Las noticias del combate llegaron pocos
días después a los países aliados con Perú, donde fue celebrado con distintos
actos. En Chile, el resultado se conoció el 10 de mayo,, suscitando gran
júbilo popular. Los repiques de campanas, banquetes y misas abundaron, el 12
fue embanderada la capital chilena y tuvo lugar un tedeum en la catedral con
asistencia del presidente José Joaquín Pérez y sus ministros y siendo
el invitado principal el plenipotenciario peruano Felipe Pardo y Aliaga;
en octubre del mismo año el embajador chileno en Lima, Marcial Martínez,
confirió al general Mariano Ignacio Prado el rango de general de división del
ejército chileno. También hubo manifestaciones oficiales y populares en La
Paz (Bolivia). El gobierno de este país, presidido por Mariano Melgarejo, declaró el 17 de mayo fiesta
nacional y acuñó una medalla con la inscripción: «A los vencedores de Abtao
y el Callao». En Ecuador, el gobierno de Jerónimo Carrión,
dispuso celebraciones por tres días consecutivos y la Sociedad
Republicana organizó un desfile con los pabellones de las cuatro
naciones aliadas por las principales calles de Quito.
A principios de junio, comenzaron a
llegar las noticias a España, donde fueron celebradas con grandes
festejos: orquestas, espectáculos pirotécnicos y obras de teatro, cuyos
beneficios fueron a parar a las viudas y huérfanos de los muertos en combate.
Por Real Decreto de 10 de junio, Méndez Núñez recibió el cargo de Jefe de
Escuadra y por Reales Decretos de 20 de junio, todos los oficiales que
comandaron un buque de la Escuadra del Pacífico fueron ascendidos y todos los
hombres que estuvieron embarcados recibieron el doble de paga. Méndez Núñez
también fue recompensado con la Gran Cruz de Real y Distinguida Orden de
Carlos III, por Real Decreto de 26 de junio.
El 11 de junio se reunió
en Valparaíso la escuadra aliada, ahora reforzada por los modernos
blindados Huáscar e Independencia. El gobierno peruano pretendía continuar
las hostilidades contra la escuadra española de las Filipinas, pero el
temor a un ataque español desde el Atlántico y la dimisión de 35 oficiales
peruanos tras el nombramiento de un marino extranjero, el comodoro John Tucker,
como Jefe de la Escuadra, frustraron el proyecto. Los temores a un posible
ataque no estaban infundados pues las fragatas Blanca, Resolución, Villa
de Madrid y Almansa continuaban en aguas
sudamericanas (atracadas en Río de Janeiro y Montevideo) y, al
poco tiempo se les unieron las también fragatas de hélice Concepción y Navas
de Tolosa. Mientras, cerca de Madeira, la fragata española Gerona capturaba
a la corbeta chilena Tornado el 22 de agosto de 1866.
El 28 de junio de 1866, Gabriel
García Tassara, embajador español en Washington, comunicó al secretario
de estado William H. Seward las nuevas instrucciones que su gobierno,
presidido por Leopoldo O’Donnell, pretendía enviar al almirante Méndez
Núñez, entre las que figuraba la reocupación de las islas Chincha, pero
aclarando que España no tenía pretensión alguna sobre los territorios de las
repúblicas sudamericanas ni deseos de intervención en sus respectivos gobiernos
y que solo buscaba resarcirse mediante la venta del guano peruano de
los gastos ocasionados durante la guerra y que no habían podido ser cubiertos
por el rechazo al tratado Vivanco-Pareja. Seward hizo saber a Tassara que
los Estados Unidos protestarían ante todo intervencionismo europeo en
América y que si a pesar de su protesta éste se realizaba no podrían mantener
su neutralidad. El general Hovew, ministro plenipotenciario de Estados Unidos
en Lima, comunicó al ministro Toribio Pacheco que la contestación del
secretario de estado al enviado español constituía una exposición explícita de
la doctrina Monroe.
"Así concluyó uno de los combates más interesantes de la historia, y
sus consecuencias se sentirán en el mundo entero. La agresión europea ha
sido rechazada y el republicanismo americano vindicado por la boca de
los cañones."
En el Perú la contienda tuvo serias
consecuencias económicas. Los gastos para la compra de armamento y barcos de
guerra fueron muy elevados, lo que, unido a la ocupación de las islas Chincha
(productoras de guano, la principal fuente de ingresos del país), llevaron a la
solicitud por parte del gobierno de diversos préstamos. Esta situación se
alargó en el tiempo, ya que la deuda en 1872 era diez veces mayor que en
1868. Además, tras la guerra, Chile inició un rearme que llevó al país a
ostentar una superioridad militar que demostró en la contienda que le enfrentó
con sus antiguos aliados entre 1879 y 1884. Así, por ejemplo, en 1868 España y
Chile (que técnicamente seguían en guerra) firmaron un acuerdo por el que ambos
países sacaron buques de los astilleros ingleses, donde se encontraban
bloqueados por el gobierno inglés. Perú se opuso a este convenio e intentó
impedir la salida de los barcos, pues entendía que violaba la todavía vigente
alianza con Chile.
