La corrida de toros no es una tradición heredada del antiguo
Imperio de los Incas, ya que sólo se remonta a los primeros años
de la llegada de los españoles, y por supuesto no antes de que el
ganado bovino importado por los colonos llegara al Perú, primero
para alimentación de la población hispana y luego cuando se
desarrolló se pudo realizar selección sobre el ganado bravo.
Ricardo Palma en un lugar de su obra “Tradiciones Peruanas”
dice que la primera corrida lidiada en Lima fue en 1538 en
celebridad de la derrota de los Almagristas, de lo cual no hay
una fuente de datos fidedigna, y la otra en cambio es que la
primera corrida se dio el lunes 29 de marzo de 1540 por la
consagración de óleos, de la cual también se da cuenta en libros
narrativos e históricos del clero.
Los conquistadores españoles Francisco Pizarro, Diego de
Almagro y Hernando de Luque pisaron por primera vez tierra del
vastísimo imperio, desembarcando efectuado en el norte del Perú a
principios de 1532. Aprovechó Francisco Pizarro para sus fines de
conquista, la lucha que sostenían los dos soberanos Huáscar y
Atahualpa, hijos y herederos ambos del fallecido Inca Huayna
Cápac. Muertos los dos reyes Incas avanzó Pizarro hacia la
capital del Imperio Incaico en el Cuzco, consolidando poco
después la conquista española.
Desde el primer momento surgieron desavenencias entre los
capitanes españoles Pizarro, Almagro, Hernando, Juan y Gonzalo
Pizarro, y Francisco de Carvajal. Duró este sombrío período de
conquista hasta que poco a poco, y por unas causas u otras fueron
muriendo los protagonistas del drama. En circunstancias tan
adversas, era natural que la fiesta española no enraizara, ya que
todo lo hicieron por el avasallamiento. Existieron corridas de
toros y de eso da fe el Inca Gracilazo de la Vega en sus crónicas
de la obra “Los Comentarios Reales”. Las corridas debieron ser
muy pocas en los primeros años, es de suponer por el escaso
ganado vacuno que había no permitía grandes temporadas, como hoy
en día.
La lucha que los conquistadores sostenían entre sí
concluyeron en 1556, con la llegada del tercer Virrey, don Andrés
Hurtado de Mendoza, hombre prudente y enérgico, que pronto
consigue pacificar el virreinato condenando a unos, enviando a
España a otros o embarcando en la dudosa aventura a “El Dorado” a
los más ambiciosos. “El Dorado” era el nombre que se le daba a
una región del Amazonas, la que cautivaba a aquellos anhelantes
de riqueza, o a los revoltosos e inquietos españoles que restaban
unidad a la corona.
Consignó estos hechos y esta fecha por fundamentales para el
establecimiento definitivo de las fiestas de los toros en Nueva
Castilla y por haber reconocido el citado Virrey Hurtado de
Mendoza lo siguiente: “los derechos que el Alguacil Mayor de esta
ciudad había de llevar por la ocupación y trabajo que tenía
cuando se corran toros ..... y suplicamos ahora a Su Excelencia
que de los toros que en esta ciudad corriere en las fiestas
........ que el primer toro que se corriere de cada una de las dichas
fiestas, sea y se dé al Alguacil Mayor de esta ciudad, atento a
que él y sus alguaciles se ocupen mucho en el hacer y deshacer y
guardar las talanqueras ......”, según expresa José Emilio
Calmell en su libro “Historia Taurina del Perú”, publicado a mediados
del siglo pasado.
El Convictorio de San Carlos y la Facultad de San Fernando
(hoy Universidad Nacional Mayor de San Marcos) obligaba por
aquellos días a sus alumnos que se doctoraban, a costear una
corrida de toros como agradecimiento. Así se expresaba en su
constitución: “Y más ha de ser obligado el que se doctorase a dar
toros que se corran aquel día del grado en la plaza pública de
esta ciudad”.
