viernes, 7 de febrero de 2014

HlSTORIA DE LAS CORRIDAS DE TOROS EN EL PERU

La corrida de toros no es una tradición heredada del antiguo Imperio de los Incas, ya que sólo se remonta a los primeros años de la llegada de los españoles, y por supuesto no antes de que el ganado bovino importado por los colonos llegara al Perú, primero para alimentación de la población hispana y luego cuando se desarrolló se pudo realizar selección sobre el ganado bravo.
Ricardo Palma en un lugar de su obra “Tradiciones Peruanas” dice que la primera corrida lidiada en Lima fue en 1538 en celebridad de la derrota de los Almagristas, de lo cual no hay una fuente de datos fidedigna, y la otra en cambio es que la primera corrida se dio el lunes 29 de marzo de 1540 por la consagración de óleos, de la cual también se da cuenta en libros narrativos e históricos del clero.
Los conquistadores españoles Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque pisaron por primera vez tierra del vastísimo imperio, desembarcando efectuado en el norte del Perú a principios de 1532. Aprovechó Francisco Pizarro para sus fines de conquista, la lucha que sostenían los dos soberanos Huáscar y Atahualpa, hijos y herederos ambos del fallecido Inca Huayna Cápac. Muertos los dos reyes Incas avanzó Pizarro hacia la capital del Imperio Incaico en el Cuzco, consolidando poco después la conquista española.
Desde el primer momento surgieron desavenencias entre los capitanes españoles Pizarro, Almagro, Hernando, Juan y Gonzalo Pizarro, y Francisco de Carvajal. Duró este sombrío período de conquista hasta que poco a poco, y por unas causas u otras fueron muriendo los protagonistas del drama. En circunstancias tan adversas, era natural que la fiesta española no enraizara, ya que todo lo hicieron por el avasallamiento. Existieron corridas de toros y de eso da fe el Inca Gracilazo de la Vega en sus crónicas de la obra “Los Comentarios Reales”. Las corridas debieron ser muy pocas en los primeros años, es de suponer por el escaso ganado vacuno que había no permitía grandes temporadas, como hoy en día.
La lucha que los conquistadores sostenían entre sí concluyeron en 1556, con la llegada del tercer Virrey, don Andrés Hurtado de Mendoza, hombre prudente y enérgico, que pronto consigue pacificar el virreinato condenando a unos, enviando a España a otros o embarcando en la dudosa aventura a “El Dorado” a los más ambiciosos. “El Dorado” era el nombre que se le daba a una región del Amazonas, la que cautivaba a aquellos anhelantes de riqueza, o a los revoltosos e inquietos españoles que restaban unidad a la corona.
Consignó estos hechos y esta fecha por fundamentales para el establecimiento definitivo de las fiestas de los toros en Nueva Castilla y por haber reconocido el citado Virrey Hurtado de Mendoza lo siguiente: “los derechos que el Alguacil Mayor de esta ciudad había de llevar por la ocupación y trabajo que tenía cuando se corran toros ..... y suplicamos ahora a Su Excelencia que de los toros que en esta ciudad corriere en las fiestas ........ que el primer toro que se corriere de cada una de las dichas fiestas, sea y se dé al Alguacil Mayor de esta ciudad, atento a que él y sus alguaciles se ocupen mucho en el hacer y deshacer y guardar las talanqueras ......”, según expresa José Emilio Calmell en su libro “Historia Taurina del Perú”, publicado a mediados del siglo pasado.
El Convictorio de San Carlos y la Facultad de San Fernando (hoy Universidad Nacional Mayor de San Marcos) obligaba por aquellos días a sus alumnos que se doctoraban, a costear una corrida de toros como agradecimiento. Así se expresaba en su constitución: “Y más ha de ser obligado el que se doctorase a dar toros que se corran aquel día del grado en la plaza pública de esta ciudad”.
El 27 de julio de 1622 se dio una corrida en la Plaza Mayor de Lima para agasajar a un nuevo Virrey, don Diego Fernández de Córdoba, Marqués de Guadalcázar. Y en septiembre del mencionado año volvieron a correrse toros: “Se hicieron fiestas reales de toros y cañas, y se convidó al Virrey, Audiencia y Universidad para que las viesen en las casas de Cabildo, cuyas galerías estuvieron ricamente colgadas y se dio colación a todos sus concurrentes y sus mujeres. Salieron a caballo muchos caballeros ricamente vestidos a lo cortesano, con rejones en mano y llevando pajes de librea ... En las ventanas, balcones, terrados y tablados de la plaza había gran concurso de gente y se jugaron veinte toros; los caballeros hicieron algunos lances y mostraron su bizarría”.
