miércoles, 20 de mayo de 2015

FRANCISCO DE ABASCAL, MARQUES DE LA CONCORDIA

El virrey del Perú José Fernando Abascal y Sousa, caballero de Santiago y primer  marqués de la Concordia, fue hombre de gran habilidad, inteligente, enérgico con una poderosa personalidad, gran tacto, hábil político y acertado administrador de gallarda figura y una recia ejecutoria, hasta el punto  en que amigos y enemigos que alcanzaron a conocerlo siempre le admiraron.

Abascal había nacido en Oviedo el 3 de junio de 1743, - era Oviedo por aquel entonces  de carácter rural, incluso en el término de su ciudad con numerosas huertas y praderas donde pastaba el ganado. Las tierras de regadío, se destinaban a hortalizas, tierras de labor y prados para la hierba que alimentaba al ganado; en la de secano había bosques y matorrales con castaños, robles, fresnos, y numerosas pomaradas de “manzanas sin orden”.

Los padres de José Fernando Abascal eran de origen noble, por lo que le dieron una muy  buena y esmerada educación, llegando a estudiar matemáticas en su ciudad natal. Por aquellos años la vida cultural y universitaria de la ciudad  quedó marcada con la presencia del bernedictino Fray Benito Feijoo, catedrático de la Universidad, que implantó un nuevo estilo de enseñanza revolucionaria, no sólo en la Universidad ovetense, sino también en las del resto de España. Con su “Teatro crítico Universal” (1740) y “Las cartas eruditas y curiosas” (1760) muestra un nuevo espíritu crítico de lo establecido y un análisis de los fenómenos a través de la  experimentación de las ciencias.

Abascal marchó a Madrid. Un buen día se encontró sin blanca y aguijado por la necesidad, buscó trabajo como dependiente de mostrador en una famosa hostelería de Madrid, contigua a la Puerta del Sol, hasta que su buena estrella le deparó conocimiento con un bravo alférez del real ejército apellidado Vallerriestra , constante parroquiano de la casa, quien le brindó una plaza en el regimiento de Mallorca. Después de gruesas penurias y de dos años de soldadesca consiguió plantarse a la jineta; y tras un gentil sablazo, recibido y devuelto en el campo de batalla de Argel  en 1775, pasó sin más examen a oficial. A partir de aquí, le empezó a sonreír la  fortuna tanto que en menos de un lustro ascendió a capitán.

“Una tarde en las inmediaciones de uno de los sitios reales evolucionaba su compañía , acertó a pasar la carroza en que iba de paseo el Rey y por uno de esos caprichos frecuentes no sólo en los monarcas, hizo parar el carruaje para ver evolucionar  a los soldados. Enseguida mando llamar al capitán, le preguntó su nombre y sin más le ordenó regresar al cuartel y constituirse en arresto. Al volver el Monarca a Madrid llamó a su secretario para preguntarle en que regimiento había algún mando vacante. El secretario le informó que aún no había nombrado jefe en la campaña de Rosellón, el regimiento de las Ordenes Militares...”

De inmediato le ordenó al secretario que extendiera un nombramiento de coronel para el capitán  José Fernando de Abascal. Terminada  las campaña del Rosellón, en el que halló gloriosa tumba de soldado el comandante en jefe del ejército Luis de Carbajal y Vargas, conde de la Unión y natural de Lima, fue Abascal ascendido a brigadier y trasladado a América con el carácter de presidente de la Real Audiencia de Guadalajara.

Algunos años permaneció en México, sorprendiéndose cada día más del empeño que el Rey se tomaba  en el adelanto de su carrera. Demás esta decir que Abascal, era un hombre muy leal a su Rey, habiendo prestado importantes servicios a la corona.

Abascal llega a desempeñar varios cargos de su profesión en La Habana y Nueva España, tomando parte en la ocupación de la colonia de Sacramento. En 1799 fue nombrado comandante general e intendente de Nueva Galicia (México),  y en el año  1804 fue designado virrey del Río de la Plata y, antes de posesionarse de este cargo, como virrey del Perú, pero no llegó Lima hasta agosto de 1806, bebido  a que, durante el viaje, fue hecho prisionero por los ingleses.

El historiador peruano José Antonio de Lavalle  escribe: “A la llegada del nuevo Virrey a Manzanilla, a unas cuatro leguas de Lima, envió un oficial con titulo de Embajador, para informar a su predecesor, que siendo voluntad de S.M. que tomase sobre sí el gobierno del Perú, entraría a la capital al día siguiente, circunstancia de las que permitía informar a S.E. a fin de que pudiese prepararse a entregar el mando, porque su autoridad cesaba, según las órdenes del soberano...” El Virrey Avilés, inmediatamente envió un mensajero a su sucesor para cumplimentarlo por su feliz llegada. Las dos personas escogidas por ambos para esta ceremonia fueron recompensados, respectivamente, con gobiernos secundarios en el Perú, siendo esta una costumbre; así es que el primero y último acto de un Virrey era conceder una gracia a un protegido. A la mañana siguiente el Virrey Avilés,  tuvo una entrevista con su sucesor Abascal, pero volvió a comer a Palacio, mientras éste participaba  en una espléndida comida en Manzanilla, a la que fue invitada la principal nobleza de la ciudad..

