El virrey del Perú José Fernando Abascal y Sousa,
caballero de Santiago y primer marqués
de la Concordia ,
fue hombre de gran habilidad, inteligente, enérgico con una poderosa
personalidad, gran tacto, hábil político y acertado administrador de gallarda
figura y una recia ejecutoria, hasta el punto
en que amigos y enemigos que alcanzaron a conocerlo siempre le
admiraron.
Abascal había nacido en Oviedo el 3 de junio de
1743, - era Oviedo por aquel entonces de
carácter rural, incluso en el término de su ciudad con numerosas huertas y
praderas donde pastaba el ganado. Las tierras de regadío, se destinaban a
hortalizas, tierras de labor y prados para la hierba que alimentaba al ganado;
en la de secano había bosques y matorrales con castaños, robles, fresnos, y
numerosas pomaradas de “manzanas sin orden”.
Los padres de José Fernando Abascal eran de origen
noble, por lo que le dieron una muy
buena y esmerada educación, llegando a estudiar matemáticas en su ciudad
natal. Por aquellos años la vida cultural y universitaria de la ciudad quedó marcada con la presencia del
bernedictino Fray Benito Feijoo, catedrático de la Universidad , que
implantó un nuevo estilo de enseñanza revolucionaria, no sólo en la Universidad ovetense,
sino también en las del resto de España. Con su “Teatro crítico Universal”
(1740) y “Las cartas eruditas y curiosas” (1760) muestra un nuevo espíritu
crítico de lo establecido y un análisis de los fenómenos a través de la experimentación de las ciencias.
Abascal marchó a Madrid. Un buen día se encontró sin
blanca y aguijado por la necesidad, buscó trabajo como dependiente de mostrador
en una famosa hostelería de Madrid, contigua a la Puerta del Sol, hasta que
su buena estrella le deparó conocimiento con un bravo alférez del real ejército
apellidado Vallerriestra , constante parroquiano de la casa, quien le brindó
una plaza en el regimiento de Mallorca. Después de gruesas penurias y de dos
años de soldadesca consiguió plantarse a la jineta; y tras un gentil sablazo,
recibido y devuelto en el campo de batalla de Argel en 1775, pasó sin más examen a oficial. A
partir de aquí, le empezó a sonreír la
fortuna tanto que en menos de un lustro ascendió a capitán.
“Una tarde en las inmediaciones de uno de los sitios
reales evolucionaba su compañía , acertó a pasar la carroza en que iba de paseo
el Rey y por uno de esos caprichos frecuentes no sólo en los monarcas, hizo
parar el carruaje para ver evolucionar a
los soldados. Enseguida mando llamar al capitán, le preguntó su nombre y sin
más le ordenó regresar al cuartel y constituirse en arresto. Al volver el
Monarca a Madrid llamó a su secretario para preguntarle en que regimiento había
algún mando vacante. El secretario le informó que aún no había nombrado jefe en
la campaña de Rosellón, el regimiento de las Ordenes Militares...”
De inmediato le ordenó al secretario que extendiera
un nombramiento de coronel para el capitán
José Fernando de Abascal. Terminada
las campaña del Rosellón, en el que halló gloriosa tumba de soldado el
comandante en jefe del ejército Luis de Carbajal y Vargas, conde de la Unión y natural de Lima, fue
Abascal ascendido a brigadier y trasladado a América con el carácter de
presidente de la Real
Audiencia de Guadalajara.
Algunos años permaneció en México, sorprendiéndose
cada día más del empeño que el Rey se tomaba
en el adelanto de su carrera. Demás esta decir que Abascal, era un
hombre muy leal a su Rey, habiendo prestado importantes servicios a la corona.
Abascal llega a desempeñar varios cargos de su
profesión en La Habana
y Nueva España, tomando parte en la ocupación de la colonia de Sacramento. En
1799 fue nombrado comandante general e intendente de Nueva Galicia
(México), y en el año 1804 fue designado virrey del Río de la Plata y, antes de
posesionarse de este cargo, como virrey del Perú, pero no llegó Lima hasta
agosto de 1806, bebido a que, durante el
viaje, fue hecho prisionero por los ingleses.
El historiador peruano José Antonio de Lavalle escribe: “A la llegada del nuevo Virrey a
Manzanilla, a unas cuatro leguas de Lima, envió un oficial con titulo de
Embajador, para informar a su predecesor, que siendo voluntad de S.M. que
tomase sobre sí el gobierno del Perú, entraría a la capital al día siguiente,
circunstancia de las que permitía informar a S.E. a fin de que pudiese
prepararse a entregar el mando, porque su autoridad cesaba, según las órdenes
del soberano...” El Virrey Avilés, inmediatamente envió un mensajero a su
sucesor para cumplimentarlo por su feliz llegada. Las dos personas escogidas
por ambos para esta ceremonia fueron recompensados, respectivamente, con
gobiernos secundarios en el Perú, siendo esta una costumbre; así es que el
primero y último acto de un Virrey era conceder una gracia a un protegido. A la
mañana siguiente el Virrey Avilés, tuvo
una entrevista con su sucesor Abascal, pero volvió a comer a Palacio, mientras
éste participaba en una espléndida
comida en Manzanilla, a la que fue invitada la principal nobleza de la ciudad..
