martes, 18 de febrero de 2014

AUTODESTRUCCION

n el libro reciente de Arturo Ríos Ramírez, Ajuste de Cuentas, hay una cita muy interesante de Ray Bradbury y que copio en seguida.
“Todas las mañanas –dice Bradbury– salto de la cama y piso una mina. / La mina soy yo. / Después de la explosión, me paso el resto del día juntando los pedazos. / Ahora les toca a ustedes. ¡Salten!”
El gran naturalista francés Buffon decía que el hombre no muere, se mata. Efectivamente, se mata. De lo cual terminé de convencerme cuando hace alrededor de cincuenta años leí el libro de Karl Menninger, El Hombre contra sí mismo, y supe que la mitad de la destrucción que hay en el mundo es autodestrucción. La capacidad destructiva del hombre va juntamente con su capacidad autodestructiva. El hombre no sólo es el aniquilador de los demás, sino que es su propio aniquilador.
El historiador y viajero griego Ctesias, del siglo quinto antes de Cristo, dice haber visto un animal fabuloso que se comía sus propias patas sin darse cuenta. Sin duda por tener, como el hircocervo de la escolástica, dos naturalezas, sólo que en pugna y cada una muy afanada en vencer y destruir a la otra. De ahí que en el paroxismo de la contienda, el fantástico animal visto por Ctesias se hiriera y mutilara sin advertir los considerables daños que se hacía.
Inadvertencia característica de muchas personas autodestructivas, aunque algunas son conscientes de que están destruyéndose, saben muy bien que están embarcadas en un lento suicidio. Así le ocurrió a Sylvia Plath, poeta notable y suicida, que manifestó certeramente que el suicidio era “el gran strip tease de nuestra gradual destrucción, el lentos show de nuestro acabamiento.
El carácter hazañoso de la invasión española del siglo XVI desaparece cuando advertimos que el Cápac Ñan, o Camino Principal, la gran ruta incaica, facilitó la invasión de manera determinante, o mejor dicho, la posibilitó completamente. Me convencí de ello cuando leí el magnífico libro de Ricardo Espinosa Reyes acerca de esa red vial extraordinaria que todos los historiadores de la llamada Conquista han ignorado sorprendentemente. Los invasores tuvieron la grandísima suerte de hallar el Cápac Ñan, el admirable complejo vial del Tahuantinsuyo que en su apogeo comprendía media docena de países: Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Bolivia y Argentina.
Sin el Cápac Ñan, los invasores no habrían llegado ni a la esquina. Iban con armamento y caballos y no conocían el terreno. Repito: no habrían llegado ni a la esquina y si por ventura hubiesen llegado, habrían llegado muertos.

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