El 27 de julio de 1622 se dio una corrida en la Plaza Mayor
de Lima para agasajar a un nuevo Virrey, don Diego Fernández de
Córdoba, Marqués de Guadalcázar. Y en septiembre del mencionado
año volvieron a correrse toros: “Se hicieron fiestas reales de
toros y cañas, y se convidó al Virrey, Audiencia y Universidad
para que las viesen en las casas de Cabildo, cuyas galerías
estuvieron ricamente colgadas y se dio colación a todos sus
concurrentes y sus mujeres. Salieron a caballo muchos caballeros
ricamente vestidos a lo cortesano, con rejones en mano y llevando
pajes de librea ... En las ventanas, balcones, terrados y
tablados de la plaza había gran concurso de gente y se jugaron
veinte toros; los caballeros hicieron algunos lances y mostraron
su bizarría”.
En la época del mandato del Virrey Marqués de Guadalcázar se
celebraban las fiestas más suntuosas que acaso se celebraron en
Lima hasta entonces. Fue el motivo el regocijo por el nacimiento
del príncipe Baltasar Carlos. La organización corrió a cargo de
los gremios de la ciudad (confiteros, pulperos, sastres,
zapateros, orfebres, herreros y comerciantes), que procuraron
excederse en el rumbo y el acierto, pues a cada uno se le asignó
un día de los siete que duraron las corridas. Comenzaron los
confiteros y siguieron los pulperos, los sastres, los zapateros,
los plateros, los herreros y los mercaderes. Por cierto, que en
ellas tomó parte, y muy brillante, el tratadista taurino don Juan
de Valencia que a la sazón se encontraba en el Perú, dejó bien
sentado la cátedra de tauromaquia que practicaba con destreza, lo
mismo que escribía en sus preceptos y ordenanzas. Su mayor éxito
lo obtuvo en la última corrida, es decir, la de los mercaderes,
en la que se hartó de hacer buenas suertes con los toros.
Se ha citado el nombre de Juan de Valencia por su notoriedad
en la historia de la preceptiva taurina, porque además, debemos
considerarle como el primer diestro famoso que envía el Perú a
España, pues en las fiestas taurinas de la corte acreditó su
competencia, siendo de los más famosos rejoneadores entre los
nacidos entonces. Había nacido en Lima en 1605 y pertenecía a una
ilustre familia zamorana que presumía de linaje real, como
descendientes del famoso infante don Juan Manuel, y don Juan de
Valencia el del infante se hizo llamar nuestro limeño rejoneador.
Don Juan de Valencia el del Infante nació el mismo año que
Felipe IV que es autor de las “Reglas para torear y para poderlo
errar”, pues don Juan como tantos autores de reglas de torear,
unía la preceptiva a la práctica del rejoneo, que toreó en la
‘Puerta del Sol’ en Madrid el miércoles 2 de octubre de 1641 con
motivo de la traslación de la imagen de Nuestra Señora del Buen
Suceso. Confiesa en su citada obra firmada en Madrid el 26 de
octubre de 1639, habitar en la Villa y Corte a partir de los
catorce años de edad, esto era, unos veinte años.
Es imposible hablar de cuantas fiestas de toros se
verificaron en Lima durante el virreinato. Sólo nos referiremos a
las más importantes o a las que, desde el punto de vista
taurómaco, hayan tenido alguna significación.
En 1659 y 1660 hubieron diez “Corridas Reales” de toros por
el nacimiento del príncipe Felipe, hijo de Felipe IV. Como en
España estas fiestas resultaban animadas y variadísimas, el
Virrey, Conde de Alba de Liste, jugaba cañas; intervienen
caballeros rejoneadores; hay alcancía, fuegos, luminarias, pila
de vino, toro con artificio de fuego por la noche; lucha de moros
y cristianos; lanzada, volatín en una maroma; moharra, toro
ensillado, máscara ridícula y figuras alusivas a diversos temas.