En la época del mandato del Virrey Marqués de Guadalcázar se celebraban las fiestas más suntuosas que acaso se celebraron en Lima hasta entonces. Fue el motivo el regocijo por el nacimiento del príncipe Baltasar Carlos. La organización corrió a cargo de los gremios de la ciudad (confiteros, pulperos, sastres, zapateros, orfebres, herreros y comerciantes), que procuraron excederse en el rumbo y el acierto, pues a cada uno se le asignó un día de los siete que duraron las corridas. Comenzaron los confiteros y siguieron los pulperos, los sastres, los zapateros, los plateros, los herreros y los mercaderes. Por cierto, que en ellas tomó parte, y muy brillante, el tratadista taurino don Juan de Valencia que a la sazón se encontraba en el Perú, dejó bien sentado la cátedra de tauromaquia que practicaba con destreza, lo mismo que escribía en sus preceptos y ordenanzas. Su mayor éxito lo obtuvo en la última corrida, es decir, la de los mercaderes, en la que se hartó de hacer buenas suertes con los toros.
Se ha citado el nombre de Juan de Valencia por su notoriedad en la historia de la preceptiva taurina, porque además, debemos considerarle como el primer diestro famoso que envía el Perú a España, pues en las fiestas taurinas de la corte acreditó su competencia, siendo de los más famosos rejoneadores entre los nacidos entonces. Había nacido en Lima en 1605 y pertenecía a una ilustre familia zamorana que presumía de linaje real, como descendientes del famoso infante don Juan Manuel, y don Juan de Valencia el del infante se hizo llamar nuestro limeño rejoneador.
Don Juan de Valencia el del Infante nació el mismo año que Felipe IV que es autor de las “Reglas para torear y para poderlo errar”, pues don Juan como tantos autores de reglas de torear, unía la preceptiva a la práctica del rejoneo, que toreó en la ‘Puerta del Sol’ en Madrid el miércoles 2 de octubre de 1641 con motivo de la traslación de la imagen de Nuestra Señora del Buen Suceso. Confiesa en su citada obra firmada en Madrid el 26 de octubre de 1639, habitar en la Villa y Corte a partir de los catorce años de edad, esto era, unos veinte años.
Es imposible hablar de cuantas fiestas de toros se verificaron en Lima durante el virreinato. Sólo nos referiremos a las más importantes o a las que, desde el punto de vista taurómaco, hayan tenido alguna significación.
En 1659 y 1660 hubieron diez “Corridas Reales” de toros por el nacimiento del príncipe Felipe, hijo de Felipe IV. Como en España estas fiestas resultaban animadas y variadísimas, el Virrey, Conde de Alba de Liste, jugaba cañas; intervienen caballeros rejoneadores; hay alcancía, fuegos, luminarias, pila de vino, toro con artificio de fuego por la noche; lucha de moros y cristianos; lanzada, volatín en una maroma; moharra, toro ensillado, máscara ridícula y figuras alusivas a diversos temas. En la última fiesta por el alumbramiento real, se echó un toro para los indios, montaron éstos en la plaza un castillo, al que rindieron tras un simulacro de lucha, y “salieron dos indios a garrochar a los toros”.
En años posteriores se verifican también fiestas de toros: el 15 de noviembre de 1667, con ocasión de la llegada del Virrey Conde de Lemos al puerto del Callao, se celebra una corrida en esta ciudad, el 24 de julio de 1668. Otra en Lima por el nacimiento de un hijo de este Virrey en la que se corrieron toros ensogados.
El mismo Virrey Conde de Lemos escribió la relación de las fiestas celebradas en la Ciudad de los Reyes con ocasión de haber sido beatificada Rosa de Lima. Esta fue una de las siete corridas de toros que se dieron por aquel entonces.
No todos los virreyes fueron amantes de las corridas. Tal fue el caso del Conde de Chinchón que en determinado momento trató de impedir la celebración de las corridas de toros, lo que dio lugar a que durante el virreinato del Marqués de Mancera, Su Majestad el Rey Felipe IV dictara una Real Cédula a favor de la celebración de las corridas de toros.
