”, era Micaela una muy gentil
equitadora.
El virrey Amat no era muy querido en Lima,
contribuyo al engrandecimiento de la ciudad. Acaso por esa prevención se
exageraron sus pecados, llegando a decir sus contemporáneos hasta inventar “que si emprendio” la fábrica del Paseo de
Aguas, fue solo por halagar a su dama, construyendo una explendida casa vecina
a la Alameda de los Descalzos a la vera del río. Se dice que también proyectó
la construcción de un puente en la Barranca, en el sitio que hoy ocupa el
puente Balta.
Un librejo de esa época, ridiculizando al Virrey
Amat en su vida pública y privada, “lo pinta como el más insaciable de los
codiciosos y el más cinico defraudador del real tesoro. Dice así: “La renta
anual de Amat como Virrey era de sesenta
mil pesos, y más de doce mil por gratificaciones de los ramos de Cruzada, y
otros, que en catorce años y nueve meses de gobierno hacen un millón ochenta
mil pesos, Calculo también en trescientos mil pesos, más bien más que menos,
cada año, lo que sacaría por venta de
los setenta y seis corregimientos, veintiuna oficialías reales y demás innumerables
cargos, pues por el más barato recibió en obsequio tres mil duros y empleo hubo
por el que guardó veinte mil pesos. De estas
granjerías y de las hostias sin consagrar, no pudo en catorce años,
sacar menos de cinco millones, amén de las onzas de oro con que por cuelgas lo
agasajaba el Cabildo el día de su santo”.
El mismo escritor dice que Amat anduvo tan riguroso
y justiciero con los ladrones Ruda y Pulido, fue porque no quería tener competidores en el oficio.
El virrey fue odiado Lo odiaron también por haber
intentado reducir el área de los monasterios de monjas, vendio los terrenos
sobrantes, abrió nuevas calles cortando los conventos que ocupaban más de una
manzana; pero fue tal el lío que se armó, que Amat tuvo que desistir de su propósito.
El virrey muy devoto gasto cien mil pesos en reedificar la torre de
Santo Domingo, delineó y pagó de su peculio el camarín de la Virgen de las Mercedes, hizo
el plano de la Iglesia de las Nazarenas y personalmente dirigió el trabajo de
los albañiles y los carpinteros.
Como pasó más tarde contra Abascal, cundió contra
Amat la calumnia de que faltando a la lealtad jurada al Rey y señor, abrigó el
proyecto de independizar el Perú y coronarse como Rey de ese país.
En el año 1773, el empresario del teatro era un
actor de apellido Maza, quien tenia contratada, por ciento cincuenta pesos al
mes a la Villegas. El sueldo que en esos tiempos, era más pingüe que el que se
le podría ofrecer a las mejores cantatrices.
Pero la Villegas, era la querida de un
hombre opulento y muy generoso, no necesitaba
pisar los escenarios; pero como el teatro era su gran deleite y pasión,
si hubiera tenido que renunciar a su trabajo, habría renunciado a sus relaciones
con él.
Pero parece que el empresario daba cierta preferencia
en el reparto de papeles otra actriz, de nombre Inesilla, por lo que Micaela
estaba sublevada y de mal humor.
Una noche se representaba en el teatro una obra de
Pedro Calderón de la Barca ¡Fuego de Dios en el querer bien! Y se encontraban
en el proscenio Maza, que desempeñaba el papel de Galán y en el de dama la
Villegas, cuando a la mitad de un parlamento o tirada de versos, murmuró el galán en voz baja: ¡Más alma, mujer, más
alma! Eso la declamaría mejor la Inés.
Dios desencadeno sus grandes irás y la Villegas olvidándose
de que estaba en el escenario y olvidándose del respetable, y cogiendo un
chicotillo que traía en la mano, cruzo la cara del impertinente.
Cayó el telón, el público se molestó y armó el griterío:
“!A la cárcel la cómica, a la cárcel!
El Virrey, que se encontraba en su palco, más
colorado que un cangrejo, abandonó todo de un golpe, y la función terminó a
capazos.
Ya de noche, cuando la ciudad dormía profundamente,
el Virrey cubriéndose con su capa, se dirigió a casa de su amante, y le dijo: “Después
del escandalo que has dado, todo ha concluido entre nosotros y debes agradecerme
que no te haga mañana salir al tablado a pedir de rodillas perdón al público, ¡Adiós
Perri-choli!...”
Sin atender a los lloros ni a los desvanecimientos, el virrey volteo la espalda
y volvió a su palacio, muy resuelto a poner en práctica el sabio consejo de un
poeta: “Si se te apaga el cigarro/ no lo vuelvas a encender/ si riñes con una
moza/ no la vuelvas a querer.
El virrey hablaba con muy marcado acento catalán, y
en sus disputas de amante lanzaba a su concubina un ¡perra-chola!, que al pasar
por su boca sin dientes, se convertía en ¡perri-choli!, ese fue el origen de su
apodo.
Es una lástima que por aquellas épocas no había periódicos
y gacetillas, y como se habrían retozado cronistas y graneleros al poner a sus
lectores en autos de la rebujina.
Amata paso varios meses sin ir a visitar a la furiosa
actriz, la que tampoco intentaba presentarse en el teatro, quien tenía miedo de
la venganza del público.
Pero el tiempo, todo lo calma, gracias a los buenos
oficios de un “corredor de oreja”, llamado Pepe Estacio, las cenizas todavía calientes
que habían quedado donde fuego ha habido y más
que todo el amor de padre.