En la última fiesta por el alumbramiento real, se echó un toro
para los indios, montaron éstos en la plaza un castillo, al que
rindieron tras un simulacro de lucha, y “salieron dos indios a
garrochar a los toros”.
En años posteriores se verifican también fiestas de toros: el
15 de noviembre de 1667, con ocasión de la llegada del Virrey
Conde de Lemos al puerto del Callao, se celebra una corrida en
esta ciudad, el 24 de julio de 1668. Otra en Lima por el
nacimiento de un hijo de este Virrey en la que se corrieron toros
ensogados.
El mismo Virrey Conde de Lemos escribió la relación de las
fiestas celebradas en la Ciudad de los Reyes con ocasión de haber
sido beatificada Rosa de Lima. Esta fue una de las siete corridas
de toros que se dieron por aquel entonces.
No todos los virreyes fueron amantes de las corridas. Tal fue
el caso del Conde de Chinchón que en determinado momento trató de
impedir la celebración de las corridas de toros, lo que dio lugar
a que durante el virreinato del Marqués de Mancera, Su Majestad
el Rey Felipe IV dictara una Real Cédula a favor de la
celebración de las corridas de toros.
Durante muchos años las fiestas de toros se verificaron en la
Plaza Mayor de Lima, cerrándose con talanqueras, tablados y
barreras, en todo el contorno interior de dicha plaza, con lo que
quedaban tapadas las ocho calles que de ella partían. Durante el
gobierno del cuarto Virrey (1561-1564), don Diego López de
Zúñiga, Conde de Nieva, se construyeron los arcos de esta plaza y
se determinó que fueran anualmente cuatro las principales fiestas
de toros, autorizando un gasto en colación de ciento cincuenta
pesos para cada una de ellas. Habían de darse las corridas en:
Pascua de Reyes, San Juan, Apóstol Santiago y Nuestra Señora de
la Ascensión. Además, solían celebrarse corridas a la llegada de
nuevo virrey, juramentación u conmemoración de monarcas,
canonizaciones y con otros pretextos. Para las corridas de menos
importancia o menos suntuosas, se habilitaban plazas o plazuelas
que no eran la Mayor (o llamada la de Armas), entre las que
figuraban: plazoleta de Santa Ana, plaza de la Inquisición, plazoleta
del Cercado, plaza de Cocharcas, plazoleta de Santo Domingo, etc.
Las fiestas de toros no entusiasmaban solamente en el Perú a
los españoles, si no que al parecer, también los esclavos negros
e indios dominados, gustaban de esta corridas, inicialmente como
pasivos espectadores, y luego también como activos toreadores. En
un concilio provincial, los prelados pidieron “que no se corran
toros entre indios, ni por semejante ocasión les hagan poner las
talanqueras sin pagarles, y haciéndoles perder la misa en día de
fiesta ...”, según se describe en uno de los libros del cabildo
de esa época que se guarda celosamente en la biblioteca de la
Municipalidad de Lima.
En todo el siglo XVII son numerosísimas las fiestas de toros,
pues la pasión no había disminuido, abundando mucho más los datos
históricos.
En 1602 los dominicos organizan en la plazoleta de Santo
Domingo una suntuosa corrida como término de los festejos con
motivo de la canonización de San Raimundo de Peñafort. En ella
tomaron parte muchos caballeros de la aristocracia limeña.
Se cita que el 8 de enero de 1670 hubo toros y cañas en Lima,
el día 27 del mismo mes cuatro caballeros clavaron rejones: don
Luis de Sandoval dio un rejonazo, sacando malherido el caballo;
don Manuel de Andrade puso dos rejones, despedazando al toro; don
Diego Manrique atravesó el cuello del toro con un rejón, y don
Cristóbal de Llanos mató tres astados, por lo que fue vitoreados.