Durante muchos años las fiestas de toros se verificaron en la Plaza Mayor de Lima, cerrándose con talanqueras, tablados y barreras, en todo el contorno interior de dicha plaza, con lo que quedaban tapadas las ocho calles que de ella partían. Durante el gobierno del cuarto Virrey (1561-1564), don Diego López de Zúñiga, Conde de Nieva, se construyeron los arcos de esta plaza y se determinó que fueran anualmente cuatro las principales fiestas de toros, autorizando un gasto en colación de ciento cincuenta pesos para cada una de ellas. Habían de darse las corridas en: Pascua de Reyes, San Juan, Apóstol Santiago y Nuestra Señora de la Ascensión. Además, solían celebrarse corridas a la llegada de nuevo virrey, juramentación u conmemoración de monarcas, canonizaciones y con otros pretextos. Para las corridas de menos importancia o menos suntuosas, se habilitaban plazas o plazuelas que no eran la Mayor (o llamada la de Armas), entre las que figuraban: plazoleta de Santa Ana, plaza de la Inquisición, plazoleta del Cercado, plaza de Cocharcas, plazoleta de Santo Domingo, etc.
Las fiestas de toros no entusiasmaban solamente en el Perú a los españoles, si no que al parecer, también los esclavos negros e indios dominados, gustaban de esta corridas, inicialmente como pasivos espectadores, y luego también como activos toreadores. En un concilio provincial, los prelados pidieron “que no se corran toros entre indios, ni por semejante ocasión les hagan poner las talanqueras sin pagarles, y haciéndoles perder la misa en día de fiesta ...”, según se describe en uno de los libros del cabildo de esa época que se guarda celosamente en la biblioteca de la Municipalidad de Lima.
En todo el siglo XVII son numerosísimas las fiestas de toros, pues la pasión no había disminuido, abundando mucho más los datos históricos.
En 1602 los dominicos organizan en la plazoleta de Santo Domingo una suntuosa corrida como término de los festejos con motivo de la canonización de San Raimundo de Peñafort. En ella tomaron parte muchos caballeros de la aristocracia limeña.
Se cita que el 8 de enero de 1670 hubo toros y cañas en Lima, el día 27 del mismo mes cuatro caballeros clavaron rejones: don Luis de Sandoval dio un rejonazo, sacando malherido el caballo; don Manuel de Andrade puso dos rejones, despedazando al toro; don Diego Manrique atravesó el cuello del toro con un rejón, y don Cristóbal de Llanos mató tres astados, por lo que fue vitoreados. El 13 de febrero de 1672 se corren toros ensogados; el 11 y 13 de agosto de 1674 se celebraron corridas en el puerto del Callao a la llegada del Virrey don Baltasar de la Cueva; el 6 de noviembre del mismo año, en celebración del cumpleaños de Carlos II, se organiza una corrida de toros en la Plaza Mayor de Lima.
En 1682 el Virrey Duque de la Palata prohíbe “llevar toros a las cercas y plazuelas de los conventos de religiosas para correrlos”. El día 8 de diciembre de 1963 don Melchor Portocarrero, Conde de la Monclova y vigésimo tercer virrey del Perú, organiza una gran corrida en la Plaza Mayor de Lima para celebrar la reedificación del Cabildo, del Palacio y de los Portales de dicha Plaza Mayor, destruidos por el terremoto de 1687.
Con el nuevo siglo la fiesta de toros en el Perú comienza a tener un aspecto que, a lo largo de la centuria, evoluciona hacia el predominio del torero de a pie, pues actúan con mayo regularidad toreros profesionales, da comienzo a la edición de listas de los toros que saldrán en cada corrida, y los capeadores de a caballo, un modo de torear peculiar de este reino, trabajan en casi todas las funciones, sin olvidar los rejoneadores profesionales, que también figuran.
En octubre de 1701 se verifican en Lima fastuosas fiestas de toros para celebrar la proclamación de Felipe V. En ellas es donde aparece el primer listín o lista de los toros, antecedente del cartel, en que se consignan los nombres de los astados, las pintas de éstos y las ganaderías de que proceden, como ejemplo: “El Gallardete, overo, de Huando; El Invencible, retinto, de Bujama, y otros ...”.
