viernes, 22 de mayo de 2015

EN EL PERU, LA HORA VA SIEMPRE ATRASADA

“Reloj, no marques las horas”

Mi sobrina, Ña Emilia, que es una limeña mazamorrera, bien criolla, -como yo- de esas de rompe y raja, me llama por teléfono para invitarme a degustar en “Las Mesitas” de Barranco unos ricos postes limeños de antaño, esos de la época en que todavía se podía andar por Lima a pie y donde no había peligro de ninguna clase. Quedamos ese mismo día  a las siete de la noche en mi casa. Pero en el Perú las siete de la noche  nunca es las siete de la noche. En el mejor de los casos  es la siete y media y en el peor las nueve o diez. La hora de mi país camina siempre atrasada y las tarjetas de invitación las usamos para ver la dirección de y la frase “hora exacta” parece una broma.

En Lima, desde hace mucho, nada empieza a la hora pactada. La impuntualidad entre nosotros es un pacto social, y hasta la saludamos con una palmadita  cómplice y una sonrisa de amigos. El que llega a la hora exacta es acusado de puntual y exagerado. Nadie o pocos protestan por la tardanza

En Lima ser puntual es una aventura. El limeño de hoy para llegar a tiempo a algún lugar tiene que calcular más variables que un inglés, un francés o un suizo, ciudades donde el metro pasa todos los días, a la hora exacta, por los mismos paraderos, y casi no existen imponderables. El limeño de hoy para llegar a tiempo a algún lugar tiene que calcular.  Lima es una ciudad sin horarios, con un caos de tráfico y sin un  sistema de transporte masivo, con semáforos malogrados, con calles que se cierran y abren a cada momento, es entonces cuando la puntualidad se vuelve una aventura. Pero como nos es difícil  llegar a tiempo, “hemos invertido los valores y allí creemos que el que llega a la hora es un tonto”

En estas condiciones nace la hora peruana, y el ser puntual se convierte en un signo de desprestigio. Y es raro  que un ministro atienda rápidamente a un visitante o que una persona  con autoridad  reciba puntualmente a un subordinado. En esos casos, la puntualidad se confunde con la falta de autoridad.

Al fin llega mi sobrina, me cuenta que había mucho tráfico en el zanjón viniendo de Miraflores, pero como estamos acostumbrados a la hora peruana, no me llama la atención pero me alegró de que nos vamos a ir a saborear y a recordar aquellos dulces que hacia la buena de Natalia, la cocinera negra que me enseño -cuando era niño- a  conocer lo típico y lo mejor de mi tierra.

Estos riquisimos postres ya no se hacen en los fogones de los modernos restaurantes, -ya casi las cocinas han pasado al olvido- y ni se diga en las casas, porque ahora ya no se cocina. En algunas casas ya hasta tienen un libro con la lista de las cosas que tiene cada restaurante, con solo levantar el teléfono y solicitar los platos a los pocos minutos llega una moto que te trae todo lo que has pedido.

Por el camino se me vienen a la mente tantos recuerdos de mi niñez, cuando mis padres nos llevaban el día de carnaval a Barranco, a ver los bonitos disfraces, antes del baile popular que se celebraba en el Parque Municipal de Barranco. El carnaval de Barranco, era una de las fiestas más importantes de la Lima de antaño y se caracterizaba  por los bigotes y los tiznes, ingenuas formas de camuflar la realidad durante algunos días.

En Barranco antiguo era un lugar donde los poetas buscaban la inspiración creadora y los bohemios disfrutaban de tardes de solaz, entretenimiento, donde la gente paseaba y se jaraneaba los fines de semana y en el verano  era la residencia predilecta de la burguesía. Entre los balnearios que rodean Lima es la menos aristocrática y el menos típico; pero ha tenido y tiene sus encantos, como la linda bajada a los baños y el camino a Surco. En el siglo pasado la villa tenía el singular encanto de haber sido el lugar de temporada de los genuinos mataperros de Lima y el verdadero centro de las retretas en la estación del ferrocarril, con su desfile de innumerables muchachas y sus trenes llenos de pasajeros ansiosos de llegar al rincón preferido.