El 13 de febrero de 1672 se corren toros ensogados; el 11 y 13 de
agosto de 1674 se celebraron corridas en el puerto del Callao a
la llegada del Virrey don Baltasar de la Cueva; el 6 de noviembre
del mismo año, en celebración del cumpleaños de Carlos II, se
organiza una corrida de toros en la Plaza Mayor de Lima.
En 1682 el Virrey Duque de la Palata prohíbe “llevar toros a
las cercas y plazuelas de los conventos de religiosas para
correrlos”. El día 8 de diciembre de 1963 don Melchor
Portocarrero, Conde de la Monclova y vigésimo tercer virrey del
Perú, organiza una gran corrida en la Plaza Mayor de Lima para
celebrar la reedificación del Cabildo, del Palacio y de los
Portales de dicha Plaza Mayor, destruidos por el terremoto de
1687.
Con el nuevo siglo la fiesta de toros en el Perú comienza a
tener un aspecto que, a lo largo de la centuria, evoluciona hacia
el predominio del torero de a pie, pues actúan con mayo
regularidad toreros profesionales, da comienzo a la edición de
listas de los toros que saldrán en cada corrida, y los capeadores
de a caballo, un modo de torear peculiar de este reino, trabajan
en casi todas las funciones, sin olvidar los rejoneadores
profesionales, que también figuran.
En octubre de 1701 se verifican en Lima fastuosas fiestas de
toros para celebrar la proclamación de Felipe V. En ellas es
donde aparece el primer listín o lista de los toros, antecedente
del cartel, en que se consignan los nombres de los astados, las
pintas de éstos y las ganaderías de que proceden, como ejemplo:
“El Gallardete, overo, de Huando; El Invencible, retinto, de
Bujama, y otros ...”.
Con motivo del nacimiento del Príncipe de Asturias Luis
Felipe, después Luis I, hubo en Lima fiestas reales de toros. Con
motivo de sus bodas también se celebraron varias corridas: “la
primera el 12 de abril, la segunda el 13, la tercera el 17, la
cuarta el 19, la quinta el 21 de igual mes del año de gracia de
1723”. Y aún cuando en la relación titulada “Júbilos de Lima”, de
Peralta y Barnuevo, no aclara demasiado, pareciera ser que
hubieron más corridas de toros que esas cinco a las que se han
aludido. Y al año siguiente también se corrieron toros por haber
sido jurado don Luis como heredero de la Corona de España.
Por aquellos años se festejaron con corridas dos
canonizaciones: la de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo el 10 de
diciembre de 1726 y la de San Francisco Solano el 27 de diciembre
de 1726.
El 29 de julio de 1737 se jugaron veintidós toros en el
pueblo de Surco (actualmente distrito de Lima Metropolitana). Al
concluir el primer tercio del siglo XVIII eran abundantes los
toreros que ejercían en el Perú esta profesión, actuando
principalmente en corridas ordinarias y hasta en los pueblos más
pequeños, aún cuando en las listas de toros, donde ya figuraban
por esa época las divisas de las ganaderías, no aparecen, sin
embargo los nombres de aquellos lidiadores empiezan a parecer en
los listines taurinos.
En el año de 1756 se levanta en Lima la primera plaza de
toros, pero de madera, los productos de las corridas en ella
verificadas, estaban destinados a la reconstrucción del Hospital
de San Lázaro, destruido por el terremoto de 1746, plaza que
había de ser también la primera en América hecha ex profesamente.
En la Plaza Mayor de Lima, y en 1760, se celebra una real
fiesta de toros para festejar la elevación al trono de Carlos
III. Dos años después en igual escenario, se organizan cuatro
corridas como agasajo al nuevo Virrey don Manuel de Amat y Juniet
amante de la famosa Miquita Villegas “La Perricholi”.