Por la tarde  el Virrey Avilés fue en toda gala a encontrarse con Abascal, encontrándose a medio camino y uno y otro se apeaban  de sus carruajes. El Virrey saliente entregaba en este acto al nuevo Virrey un bastón con puño de oro y una insignia del gobierno del reino; acto seguido subían los dos en un solo carruaje,  y entraban en la ciudad, la cual en esta ocasión estaba espléndida adornada con tapices, cortinajes de seda y otras lucidas colgaduras, por todas las calles por donde pasaría la regia  comitiva.  Las torres de las iglesias de la ciudad, estaban adornadas  con banderas y todas las campanas repicaban. El nuevo Virrey llegó a su Palacio, en donde el Alcalde y diputado con tal propósito, esperaba su llegada para recibirlo y reconocerlo en nombre de la ciudad.

Al día siguiente todos los tribunales civiles y eclesiásticos, corporaciones y comunidades acudían al Palacio a las diez de la mañana, para acompañarlo al Te Deum en la Catedral.  A su vuelta al Palacio era visitado por el Arzobispo, devolviendo el Virrey la visita, siendo ésta la única, - según el protocolo de aquellas épocas- que hacía el Virrey. Acto seguido a las doce del día en carruaje el Virrey vestido de gala se dirigía a la  Audiencia a prestar el juramento de Administración.

Seis años después, el Monarca le nombra Marqués de la Concordia, en homenaje al regimiento que fundó con el nombre de “Voluntarios distinguidos de la concordia en el Perú”,  con el objeto de acercarse más al pueblo y  de calmar la tempestad revolucionaria y del que, para honrarlo más, se nombró coronel. El batallón Concordia estaba formado por jóvenes acaudalados del comercio y la aristocracia limeña, que luchaban en contra de las corrientes independientistas. El batallón contaba con banda de música, con estandarte y bandera con los colores: blanco, verde y rojo, y estaba bien visto por el pueblo.

El 1 de diciembre de 1806 se sintió en Lima un temblor que duró dos minutos y que hizo oscilar las torres de la ciudad. La braveza del mar en el Callao fue tanta, que las olas arrojaron por sobre la barraca del capitán del puerto un ancla que pesaba treinta quintales. Se gastaron  ciento cincuenta mil pesos en reparar las murallas de la ciudad, y nueve mil en construir el arco o portada de Maravillas.

Es importante resaltar el paso del húracan  que arrancó de raíz varios árboles de la alameda de Lima. los terremotos en Ica y Piura. . El 23 de septiembre de 1813 Abascal hizo promulgar el decreto expedido en Cádiz por las Cortes del Reino, en virtud del cual se abolía  la Inquisición.  

 Entre las obras que realizó  se destacan: la creación del Colegio de San Fernando para los estudiantes de Medicina, y considerado como el mejor de América. Se creó en 1808 el Colegio de Abogados y el Cementerio Presbítero Maestro de Lima. También en ese gobierno se recibió la última partida de esclavos africanos, que fueron vendidos a seiscientos pesos cada uno. La esclavitud fue abolida en 1854 mediante decreto, por el Gobierno del Presidente Ramón Castilla, quien también suprimió el tributo que los indios debían pagar al gobierno desde la época de la colonia.

Desde su llegada al Perú, formuló un amplio plan de reformas con la finalidad de evitar los movimientos secesionistas, y reprimió con gran energía cualquier intento de insurrección.

En el Perú empezaron a aparecer periódico de carácter  liberales como  “El Peruano” (1811), que fue clausurado por el Virrey en 1812. Luego le siguen  “El Satélite Peruano” (1812), “El verdadero Peruano” (1812) y “El Peruano Liberal.

El espíritu de rebeldía contra la corona española se manifestó siempre en el Perú, desde los primeros momentos de la conquista. Los propios conquistadores, ganados por la influencia de las tierra, del medio ambiente y su cultura, enarbolaron la bandera rebelde contra el Rey, manifestando  sus deseos de separarse de la corona.

 Lima, se torna en un ambiente de inquietud y conspiración, - desde siempre- siendo famosos los círculos revolucionarios, tales como el Real Convictorio de San Carlos, el Colegio de Medicina de San Fernando, el Oratorio de San Felipe Neri, el Colegio de Abogados, entre las que destaca la del grupo que dirigía el joven aristocrático y abogado José de la Riva Agüero y su círculo de librepensadores, la mayoría del clero secular y regular y los agentes extranjeros reunidos en Lima

Mientras en el interior del virreinato estallaron las rebeliones de Francisco de Zela en Tacna, la de Juan José Crespo y Castillo en Huánuco, de Enrique Pallardelli en Tacna nuevamente, y luego en 1814, la gran rebelión que estalló en el Cuzco dirigida por los hermanos José, Vicente y Mariano Angulo y la encabezada por el cacique Mateo Pumacahua, en enlace con la revolución argentina triunfante, que deseaba llegar al virreinato del Perú atravesando la región del Alto Perú.
 
