Allá por el
siglo XVII tuvimos en América un aventurero francés que se proclamó rey de la
Araucania, y también a mediados de ese mismo siglo, hubo otro europeo que bajo
el nombre de Inca Hualpa, decía descendiente en línea recta de Huáscar y
Atahualpa. Así Aurelio I, como nuestro inca apócrifo, encontraron partidarios
fieles entre los indios y pusieron en graves aprietos a los gobiernos.
Son muy
pocos los datos que sobre el aventurero de ese siglo nos han podido suministrar
los escritores de aquel tiempo, apenas alguno de ellos da la noticia de su
trágico fin.
Cuenta don
Ricardo Palma, que por aquellos años de 1655 en Potosí, antiguamente conocida como la Villa Imperial de Potosí― ciudad del sur de Bolivia, capital del departamento del mismo
nombre . Se extiende a las faldas de una legendaria montaña llamada
Sumaj Orcko (en quechua “Cerro Rico”),
en la cual se situó la mina de plata más grande del mundo desde mediados del siglo XVI hasta mediados del
siglo XVII, .que era a la sazón el emporio de la riqueza, se
presentó Pedro de Bohorques, natural de Granada, un hombre astuto y emprendedor
como su tocayo Francisco Clavijo de Bohorques, que quince años antes apareció
en Lima, diciendo que había descubierto un país llamado Enim, donde el piso y
las casas eran de oro; las paredes de
plata, y los muebles incrustados de piedras preciosas ¡Bonito país!.
El escritor argentino Lucio V. López, que hace de
los Bohorques una sola persona, este don Francisco, era un embaucador de
hombres y también de mujeres, con que su “marrullería” en el hablar y la
gentileza de su persona le conquistaron importantes
fortunas. Era un injerto de “Cagliostro, Mesmer y Casanova. Era un mentiroso,
hasta por los codos, “y como era el único que n aquel tiempo de la pajuela
tenía fosforo en la imaginación, contaba con las enormes tragaderas de la
naciente sociedad peruana para echar a rodar cada bola como un templo”. Era
además, un brujo porque cuando le convenía, para entretenerse con las chicas,
hacia dormir a las abuelas, madres, tías, con un par de puñados de aire que les
echaba en la cara; solía anunciar temblores y la llegada de los galeones; desaparecía las piochas (adornos que las mujeres llevaban en
la cabeza), del peinado de las damas; tragaba agujas, partía naranjas, que en
lugar de semillas, escondían anillos; le sacaba al virrey las onzas del “chupetín”,
o le extraía al alcalde de su nariz un par de huevos de gallina.
Para acometer la conquista del país Enim, logró en
1643, enrolar hasta treinta españoles,
azuzados por los vicios y por la codicia
y con ellos emprendió viaje por la ruta
de Tarma y Jauja. Pero tales fueron los escándalos, abusos, embaucamientos y
extorsiones, que él y sus compañeros cometieron en los primeras cincuenta
leguas de camino, que la inquisición por un lado y la Audiencia por otro
mandaron apresarlo. Clavijo Bohorques fue llevado a Lima, donde se le enjuicio por
ladrón, falsificador, embustero, sospechoso en materia de fe, Se dijo que había
venido a las Indias, para deshonra de los andaluces. Se le desterró al presidio
de Valdivia y salio bien librado.
En cuanto a Pedro Bohorques, quien había vivido por
un tiempo de dos años en Potosí, paso en 1657 a Salta y Tucumán, donde engaño
a los indios cachalquíes y las otras
tribus, que lo paseaban en andas, con una escolta de ocho mil hombres que lo reconocían
como hijo legitimo del Sol o Inca del Perú con el nombre de Huallpa.
Bohorquez se puso en relación los los jesuitas, que
se encontraban por esas regiones catequizando a los indios y también haciendo
su agosto. En un pricipio estuvieron de acuerdo en buena inteligencia, al poco
tiempo vino el rompimiento, y Bohorques expreso su resolución de ahorcar jesuitas, dándoles un plazo de tres
días si no se iban de los territorios
sujetos a su imperial dominio.
Alarmados el Virrey, el gobernador de Tucumán y la Audiencia de Chuquisaca por los
acontecimientos que estaba armando el seudo inca Huallpa, despacharon contra
los cachalquíes, una expedición, compuesta de sesenta arcabuceros, cuarenta
jinetes, cien infantes y dos cañoncitos
pedreros, Hubo muchas escaramuzas , con éxito variado, corrió poca sangre,
porque el Gobierno quiso entes de arriesgar una gran batalla, quiso parlamentar
con Bohorques, fiando acaso más en los recursos de la diplomacia y de la
intriga que en el poder de las armas. Después de las negociaciones, Pedro
Bohorques se avino a volver a la civilización, dejando abandonados a sus
vasallos, bajo el compromiso de residir en Lima, donde el Gobierno le asigno una
mantención y se le dio el grado de Capitán.
A los pocos años de residir en Lima las autoridades
buscaron un pretexto para romper el compromiso, o que en realidad se hubiera vuelto a despertar la
ambición en Bohorques, “lo positivo es
que una noche dio con su humanidad con la cartel de corte”. Se dijo que había
llegado un chasqui de Chuquiavo con pliegos, en los cuales se decía que los calchaquíes
se estaban alistando para un nuevo alzamiento que sería en todo el Perú, y que
Bohorques estaba en contacto con varios caciques de los pueblos vecinos a la
capital del virreinato. La Real Audiencia, no dudo antes de averiguar si todo
esto era cierto, resolvió cortar por lo sano, haciendo desaparecer el pretexto
por aquello que “muerto el perro se acabó la rabia”. Suprimiendo al Inca se
mataba la revolución.
Como dijo el escritor argentino Lucio V. López “Bohorquez, tuvo pues que entregar el rosquete
al diablo”.
En 1667 fue ajusticiado con la pena del garrote en
la plaza de Lima, y su cabeza estuvo por un año aireándose en el arco del Puente,
con los otros caciques considerados los cómplices de la rebelión.
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