Durante el mandato de este virrey se construyó la plaza firme
de Lima, estrenada aún sin concluir el 30 de enero de 1766. No
por ello dejaron de jugarse toros en la Plaza Mayor,
especialmente cuando se trataba de fiestas reales, y en diversas
plazuelas, hasta en el teatro. Los limeños se sentaban en la
plaza a las diez de la mañana para presenciar el encierro y no se
levantaban hasta verlos lidiados, por la tarde, los veinte toros
de que solía constar las corridas de aquella época, como en
Sevilla, Valencia, Madrid o en cualquier ciudad española.
En la temporada de 1780 ya figuraban en la Plaza de Toros de
Lima o “Plaza de Acho” los nombres de los lidiadores siguientes:
Matadores: Manuel Romero, El Jerezano, y Antonio López, de
Medina Sidonia.
Picadores y Rejoneadores: José Padilla, Faustino Estacio, José
Ramón y Prudencio Rosales.
Capeadores de a caballo: José Lagos, Toribio Mújica, Alejo
Pacheco y Bernardino Landaburu.
Tres suertes al menos eran privativas del toreo peruano del
siglo XVIII, éstas eran: la suerte del puñal, la monta de toros
al pelo y/o ensillados; y el capeo desde el caballo.
Por la exaltación al trono de Carlos IV se celebraron corridas
de toros en la Plaza Mayor del Virreinato del Perú, y durante el
año de 1790, varias corridas reales. En ellas intervinieron
rejoneadores profesionales, capeadores, doce toreros de a pie
(cuyos nombres no se consignan en el listín), dos desjarretadores
...
Las últimas corridas del siglo XVIII fueron: cinco fiestas
reales en 1791 para agasajar al Virrey Fray Francisco Gil de
Taboada, en la Plaza Mayor de Lima, con rejoneadores, capeadores
y doce toreadores divididos en dos cuadrillas: una de las
cuadrillas fue la de Miguel Utrilla y la otra la del peruano José
Pizi.
Las temporadas de 1792 a 1795 se desarrollaron normalmente en
la Plaza de Acho. Al siguiente año de 1796 hubo cinco corridas
reales en la Plaza Mayor de Lima para recibir al nuevo Virrey
Marqués de Osorno, en las que intervinieron capeadores de a
caballo, rejoneadores y matadores, banderilleros y picadores
europeos, y doce toreadores del país, cuyos nombres no figuran en
el cartel.
Tres corridas extraordinarias más presenciaron los limeños en
su Plaza Mayor (o también llamada Plaza de Armas) el año de 1797,
organizadas para reunir recursos con que terminar las torres de
la catedral. Ese mismo año la temporada continuó normalmente en
la Plaza de Acho, donde desde algunos años atrás se acostumbraba
echar un toro para ser lidiado por aficionados bisoños, algunos
de los cuales se harían toreros profesionales.
El siglo XIX comenzó en la Plaza de Acho con la consabida
temporada de diciembre a enero (1800 - 1801). Figuraron como
actores cuatro capeadores de a caballo, dos rejoneadores, dos
banderilleros europeos, tres matadores con espada, cinco
matadores con puñal y banderilleros, dos capeadores de a pie y
dos desjarretadores, innominados. Siguen figurando en los
programas la lanzada, parlampanes (individuos mojigangeros),
perros; además el nombre, procedencia, pinta y divisa de los
toros, más un astado para muchachos noveles.
Las sucesivas temporadas en la Plaza de Acho se desarrollaron
normalmente a lo largo de diciembre de 1806 y organizadas por el
ayuntamiento limeño, efectuándose cinco corridas de toros en la
Plaza Mayor de Lima para festejar el recibimiento del Virrey don
José Fernando de Abascal.
Cuatro corridas más, todas ellas extraordinarias, se
verificaron en enero de 1807, y dos corridas extraordinarias
también, los días 3 y 9 de febrero siendo estas las últimas que
se efectuarían en la Plaza Mayor de Lima. En adelante se
celebraron únicamente en la plaza firme de Lima (Plaza de Acho),
por cierto con muy buenos rendimientos para sufragar a las necesidades
económicas que las luchas por la emancipación exigían.