El Marqués de la Concordia, no sólo dominó todos los intentos de subversión que ocurrieron en Lima y los que realmente llegaron a estallar en el interior del virreinato, sino que convirtió al Perú en el centro del poder español y en el baluarte de la reacción realista en América del Sur, determinando que posteriormente tuvieran que llegar al Perú las dos corrientes libertadoras de América. 

Al estallar la revolución de la América española en 1810. Abascal  convirtió  el Perú en el centro de la reacción carlista. Por decisión suya y de la Audiencia ocupó militarmente el Alto Perú, que se incorporó al virreinato de Lima,  deteniendo a la vez los avances de la revolución argentina en el Alto Perú,  y reorganizó el ejército  En 1816 solicitó ser relevado del cargo de virrey.

El historiadors peruano Víctor Andrés Belaunde , en su libro “Peruanidad” escribe:” La dignidad imperial del Perú mantenida durante los Incas y el Virreinato, “resurge sobre todo en la época de Abascal,  cuando este Virrey con elementos principalmente peruanos, criollos blancos, mestizos e indígenas, sostuvo el predominio de la autoridad imperial, contra las dispersión de las soberanías en la revolución de los cabildos en Quito, Charcas, Chile y Buenos Aires...”.

: “Abascal sintió el “imperium” y puso al servicio de todos los elementos que habían constituido el antiguo virreinato y el antiguo estado de los incas. Parecen éstos revivir al conjuro  del ideal de la lealtad monárquica...”

“La orientación equivocada que representaba esa lealtad no puede alterar el criterio histórico de la apreciación  de la magnitud  de la empresa y el significado intrínseco de los esfuerzos realizados. Ejércitos,  peruanos por sus jefes, oficialidad y tropa, debelan la revolución en Quito, derrotan las expediciones del Río de la Plata  en el Alto Perú y ponen fin al movimiento chileno restaurando así el virreinato de los siglos XVI y XVII, desde Pasto hasta el estrecho de Magallanes y amenazan las provincias del Río de la Plata...”

No puede explicarse las actitud de Abascal, y sobre todo la cooperación de la población, sin la influencia de lo que podríamos llamar el “espíritu del imperio”. España en manos de Napoleón, el Virrey Abascal fue de hecho absolutamente autónomo e independiente; ejerció la lentitud del imperio. La desgracia para el Perú fue que Abascal no diera el paso lógico dentro de la realidad creada, de proclama, sino la independencia, por lo menos la autonomía de este imperio, dentro de la gran monarquía española. Aquel paso habría facilitado la independencia de toda la América del Sur, no habría dejado aislado el movimiento de Itúrbide en México, que representó después una orientación semejante y habría dado al Perú, en el Pacífico, la situación que Brasil ha ocupado en el Atlántico. Noche trágica y decisiva para los destinos de la peruanidad aquella en que Abascal, dueño de los destinos del antiguo Virreinato y verdadero amo y señor de su vasto territorio, se decidió por la absoluta e incondicional lealtad a Fernando VII en lugar de realizar la idea que se atribuye al conde Aranda.

El Virrey Abascal domina el continente entre 1810 y 1816 con excepción de las provincias del Plata y parte del Virreinato de Santa Fe. Al principio sus ejércitos eran mandados por generales peruanos, que luego fueron sustituidos por españoles fogueados en la guerra peninsular. De este modo dejó un organizado un ejército, que constituyó el principal obstáculo a la revolución sudamericana.

En sus oficios de renuncia dirigidos al Monarca, recomendaba como el más digno de remplazarlo en sus funciones de virrey a Joaquín Pezuela y Sánchez, primer marqués de Viluma,  teniente general de los reales ejércitos, caballero, gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Pezuela estaba al mando de las tropas que en el Alto Perú que combatían a los insurgentes, cuando por la insistencia de Abascal , en renunciar al cargo de virrey fue nombrado para sucederle, tomando posesión del cargo el 17 de agosto de 1817..


A su regreso a España el Marqués de la Concordia,  fue nombrado capitán general y Consejero del Supremo consejo y Cámara de Guerra, falleciendo en Madrid a los 77 años con el grado de Capitán General, el 31 de julio de 1821, -tres días después de que el General José de San Martín proclamara la Independencia del Perú – que daba fin al Virreinato del Perú- con las siguientes  palabras pronunciadas desde el histórico balcón de Huaura: “Desde este momento el Perú es libre e independiente por la voluntad general de sus pueblos...” .

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