Con motivo del nacimiento del Príncipe de Asturias Luis Felipe, después Luis I, hubo en Lima fiestas reales de toros. Con motivo de sus bodas también se celebraron varias corridas: “la primera el 12 de abril, la segunda el 13, la tercera el 17, la cuarta el 19, la quinta el 21 de igual mes del año de gracia de 1723”. Y aún cuando en la relación titulada “Júbilos de Lima”, de Peralta y Barnuevo, no aclara demasiado, pareciera ser que hubieron más corridas de toros que esas cinco a las que se han aludido. Y al año siguiente también se corrieron toros por haber sido jurado don Luis como heredero de la Corona de España.
Por aquellos años se festejaron con corridas dos canonizaciones: la de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo el 10 de diciembre de 1726 y la de San Francisco Solano el 27 de diciembre de 1726.
El 29 de julio de 1737 se jugaron veintidós toros en el pueblo de Surco (actualmente distrito de Lima Metropolitana). Al concluir el primer tercio del siglo XVIII eran abundantes los toreros que ejercían en el Perú esta profesión, actuando principalmente en corridas ordinarias y hasta en los pueblos más pequeños, aún cuando en las listas de toros, donde ya figuraban por esa época las divisas de las ganaderías, no aparecen, sin embargo los nombres de aquellos lidiadores empiezan a parecer en los listines taurinos.
En el año de 1756 se levanta en Lima la primera plaza de toros, pero de madera, los productos de las corridas en ella verificadas, estaban destinados a la reconstrucción del Hospital de San Lázaro, destruido por el terremoto de 1746, plaza que había de ser también la primera en América hecha ex profesamente.
En la Plaza Mayor de Lima, y en 1760, se celebra una real fiesta de toros para festejar la elevación al trono de Carlos III. Dos años después en igual escenario, se organizan cuatro corridas como agasajo al nuevo Virrey don Manuel de Amat y Juniet amante de la famosa Miquita Villegas “La Perricholi”.
Durante el mandato de este virrey se construyó la plaza firme de Lima, estrenada aún sin concluir el 30 de enero de 1766. No por ello dejaron de jugarse toros en la Plaza Mayor, especialmente cuando se trataba de fiestas reales, y en diversas plazuelas, hasta en el teatro. Los limeños se sentaban en la plaza a las diez de la mañana para presenciar el encierro y no se levantaban hasta verlos lidiados, por la tarde, los veinte toros de que solía constar las corridas de aquella época, como en Sevilla, Valencia, Madrid o en cualquier ciudad española.
En la temporada de 1780 ya figuraban en la Plaza de Toros de Lima o “Plaza de Acho” los nombres de los lidiadores siguientes:
Matadores: Manuel Romero, El Jerezano, y Antonio López, de Medina Sidonia.
Picadores y Rejoneadores: José Padilla, Faustino Estacio, José Ramón y Prudencio Rosales.
Capeadores de a caballo: José Lagos, Toribio Mújica, Alejo Pacheco y Bernardino Landaburu.
Tres suertes al menos eran privativas del toreo peruano del siglo XVIII, éstas eran: la suerte del puñal, la monta de toros al pelo y/o ensillados; y el capeo desde el caballo.
Por la exaltación al trono de Carlos IV se celebraron corridas de toros en la Plaza Mayor del Virreinato del Perú, y durante el año de 1790, varias corridas reales. En ellas intervinieron rejoneadores profesionales, capeadores, doce toreros de a pie (cuyos nombres no se consignan en el listín), dos desjarretadores ...
Las últimas corridas del siglo XVIII fueron: cinco fiestas reales en 1791 para agasajar al Virrey Fray Francisco Gil de Taboada, en la Plaza Mayor de Lima, con rejoneadores, capeadores y doce toreadores divididos en dos cuadrillas: una de las cuadrillas fue la de Miguel Utrilla y la otra la del peruano José Pizi.
Las temporadas de 1792 a 1795 se desarrollaron normalmente en la Plaza de Acho. Al siguiente año de 1796 hubo cinco corridas reales en la Plaza Mayor de Lima para recibir al nuevo Virrey Marqués de Osorno, en las que intervinieron capeadores de a caballo, rejoneadores y matadores, banderilleros y picadores europeos, y doce toreadores del país, cuyos nombres no figuran en el cartel.
Tres corridas extraordinarias más presenciaron los limeños en su Plaza Mayor (o también llamada Plaza de Armas) el año de 1797, organizadas para reunir recursos con que terminar las torres de la catedral. Ese mismo año la temporada continuó normalmente en la Plaza de Acho, donde desde algunos años atrás se acostumbraba echar un toro para ser lidiado por aficionados bisoños, algunos de los cuales se harían toreros profesionales.