Proclamada la Independencia del Perú el 28 de julio de 1821
continuaron las corridas, aunque con toreros del país y algunos
toreros mexicanos, haciéndose una sola excepción con el diestro
gaditano Vicente Tirado, que durante el virreinato ya contaba con
muchas simpatías, y que siguió actuando hasta 1836 en que
fallece.
Con la Independencia del Perú no quedó torero español alguno
en el país, excepto Vicente Tirado. Como consecuencia de tal
acontecimiento, las suertes de pica y banderillas desaparecieron
temporalmente, quedando para quebrantar a los toros el capeo a
caballo, tradicional modo del toreo nacional, ejecutándose la
llamada ‘Suerte Nacional’.
El 7 de enero de 1849 se presentó en Lima la primera
cuadrilla de toreros españoles. Con esta cuadrilla resucitó en el
Perú las suertes de pica y banderillas. Y a partir de ese año ya
se hace más frecuente la visita de toreros hispanos. El primer
matador de cierto relieve que pisa el albero de la Plaza de Toros
de Acho es Gaspar Díaz “Lavi”, diestro español. Se presentó el 16
de noviembre de 1851. Y en 1856 se estrenó en Lima José Lara
“Chicorro” quien actúo hasta el año de 1885.
Como matador efectúo su presentación en Lima en 1859, el
nacional Ángel Valdez “El Maestro”. Este valeroso diestro ejercía
la profesión con el aplauso y la admiración de todos hasta el 19
de septiembre de 1909.
En 1869 se presentaron en Lima los diestros españoles Vicente
García “Villaverde” y Francisco Sánchez “Frascuelo”; en 1870,
Manuel Hermosilla y Francisco Díaz “Paco de Oro”. Ese mismo año
se hizo empresario de la Plaza de Acho el acaudalado limeño don
Manuel Miranda. llevando a cabo en ella una profunda reforma.
Mientras las obras se efectuaban, viajó a España para contratar
toreros y adquirir toros. En efecto compró seis toros y doce
vacas de Veragua, seis astados de Miura, seis de Colmenar, doce
de Mazpule y seis de Navarra. Como tenía el propósito de fundar
una ganadería brava, adquiere la finca de Cieneguilla, en el valle
de Pachacámac. Traslada a ella un semental y más de cien vacas
compradas a la acreditada ganadería del país “Rinconada de Mala”
y otras hembras de diferentes ganaderos peruanos. Este ganado
desapareció años después en la guerra sostenida entre Perú y Chile.
En el transcurso del siglo XIX las corridas sufrían una seria
transformación hasta ejecutarse totalmente como en España, pues
desaparecen los “capeadores de a caballo”, imponiéndose los
picadores. Decir que casi todos los toreros españoles han toreado
en Lima parece una exageración; sin embargo, no lo es.
Desde 1871 torean en la Plaza de Acho entre otros, Julián
Casas “El Salamanquino”, Gonzalo Mora, Cúchares de Córdoba,
Gerardo Caballero, Ángel Fernández “Valdemoro”, José Ponce, Ángel
Pastor, Cacheta, Rebujina, José Machío, Cayetano Leal
“Pepe-Hillo”; en 1891 torearon “Cuatro Dedos”, que gusta
muchísimo por la maestría con que ejecuta las suertes. Al año
siguiente regresó “Cuatro Dedos” al Perú llevando consigo cuatro
sementales de Miura, dos de los cuales consiguió vender a los
ganaderos don Vasco Fernández y a don Federico Calmet. Hasta la
conclusión del siglo pisan todavía el ruedo de la Plaza de Acho
algunos banderilleros y espadas españoles. Entre estos últimos:
Manuel Nieto “Gorete”, José Villegas “Potoco”, José Pascual
“Valenciano”, Juan Antonio Cervera, Francisco González “Faíco” y
Antonio Escobar “El Boto”.