En España la crisis económica que
azotaba Europa se dejó sentir con fuerza. Esto, unido a la pérdida de las
cosechas de 1866 tras unas graves inundaciones, provocó una grave crisis
política. La reina Isabel II ya no confiaba en O'Donnell, y la sublevación
del cuartel de San Gil sirvió de excusa para obligarle a presentar la
dimisión. Así, el 10 de julio de 1866. Ramón María Narváez fue nombrado
nuevo Presidente del Consejo de Ministros. O'Donnell, principal impulsor de las
expediciones al exterior, era apartado definitivamente del poder. Poco después,
el nuevo ministro de Marina anunció ante las Cortes que la expedición en el
Pacífico había terminado.
El 20 de julio de 1866 las flotas de
Austria e Italia se enfrentaron en Lissa. Antes del combate, el
almirante austriaco Wilhelm von Tegetthoff arengó a sus tripulaciones
al grito de «¡Imitemos a los españoles en El Callao!»
El 13 de octubre las
fragatas Numancia, Berenguela y Vencedora y
los transportes Marqués de la Victoria y Uncle Sam,
arribaron a Manila (Filipinas), donde su llegada se celebró con
diferentes actos públicos de regocijo. Posteriormente continuarían el viaje de
regreso a España bordeando África hasta Cádiz. La Numancia,
entonces, además de ser el primer blindado que cruzó un océano (el Atlántico,
para ir a encontrarse con la Escuadra), se convirtió en el primero que dio la
vuelta al mundo.
Para apreciar los resultados del combate
del dos de mayo , es necesario estudiar
detenidamente sus aspectos
militar, político, diplomático y moral.
En el aspecto militar, alegaron los
peruanos, con razón que sus cañones no cesaron de disparar hasta el último
instante; que la suspensión del fuego partió de la escuadra, antes de que
terminara el día; que ella emprendio la retirada, habiendo quedado imposibilitada
para un nuevo ataque; y que si lo hubiera intentado, habría encontrado
nuevamente porfiada resistencia. El objeto del combate esta revelado en la
famosa “Orden de la Escuadra”, redactada por el mayor General, capitán de navío
Miguel Lobo: “En el bombardeo de la población no se cesará sino después de ser
indudable que la importancia del fuego
es tal que la dejará “reducidas a
cenizas”. Este propósito no fue logrado.
Desde el punto de vista político y
diplomático, es cierto también que, con
la retirada de la escuadra, la guerra terminó: que España no recibió las
satisfacciones que había demandado; que ni el tratado Vivanco Pareja ni otro
análogo fueron reconocidos por el Perú; que el gobierno de la Dictadura rompió
toda relación con el diplomático español Albístur, cuyo viaje a España el 22 de
diciembre de 1865 no provocó ninguna demanda de satisdaciones, como en el caso
de Salazar y Mazarredo; y que los países europeos, en general, moderaron después del 2 de mayo su actitud en las
reclamaciones que les tocó presentar al Perú.
Desde el punto de vista moral, resulta
evidente que ante el combate se produjo una unanimidad sin precedentes en el
fervor público peruano, y que su
belicosidad no se enervó después, sino al contrario, arreció y se
preparó para una nueva lucha. En vez de hacer sufrir humillaciones o castigos.
Méndez Núñez, logró, sin saberlo, robustecer el espiritú nacional antes del 2 de mayo de 1866 es el día cumbre
de la historia republicana del Perú y más de una jornada militar, es una jornada
cívica.
Allí
actuó con eficacia decisiva una fuerza , en la que es preciso confiar,
durante los momentos culminantes de un país: la opinión pública. Si ha sido
olvidada o desdeñada, poco habrá de esperar de ella en dichos momentos
culminantes. Pero en esta época había
sido trabajada con profética visión
desde 1861, para la defensa contra la agresión extranjera.
Ella se alzó altiva frente a la
ocupación de las islas de Chincha; ella impuso el repudio del tratado y la
guerra; ella alentó el fuego de las baterías del Callao. Lección elocuente para
los escépticos, los cínicos, los carentes de fe en su propio país.