En Barranco, el reloj del tiempo y de la vida se ha detenido y se conserva todo igual. Parece que en este distrito que no ha cambiado nada. Aunque desde hace muchos años que ya no existe el tranvía  que pasaba por el centro de la calle principal, aun siguen los rieles durmiendo y añorando y viendo como pasa el tiempo. El Barranco de hoy quizás ha perdido la calma pero no su encanto: se ha convertido en el punto obligado de encuentro no solo para los limeños sino para cuanto extranjero visita el Perú, donde el ambiente de edades, razas y condiciones sociales se mezclan  y coexisten en armonía y caos al mismo tiempo; pero a pesar de todo aún puede apreciarse la arquitectura de sus hermosas casonas, sus viejos pero conservados balcones, plazuelas malecones y parques.

El Puente de los Suspiros, fue construido en el año 1876, durante el primer Alcalde de Barranco Enrique García Monterroso para unir las riberas de las calles Ayacucho y la Ermita. Soportó impávida la guerra del Pacífico y fue testigo de la destrucción de Barranco por el enemigo incluso sufrió los avatares de la guerra siendo parcialmente destruido en 1881.

El puente esta ubicado a ocho metros y medio de altura, tiene cuarenta y cuatro metros de largo por tres metros de ancho aproximadamente, desde su construcción hasta nuestros días es mudo testigo de los flirteos de los amantes que extasiados lanzan al viento sus suspiros de amor. El nombre del puente deriva de los innumerables que tuvieron y tienen  como marco  este pintoresco rincón Barranquino. Existe esta tradición que señala que quien por primera vez  vea el puente y lo cruce sin respirar, se le cumplirá el deseo que pida. Chabuca Granda la gran compositora peruana hizo famoso el Puente de los suspiros con su vals “La flor de la Canela”.

Cuando éramos “Ciudad de Lima”,  exclamó Rubén Darío, al alejarse de ella;  “ciudad de Santa Rosa y de Ricardo Palma”, y desde entonces – por no decir antes- andan unidas la fama de la ciudad y la de su imaginero.

 El nombre de Lima proviene del vocablo indígena “rimac” (que traducido al castellano significa “hablador”), comenzó a crecer rápidamente, tal como lo testimonian las milenarias culturas que se desarrollaron en  esta zona, convirtiéndose durante los siglo XVI y XVII en la metrópoli más importante y poderosa de la América Española, centro de todas las actividades comerciales y culturales del virreynato.

Creo que hasta la gente es diferente y que estos nuevos peruanos ya no frecuentan los mismos sitios de antes. Vuelvo sobre mis pasos de estudiante y me voy a la Facultad de Letras, a la vieja casona de la Plaza Francia, unos estudiantes con su uniforme de colegio fiscal, me dicen que ya no esta ahí, ahora esta en el Fundo Pando. Tampoco encuentro la Librería Studium, donde comprábamos los libros que nos indicaban los catedráticos de aquella época  “Los años no han pasado por la vida”. Y ni siquiera existe el Café Wantan, del chino Ramón,  donde hacíamos tiempo para entrar a la siguiente clase camino por la calle Camaná, pasando por delante de la casona con sus bellos balcones que en su día fue de Manuel Prado, que llegó a ser presidente del Perú. Cruzo el jirón Puno, muy cerca de la casa donde nació el tradicionalista Palma.Hasta el Instituto Riva Agüero, donde funciona el Rectorado de la Universidad Católica. El rector es un compañero de La Salle, el doctor Salomón Lerner. La calle es diferente y las tiendas ya no son las mismas, por aquellos años. Los estudiantes éramos quienes frecuentábamos  por esa calle el Jirón que ahora es diferente. Mis compañeros de facultad me invitan a almorzar


Pero ahora ya no  es la de mi época de estudiante en la Facultad de Letras en la Casona de la Plaza Francia. Como  mis compañeros de la facultad me llevan en un carro Toyota, nuevo, y  me invitan a comer unos postres limeños a un lugar que se llama Las Mesitas en Barranco, un establecimiento muy  popular  no es la de mi época de estudiante en la Facultad de Letras, en la vieja casona de la Plaza Francia, donde los estudiantes que allí pasamos nuestros mejores años de nuestra vida, y vivíamos un ambiente increíble en compañía de todos nuestros compañeros.

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