Pero no debemos olvidar que los amores de la
Perricholi y el virrey habían dado fruto. En el patio de la casa de la
Puente-Amaya, se veía a veces a un chiquillo, vestido con mucho esplendor y llevando en el pecho una “banderita roja,
imitando la que usan los caballeros de la real orden de San Jenaro”. Su
abuela desde el balcón solía gritarle: ¡quítate
del sol, niño, que no eras un
cualquiera, sino hijo de cabeza grande!.
Al fin, los reñidos amantes se reconciliaron , y si
el cronista del librejo conocedor de ciertas interioridades no nos miente, esta
se efectuo el 17 de septiembre de 1775. “Yo no sé qué demonios/ los dos tenemos;/mientras
más regañamos, más nos queremos…”.
Pero la Perricholi, tenía que reconciliarse con el
público, que después de lo sucedido hacía un año y medio antes. El pueblo que
fue siempre desmemoriado, hoy te recibe
con palmas y arcos a quien arrojo del solio entre silbidos y poco menos que a “mojicones”.
Los hombres públicos de mi país tienen muchos
Domingos de Ramos y muchos Viernes Santos, “en lo cual aventajan a Cristo.
El empresario Maza, ya se había olvidado de aquel
comentado incidente, gracias a los regalos
que le hiciera la huanuqueña ; y el público, como siempre, engatusado por agentes diestros, estaba muy
impacientepara volver a aplaudir a su actriz favorita.
El 4 de noviembre, un mes y medio después de haber hecho
las paces los amantes, la Perricholi se presentó nuevamente en la escena,
cantando antes de la comedia una tonadilla nueva, “en la que había una copla de
satisfacción para el público…”.
Al salir a escena la Perricholi recibió una espléndida
ovación de que hasta entonces dieran noticias de fastos de nuestro vetusto
gallinero o coliseo.
Agrega el pícaro y sagaz cronista del libreto, que Micaela Villegas apareció en
la escena con mucha timidez; pero el Virrey desde su palco le comunico aliento,
“¡Eh! No hay que acholarse, valor y cantar bien.
A quien no le
supo nada bien, la vuelta a escena de Micaela, fue a Inesilla, que durante un
año y medio de eclipse a su rival había estado funcionando como primera dama.
No quiso ser la segunda de la Villegas y se escapó a Lurín, de donde la
trajeron a Lima presa. Ella para salir de la cárcel, dio por finalizado el
contrato, y con él su porvenir.
Asi los escritores Lavalle como Radiguet en L’Amérique
Espagnole y Merimee en su comedia Le Carrosse du Saint-Sacrement refieren que
cuando el rey de Nápoles, quien después fue Carlos III de España, le concedió
al virrey Amat la gran orden de San Jenaro (gracia que fue celebrada en Lima
con grandes fiestas y se lidiaron toros
en la Plaza Mayor). La Perricholi tuvo la audacia de asistir a ellas en carroza,
arrastrada por un doble tiro de mulas, un privilegio especial de los títulos de
Castilla. Este incidente sirvió de gran escándalo de la aristocracia de Lima.
Cuando regreso la Perricholi “a su casa, galante de
hermosura y gozando el placer que procura la vanidad satisfecha, se encontró por la calle de San Lázaro con un sacerdote de la parroquia que conducía a píe el sagrado Viático”. Su corazón se desgarro con su esplendor de
cortesana con la pobreza de su orgullo humano con la humildad divina, descendió
rápidamente de la carroza e hizo subir al sacerdote que llevaba en sus manos el
cuerpo de Cristo.
Acompaño al Santo de los Santos, arrastrando por las
calles sus encajes y brocados, y no quiso subir nuevamente a su carruaje “que
había sido purificado con la presencia de Dios”, en el acto le regalo su carroza y tiros, junto a sus
lacayos y libreas a la parroquia de San Lázaro.
Lo que relata Lavalle, es cierto, pero hay un detalle.
“no fue en los festejos diarios a Amat por haber recibido la bandas y cruz de
San Jenaro, sino en la fiesta de la Porciúncula (que se celebraba en la Iglesia
de los padres descalzos y a cuya alameda concurría esa tarde, en lujosísimos coches,
toda la aristocracia de Lima), cuando la Perricholi hizo a la parroquia tan valioso obse quio”.
Dice Ricardo Palma, que en el patio de una casa
huerta en la alameda, se enseñaba como una gran curiosidad histórica el
carruaje de la Perricholi, que era de forma tosca y que las inclemencias del
tiempo “habían convertido en mueble inútil para el servicio de la parroquia”.
El virrey Amat, se retiró para España a la edad de
ochenta años, construyendo un Palacio en las Ramblas (Palacio de la Rambla). Contrajo
matrimonio (por poder) en Cataluña, con María Francesca de Fiveller i Brou el 3
de junio de 1779.El 14 de febrero de 1782, murió el virrey y dejó
a su mujer y a su sobrino, Antonio de Amat y Rocabertí como herederos; la viuda
residió en el palacio hasta 1791, por lo cual se lo conoce como el Palacio de la Virreyna..
En 1788, Micaela
Villegas “La Perricholi”, dejó el teatro para siempre. Vivió con su hijo y recibió
del virrey una generosa pensión y varias propiedades. Vistió el hábito de las
carmelitas, hizo olvidar los escándalos de su juventud. Su patrimonio los
consagro a la ayuda de los desventurados, “cubierta de las bendiciones de los
pobres, cuya miseria aliviara con generosa mano”. Murió el 16 de mayo de 1819 en
su casa de la Alameda Vieja, “la acompaño el sentimiento unánime y dejó gratos
recuerdos al pueblo limeño”. Fue enterrada en la Iglesia de la Recoleta de San
Francisco, y la noticia fue registrada por los periódicos de la época.
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