Allá por los años de 1810 en Lima existía una
academia de música en los conventos de los dominicos y de los agustinos. La
academia de música estaba dirigida por Cipriano
Aguilar y fray Pascual Nieves, un buen tenor y organista. En su época
había sido la gran reputación artística de los “peluleros” quienes se sentían
muy orgullosos.
El primer alumno de la Academia era un muchacho, de
doce años, nacido en Lima en 1798, se llamaba José Bernardo Alcedo, hijo del médico cirujano José Isidro Alcedo y la mulata
libre Rosa Retuerto. En 1807, vistió el hábito de hermano dominico y asumió la enseñanza de los
niños coristas del Convento de Santo
Domingo.
A los dieciocho años de edad, Alcedo ya había
compuesto algunos motetes, y la Misa
en Re Mayor Él era un apasionado de Haydn y de Mozart y una misa en
re mayor sirvieron de base a su reputación como músico.
Jurada la independencia del Perú en 1821, don José
de San Martín expidió un decreto
convocando un concurso o certamen musical. La composición que se
declarase digna de ser adoptada por himno
nacional de la Republica.
Seis
fueron los autores que entraron en el concurso. El día prefijado fueron
examinados todas las composiciones y ejecutadas en el orden siguiente:
1º
La del músico mayor del batallón
Numancia.
2º
La del mestro Huapaya
3º
La del maestro Tena
4º
La del maestro Filomeno
5º
La del padre fray Ceferino Aguilar, maestro de capilla de los agustinianos
6º
La del maestro Alcedo
Apenas
terminaba la ejecución de la última
ejecución, el general José de San Martín poniéndose de pie exclamó: ¡He aquí el
himno Nacional del Perú!.
Al
día siguiente un decreto así lo confirmaba, esta opinión expresada por el
gobernante en un arranque de entusiasmo.
La
noche del 24 de septiembre, el himno fue estrenado. El mismo día en que se
celebraba la capitulación de las
fortalezas del Callao, ajustada por el general
La Mar. Ese día, Rosa Merino, la
cantatriz de moda por aquel entonces, cantó las estrofas en medio de
interminables y largos aplausos.
“La
ovación de que, en esa noche, fue objeto el humilde maestro Alcedo fue
indescriptible”.
Por este tiempo también compuso una famosa canción popular titulada “La chicha”.
Eran
mejores versos que los de José de la Torre Ugarte, merecía el magistral y solemne himno de Alcedo. Las estrofas,
inspiradas en el patrioterismo que por esos días dominaba, son pobres como pensamiento y desdichadas en cuanto a
corrección de formas. Hay en ellas mucho de fanfarronería portuguesa y poco de
la altives republicana. No debemos consentir jamás que la letra de la canción
nacional se altere o cambie. “Debemos tomarla como una sagrada reliquia, que
nos dejaron nuestros padres, los que con su sangre fecundaron la libertad y la República”.
No
tenemos derecho que sería una sacrílega
profanación, ni corregir una silaba de las estrofas “en las que se siente a
vecdes palpitar el varonil espíritu de nuestros mayores”.
Seguidamente
al ver el éxito del maestro Alcedo, todos los cuerpos del Ejército,
solicitaron del protector les destinase al autor del himno nacional,
como músico mayor, y en la clase de subteniente, pero Alcedo eligió al batallón número 4 de Chile, en el que concurrió
a las batallas de Torata y Moquegua.
Cuando
en 1823 se dispuso que el batallón regresase a Chile, el maestro Alcedo paso a
Santiago, separándose al poco tiempo.
Entre
los monjes franciscanos, dominicanos y agustinos comprometieron al músico para
que les diese lecciones a la vez que el gobierno chileno lo contrató como
director de las bandas militares.
Alcedo
pasó cuarenta años en la capital chilena. En sus últimos veinte años maestro de capilla en la catedral hasta 1864, en que el gobierno del Perú lo
mandó llamar para confiarle la dirección
y organización del Conservatorio
Nacional de Música de Lima, que no llegío a establecerse por la inestabilidad
de nuestros políticos de aquel entonces. Alcedo, sin embargo disfrutó mucho hasta su muerte en 1879 como director general de las bandas militares. Su sueldo era de
doscientos soles al mes.
El
maestro Alcedo, sobretodo compuso música sagrada y patrióticas, entre las que destacan la Canción a la batalla de
Ayacucho y el dos de Mayo, también preparó pasodobles, boleros, valses y
canciones los que forman su gran repertorio.
Fue
también escritor, y prueba de ellos, señalamos su libro “Filosofía de la Música”,
impreso en Lima en 1869.
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