Ricardo Palma escribe en una de sus Tradiciones
Peruanas, sobre un libro que escribe su muy querida y excelente discípula, Clorinda Matto de Turner, la llamo
discípula, no porque transpiren vanidosos humos de maestro, “la amable
escritora ha tomado a capricho, que mujer es, y por ende autorizada a encapricharse, repetir que la
lectura de mis primeros libros de las Tradiciones despertó en ella la tentación
de consagrar su tiempo e ingenio a la ruda tarea de desempolvar rancios
pergaminos y extraer de ellos el posible jugo para luego presentarlos en la
galana forma de la leyenda nacional”. La historia es material inagotable de inspiración y entre las páginas de raídos cartapacios,
puede el espíritu investigador, auxiliado por la solidez del criterio, tejer los hilos todos del drama
interesante y conmovedor.
Sigue diciendo Palma: “debe mi firma, cuando aparece
en la línea final de un prólogo,
inspirar no poca desconfianza al lector”. Se dice en España, que la mejor recomendación
que puede presentar un libro nuevo es la
de no traer prólogo de Don Manuel Cañete o de don Marcelino Menéndez y Pelayo,
dos críticos de grandísima reputación, pero en los que la benevolencia supera
en mucho su talento “y que han escrito por resmas prólogos o cartas de presentación.
Amo esos caracteres que se complacen en alentar con
el elogio, y detesto la crítica malévola
e intransigente que, desdeñando las bellezas, goza en rebuscar lunares y
aquilatar defectos, rebajando siempre la talla del escritor novel sin que ello
importe parangonarme con mis dos ilustres amigos y compañeros de la Real Academia Española, al
lado de los cuales no paso de ser un simple borroneador de papel, prefiero como
ellos pecar de indulgente a pecar de
severo.
En esta ocasión no tengo que fatigar el cerebro ni
entrar en transacciones con mi conciencia literaria, para brindar un entusiasta
aplauso, que es de la justicia y no de obligado compromiso. Dejo a los envidiosos de aldehuela
en su derecho para amargar con la ponzoña de una crítica intemperante “toda la miel que
de mi pluma destile. Eso es digno de
critico villano./ como es digno el cadáver del gusano”.
La tradición no es más que una de las formas que puede
revestir la historia, pero sin los escollos de esta. Corresponde a la historia
la narración de los sucesos secamente, sin recurrir a la fantasía y apreciarlos
desde el punto de vista filosófico social con la imparcialidad del juicio y
elevación de propósitos que tanto realza, a los historiadores modernos
Macahulay, Thierre y Modesto de la Fuente.
La historia que desfigura, que omite o que aprecia solo los hechos que
convienen; la historia que se ajusta, al espíritu de escuela o de bandería, no
merece el nombre de tal. Menos estrechos y peligrosos son los límites de la tradición. A, ella,
sobre una pequeña base de verdad, la es licito edificar un castillo. El
tradicionalista tiene que ser poeta y soñador. El historiador es un hombre de
raciocinio y de las prosaicas realidades. La tradición es una fina tela que dio
vida a las bellísimas mentiras de la novela histórica, cultivada por Walter
Scott en Inglaterra, por Alejandro Dumas en Francia y por Fernández y González
en España.
En nuestras convicciones sobre americanismo en
literatura, entra la de que precisamente es la tradición el género que mejor lo
representa. América es el teatro de los sucesos; costumbres y tipos americanos
son los exhibidos; y el que escriba Tradiciones, no solo está obligado a darles
colorido local, sino que hasta en el lenguaje debe de sacrificar, siempre que
oportuno lo considere, la pureza clásica del castellano idioma, Para poner en
boca de sus personajes frases de riguroso provincialismo, y que ya perderá
tiempo y trabajo, el que se eche a buscarlas en los diccionarios. “cuando se
pinta no debe huirse de la naturalidad,
por mucho que a veces sea ella ramplona yb de mal gusto”. Estilo ligero, frase
redondeada, sobriedad en las descripciones , rapidez en el relato, presentación
de personajes y caracteres en un rasgo de pluma, dialogo sencillo a la par que
animado, novela en miniatura, novela homeopática, por decirlo de alguna manera,
“ lo que en mi concepto, ha de ser la Tradición, Así lo ha comprendido la
inteligente la autora de este libro”.
La señora
Matto de Turner ha sabido
explotar el rico filón de documentos que ha encontrado en los empolvados
archivos de la ciudad del Cuzco, tarea patriótica
que hombres han menospreciado acometer y con cumplido éxito ha conseguido realizar
Clorinda Matto. ¡Cuántas noticias y
fechas históricas , se han salvado para siempre del olvido, va a encontrar el
lector en sus páginas ¡. La autora nos lleva al pasado y lo vivimos embellecido
por no se qué mágico y misterioso hechizo, que adormece en el ánimo los dolores del presente y
cicatriza las heridas de nuestros recientes y inmerecidos infortunos, haciéndonos
alentar la esperanza de mejores días y
la fe en que llegarán tiempos de reparación y desagravio para la hora de
nuestra abatida nacionalidad.
La señora Matto de Turner, es una verdadera
escritora minuciosa , nos lo prueba el que rarísima vez, deja de citar la
crónica, el documento, la fuente, en fin de donde ha encontrado esos datos.
Revela conocimientos solidos en los anales de la historia de la patria. Desde
Garcilaso de la Vega, y Montesinos hasta Córdoba y Mendiburu todos los historiógrafos
de nuestra Patria le son familiares.
Por su sencillez ingenua del lenguaje nos recuerdan
a Cecilia Böhl (Fernán Caballero). En general, su estilo es humorístico, su
locución castiza e intencionada y libre de todo resabio de afectación o
amaneramiento, tal como cuadra a la índole de sus narraciones. Viveza de
fantasía, aticismo de buen gusto, delicadeza en las imágenes, expresión
natural, a la vez que correcta y conceptuosa, son las notas que más sobresalen,
en el libro de las “tradiciones Cuzqueñas” de Matto de Turner.
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