Que levante la mano aquella persona – mayor de 30 años – que no haya pasado por unaacademia en su intento por iniciar su camino hacia las aulas universitarias. La popularidad de estos centros de estudios se hizo visible en las décadas de los años 80 y 90, a tal punto que los más memoriosos deben recordar cómo las avenidas Garcilaso de la Vega y Tacna, en el Centro de Lima, albergaban a decenas de estos establecimientos.
Sin embargo, hoy, instituciones como La Sorbona, Cruz Saco, Sigma, Dávila,, que marcaron toda una época, han desaparecido. En esa línea, los entrevistados para este informe señalan que el estado actual de este mercado no es auspicioso.
Por el contrario, varios prevén que la caída se acentuará en los próximos años. “Hoy el negocio debe representar solo un 30% en comparación con su mejor momento”, explica Juan Carlos Noli, gerente general del grupo Trilce. Es decir: unos US$40 millones, en promedio.
Las dos pregunta claves son: ¿cuáles han sido los golpes recibidos por los principales actores de este negocio? y ¿qué alternativas tienen para permanecer en el mercado?
Las primeras academias preuniversitarias surgieron en el país a finales de la década del 50, sostiene el educador León Trahtemberg. “Nacieron como un puente entre el colegio y la universidad, con la intención de cerrar una brecha”, añade. Pero no fue sino hasta finales de la década de los 70 e inicios de los 80 que se concretó su expansión. Era un emprendimiento sencillo: un grupo de estudiantes universitarios se reunía, alquilaba un local con dos o tres aulas y empezaba a dictar clases. Y por supuesto, le ponían un nombre a su esfuerzo. Así nacieron Pitágoras, Aduni, César Vallejo, Trilce, Pamer, y otras.
De acuerdo con Wilmer Carrasco, presidente del grupo educativo Saco Oliveros, en el año 1985 operaban hasta 60 academias en Lima. “Podrían haber sido más si tenemos en cuenta que había muchas que solo aprovechaban la temporada de verano para preparar a los jóvenes con miras a las pruebas de admisión y luego desaparecían”, precisa.
Ese rasgo de informalidad siempre generó preocupación y en ciertos casos perjudicó a aquellas que obtenían buenos resultados; es decir, a las que alcanzaban el mayor número de ingresantes. A modo de queja, el educador Idel Vexler dice que nunca formaron parte de la educación peruana formal. “Jamás estuvieron registradas ante el Ministerio de Educación. Solo solicitaban permisos municipales y funcionaban”, afirma. Vexler añade que si bien han posibilitado el ingreso de muchos jóvenes en las universidades, también generaron que muchos colegios privados – por seguir sus pasos – no brindaran una formación integral a los alumnos. “Se enfocaban en cursos de aptitud verbal y matemática, pero dejaban de lado las ciencias sociales, el arte, educación física y demás”.
A inicios de la década de los 90, el Estado les dio libertad a las universidades nacionales para generar ingresos propios. Entonces, las administraciones de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) y la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) tomaron la decisión de abrir sus respectivos centros preuniversitarios. “Se dieron cuenta de que ellos habían creado la demanda por el tipo de exámenes de admisión que tomaban y decidieron incursionar en el negocio”, dice Karlos la Serna, director de acreditación y calidad de la Universidad del Pacífico.
El golpe no fue inmediato, tardó algunos años. Muchos concuerdan que todo se dio a inicios del nuevo siglo cuando las universidades destinaron hasta el 30% de sus vacantes bajo esta modalidad. . “Competir con las ‘pre’ es imposible por un factor: ellas ofrecen el ingreso directo a los más destacados”, dice Noli, del grupo Trilce, academia que no tiene planes de abrir más locales en Lima.
Por su parte, Carrasco añade que otro factor, casi insalvable, ha sido el crecimiento de la oferta de universidades privadas en las zonas emergentes de la ciudad, muchas de las cuales ofrecen pensiones bastante accesibles, entre 400 y 500 soles. “Si un alumno no ingresa a una nacional, se va a una particular que, a veces, ni le toma un examen de ingreso”, afirma.
Por eso, dice, Saco Oliveros reducirá el número de sus academias en el corto plazo. “Tenemos cinco, pero tal vez nos quedemos con dos”.
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