Por la tarde
el Virrey Avilés fue en toda gala a encontrarse con Abascal,
encontrándose a medio camino y uno y otro se apeaban de sus carruajes. El Virrey saliente
entregaba en este acto al nuevo Virrey un bastón con puño de oro y una insignia
del gobierno del reino; acto seguido subían los dos en un solo carruaje, y entraban en la ciudad, la cual en esta
ocasión estaba espléndida adornada con tapices, cortinajes de seda y otras
lucidas colgaduras, por todas las calles por donde pasaría la regia comitiva.
Las torres de las iglesias de la ciudad, estaban adornadas con banderas y todas las campanas repicaban.
El nuevo Virrey llegó a su Palacio, en donde el Alcalde y diputado con tal
propósito, esperaba su llegada para recibirlo y reconocerlo en nombre de la
ciudad.
Al día siguiente todos los tribunales civiles y
eclesiásticos, corporaciones y comunidades acudían al Palacio a las diez de la
mañana, para acompañarlo al Te Deum en la Catedral. A su vuelta al Palacio era
visitado por el Arzobispo, devolviendo el Virrey la visita, siendo ésta la
única, - según el protocolo de aquellas épocas- que hacía el Virrey. Acto
seguido a las doce del día en carruaje el Virrey vestido de gala se dirigía a la
Audiencia a prestar el juramento de Administración.
Seis años después, el Monarca le nombra Marqués de la Concordia , en homenaje
al regimiento que fundó con el nombre de “Voluntarios
distinguidos de la concordia en el Perú”,
con el objeto de acercarse más al pueblo y de calmar la tempestad revolucionaria y del
que, para honrarlo más, se nombró coronel. El batallón Concordia estaba formado
por jóvenes acaudalados del comercio y la aristocracia limeña, que luchaban en
contra de las corrientes independientistas. El batallón contaba con banda de
música, con estandarte y bandera con los colores: blanco, verde y rojo, y
estaba bien visto por el pueblo.
El 1 de diciembre de 1806 se sintió en Lima un
temblor que duró dos minutos y que hizo oscilar las torres de la ciudad. La
braveza del mar en el Callao fue tanta, que las olas arrojaron por sobre la
barraca del capitán del puerto un ancla que pesaba treinta quintales. Se
gastaron ciento cincuenta mil pesos en
reparar las murallas de la ciudad, y nueve mil en construir el arco o portada
de Maravillas.
Es importante resaltar el paso del húracan que arrancó de raíz varios árboles de la
alameda de Lima. los terremotos en Ica y Piura. . El 23 de septiembre de 1813
Abascal hizo promulgar el decreto expedido en Cádiz por las Cortes del Reino,
en virtud del cual se abolía la Inquisición.
Entre las
obras que realizó se destacan: la
creación del Colegio de San Fernando para los estudiantes de Medicina, y
considerado como el mejor de América. Se creó en 1808 el Colegio de Abogados y
el Cementerio Presbítero Maestro de Lima. También
en ese gobierno se recibió la última partida de esclavos africanos, que fueron
vendidos a seiscientos pesos cada uno. La esclavitud fue abolida en 1854
mediante decreto, por el Gobierno del Presidente Ramón Castilla, quien también
suprimió el tributo que los indios debían pagar al gobierno desde la época de
la colonia.
Desde su
llegada al Perú, formuló un amplio plan de reformas con la finalidad de evitar
los movimientos secesionistas, y reprimió con gran energía cualquier intento de
insurrección.
En el Perú empezaron a aparecer periódico de
carácter liberales como “El Peruano” (1811), que fue clausurado por
el Virrey en 1812. Luego le siguen “El
Satélite Peruano” (1812), “El verdadero Peruano” (1812) y “El Peruano Liberal.
El espíritu de rebeldía contra la corona española se
manifestó siempre en el Perú, desde los primeros momentos de la conquista. Los
propios conquistadores, ganados por la influencia de las tierra, del medio
ambiente y su cultura, enarbolaron la bandera rebelde contra el Rey,
manifestando sus deseos de separarse de
la corona.
Lima, se torna en un ambiente de inquietud y
conspiración,
- desde siempre- siendo famosos los círculos revolucionarios, tales como el
Real Convictorio de San Carlos, el Colegio de Medicina de San Fernando, el
Oratorio de San Felipe Neri, el Colegio de Abogados, entre las que destaca la
del grupo que dirigía el joven aristocrático y abogado José de la Riva Agüero y su
círculo de librepensadores, la mayoría del clero secular y regular y los agentes
extranjeros reunidos en Lima
Mientras en el interior del virreinato estallaron
las rebeliones de Francisco de Zela en Tacna, la de Juan José Crespo y Castillo
en Huánuco, de Enrique Pallardelli en Tacna nuevamente, y luego en 1814, la
gran rebelión que estalló en el Cuzco dirigida por los hermanos José, Vicente y
Mariano Angulo y la encabezada por el cacique Mateo Pumacahua, en enlace con la
revolución argentina triunfante, que deseaba llegar al virreinato del Perú
atravesando la región del Alto Perú.