Dentro de la política interna peruana,
la victoria del 2 de mayo tuvo importantes
consecuencias. El sacrificio de Gálvez
privó a los liberales de su jefe indiscutible. Uno de los más caracterizados
liberales de aquella hora, Fernando Casós, en su novela “Los hombres de bien”,
abandona todo intento de ficción o de farsa, cuando relata que ellos,
representados por Gálvez, habían ido con repugnancia intima a integrar el
gabinete de la dictadura, al lado de Pardo, el financista aristocrático, de
Pacheco , el jurista de ideas conservadoras, antiguo defensor periodístico de Echenique y secretario de Vivanco en la revolución ultramontana de
1865, de Quimper, liberal rosáceo, y de Tejada, moderado brumoso. La necesidad de la defensa nacional les había llevado a este frente único; pero
enseguida pensaban, lanzar la candidatura de Gálvez y dar la gran batalla
tantas veces soñada, por la transformación del país.
Lejos de ponerse en
seguridad, bien ajeno a la frase
irrisoria de que “los generales mueren en la cama”, Gálvez había querido
combatir como un soldado más, cara a cara al peligro. Su sacrificio le dío ante la posteridad, precisamente la
faz que a lo largo de su vida no había querido tener. Murió como el “coronel
Gálvez”, como el secretario de la Guerra, él, que el 54 había renunciado ese
mismo grado; él, que en la convención del 56 dijera que nunca había sido
militar por no querer jamás esclavizase
a nadie. Ante las generaciones siguientes, el patriota opacó al ideólogo. Unos
cuantos minutos épicos en el torreón de la Merced borraron el recuerdo de
tantas sabias mañanas en las aulas de Guadalupe y de tantas agitadas tardes en
la Convención Nacional. De figura modesta, el cuerpo pequeño, blanco de color,
pálido el semblante, la cabeza peinada con esmero, pulcro el traje y suaves los
modales, tenía la apariencia, a la vez, fría y dulce. En el fondo bullían en
él, intensamente la convicción y la fe. Dice el historiador Vicuña Mackena que
viajó con él durante la campaña revolucionaria contra Pezet, “que su patria
sería salvada más por el castigo que por
la magnanimidad, más por el patíbulo que
por la ley; y en esta parte era más de la escuela de Santa Cruz y Salaverry, que del incruento general Castilla. Si Gálvez hubiera vivido,
¡quién sabe si alguna vez se
hubiera dado la amplia amnistía que hoy
ha otorgado sabiamente Prado! ¡Quién sabe
si Castilla hubiese muerto, pero
no del ahogo de una tos! “
La filiación de Gálvez
fue de un liberal radical. Ha contado Jorge Guillermo Leguía (su biógrafo),
que, recordándolo, alguien, al saber la voladura de la torre de la Merced
exclamó: “¡Qué pólvora tan bien gastada!”. Pero en el cadáver del maestro de Guadalupe y del tribuno de la
Convención Nacional del 56, debajo de su uniforme de coronel improvisado, se
encontró un cordón franciscano.
En 1871, por mediación de los
Estados Unidos, se firmó un armisticio entre las naciones beligerantes. A
petición de Chile el armisticio no restablecía las relaciones comerciales entre
los firmantes.
El 13 de junio de 1872 se
emitió un decreto por el que se autorizaba al gobierno peruano a firmar la paz
por separado con España, pero fue derogado por el Presidente Manuel Pardo y
Lavalle. La alianza con Chile quedó rota con la guerra que enfrentó a este país
con Perú y Bolivia. España se declaró neutral, ya que técnicamente continuaba
en guerra con todos los países implicados. Sin embargo, la prensa española se
manifestó abiertamente a favor del Perú y muy crítica con el comportamiento
chileno y con el gobierno español, a quien echaba en cara que la imposibilidad
de mediar en el conflicto era resultado de no haber firmado aún la paz. Ante
esta situación, se iniciaron definitivamente las conversaciones que llevaron a
la firma en París de un Tratado de paz y amistad entre España y Perú
el 14 de agosto de 1879. En él se indicaba que: [...] habrá total olvido
de lo pasado, y una paz sólida e inviolable entre S.M. el Rey de España y la
República del Perú.
La paz con el resto de naciones
beligerantes se firmó en los años siguientes. El 21 de agosto de 1879 con
Bolivia, el 12 de junio de 1883 con Chile y el 28 de enero de 1885 con
Ecuador.
Desde el combate, el 2 de mayo ha sido
una fecha recordada en el calendario peruano, pues su nombre se impuso a
una provincia, a un regimiento, a varios colegios, a un fuerte, a una
plaza y a un importante hospital de la capital. La plaza del Callao,
en Madrid, recibió su nombre en memoria de este hecho de armas.
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