viernes, 29 de mayo de 2015

EL INCA BOHORQUES

Allá por el siglo XVII tuvimos en América un aventurero francés que se proclamó rey de la Araucania, y también a mediados de ese mismo siglo, hubo otro europeo que bajo el nombre de Inca Hualpa, decía descendiente en línea recta de Huáscar y Atahualpa. Así Aurelio I, como nuestro inca apócrifo, encontraron partidarios fieles entre los indios y pusieron en graves aprietos a los gobiernos.
Son muy pocos los datos que sobre el aventurero de ese siglo nos han podido suministrar los escritores de aquel tiempo, apenas alguno de ellos da la noticia de su trágico fin.
Cuenta don Ricardo Palma, que por aquellos años de 1655 en Potosí, antiguamente conocida como la Villa Imperial de Potosí― ciudad del sur de Bolivia, capital del departamento del mismo nombre . Se extiende a las faldas de una legendaria montaña llamada Sumaj Orcko (en quechua “Cerro Rico”), en la cual se situó la mina de plata más grande del mundo desde mediados del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII, .que era a la sazón el emporio de la riqueza, se presentó Pedro de Bohorques, natural de Granada, un hombre astuto y emprendedor como su tocayo Francisco Clavijo de Bohorques, que quince años antes apareció en Lima, diciendo que había descubierto un país llamado Enim, donde el piso y las casas eran de oro;  las paredes de plata, y los muebles incrustados de piedras preciosas ¡Bonito país!.
El escritor argentino Lucio V. López, que hace de los Bohorques una sola persona, este don Francisco, era un embaucador de hombres y también de mujeres, con que su “marrullería” en el hablar y la gentileza de su persona  le conquistaron importantes fortunas. Era un injerto de “Cagliostro, Mesmer y Casanova. Era un mentiroso, hasta por los codos, “y como era el único que n aquel tiempo de la pajuela tenía fosforo en la imaginación, contaba con las enormes tragaderas de la naciente sociedad peruana para echar a rodar cada bola como un templo”. Era además, un brujo porque cuando le convenía, para entretenerse con las chicas, hacia dormir a las abuelas, madres, tías, con un par de puñados de aire que les echaba en la cara; solía anunciar temblores y la llegada de los galeones;  desaparecía  las piochas (adornos que las mujeres llevaban en la cabeza), del peinado de las damas; tragaba agujas, partía naranjas, que en lugar de semillas, escondían anillos; le sacaba al virrey las onzas del “chupetín”, o le extraía al alcalde de su nariz un par de huevos de gallina.
Para acometer la conquista del país Enim, logró en 1643, enrolar hasta  treinta españoles, azuzados por los vicios  y por la codicia y con ellos emprendió viaje  por la ruta de Tarma y Jauja. Pero tales fueron los escándalos, abusos, embaucamientos y extorsiones, que él y sus compañeros cometieron en los primeras cincuenta leguas de camino, que la inquisición por un lado y la Audiencia por otro mandaron apresarlo. Clavijo Bohorques fue llevado a Lima, donde se le enjuicio por ladrón, falsificador, embustero, sospechoso en materia de fe, Se dijo que había venido a las Indias, para deshonra de los andaluces. Se le desterró al presidio de Valdivia  y salio bien librado.
En cuanto a Pedro Bohorques, quien había vivido por un tiempo de dos años en Potosí, paso en 1657 a Salta y Tucumán, donde engaño a  los indios cachalquíes y las otras tribus, que lo paseaban en andas, con una escolta de ocho mil hombres que lo reconocían como hijo legitimo del Sol o Inca del Perú con el nombre de Huallpa.
Bohorquez se puso en relación los los jesuitas, que se encontraban por esas regiones catequizando a los indios y también haciendo su agosto. En un pricipio estuvieron de acuerdo en buena inteligencia, al poco tiempo vino el rompimiento, y Bohorques expreso su resolución  de ahorcar jesuitas, dándoles un plazo de tres días  si no se iban de los territorios sujetos a su imperial dominio.
Alarmados el Virrey, el gobernador de Tucumán  y la Audiencia de Chuquisaca por los acontecimientos que estaba armando el seudo inca Huallpa, despacharon contra los cachalquíes, una expedición, compuesta de sesenta arcabuceros, cuarenta jinetes,  cien infantes y dos cañoncitos pedreros, Hubo muchas escaramuzas , con éxito variado, corrió poca sangre, porque el Gobierno quiso entes de arriesgar una gran batalla, quiso parlamentar con Bohorques, fiando acaso más en los recursos de la diplomacia y de la intriga que en el poder de las armas. Después de las negociaciones, Pedro Bohorques se avino a volver a la civilización, dejando abandonados a sus vasallos, bajo el compromiso de residir en Lima, donde el Gobierno le asigno una mantención y se le dio el grado de Capitán.
A los pocos años de residir en Lima las autoridades buscaron un pretexto para romper el compromiso, o que en realidad  se hubiera vuelto a despertar la ambición  en Bohorques, “lo positivo es que una noche dio con su humanidad con la cartel de corte”. Se dijo que había llegado un chasqui de Chuquiavo con pliegos, en los cuales se decía que los calchaquíes se estaban alistando para un nuevo alzamiento que sería en todo el Perú, y que Bohorques estaba en contacto con varios caciques de los pueblos vecinos a la capital del virreinato. La Real Audiencia, no dudo antes de averiguar si todo esto era cierto, resolvió cortar por lo sano, haciendo desaparecer el pretexto por aquello que “muerto el perro se acabó la rabia”. Suprimiendo al Inca se mataba la revolución.
Como dijo el escritor argentino Lucio V. López  “Bohorquez, tuvo pues que entregar el rosquete al diablo”.

En 1667 fue ajusticiado con la pena del garrote en la plaza de Lima, y su cabeza estuvo por un año aireándose en el arco del Puente, con los otros caciques considerados los cómplices  de la rebelión.    

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