El Marqués de la Concordia , no sólo
dominó todos los intentos de subversión que ocurrieron en Lima y los que
realmente llegaron a estallar en el interior del virreinato, sino que convirtió al Perú en el centro del poder
español y en el baluarte de la reacción realista en América del Sur, determinando
que posteriormente tuvieran que llegar al Perú las dos corrientes libertadoras
de América.
Al estallar la revolución de la América española en 1810.
Abascal convirtió el Perú en el centro de la reacción carlista.
Por decisión suya y de la
Audiencia ocupó militarmente el Alto Perú, que se incorporó
al virreinato de Lima, deteniendo a la
vez los avances de la revolución argentina en el Alto Perú, y reorganizó el ejército En 1816 solicitó ser relevado del cargo de
virrey.
El historiadors peruano Víctor Andrés Belaunde , en
su libro “Peruanidad” escribe:” La dignidad imperial del Perú mantenida durante
los Incas y el Virreinato, “resurge sobre todo en la época de Abascal, cuando este Virrey con elementos
principalmente peruanos, criollos blancos, mestizos e indígenas, sostuvo el
predominio de la autoridad imperial, contra las dispersión de las soberanías en
la revolución de los cabildos en Quito, Charcas, Chile y Buenos Aires...”.
: “Abascal
sintió el “imperium” y puso al servicio de todos los elementos que habían
constituido el antiguo virreinato y el antiguo estado de los incas. Parecen
éstos revivir al conjuro del ideal de la
lealtad monárquica...”
“La orientación equivocada que representaba esa lealtad
no puede alterar el criterio histórico de la apreciación de la magnitud de la empresa y el significado intrínseco de
los esfuerzos realizados. Ejércitos,
peruanos por sus jefes, oficialidad y tropa, debelan la revolución en
Quito, derrotan las expediciones del Río de la Plata en
el Alto Perú y ponen fin al movimiento chileno restaurando así el virreinato de
los siglos XVI y XVII, desde Pasto hasta el estrecho de Magallanes y amenazan
las provincias del Río de la
Plata.. .”
No puede explicarse las actitud de Abascal, y sobre
todo la cooperación de la población, sin la influencia de lo que podríamos
llamar el “espíritu del imperio”.
España en manos de Napoleón, el Virrey Abascal fue de hecho absolutamente
autónomo e independiente; ejerció la lentitud del imperio. La desgracia para el
Perú fue que Abascal no diera el paso lógico dentro de la realidad creada, de
proclama, sino la independencia, por lo menos la autonomía de este imperio,
dentro de la gran monarquía española. Aquel paso habría facilitado la
independencia de toda la
América del Sur, no habría dejado aislado el movimiento de
Itúrbide en México, que representó después una orientación semejante y habría
dado al Perú, en el Pacífico, la situación que Brasil ha ocupado en el
Atlántico. Noche trágica y decisiva para los destinos de la peruanidad aquella
en que Abascal, dueño de los destinos del antiguo Virreinato y verdadero amo y señor de su vasto
territorio, se decidió por la absoluta e incondicional lealtad a Fernando VII
en lugar de realizar la idea que se atribuye al conde Aranda.
El Virrey Abascal domina el continente entre 1810 y
1816 con excepción de las provincias del Plata y parte del Virreinato de Santa
Fe. Al principio sus ejércitos eran mandados por generales peruanos, que luego
fueron sustituidos por españoles fogueados en la guerra peninsular. De este
modo dejó un organizado un ejército, que constituyó el principal obstáculo a la
revolución sudamericana.
En sus oficios de renuncia dirigidos al Monarca,
recomendaba como el más digno de remplazarlo en sus funciones de virrey a
Joaquín Pezuela y Sánchez, primer marqués de Viluma, teniente general de los reales ejércitos,
caballero, gran Cruz de la Orden
de Isabel la
Católica. Pezuela estaba al mando de las tropas que en el
Alto Perú que combatían a los insurgentes, cuando por la insistencia de Abascal
, en renunciar al cargo de virrey fue nombrado para sucederle, tomando posesión
del cargo el 17 de agosto de 1817..
A su regreso a España el Marqués de la Concordia , fue nombrado capitán general y Consejero del
Supremo consejo y Cámara de Guerra, falleciendo en Madrid a los 77 años con el
grado de Capitán General, el 31 de julio de 1821, -tres días después de que el
General José de San Martín proclamara la Independencia del
Perú – que daba fin al Virreinato del Perú- con las siguientes palabras pronunciadas desde el histórico
balcón de Huaura: “Desde este momento el
Perú es libre e independiente por la voluntad general de sus pueblos...” .
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