El siglo XIX comenzó en la Plaza de Acho con la consabida temporada de diciembre a enero (1800 - 1801). Figuraron como actores cuatro capeadores de a caballo, dos rejoneadores, dos banderilleros europeos, tres matadores con espada, cinco matadores con puñal y banderilleros, dos capeadores de a pie y dos desjarretadores, innominados. Siguen figurando en los programas la lanzada, parlampanes (individuos mojigangeros), perros; además el nombre, procedencia, pinta y divisa de los toros, más un astado para muchachos noveles.
Las sucesivas temporadas en la Plaza de Acho se desarrollaron normalmente a lo largo de diciembre de 1806 y organizadas por el ayuntamiento limeño, efectuándose cinco corridas de toros en la Plaza Mayor de Lima para festejar el recibimiento del Virrey don José Fernando de Abascal.
Cuatro corridas más, todas ellas extraordinarias, se verificaron en enero de 1807, y dos corridas extraordinarias también, los días 3 y 9 de febrero siendo estas las últimas que se efectuarían en la Plaza Mayor de Lima. En adelante se celebraron únicamente en la plaza firme de Lima (Plaza de Acho), por cierto con muy buenos rendimientos para sufragar a las necesidades económicas que las luchas por la emancipación exigían.
Proclamada la Independencia del Perú el 28 de julio de 1821 continuaron las corridas, aunque con toreros del país y algunos toreros mexicanos, haciéndose una sola excepción con el diestro gaditano Vicente Tirado, que durante el virreinato ya contaba con muchas simpatías, y que siguió actuando hasta 1836 en que fallece.
Con la Independencia del Perú no quedó torero español alguno en el país, excepto Vicente Tirado. Como consecuencia de tal acontecimiento, las suertes de pica y banderillas desaparecieron temporalmente, quedando para quebrantar a los toros el capeo a caballo, tradicional modo del toreo nacional, ejecutándose la llamada ‘Suerte Nacional’.
El 7 de enero de 1849 se presentó en Lima la primera cuadrilla de toreros españoles. Con esta cuadrilla resucitó en el Perú las suertes de pica y banderillas. Y a partir de ese año ya se hace más frecuente la visita de toreros hispanos. El primer matador de cierto relieve que pisa el albero de la Plaza de Toros de Acho es Gaspar Díaz “Lavi”, diestro español. Se presentó el 16 de noviembre de 1851. Y en 1856 se estrenó en Lima José Lara “Chicorro” quien actúo hasta el año de 1885.
Como matador efectúo su presentación en Lima en 1859, el nacional Ángel Valdez “El Maestro”. Este valeroso diestro ejercía la profesión con el aplauso y la admiración de todos hasta el 19 de septiembre de 1909.
En 1869 se presentaron en Lima los diestros españoles Vicente García “Villaverde” y Francisco Sánchez “Frascuelo”; en 1870, Manuel Hermosilla y Francisco Díaz “Paco de Oro”. Ese mismo año se hizo empresario de la Plaza de Acho el acaudalado limeño don Manuel Miranda. llevando a cabo en ella una profunda reforma. Mientras las obras se efectuaban, viajó a España para contratar toreros y adquirir toros. En efecto compró seis toros y doce vacas de Veragua, seis astados de Miura, seis de Colmenar, doce de Mazpule y seis de Navarra. Como tenía el propósito de fundar una ganadería brava, adquiere la finca de Cieneguilla, en el valle de Pachacámac. Traslada a ella un semental y más de cien vacas compradas a la acreditada ganadería del país “Rinconada de Mala” y otras hembras de diferentes ganaderos peruanos. Este ganado desapareció años después en la guerra sostenida entre Perú y Chile.
En el transcurso del siglo XIX las corridas sufrían una seria transformación hasta ejecutarse totalmente como en España, pues desaparecen los “capeadores de a caballo”, imponiéndose los picadores. Decir que casi todos los toreros españoles han toreado en Lima parece una exageración; sin embargo, no lo es.
