miércoles, 13 de mayo de 2015

LA LIMA DE ANTAÑO "CIUDAD DE LOS GALLINAZOS"

Cuando era niño, muchas semanas mis padres solían ir a comprar a la Parada. En aquella época, este mercado estaba a las afueras de la ciudad. Al llegar desde el carro solíamos ver a los gallinazos. Feos son su labor y aspecto. Los que nos observan sin ser vistos, nos acompañan en sombrío silencio. Son despreciados por su aspecto, oscuros, huidizos, carroñeros: quizá los gallinazos sean los habitantes más fieles a este país y a esta ciudad.

El buitre negro americano, zopilote o jote de cabeza negra es la única especie del género Coragyps. Es un ave accipitriforme —aunque algunas clasificaciones lo incluyen en el orden Ciconiiformes—, y uno de los más abundantes miembros de la familia de los buitres del Nuevo Mundo. Se extiende desde el sur de los Estados Unidos hasta el sur de Sudamérica. A pesar de su apariencia y nombres similares, esta especie no tiene relación con el buitre negro eurasiático. Esta última especie pertenece a la subfamilia de los buitres del Viejo Mundo, que es a su vez parte de la familia Accipitridae, mientras que la especie americana es parte de la familia de los buitres del Nuevo Mundo. Habita áreas relativamente abiertas que le proveen bosques aislados y tierras con arbustos. Tiene una envergadura de alas de 1,67 m, y un plumaje negro, cuello y cabeza grises y sin plumas, y un pico corto y en forma de gancho.

El solitario y lento gallinazo que planea sobre el centro de la ciudad es despreciado. Una característica de estos animales es que viven en grupos ayudándose mutuamente. Por lo que si llegan a encontrar alimento abundante vuelas a buscar a otros de su especie para comunicarles sobre la buena nueva. Pero lo que no se sabe es que desde hace cientos, o miles de años, es el ave característica de nuestra Lima. Es un carroñero, pero también se alimenta de huevos y animales recién nacidos.


Desde hace mucho tiempo ya no se ven en Lima. Los gallinazos de la ciudad de Lima, llamada en un tiempo Ciudad Jardín, también fue conocida como la “ciudad de los gallinazos”.  

En nuestra antigua Lima,  los gallinazos eran los mejores elementos de la Baja Policía. Si se encontraba un animal muerto en la vía pública, los gallinazos se ocupaban de despacharselo. Si se encontraba un burro muerto en un camino, los gallinazos hacían su gran fiesta. Hasta el siglo XIX la ciudad capital estaba inundada de esas aves que era común verlas popular  por las calles de Lima.

Si nos adentramos a la historia del Perú, la cultura preincaica, Virú sometida luego por los mochicas, pasaron a la historia con el apodo de “Cultura Gallinazo” gracias a las manchas blanquecinas de excremento que dejaron estas aves en todas las construcciones que inauguraban.
Es uno de los casos más antiguos de la relación peruano-gallinazo. La mejor documentada podría ser en todo caso, aquella de los mismos mochicas, que ofrecían a sus condenados como banquete mientras aún tenían vida y también cuando ya no disponían de ella. "Como el gallinazo de por sí no es un animal que ataque al hombre, es muy posible que tuvieran que hacer sangrar a la víctima para atraer su atención", dice el historiador Henry Mitrani, una de varias personas que en esta historia intentarán limpiar en algo el nombre del ave que desde lo alto busca perro, paloma o gato muertos y se los lleva antes que el camión municipal, porque esa es su mal remunerada tarea. Si los gallinazos no fueran lo que son y no cumplieran humildes su insalubre labor, habría que ver quién estaría dispuesto a hacerla.
Cuando en 1533 los conquistadores españoles llegaron al templo  de Pachacamac vieron en la plaza principal centenares de “buitres de cabeza negra”.

El cronista Pedro Pizarro cuenta que por orden de los sacerdotes, sus servidores arrojaban  canastas enteras de pescados (anchovetas y sardinas), con el objeto de que los gallinazos  nunca se alejaran del santuario.

Muchos años después los gallinazos se posaron en las torres de las primeras iglesias, espantados por el sonido de los cañonazos y cohetes de cada fiesta, revuelta o batalla. 
Se explica que estas aves carroñeras eran muy necesarias  para que se devoren  los cadáveres de los animales y de los humanos sacrificados en honor del “Dios de los terremotos”.

Antiguamente, la ciudad de Lima no tenía un sistema de drenaje como lo tiene actualmente por lo que las acequias cumplían dicho servicio acumulándose los desechos de basura en todo su recorrido, que fueron la exquisitez de los gallinazos, llenándose de esta manera la ciudad con esas aves que se alimentaban de la basura.

Los gallinazos se hicieron sinónimo de la ciudad de Lima. Pero durante tres siglos, cuando no existían entidades que se encargaran del saneamiento público, sirvieron como basureros de la ciudad, engullendo los más horrendos y corrompidos restos de las mesas y mercados, y los detritus de los desagües y acequias que, abiertos, atravesaban las calles de Lima. Se hacían una y otra vez cargo de todo aquello que pudiera descomponerse, de limpiar los rastros de miserias ajenas procedentes de hogares de celebérrimos y anónimos. Así lo escribió Héctor Velarde en su libro costumbrista Lima de antaño: "(Los gallinazos) que a la Lima vieja celosos limpiaban, sin cobrar gabelas ni hacer alharacas, pues toda la higiene de calles y plazas, techos y azoteas y huertas y ‘chacras’ estaba en sus buches, estaba en sus alas, estaba en sus picos…". También los cuerpos insepultos de las víctimas de terremotos y batallas. 

¿Cuántas epidemias y pestes evitaron los gallinazos a los limeños antes que las acequias fueran reemplazadas por tuberías subterráneas de desagües? 

Hasta fines del siglo XIX, los viajeros que visitaban Lima se sorprendían con la cantidad de gallinazos que poblaban  la ciudad. Un ilustre viajero  escribió en 1853 en “The Illustrated Magazine of Art” que lo primero que vio al llegar al Callao fue una enorme cantidad de gallinazos “cabeza roja” (la variedad de esta especie que prefiere el mar), “cuyos servicios son muy útiles, pues los habitantes, de acuerdo a nuestros patrones de higiene, son extremadamente sucios en sus hábitos”. Por esos años, Humboldt refiere que en el Perú se multaba a quien matara uno. Como su trabajo de limpieza lo hacían gratuitamente, estaban protegidos. Algo similar ocurrió en otras ciudades de sud América.
 Un gallinazo feo y pelado es lo último en la enumeración de cualidades de una ciudad hace mucho llamada "La Horrible". Toma la palabra Jorge Eduardo Eielson respecto a Lima: Gallinazos gordos. Lombrices amarillas. Caras amarillas. Rímac amarillo. Larguísimos ríos de asfalto. Jardines opulentos. Templos y palacios refulgentes. Millares y millares de automóviles, al mar. Residencias vacías sobre mares de esqueletos. Momias con saco y corbata.
Actualmente, ya no se ve tanto gallinazo por nuestra ciudad como se veía en antaño. Lima todavía conserva esa ave que llegó a identificar con ella, abundando mayormente en los basurales.

Cuando vea planear a un gallinazo, piense en su trágico destino y en lo útil que fue a nuestra sociedad limeña. Histórico gallinazo que no por feo fue inútil.

Por último, muchos cronistas y escritores se han ocupado de escribir sobre él. El Inca Garcilaso de la Vega, Don Juan de Arona, Abraham Valdelomar y otros, se han ocupado de dichas aves carroñeras.



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