La
Alianza de Abtao
Tras una larga crisis, España había comenzado a
recuperarse durante el gobierno de Isabel II (1833-1868). Como parte de ese
proceso había reconstruido su poder naval y enviado expediciones a Asia y a
África. También había intervenido en dos de sus antiguas colonias americanas,
retomando bajo su soberanía a los dominicanos en 1861 y capturando al año
siguiente el puerto de Veracruz, junto con británicos y franceses. En ese
contexto de 1863 arribaron a las costas del Pacífico tres naves de guerra
españolas conduciendo una comisión científica. Fueron vistas con suspicacia. No
faltó razón para ello. En 1864 capturaron las islas Chincha y estuvimos a punto
de irnos a la guerra.
Las cosas se calmaron tras la firma del
tratado Vivanco-Pareja, pero las hostilidades se reanudaron a principios de
1866, cuando la reforzada fuerza naval española –al mando del brigadier Casto
Méndez Núñez– inició operaciones contra Perú y Chile. Los limitados medios
navales peruanos y chilenos no eran rivales para dicha fuerza, particularmente
para la fragata blindada Numancia, una de las naves más poderosas del
mundo en ese entonces. La única opción que les quedaba a los gobiernos de Lima
y Santiago era preservar sus medios navales hasta el arribo de los recién
construidos blindados peruanos Huáscar e Independencia, pudiendo luego
operar con alguna posibilidad de éxito.
Fue por ello que en febrero de aquel año tres de
nuestras naves –la fragata Apurímac y las corbetas América y
Unión– y dos naves chilenas –la corbeta Esmeralda y la
goleta Covadonga– se encontraban reunidas en el pequeño canal que
se forma entre la isla Abtao y el continente, al noreste de la isla de Chiloé.
El comandante aliado era el capitán de navío Williams Rebolledo. El 5 de
febrero éste se había alejado de la zona con la Esmeralda, dejando al
mando al veterano capitán de navío peruano Manuel Villar. Dos días después se
avistó a las fragatas españolas Blanca y Villa de Madrid, que
llevaban ya algunas semanas buscando a las naves aliadas. De inmediato Villar
dispuso que sus cuatro buques formaran una línea y se prepararan para el
combate contra unas naves de mayor porte que las suyas.
A las naves españolas, al mando del capitán de navío
Claudio Alvargonzález, les tomó casi 10 horas sortear los peligros de esas
aguas. La acción se inició a las 4:15 p.m. Durante una hora y quince minutos se
intercambiaron unos 1,500 disparos, a una distancia que oscilaba entre 1,000 y
2,500 metros. Finalmente, las fragatas españolas optaron por retirarse sin
poder destruir a las naves aliadas. Estas últimas habían prevalecido sobre sus
contrincantes y, aunque inútilmente, continuarían aguardando al arribo de los
blindados peruanos. Todos los buques sufrieron daños y tuvieron bajas, pero los
únicos muertos en la acción fueron dos marineros de la Unión.
En este combate tomaron parte muchos de
los marinos peruanos y chilenos que 13 años después se enfrentarían defendiendo
a sus respectivos países. Aquí la relación. Apurímac: capitán de
corbeta, José Sánchez Lagomarsino; teniente primero, Guillermo More;
guardiamarinas, Enrique Palacios, Decio Oyague y Leoncio Prado; y amanuense,
Adolfo King. América: guardiamarina, Diego Ferré Sosa.Unión: capitán de
fragata, Miguel Grau y teniente primero, Elías Aguirre. Covadonga: capitán de
corbeta, Manuel Thomson; teniente segundo, Carlos Condell de la Haza y teniente
segundo, Arturo Prat.
Aquella gesta evidenció que, en la medida
en que los intereses peruanos y chilenos estén alineados, podemos trabajar
juntos por un objetivo común. Esto no implica que olvidemos nuestras
diferencias ni renunciemos a nuestra historia, pero constituye una lección para
las generaciones actuales y futuras.
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