En 1901 se presentaron en Lima los diestros Francisco Bonal
“Bonarillo” y “Capita”, ese mismo año llega nuevamente de España
el picador “Faíco” con cuatro sementales españoles, que adquieren
ganaderos peruanos.
El 22 de febrero de 1902 torea Ángel Valdez “El Maestro” su
penúltima corrida, pues por enfermedad no vuelve a lidiar hasta
1909, en que se retira.
En la cuadrilla de Manuel Molina “Algabeño Chico” hizo su
presentación en Lima un 13 de abril de 1902 el famoso piquero
madrileño Manuel Martínez “Agujetas”, a quien se debe
definitivamente la implantación en el Perú de la suerte de varas.
Más presentaciones como las de Antonio Olmedo “Valentín” y
Ángel García “Padilla”. En el año de 1903 se presentó Juan Sal
“Saleri”, en 1904 “Guerrerito”, en 1905 Vicente Pastor, en 1906
“Lagartijillo”, José Machío Trigo, “Lagartijillo Chico”, en 1907
“Cocherito de Bilbao”, y en 1909 “Platerito”.
Es necesario destacar que el domingo 19 de septiembre de 1909
se despidió en Lima, el matador peruano Ángel Valdez “El Maestro”
matando de una magnífica estocada un toro de seis años que no
había sido picado. Contaba a la sazón setenta años de edad, no
andaba muy bien de salud y cumplía cincuenta años como lidiador.
Falleció el 24 de diciembre de 1911.
Los diestros que por sus actuaciones destacaron en los años
siguientes fueron: Agustín García “Malla”, Rodolfo Gaona, José
Ignacio Sánchez, José Gárate “Limeño”, José Gómez Ortega
“Gallito” o “Joselito” y Juan Belmonte.
En 1918 se jugaron por primera vez toros del cruce español de
Veragua con vacas de “El Olivar”, de propiedad de don Manuel
Celso Vásquez. En la temporada de 1919 –1920 toreó el diestro de
Gelvés José Gómez Ortega “Joselito” en varias tardes. También
actúo en Acho “Chicuelo” en la temporada de 1921 – 1922. Sin
embargo Rafael Gómez “El Gallo”, obtuvo éxitos de clamor. Marcial
Lalanda (1927 – 1928) demostró cuanto valía; Antonio Cañero quedó
muy bien a caballo y a pie (1929 – 1930); el venezolano Julio
Mendoza toreó entre grandes aplausos en el año de 1934, el
rondeño El Niño de la Palma también gustó allá por la temporada
de 1934 – 1935.
En el año de 1944 un grupo de aficionados limeños entre los
que destacan Fernando Graña Elizalde, Alejandro Graña Garland,
José Antonio Roca Rey deciden tomar en arriendo la Plaza de Acho
a través de la Sociedad Explotadora de Acho por 20 años, con la
condición puntual de remodelar la Plaza de Toros de Lima (Plaza
de Acho) aumentando su capacidad de 6,700 a 13,300. Se hicieron
excavaciones para ahondar el ruedo y elevar la plaza con la
finalidad de dotarla de mayor capacidad.
En 1946 gracias a la primigenia idea del crítico del diario
“El Comercio” don Fausto Gastañeta “Que se vaya” y la gestión de
su sucesor, el no menos afamado crítico taurino Manuel Solari
Swayne “Zeñó Manué”, se crea la importante Feria del Señor de los
Milagros, que hasta la fecha existe, y que desde entonces han
pasado por Lima, las principales figuras de la coleteria mundial,
así como también las más prestigiosas ganaderías del planeta
taurino. Dando por descontado el éxito de los torero peruanos y
del ganado nacional.
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