Desde 1871 torean en la Plaza de Acho entre otros, Julián Casas “El Salamanquino”, Gonzalo Mora, Cúchares de Córdoba, Gerardo Caballero, Ángel Fernández “Valdemoro”, José Ponce, Ángel Pastor, Cacheta, Rebujina, José Machío, Cayetano Leal “Pepe-Hillo”; en 1891 torearon “Cuatro Dedos”, que gusta muchísimo por la maestría con que ejecuta las suertes. Al año siguiente regresó “Cuatro Dedos” al Perú llevando consigo cuatro sementales de Miura, dos de los cuales consiguió vender a los ganaderos don Vasco Fernández y a don Federico Calmet. Hasta la conclusión del siglo pisan todavía el ruedo de la Plaza de Acho algunos banderilleros y espadas españoles. Entre estos últimos: Manuel Nieto “Gorete”, José Villegas “Potoco”, José Pascual “Valenciano”, Juan Antonio Cervera, Francisco González “Faíco” y Antonio Escobar “El Boto”.
En 1901 se presentaron en Lima los diestros Francisco Bonal “Bonarillo” y “Capita”, ese mismo año llega nuevamente de España el picador “Faíco” con cuatro sementales españoles, que adquieren ganaderos peruanos.
El 22 de febrero de 1902 torea Ángel Valdez “El Maestro” su penúltima corrida, pues por enfermedad no vuelve a lidiar hasta 1909, en que se retira.
En la cuadrilla de Manuel Molina “Algabeño Chico” hizo su presentación en Lima un 13 de abril de 1902 el famoso piquero madrileño Manuel Martínez “Agujetas”, a quien se debe definitivamente la implantación en el Perú de la suerte de varas.
Más presentaciones como las de Antonio Olmedo “Valentín” y Ángel García “Padilla”. En el año de 1903 se presentó Juan Sal “Saleri”, en 1904 “Guerrerito”, en 1905 Vicente Pastor, en 1906 “Lagartijillo”, José Machío Trigo, “Lagartijillo Chico”, en 1907 “Cocherito de Bilbao”, y en 1909 “Platerito”.
Es necesario destacar que el domingo 19 de septiembre de 1909 se despidió en Lima, el matador peruano Ángel Valdez “El Maestro” matando de una magnífica estocada un toro de seis años que no había sido picado. Contaba a la sazón setenta años de edad, no andaba muy bien de salud y cumplía cincuenta años como lidiador. Falleció el 24 de diciembre de 1911.
Los diestros que por sus actuaciones destacaron en los años siguientes fueron: Agustín García “Malla”, Rodolfo Gaona, José Ignacio Sánchez, José Gárate “Limeño”, José Gómez Ortega “Gallito” o “Joselito” y Juan Belmonte.
En 1918 se jugaron por primera vez toros del cruce español de Veragua con vacas de “El Olivar”, de propiedad de don Manuel Celso Vásquez. En la temporada de 1919 –1920 toreó el diestro de Gelvés José Gómez Ortega “Joselito” en varias tardes. También actúo en Acho “Chicuelo” en la temporada de 1921 – 1922. Sin embargo Rafael Gómez “El Gallo”, obtuvo éxitos de clamor. Marcial Lalanda (1927 – 1928) demostró cuanto valía; Antonio Cañero quedó muy bien a caballo y a pie (1929 – 1930); el venezolano Julio Mendoza toreó entre grandes aplausos en el año de 1934, el rondeño El Niño de la Palma también gustó allá por la temporada de 1934 – 1935.
En el año de 1944 un grupo de aficionados limeños entre los que destacan Fernando Graña Elizalde, Alejandro Graña Garland, José Antonio Roca Rey deciden tomar en arriendo la Plaza de Acho a través de la Sociedad Explotadora de Acho por 20 años, con la condición puntual de remodelar la Plaza de Toros de Lima (Plaza de Acho) aumentando su capacidad de 6,700 a 13,300. Se hicieron excavaciones para ahondar el ruedo y elevar la plaza con la finalidad de dotarla de mayor capacidad.
En 1946 gracias a la primigenia idea del crítico del diario “El Comercio” don Fausto Gastañeta “Que se vaya” y la gestión de su sucesor, el no menos afamado crítico taurino Manuel Solari Swayne “Zeñó Manué”, se crea la importante Feria del Señor de los Milagros, que hasta la fecha existe, y que desde entonces han pasado por Lima, las principales figuras de la coleteria mundial, así como también las más prestigiosas ganaderías del planeta taurino. Dando por descontado el éxito de los torero peruanos y del ganado nacional.



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